18.4.24.La Universidad española en el siglo XVIII.
LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII. Antecedentes. En tiempo de los Reyes Católicos, la Universidad se convirtió en un asunto de importancia nacional. Hasta entonces sólo...
FELIPE V en 1700 a 1701.
El viaje de Felipe V hasta España.
En diciembre de 1700, Luis XIV declaró que Felipe V era heredero posible del trono de Francia, y las potencias europeas temblaron ante la noticia, y declararon que, en esas condiciones, era nulo el testamento de Carlos II de España a favor de Felipe y el heredero resultaba el archiduque Carlos de Austria, que en ese momento, como hermano menor del archiduque José, no era heredero directo de Austria.
Luis XIV, el canciller Torcy y el duque de Beauviller, preceptor de Felipe de Anjou, dieron sus instrucciones al nuevo rey. El 3 de diciembre de 1700 le hicieron llegar la “Instrucción de Luis XIV al rey de España” recomendando que el Gobierno se dejara en manos del cardenal Portocarrero y del embajador francés D`Harcourt, pero que el rey no tuviera favorito ni primer ministro nunca. Al llegar a España debía tocar las menos cosas posibles en política interior y no crearse enemistades, pues cambiar cargos y poner demasiados franceses en ellos, le crearía enemigos; no debía ser drástico contra la Inquisición, porque era una institución que gustaba mucho a los españoles; debía ocuparse personalmente de los asuntos de Gobierno y no confiar en validos, ni formar camarillas, sino procurar ser el rey de todos los españoles. Felipe V aceptó los consejos de su abuelo. Felipe de Anjou tenía 17 años, era demasiado joven, y sus cualidades psíquicas y físicas no le hacían indicado para dirigir un Estado. Estaba mal educado para sus nuevas funciones. Él lo sabía, y por eso, en 1700-1714 gobernó la Princesa de los Ursinos, y a partir de 1714, Isabel de Farnesio.
En diciembre de 1700 se esperaba el regreso de las flotas americanas de 1698 y 1699, que debían regresar cargadas de mercancías y plata. Era fundamental protegerlas. Se envió a la Armada de Barlovento (4 galeones) y a la Escuadra del Océano (10 galeones) a proteger tanto las costas del Caribe como la Bahía de Cádiz, puntos donde eran atacados los barcos. Luis XIV hizo ver que los barcos españoles eran antiguos, pesados y lentos, y se ofreció para aportar barcos modernos a proteger las zonas peligrosas. El Consejo de Indias aceptó la proposición de Luis XIV. Con ello se abría América al comercio francés: se estipulaba que los barcos franceses de protección no deberían llevar demasiadas mercancías, sino sólo las justas para intercambiar productos con los que abastecerse de alimentos, pero esas mercancías eran incontrolables. Y todo el mundo lo sabía. Es más, Francia propuso que, para evitar el peligro de la bahía de Cádiz, cercada por los británicos, las flotas desembarcaran sus productos en Francia, y algunos barcos lo hicieron, con lo que llegaron muchas mercancías y plata a Francia. Además, estaba el asunto de pagar este servicio a Francia, para lo cual, en 1701, se concedió el asiento de negros a Francia y se le quitó a los portugueses.
Luis XIV ordenó que la comitiva de Felipe V fuera reducida, para no llamar la atención de los nobles españoles. Iban en ella el marqués de Louville, el duque D`Harcourt, el conde de Ayen y algunos secretarios y servidores del rey y de los señores que le acampañaban. Louville era un amigo de infancia de Felipe V. Hancourt era una persona discreta, diligente, competente, que conocía España desde hacía tiempo, pues era embajador en España desde tiempos de Carlos II y podía dar las líneas directrices de la reforma de la Administración española.
El viaje del nuevo rey fue calmoso: 4 de diciembre 1700 Felipe V salió de París protegido por Anne Jules de Noailles II duque de Noailles[1], el 24 de enero 1701 llegó a Irún habiendo aplicado 50 días a un viaje que se hacía en 8 días. El 18 de febrero llegó a Madrid (25 días para un viaje de 6 días), y allí descansó 29 días antes de ponerse a sus tareas de tomar posesión, el 21 de abril de 1701.
El día 4 de diciembre de 1700, Felipe de Anjou salió de París, oyó misa en Versalles y fue a dormir a Sceaux, punto oficial de salida de la comitiva que viajaría a España. En Versalles se reunieron Luis XIV, el Gran Delfín, los tres hijos del Delfín y muchos personajes de la familia. Luis XIV dijo que, a partir de entonces, las dos naciones debían actuar como una sola, buscar los mismos intereses, y que todos los reunidos debían colaborar en ello. Los duques de Borgoña y de Berry y el preceptor Beauvillier, decidieron acompañar a Felipe hasta la frontera española. Hacían fiestas en cada etapa del viaje, y un viaje normal de 10 días duró un mes. La fiesta final fue en la Isla de los Faisanes. Allí se hicieron cargo de la comitiva el marqués de Louville y el duque de Hancourt, embajador en Madrid. Las fiestas se repitieron, y el viaje de San Sebastián a Madrid duró 15 días.
Inmediatamente trataron de ganarse al rey las diversas facciones españolas: El conde de Oropesa trató de ver al nuevo rey en Guadalajara. Se lo impidió el cardenal Portocarrero. Felipe V conoció que los españoles se atacaban unos a otros, y entendió que era la manera de ser de los españoles, intentar medrar en el Gobierno a costa de quien fuese.
