LAS REBELIONES AMERICANAS en 1810-1816.

 

Las Juntas Provinciales y la Junta Suprema Central española desconcertaron a los americanos. Las Juntas decían que los españoles habían estado oprimidos por la arbitrariedad de los Gobiernos despóticos. Esta expresión, leída en América, tenía un significado distinto. Y cuando en 1809 se convocaron elecciones y no había representantes americanos, entendieron que la opresión la estaba ejerciendo España sobre ellos, no la monarquía sobre los partidarios de la libertad, como se entendía en España. Se sintieron desiguales en derechos. No se sentían colonias, sino territorios del rey con nombre propio, súbditos de Fernando VII, reinos diferentes de un mismo Rey, pero nunca inferiores. Por tanto, tenían derecho a protestar. Tras diversos intentos de organizar algo distinto en los años 1808 y 1809, hacia 1810 surgieron planteamientos más agresivos, más independentistas.

El final de la época, 1816, está tomado en un momento en que México estaba todavía en calma, Morillo se había adueñado de las costa norte sudamericana, Abascal era señor de la costa del Pacífico, y, en Río de la Plata, todavía había opiniones de que había que llegar a un acuerdo con España. Es decir, España todavía hubiera podido retomar los Gobiernos de América, si no hubiera sido por la desastrosa situación interna peninsular. Luego, no hubo marcha atrás, aunque España conservara, hasta enero de 1820, algunas esperanzas de reconducir el problema.

El punto de partida de la sublevación americana, para los historiadores más nacionalistas americanos, es la convocatoria a Cortes en Cádiz en la que se designaron suplentes de los diputados americanos entre gente de confianza residente en España. El 8 de abril de 1810 se dieron los primeros disturbios serios en Caracas y el 20 de julio en Bogotá. Creemos que ésta es una visión no muy exacta, o al menos incompleta, en los primeros días. Quizás el factor principal de la sublevación americana fue la decepción por que los franceses hubieran entrado en Andalucía, y llegaran a Sevilla, cuya Junta estaba mitificada en América, y a Cádiz, último bastión defendible de la Península Ibérica y centro comercial más notable para los americanos. Si España pasaba a manos de Napoleón, era previsible que éste decidiera sobre América, como estaba decidiendo sobre otros territorios. Nos referimos a Nápoles, Westfalia, Holanda… y como lo había hecho sobre Luisiana. Si los americanos querían decidir sobre el destino de su propia tierra, debían reaccionar.

Las Cortes de Cádiz decretaron que España y América eran una sola monarquía y un solo territorio y concedieron a los americanos, como al resto de los españoles, la libertad de cultivos, libertad de industria y artes, e igualdad de derechos en el acceso a los empleos públicos, lo cual era una vieja reivindicación americana. Esta medida rompía lo mejor de la propaganda de los independentistas, lo de ser explotados por la metrópoli, y los “libertadores” la silenciarán convenientemente para ellos, aunque las medidas tomadas en Cádiz se copiarán a menudo en las constituciones americanas. La vuelta de Fernando VII y del absolutismo en 1814, puso en valor las tesis nacionalistas de nuevo.

Las guerras de independencia americanas, más bien parecen guerras civiles americanas. La mayor parte de América rechazó a José I y recogió donativos para la guerra contra Napoleón que se libraba en España. Los criollos y los españoles estaban por un Fernando VII al que creían cautivo (engañados como el resto de los españoles, sin saber que, por torpeza o voluntariamente, se había entregado a Napoleón) y los delegados de la Junta Central (Goyeneche, Llorente, Molina…) fueron acogidos con entusiasmo, mientras los delegados de Napoleón (Sassenay, Lamanon y D`Alvimar) fueron rechazados.

Pero, entonces, llegaron a América muchos extranjeros, franceses, ingleses, estadounidenses, que explicaron el liberalismo, la independencia de las colonias inglesas, la Revolución Francesa y lo que de verdad era la Guerra de la Independencia española.