El 18 de febrero de 1701 llegó por fin Felipe de Anjou a Madrid, entró por la Puerta de las Eras, pasó por la basílica de Atocha y asistió a una ceremonia religiosa, antes de pasar a descansar al Buen Retiro. Se dirigió al Palacio del Buen Retiro, pues el Alcázar de Madrid, residencia de los reyes, estaba en obras. La gente de Madrid aclamó al nuevo soberano pues entendía que con él se acababa una época de continuas guerras, de reyes enfermos, de nobles conspiradores. Estaban muy equivocados en sus expectativas. En el Buen Retiro hubo besamanos, al que no asistieron ni la reina viuda de Carlos II ni los partidarios de Carlos de Austria. Los personajes más importantes del besamanos fueron el cardenal Portocarrero, el obispo Manuel Arias Gobernador del Consejo de Castilla, Antonio de Ubilla Secretario de Despacho Universal, y el embajador D`Hancourt.
La tutela de Luis XIV.
Luis XIV tenía la opinión de que había una incapacidad generalizada de los que debían gobernar en España y de los órganos de gobierno existentes en España. Y sabía que también Felipe V era un incapaz. Por ello, decidió ser él mismo, Luis XIV, quien decidiera desde Francia, y que los intermediarios franceses que ponía en España copiaran en España todo lo francés, sistemática y agobiantemente. Si el rey era un incapaz, los gobernantes debían suplir esas capacidades.
No estaba Luis XIV acertado del todo ni equivocado del todo. En puestos del Gobierno español había muchos incapaces. Esta incapacidad tal vez se debiera a que se accedía a los cargos por ascendencia familiar y no por idoneidad para el puesto.
La prueba evidente de la incapacidad de los gobernantes españoles era la ruina económica y el desastre militar, las instituciones corrompidas, la imposibilidad de funcionamiento del Estado. Era un panorama aterrador. Pero precisamente de ese cúmulo de miseria nacía la posibilidad de renovarlo todo. Nadie en su sano juicio podía oponerse a unas reformas, por malas que fuesen. Luis XIV conocía perfectamente las limitaciones intelectuales y humanas de su nieto Felipe V, y también sabía que haber aceptado el trono de España conduciría a la guerra contra Austria, Inglaterra y Holanda, pero confiaba en el magnífico ejército francés y en su equipo diplomático, para jugar la suerte de ambos países, Francia y España. El ejército francés no serviría para nada si los aliados ocupaban la Península Ibérica y España no era capaz de defenderse a sí misma. El mejor ejército de Europa, el francés, confiaba en sí mismo, pero sabía de las muchas deficiencias del ejército español, de su flota y de sus fortalezas, a la vez del alto déficit de la hacienda pública que impedía solucionar los problemas citados.
Por lo tanto, era preciso organizar en España un ejército, no muy grande quizás, pero suficiente para defenderse en caso de un ataque previsible. A su vez, levantar ese ejército suponía la reforma previa de la recaudación de Hacienda, por lo cual era preciso enviar a un experto en estos temas recaudatorios. Y, en general, era precisa una reforma completa de la Administración.
Los españoles que tenían algún poder, eran contrarios a las reformas, pues en cualquiera de ellas veían amenazados sus privilegios. Así que la reforma tenía que empezar por liquidar los viejos sistemas de Gobierno y apartar a los viejos gobernantes del poder.
La idea era relegar a los Consejos a un segundo plano, pues los Consejos estaban dominados por nobles, muchas veces con deseos hereditarios de colocar a sus hijos, fueran valiosos o no, y con el peligro de tener que someterse a las demandas nobiliarias, con deterioro de la autoridad del rey. Había que crear un Ejecutivo fuerte que fuera capaz de aplicar las medidas que se decretaban, y ese ejecutivo sería el Consejo de Gabinete, primero, y el Despacho Universal poco después.
Luis XIV tendría embajadores y agentes en España que le contaran puntualmente lo que ocurría en el país. Seguía las reformas con cierto interés. Y ello era para España una novedad revolucionaria, era el primer cambio importante realizado en España desde hacía siglos, con intención de derribar el sistema político y sustituirlo por otro más racional.
Luis XIV no actuaría gratis en defensa de España. En 1701 obtuvo el asiento de negros para Francia. Era un pequeño negocio en el que incluso a veces se perdía dinero, bajo el cual se escondía otro mayor, el libre comercio de todo tipo de productos, lo cual daba salida a la producción industrial francesa y aportaba a Francia metales preciosos. Tan brillante negocio, llevó a que los franceses exploraran el comercio de Pacífico a partir de 1704, en la costa chilena y peruana. Pronto los españoles sintieron que, cuando llevaban sus artículos a las ferias anuales americanas, se encontraban los mercados saturados. El historiador Lynch calcula que en la época 1701-1725, los franceses dominaban el 68% del comercio peruano. Y la participación española en las cifras de comercio americano fue en descenso durante todo el siglo XVIII.
España practicó una política absurda, de cortedad de miras, en América, prohibiendo que los americanos tuvieran sus propias industrias, excepto ingenios azucareros, razonando que así las industrias se instalarían en España. Ello hubiera sido verdad si el comercio americano hubiera sido un monopolio español, pero eso sólo ocurría en la imaginación de algunos españoles y en la ley española, no en la realidad.
El Consejo de Gabinete, de Portocarrero.
Febrero de 1701.
Felipe V significó un cambio en la estructura del Gobierno español: Cuando Felipe estaba ya en España, y durante su dilatado viaje hasta Madrid, Portocarrero formó inmediatamente, en febrero de 1701 un Consejo de Gabinete, o Consejo de Despacho del Rey, reunión informal de personas de confianza del monarca, que ninguneaba al Consejo de Estado de Antonio de Ubilla, pero contaba con él como miembro del Consejo de Gabinete. El Consejo de Gabinete no tenía reparto de competencias entre sus miembros, sino que actuaba colegiadamente como organismo asesor del rey. Sus miembros eran invitados a formar parte del Consejo invitados por el rey a título personal, sin ningún mérito o cargo necesario para ello.
Miembros del Consejo de Gabinete:
Estaba presidido por Luis Fernández de Portocarrero Bocanegra y Moscoso Osorio, cardenal desde 1669, arzobispo de Toledo desde 1677, el hombre que había llevado al trono a Felipe V, asistido por:
Enrique de Lorena, duque de Harcourt, hombre de Luis XIV, embajador de Francia en España,
Manuel Arias Porres, arzobispo de Sevilla, presidente del Consejo de Castilla desde abril 1699 a noviembre de 1703,
Antonio de Ubilla Medina, presidente del Consejo de Estado, que actuaba como Secretario.
Fernando de Aragón y Moncada[2], duque de Montalto, consejero de Estado.
Juan Domingo Méndez de Haro y Sotomayor[3], conde de Monterrey, antiguo gobernador de los Países Bajos y virrey de Cataluña.
Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar[4], marqués de Mancera, consejero de Estado.
Rodrigo Manuel Fernández Manrique de Lara y Ramírez de Arellano, conde de Frigiliana, presidente del Consejo de Aragón, un tipo brillante y despierto, del partido españolista.
Luis Francisco de la Cerda y Aragón Folch de Cardona[5], duque de Medinaceli.
Domingo José de Guzmán y Silva, duque de Medinasidonia, un anciano lelo y débil.
Fue Mayordomo Mayor del rey, Fadrique Álvarez de Toledo y Ponce de León, 1635-1705, VII marqués de Villafranca del Bierzo, 1649-1705. Era un militar de gran prestigio, pues había sido en 1663 Capitán General de las Galeras de Sicilia, en 1670 Capitán General de las Galeras de Nápoles, en 1671 virrey interino de Nápoles, en 1673 Virrey de Sicilia. Sustituía a Juan Tomás Enríquez de Cabrera, XI almirante de Castilla, duque de Rioseco y conde de Melgar.
Fue confesor del Rey, Guillermo Daubenton, otro hombre puesto por Luis XIV, que ejercería el puesto hasta 1705, y volvería a ejercerlo en 1715-1723. Era jesuita, igual que el confesor de Luis XIV.
Portocarrero, o el Consejo de Gabinete, hizo cambios de funcionarios que no le eran gratos y destituyó e incluso expulsó de Madrid al conde de Oropesa, al inquisidor Baltasar Mendoza (enviado a su obispado de Segovia), a Juan Tomás Enríquez de Cabrera XI almirante de Castilla, mayordomo real. Quedaron relegados a una segunda fila los partidarios de la casa de Austria: la reina viuda Mariana de Neoburgo y el conde de Frigiliana. La reina viuda se negaba a abandonar el Alcázar y sólo lo hizo el 2 de febrero de 1701, retirándose a Toledo.
Portocarrero llevó a palacio, en cambio, a hombres de su confianza como: el duque de Medinasidonia, el marqués de Villafranca, Félix de Córdoba duque de Sesa, Francisco Girón duque de Osuna, Martín de Guzmán marqués de Quintana, Antonio Martín de Toledo duque de Huéscar, Agustín de Velasco hijo del marqués de Fresno, y al conde de Benavente.
El Consejo de Gabinete no era un bloque homogéneo: dentro del bando borbónico, Portocarrero tenía su grupo de favoritos, y Arias tenía el suyo, de modo que ambos, dentro del Gabinete, eran enemigos políticos. Felipe de Anjou contemplaba con asombro la división del Estado en dos bandos, borbónicos y austracistas, y la división del bando del Gobierno en dos más, hombres de Portocarrero y hombres de Arias, y no comprendía los mecanismos de odios y afectos, beneficios y perjuicios por los que funcionaban los españoles. Pero decidió dejar hacer a Portocarrero porque así se lo había recomendado Luis XIV.
Pero no ocurrió lo mismo con Louville, quien no comprendió la postura de Felipe V de Borbón. Louville manifestó “es un rey que no reina ni reinará jamás”. Entonces, los franceses empezaron a decir que era un rey apático que se dejaba dominar. Y la opinión llegó al pueblo de Madrid, que también empezó a chismorrear en las tabernas que el rey no valía nada. Ese pueblo de Madrid, era el mismo que una semana antes había dicho que por fin llegaba a Madrid un rey sabio y prudente.
La novedad era que este Consejo de Gabinete era el que decidía los asuntos de Gobierno que antes gestionaban el Consejo de Estado y el Consejo de Castilla. El viejo Consejo de Estado estaba integrado por Grandes de España y había intervenido mucho en tiempos de Carlos II. El sistema de Gobierno se basaba en la llamada polisinodia, o multitud de organismos que se complementaban y contrapesaban.
El Consejo de Castilla, era el verdadero órgano supremo del poder, pero tenía un grave defecto que era su perfeccionismo legalista. El Consejo de Castilla era extremadamente cuidadoso con la fundamentación legal de todas sus decisiones, y previamente a adoptar una, consultaba a todas las partes implicadas y daba plazos de reclamación, lo cual significaba que los asuntos sencillos tardaban meses y aun años en resolverse, y los complicados mucho más. La idea nueva que traían los franceses era tomar decisiones prontas, a veces inmediatas, y más tarde, ya se contemplarían los asuntos legalistas en el Consejo de Castilla. Esas decisiones prontas se tomarían en el Consejo de Gabinete. El Consejo de Castilla se mantenía en todo su poder, y su Presidente o Gobernador se consideraba la persona más poderosa de España, tras el rey.