En ese tiempo, Francisco Miranda fundó en Londres la Logia Masónica Americana, y en 1809 en París la del Supremo Consejo de América, al tiempo que ya funcionaba en Madrid el Gran Oriente Madrileño y en Aranjuez el Supremo Consejo, cuyo jefe tenía grado 33 en la masonería. Otro tanto sucederá con San Martín y su logia Lautaro en Argentina

Quintana, el secretario de la Junta Central, en 1808 les escribió a los americanos: “colocamos ahora vuestro futuro destino en vuestras propias manos”, lo cual sugiere ideas y expresiones liberales como las que utilizaba la masonería y sospechamos por tanto que se podía tratar de un masón.

La independencia se planteó como una guerra civil entre los defensores de las viejas ideas y los de las ideas modernas. Bien es verdad que apoyados por agentes franceses, británicos y estadounidenses, a quienes interesaba el final del dominio español y veían próxima la conquista de los mercados americanos. Estos agentes se residenciaban en Estados Unidos y actuaban por medio de las muchas compañías comerciales que pasaban por Estados Unidos para tomar bandera americana y evitar los asaltos ingleses a sus barcos.

Por ejemplo, el movimiento de Nueva Granada era muy complejo y había sublevaciones leales a Fernando VII y a España, Santa Marta (en el Caribe colombiano) que se proclama leal a la regencia española, y Cartagena, vecina a Santa Marta, que se declara independiente de todos.

Otro ejemplo es el caso de El Plata: Argentina, en mayo de 1810, pidió la destitución del virrey y la elección de una Junta por sufragio universal. El virrey abdicó por si podía ahorrar una guerra. La Junta se declaró independentista pero gobernó en nombre de Fernando VII. La guerra civil fue inevitable porque Córdoba, Montevideo y Asunción se declararon contrarios a la Junta formada en Buenos Aires. Asunción se declaró independiente de Buenos Aires en 1811, y allí nació Paraguay dirigido por el dictador Francia desde 1811 a 1840. Las continuas discrepancias entre Buenos Aires y Montevideo dieron lugar a Uruguay.

En 1812 la situación general del cono sur americano era que Buenos Aires y las provincias argentinas eran independentistas, mientras Bolivia, Paraguay y Uruguay eran legalistas o partidarios de la unión con España. Buenos Aires llamó a sus oficiales del ejército, que estaban en España, y allí se presentaron en 1812 el coronel José San Martín, el alférez de carabineros Carlos María de Alvear y el alférez de navío José Matías de Zapiola[1], que proclamaron Asamblea Nacional Constituyente el 31 de enero de 1813 y fueron sobre Montevideo conquistándola en 1814. En 1816 se declararon independientes en el Congreso de Tucumán.

Perú y Chile no secundaron nunca a los independentistas y se mantenían en su decisión de seguir unidos a España. La Junta de Quito fracasó en 1809. En Chile sólo los radicales eran independentistas, puesto que los moderados se oponían a reformas bruscas, y los realistas, de ideología absolutista, preferían estar con España. Los radicales formaron un Gobierno rebelde en 1811, pero sólo fueron capaces de mantenerse 3 años.

Cuba y Puerto Rico son casos muy especiales, donde no hubo revuelta independentista, porque se habían especializado en el azúcar y lo cultivaban con esclavos, y sabían que, con la independencia de España, perderían los esclavos o sufrirían muchas rebeliones, que estaban siendo impulsadas desde Jamaica con apoyo de Inglaterra. Además, eran islas, y no podían recibir fácilmente ejércitos libertadores venezolanos, o mexicanos, y mucho menos argentinos.

 

Los americanos de esta época, 1810-1816, se dividieron en dos bandos, uno más moderado que pretendía poner monarquías independientes con monarcas borbónicos, y otro más liberal que hablaba de repúblicas americanas a los que hemos denominado en varias ocasiones en este trabajo independentistas puros.