El nuevo sistema de Gobierno aparecía diferente: las decisiones se tomaban con criterio único, adoptado con rapidez y sostenido con energía. Los temas económicos cobraban mucha mayor importancia que hasta entonces, y trataban de eliminar el conservadurismo, casuística política y la lucha por el predominio de unos grupos sociales sobre otros. Los españoles entendieron que el sistema de Gobierno de Luis XIV, duro, vertical, autoritario, se estaba imponiendo.
Con el Consejo de Gabinete funcionando, el Consejo de Estado no tenía sentido y ni siquiera se reunía. Los cargos del Consejo de Estado pasaron a ser más bien honoríficos. Había sido un organismo colegiado con capacidad para ocuparse de muchos temas al mismo tiempo, pues atendía a negocios de la Iglesia, justicia, guerra y Estado, actuando en comisiones especializadas y no en pleno. El Consejo de Estado subsistía, pero tenía pocas funciones.
El nuevo Gabinete estaba integrado por gente designada por el rey, que dimitían a petición del mismo. Eso significaba que Felipe V haría un Gobierno personal.
El cardenal Portocarrero y el Presidente del Consejo de Castilla, Manuel Arias Porres[6], aparecían como los hombres fuertes del Gobierno.
Pero no creemos que el cambio de modelo de Gobierno se debiera a que algunos Grandes se hubieran manifestado como austracistas (el almirante de Castilla y el conde de Oropesa), porque los austracistas en Madrid eran pocos. Más bien, se copió el modelo francés, y se aprovechó para quitar de los puestos decisivos a gente no conveniente.
El sistema de Gobierno de Portocarrero, primero de Felipe V, no gustó. Tal vez ello se debía al poco tacto que mostraron los gobernantes franceses. El Presidente del Consejo de Castilla, Manuel Arias, se sintió ofendido cuando vio resolver asuntos sin contar con él, excepto para firmar los decretos. Pero incluso en las formas los franceses estuvieron mal. Louville llegó a manifestar que: “los Grandes son todos imbéciles, bajos, sin fuerza ni virtud, fieles por pereza o ignorancia”. Los franceses estaban actuando con desmesura, agresividad y complejo de superioridad.
El Consejo de Gabinete duró hasta 1726, momento en que Patiño reorganizó el Gobierno e hizo desaparecer este Consejo.
El rey se aburre, casemos al rey.
Ante este ambiente más bien hostil, Felipe V decidió no hablar con nadie, ni con franceses ni con españoles, y ni siquiera abrir el correo que le llagaba, excepto el que viniera de parte de su abuelo Luis XIV. Luis XIV nombró confesor de Felipe V al jesuita Guillermo Daubenton, lo cual acababa con una saga de confesores del rey dominicos. Daubenton era gordito, cortés, inteligente, prudente, precavido, hábil, y adoptó una apariencia desinteresada, sencilla y como de ignorancia, pero en realidad era un intrigante, falso e intervenía o pretendía intervenir en todo.
En estos días, Felipe de Anjou empezó a mostrar signos de su enfermedad: pensaba que se podía morir en cualquier momento y decía que sentía la cabeza vacía y como que se iba a caer en cualquier momento al suelo. Dijo que no le gustaba la comida española, ni los criados españoles, ni la rigidez de Portocarrero, ni la ambición de Manuel Arias, ni la soberbia de los Grandes de España. El nuevo rey era un niño rubito, de ojos azules y ello gustó a las mujeres españolas, pero Felipe de Anjou decidió no hacerles caso.
A Felipe V no le gustaban los toros, diversión de los lunes de todos los madrileños, y le aburrían los “autos de fe” en los que se entretenían los beatos y beatas españoles y que consistían en que famosos predicadores hacían discursos amenazadores, profusos, prolijos y tétricos, que gustaban mucho a los españoles. Se mostró diferente, distante.
Felipe V se acostaba tarde, a la una o las dos de la mañana, sin que tuviera nada que hacer que le retrasase hasta “tan altas horas de la noche”. Los españoles no le comprendían y empezaron a hacer pasquines, coplas y chistes sobre el hecho. Y Felipe V se empeñó en no aprender castellano. En realidad se debía a que tenía un gran sentido del ridículo y no se atrevía a pronunciar mal las frases, pero los españoles no podían saberlo porque ellos tampoco hablaban francés. Y los pocos que hablaban francés, cenaban con el rey tarde, a media noche, en cenas de etiqueta en las que el rey exigía pulcritud absoluta. Los españoles decidieron que no se podía mostrar alegría en presencia del rey, y todos se aburrían.
Ante las malas relaciones sociales entre el Rey y la Corte, los españoles y franceses decidieron casar a Felipe V. El rey tenía 17 años y podía alegrarse con una esposa. La novia estaba designada desde hacía tiempo por Luis XIV, pero se estaba esperando porque era muy niña, pues sólo tenía 13 años. Aún así, decidieron exigirle comportarse como una reina. Se llamaba María Luisa Gabriela de Saboya y había sido escogida por su hermana, María Adelaida de Saboya, esposa del duque de Borgoña. Era pequeña, morena, vivaz, alegre, pero no una belleza. El 8 de mayo de 1701 se anunció el compromiso en San Jerónimo el Real y el 23 de agosto se firmó el contrato matrimonial. El 5 de septiembre de 1701, el rey salió de Madrid para recibir a su nueva esposa en Barcelona. El 11 de septiembre se celebraron esponsales por poderes en la basílica de Turín, y la nueva reina salió para España. Al llegar a la frontera francesa, los franceses despidieron a sus damas de compañía italianas y las sustituyeron por otras francesas, lo cual causó tristeza a la reina. Al entrar en España, Cataluña agasajó a la nueva reina con muchas fiestas, pero siempre pidiendo y reivindicando sus tradiciones. Pero el Consejo de Gabinete actuó de nuevo con poco tacto, y decidió cambiar al Landgrave Jorge de Hessen-Darmstadt, gobernador de Cataluña, por Gaspar Portocarrero conde de Palma, hermano del cardenal Portocarrero, jefe del Consejo de Gabinete del rey. Los catalanes se disgustaron por no haber sido consultados. Los Consellers del Consistorio Municipal de Barcelona fueron a ver al rey, entraron, y el rey no les mando cubrirse, privilegio de los Grandes de España, y ello fue motivo para que se sintieran más ofendidos. Felipe V no supo que tenía que haberles mandado cubrirse, como decía el protocolo, y se enteró cuando éstos se habían marchado, después de la ceremonia. El rey se ofreció a presidir unas Cortes catalanas, lo cual se demostró otro error.
Las reformas administrativas de Felipe V en 1701.
Un objetivo del nuevo Gobierno de Felipe V fue la integración peninsular mediante la centralización administrativa, lo cual pensaba que redundaría en el fortalecimiento de la monarquía absoluta.
Las reformas empezaron antes incluso de ser jurado rey Felipe V:
El 6 de marzo de 1701 se reorganizó el Consejo de Castilla, verdadero Gobierno de España en esos momentos, dejando un Presidente, denominado Gobernador, veinte Oidores y un Fiscal para las cuatro salas. Se intentaba iniciar un Gobierno de España unificado, coordinado, pero ello no tendría lugar hasta noviembre de 1713, con Orry, cuando las funciones gubernativas de los Consejos pasasen al Consejo de Castilla. Aunque Orry había llegado a España en junio de 1701, no consiguió realizar sus planes, y de forma efímera, hasta 1711. De momento, subsistían los distintos Consejos actuando cada uno por su cuenta. Un verdadero Gobierno de Secretarías de Despacho, todavía no existía.
Una vez remodelado el Consejo de Castilla, no sin las tensiones lógicas en estos casos, se convocaron Cortes para el 8 de mayo de 1701 para jurar al nuevo rey. Asistieron a estas Cortes los Procuradores de las ciudades, los representantes de los Prelados, los Grandes de España y lo embajadores extranjeros que lo desearon y Felipe V juró fidelidad a los fueros, leyes, usos y costumbres castellanos, no enajenar villas ni lugares de realengo y respetar los privilegios, fueros y exenciones vigentes en España en ese momento. Las Cortes, una vez oído el rey, le prestaron homenaje.
De marzo de 1701 a diciembre de 1702 se tomaron medidas recaudatorias excepcionales: se ordenó la devolución de las joyas y alhajas que los monarcas hubieran regalado, se ordenó la suspensión de mercedes, libranzas, ayudas, réditos de juros y réditos de empréstitos de ese año, y además, las provincias deberían en adelante mantener los gastos del ejército a prorrata.
Reformas económicas iniciales de Felipe V.
Las reformas iniciales de Felipe V en España eran muy modestas, pero desde el principio se vio que el nuevo Gobierno de Felipe V tenía deseos de renovar España:
En 1702, la Mesta pidió rebaja en los precios de los pastos alegando caída de precios de las lanas y recurriendo al proteccionismo en que estaba basada la economía española. Lo cierto es que sólo era legal exportar a Francia y ello producía exceso de oferta en ese mercado. España seguía pensando en mentalidad de los Austrias, conseguir todo a través del rey.
En 1702 se abrió la fábrica de paños de Chinchón, en 1703 la fábrica de paños de Talavera, en 1704 la fábrica de tapices de Madrid, en 1705 la fábrica de paños de Calahorra, en 1705 la fábrica de paños de San Fernando, en 1710 la fábrica de paños de Valdemoro y en 1712 se dio el privilegio real para abrir la fábrica de cristal de San Ildefonso.
Felipe V empezó pues su reforma económica con la estimulación de la apertura de talleres textiles, lo cual significó un primer momento de actividad que, cuando encontró demanda para sus productos, hizo apetecible la mecanización, es decir la importación de máquinas. Era la primera fase, o fase previa a la revolución industrial. Esta fase será muy dilatada en el tiempo y se prolongará hasta segunda mitad de siglo, cuando se llegue a la conclusión de que lo importante para un taller es la comercialización de sus productos, momento en que se empezará a pensar en medidas liberalizadoras, libre tránsito de mercancías y libertad de comercio con América. Faltaban muchos acontecimientos y muchas reformas para llegar a ello.
Igualmente en el plano financiero, hemos de constatar que en 1713, Francisco Piquer creó un Monte de Piedad en Madrid, y la institución sería imitada a partir de entonces en Cartagena, Zaragoza, Granada y otras ciudades. En 1749 se puso un Monte de Piedad en Barcelona. El objetivo de estas instituciones era defender a las clases modestas de la usura y de la inflación.