Entre los moderados estaban los aristócratas criollos de Nueva Granada, Chile, Perú y Río de la Plata. Algunos argentinos como Belgrano, Castelly, Vieytes y Saavedra negociaron con Carlota Joaquina la implantación de una monarquía constitucional. Carlota Joaquina se trasladó a Brasil y sintió que los británicos y los portugueses querían adueñarse de trozos de la América española, y que incluso Napoleón estaba trabajando en el mismo sentido.

Los liberales formaron Juntas, en nombre de Fernando VII en los primeros días, pero que enseguida evolucionaron al independentismo pues Fernando VII y Napoleón perdían la guerra en España en 1813.

En julio de 1810, la Regencia de España dispuso la salida de soldados estacionados en Cuba y Puerto Rico para las ciudades sublevadas. Se encargó de la sublevación de Caracas Antonio Cortabarría.

Las Cortes de Cádiz se ocuparon del problema y decretaron el 15 de octubre de 1810 la unidad de territorio entre España y América en una sola monarquía y una sola nación. Por otros decretos se prohibieron las vejaciones a los indios (5 enero 1811), se decretó que la representación política de los americanos sería la misma que la que hubiese en la península y que los americanos tendrían igual derecho a toda clase de empleos que los peninsulares (9 febrero 1811).

Pero todas estas disposiciones políticas no avanzaban en el camino de someter a los rebeldes y hacía falta una fuerza militar. Inglaterra propuso que dejaran libres las mercancías británicas y el comercio de los americanos con Inglaterra, pues así se apaciguarían los ánimos. La propuesta estaba bien fundamentada, pues las mercancías británicas eran más baratas y tenían mejor aceptación, y la demanda de poder vender en puertos extranjeros era fundamental entre los comerciantes americanos, y además, Wellington estaba luchando en España y era su hermano, Enrique de Wellesley, el que la presentaba. El Gobierno de España accedió, a cambio de ayuda inglesa en el sometimiento de las rebeliones, pero Inglaterra se negó a una intervención suya en América. Como no se podía rechazar a Inglaterra, que estaba luchando en España contra Napoleón, el asunto se hizo muy espeso. Entonces el Gobierno de España hizo una nueva propuesta al británico de libertad de comercio en Río de la Plata, Venezuela, Santa Fe y Cartagena a cambio de la cooperación británica, pero Inglaterra pidió también comercio con Nueva España y las Cortes rechazaron definitivamente la oferta británica. Las exigencias españolas estaban fuera de lugar, puesto que desde hacía tiempo, por la piratería británica o por las sublevaciones americanas, no tenía comercio con América, excepto los muy pocos barcos que lograban pasar los bloqueos ingleses, y en la práctica España no cedía nada y adquiría la seguridad de sus mercancías.

 

 

 

[1] José Matías de Zapiola, 1760-1874, se hizo marino en España y fue destinado en 1805 a Montevideo y en 1807 a Buenos Aires, donde era Jefe del Puerto. En mayo de 1810 apoyó la revolución bonaerense y fue expulsado del ejército español. Regresó a Montevideo, donde fue arrestado y enviado a España. Volvió a Buenos Aires en 1812 en el barco de José de San Martín y Carlos María de Alvear, colaboró en la implantación de la logia Lautaro, y en el entrenamiento del Regimiento de Granaderos a Caballo que estaba haciendo San Martín. En 1814 luchó al servicio de Alvear en la toma de Montevideo y en 1815 al servicio de Manuel Dorrego en la lucha contra Artigas. Cruzó los Andes con el Regimiento de Granaderos de San Martín, y fue ascendido a general en esa campaña de Chile. En 1819 regresó a Buenos Aires para luchar contra Santa Fe y Entre Ríos, hasta que en 1822 se retiró a cultivar su estancia. En 1828 -1829 volvió a la política como Jefe del Departamento de Marina. En 1852- 1859 volvió de nuevo para ser Ministro de Guerra y Marina.