Esta época del reinado de Felipe V queda dentro de un ciclo económico, que los expertos económicos delimitan entre 1680 y 1735[7]:
En 1680 se empezaron las iniciativas mercantilistas, es decir la acción del Estado para mejorar las cuestiones económicas. Y ello dio como fruto un cierto despegue económico en Cataluña, y una disminución del hambre en Galicia y el Cantábrico por introducción del maíz.
1700-1735 fue época de contracción de precios, deflacionista, fenómeno que se venía observando ya desde 1680. Los precios agrícolas españoles se mantuvieron y normalizaron y España pudo recuperarse económicamente de algunos males sufridos en el siglo anterior, excesiva inflación. Más en concreto, los precios subieron muy poco en 1700-1711, y bajaron poco hasta 1820, sin oscilaciones bruscas, predominando la estabilidad. Podemos decir que, durante unos años, se notaba la Guerra de Sucesión Española. De 1720 a 1735 podemos decir que hubo completa inmovilidad de precios. Ahora bien, ningún economista cree que el ambiente de deflación sea adecuado para un relanzamiento económico.
En conjunto, en 1680-1735, hubo un cierto avance económico, lento, con interrupciones por las guerras, pero avance en términos generales.
En esta primera mitad de siglo XVIII, los economistas españoles eran colbertistas, partidarios de reglamentar mucho a fin de importar poco, exportar al máximo y dar movimiento al mercado interior. Se prohibieron algunas importaciones y algunas exportaciones y se proyectó una Compañía General de Comercio, al estilo de lo que tenían Inglaterra y Holanda, pero no llegó a realizarse.
En 1717, el navarro Jerónimo de Uztáriz[8] presentó su Teoría y Práctica de Comercio y Marina, publicada en círculos restringidos en 1724 y reeditada en 1742. En ella exponía ideas mercantilistas colbertistas: identificaba la riqueza con la posesión de metales preciosos, pero no creía que fuera tan importante evitar la salida de numerario, como procurar su entrada en el país. El modo de hacerlo era fomentar las manufacturas y el comercio. Para fomentar las manufacturas, había que coordinar la acción privada con la del Estado, y éste debía reducir gravámenes internos, principalmente alcabalas y cientos, o bolla catalana, para obtener costos competitivos, y conceder algunas gracias y franquicias a los productores españoles, al tiempo que se debían poner algunos gravámenes a las mercancías extranjeras. También se debía atraer a obreros cualificados que fabricaran cosas de calidad, susceptibles de demanda exterior. Para fomentar el comercio no se necesitarían muchas Compañías de Comercio, y mucho menos crear otras nuevas, sino establecer consulados que ayudasen en los pedidos y en los pagos, al tiempo que una escuadra garantizase la seguridad de los envíos. Uztáriz no era partidario de las Manufacturas Reales, pues creía que la iniciativa privada era siempre más eficaz que la Administración. En concreto, pedía reformas como suprimir aduanas interiores, uniformar el sistema tributario, mejorar los caminos y carreteras, hacer canales navegables, mejorar los puertos, establecer consulados en las principales ciudades europeas con puerto, vigilar el estricto cumplimiento de los tratados de comercio con otras naciones, crear una Armada que apoyara al comercio español y vigilara las costas para evitar el contrabando, arreglar los aranceles, corregir los abusos de los aduaneros y en especial los de Cádiz, donde se sospechaba que había mucha corrupción, pasando el Estado a administrar directamente las aduanas, fomentar la pesca nacional, en especial la del bacalao, dando algunas exenciones a los pescadores y facilitándoles la sal sin tantos impuestos.
Otro navarro, Francisco Javier Goyeneche[9], tradujo en 1717 las obras de economía que circulaban por Europa, las de Pierre Daniel Huet.
El Gobierno de España en 1701.
El 14 de abril de 1701 se trasladó Felipe V desde el Buen Retiro al Alcázar, lo que se considera entrada de Felipe V en Madrid, o comienzo efectivo del reinado, y entonces se preparó la proclamación del rey que tuvo lugar el 8 de mayo de 1701. Las Cortes de Castilla se reunieron en San Jerónimo el Real (en el estrado contra la pared los diputados de las ciudades, en el centro los prelados, grandes y embajadores, y en las galerías altas el resto de la nobleza) y ante ellas, Felipe juró guardar los usos, fueros, usos, costumbres, privilegios y mercedes de ciudades villas y lugares de los reinos, y las Cortes juraron fidelidad al nuevo rey.
Como consejeros de Felipe V, éste aceptó al cardenal Portocarrero, al Presidente del Consejo de Castilla Manuel Arias Porres, al francés Henry d`Hancourt de Lorraine duque d`Harcourt, y al también francés Jean Orry.
Henry D`Hancourt de Lorraine, 1654-1718, duque de Harcourt, había pedido permiso en 1700 a Luis XIV para formar parte de los gobernantes de Felipe V, y Luis XIV se lo negó, pues no quería llamar la atención poniendo extranjeros en el Gobierno, así, de entrada. Pero en cambio, en junio de 1701 le ordenó estar en las sesiones de gobierno del Despacho Universal como ministro en la sombra. D`Harcourt hacía funciones de primer ministro, Orry de ministro de Hacienda. Orry examinaba los ingresos y gastos del Estado, las deudas y los empeños, promovía medios para aumentar las rentas del Estado y trataba de equilibrar los gastos con los ingresos. Sus proyectos se los proponía a D`Harcourt, éste se los pasaba a la Ursinos, quien se los llevaba a la reina, los tomaba entonces Louville y se los pasaba a Felipe V, que los firmaba. El sistema funcionó razonablemente hasta que D`Harcourt enfermó. El titular como embajador francés en España era Ferdinand de Marcin, conde de Marcin (lo he visto escrito Marchin, Marcin y Marsín), nuevo embajador desde 1701 (el anterior era D`Harcourt) y mariscal desde 1703, quien acompañó a Felipe V a Italia, y murió en una batalla en 1706.
D`Harcourt pidió a Portocarrero una reforma en la Administración en general y en Hacienda en particular, pero no había nadie en España capaz de abordar la empresa y no por falta de conocimientos. El problema de los españoles, es que estaban divididos en grupos irreconciliables, y cualquier iniciativa generaba automáticamente reacciones en contra de quien la tomara. Como a D`Harcourt tampoco le dejaba hacerlo Luis XIV, se decidió pedir un experto en economía, y fue Jean Orry.
En junio de 1701 llegó el francés Jean Orry[10] a España. Se trataba de un abastecedor del ejército de Luis XIV, hombre entendido en negocios y finanzas, que debía estudiar la situación financiera española para Philippe d`Anjou (Felipe V para los españoles). Orry recomendó centralizar la administración de Hacienda, y reformar el Gobierno de España disminuyendo la autoridad de los Consejos y creando Secretarías de Despacho al estilo francés, con hombres expertos y fieles al rey. Permaneció en España y se le encomendó la reforma de Hacienda que recomendaba, pues el 75% de esos ingresos iban al ejército y las fuerzas armadas eran muy necesarias en ese momento. Los enemigos del centralismo se sintieron agraviados por la desautorización que se hacía de los Consejos y se hicieron austracistas, partidarios del archiduque de Austria.
Jean Orry aparecía como un secretario personal del rey de Francia, enviado a España para que estudiara el problema financiero español a fin de que, recaudando adecuadamente fuera posible levantar un ejército y una Armada, y reparar las fortalezas militares. Orry informó de que eran necesarias un par de reformas: la centralización de la administración de Hacienda, y una reforma básica del organigrama de Gobierno, trasfiriendo el poder político desde los Consejos Reales y Territoriales, dominados por nobles, a veces corruptos, a veces interesados en sus propios intereses, a veces ineptos, a Ministerios gestionados por profesionales leales a la Corona y dependientes de ella. Orry se nombró a sí mismo Ministro de Finanzas y Secretario de Hacienda y trató de reformar el Estado español. Logró recaudar más impuestos, con los que pagó a los saldados y les consiguió alimentos y armas para ganar la guerra. En 1705 conseguiría abrir las Secretarías de Guerra y Hacienda, todavía con poca fuerza. En 1706 se marcharía a Francia, pero volvería en 1713.
Orry debió quedar escandalizado de lo que encontró a su llegada a España, una nación que seguramente tenía por muy organizada y poderosa. A principios de 1703, Orry hizo unas manifestaciones duras: en España, los Consejos disponían de los empleos, ingresos del reino, mercedes reales… y que el rey no jugaba ningún papel en el Gobierno, aunque fuera denominado absoluto. La nobleza y la Iglesia campaban a sus anchas, y las regiones fueristas, Cataluña, Aragón, Valencia, País Vasco y Navarra, iban por libre. Es decir, Orry veía un país corrupto, que además ocultaba bienes y pagaba mucho menos de lo que debía a Hacienda. Era preciso dar poder al rey, y para ello proponía crear Secretarías de Despacho, como las francesas, que dependieran de la voluntad del monarca, saltándose a todos los Consejos. Y efectivamente, tras muchos años de reformas, se lograría que los Consejos pasasen a simples tribunales de justicia en el tema en que estaban especializados. Y se incrementó la recaudación, y fue posible levantar un ejército.
Orry quería trasladar el modelo francés a España, lo cual es un imposible. Nunca se pueden trasladar modelos políticos a sociedades y economías diferentes, pues no se adaptan a las nuevas circunstancias. En España era imposible, a corto y medio plazo, centralizar los impuestos, regularizar los ingresos del Estado, introducir transparencia en el sistema recaudativo, porque ello molestaba a muchos intereses sociales. Orry fracasaría y, de hecho, esas reformas no se realizarían en todo el siglo XVIII a pesar de intentarlas muchos políticos. Todos dieron pasos adelante, pero nadie culminó las reformas, porque el cambio social y económico debe ir parejo a los cambios políticos, y ese cambio es lento por sí.
Primeros cambios en el Gobierno.
Lo primero que hubieron de hacer los nuevos gobernantes fue una depuración del Gobierno expulsando de él a muchos nobles partidarios de los Austrias, algunos de ellos con pena de destierro, y admitiendo a otros que se suponían partidarios de los borbones.
El 27 de marzo de 1702 se ordenó vaciar de contenido al Consejo de Flandes y parar su actividad, pues ya no tenía sentido. La paradoja es que este Consejo no había sido regulado nunca desde su creación en 1588 y, cuando recibió ordenanzas para su funcionamiento y funciones, en 1700, era ya un organismo inútil, que desapareció el 14 de abril de 1702. En 1706 España perdería definitivamente Flandes. Una curiosidad más, es que, una vez desaparecido el Consejo de Flandes, quedaron Consejeros del Consejo de Flandes, consejeros sin ejercicio, como Baltasar de Molinet.
Luis XIV decidió que el rey tuviera otra imagen ante los españoles: frente a los Austrias que vivían encerrados en Palacio, o en sus jardines y campos de caza, Felipe V debería salir por Madrid y hacerse visible entre la gente. Felipe V tenía instrucciones para jurar los fueros de los distintos reinos, y ser jurado rey en todos ellos: Fueron convocadas Cortes de Castilla para 8 de mayo de 1701. Fueron anunciadas Cortes en Zaragoza para el 13 de julio pero no fue esa la fecha en que se reunieron, pues el rey no llegó a Zaragoza hasta 14 de septiembre, cuando salía a recibir a su esposa María Luisa de Saboya. Los fueros de Aragón fueron jurados el 16 de septiembre de 1701 y, en el mismo momento, las Cortes de Aragón le juraron como rey. El día 20 de septiembre salió para Barcelona, reunió Cortes en el Convento de San Francisco, juró los privilegios catalanes y fue jurado como rey el 12 de octubre de 1701. Las Cortes de Barcelona fueron un error de Felipe V, pues los catalanes tenían preparada toda una lista de agravios que les debían ser compensados, y fue imposible oírlos todos, y menos atenderlos. En 1701, Felipe V concedió a los catalanes la facultad de comerciar con América en dos barcos por año, rompiendo el privilegio castellano sobre América. Las Cortes se cerraron en 14 de enero de 1702. La concesión del rey fue interpretada por los catalanes como signo de debilidad y resultó propaganda negativa.
En adelante, las Cortes fueron reunidas varias veces por Felipe V, pero nunca se las consintió iniciativa ninguna. Fernando VI no las convocaría nunca y Carlos III sólo en 1790 para la jura de heredero. Las Cortes de Aragón y Cataluña se reunieron por última vez en 1701 para jurar a Felipe V, y las de Aragón se volvieron a reunir en 1702 para aprobar un subsidio que pedía la reina María Luisa. Felipe V se había casado en 1701 con María Luisa de Saboya.
España como negocio para Francia.
Por otra parte, los franceses no perdían el tiempo: una de sus primeras acciones, fue hacerse conceder en 1 de mayo de 1701 el asiento de negros a la Compagnie de la Guinee, empresa francesa. El negocio de aprovisionar de esclavos no era demasiado jugoso en sí mismo, pero daba entrada a los barcos franceses en los puertos americanos, y allí se vendían todo tipo de mercancías, un negocio sabroso.
Francia no se conformaba con un negocio tan fabuloso, sino que quería mucho más, el Caribe entero: enseguida tomó posiciones en Mobile y Pensacola (norte del Caribe, entre la desembocadura del Mississipi y Florida) como base para sus comerciantes, y pidió que se le abriera el comercio de Cuba y Santo Domingo, el eje de la exportación hacia España. Es muy importante este dato de las ambiciones francesas de cara a interpretar los conflictos futuros del XVIII entre Francia e Inglaterra, e incluso los planes de Napoleón a partir de 1799.
Entonces Inglaterra se sintió muy perjudicada. Inglaterra alegaba que había perdido Sicilia y Nápoles como abastecedores de trigo y vino, había perdido el comercio de negros en la América española, y era previsible la pérdida completa del negocio de la financiación del Estado español, cuya plata, últimamente, iba a Amsterdam, y que tenía visos de dirigirse a París en adelante. Reclamaba como compensación: Cádiz (el puerto comercial y militar más importante de España en ese momento), Gibraltar (el puerto más seguro del estrecho), Ceuta (el puerto de apoyo a Gibraltar para cerrar el estrecho), Tolón (el puerto militar más importante del sur de Francia, 50 kilómetros al este de Marsella) y Menorca (Mahón, el puerto natural más seguro del Mediterráneo occidental). Decía que ello era imprescindible para proteger sus intereses en el Mediterráneo. Eran unas pretensiones descabelladas, imposibles de aceptar por Francia y España. Y sin embargo, y a pesar de lo fantástico que parece el plan, al final de la Guerra de Sucesión Española, Inglaterra tendría la mitad de los objetivos (el comercio de negros, Gibraltar y Menorca).
Los ingleses y holandeses residentes en España empezaron a abandonar sus negocios y regresar a sus tierras desde 1701. Las dificultades se preveían desde la llegada de Felipe V. Sevilla, Bilbao y Cádiz sufrieron un bajón comercial importante. Los que no se fueron en 1701, fueron expulsados de España en mayo de 1702. Por entonces se ordenó embargar las mercancías de todos aquellos que habían tenido trato con ingleses, holandeses y silesianos y otros aliados de Austria, fueran españoles o neutrales. Los que se habían ido, habían obrado con acierto. No obstante, el comercio con Inglaterra y Holanda siguió existiendo en cuantía importante, de contrabando, pues los españoles no podían ni querían prescindir de los artículos que éstos les proporcionaban.
Reforma del ejército en 1701.
Otro cambio inmediato fue la reforma del ejército que recibió las Ordenanzas de Flandes en 1701. Esta reforma sería una constante preocupación de Felipe V, complementada con las Ordenanzas de Infantería, Caballería y Dragones de 1706, Ordenanzas de las Tropas de la Casa Real de 1717, Ordenanzas de Artillería de 1719 y, por fin, las Ordenanzas Generales del conde de Montemar que organizan un ejército según el modelo de Peysebur o de Luis XIV de Francia. Estas ordenanzas militares regirán hasta los cambios que introduzca Ensenada a partir de 1748.
El ejército que recibía Felipe V era desproporcionado a lo que se esperaba de él, por pequeño. Contaba con 20.000 hombres para defender Italia, Flandes y España. Carlos II había contado con 50.000 hombres, pero no se habían hecho reclutamientos desde 1694 y 1695 porque no había dinero para pagarlos. Además, había corrupción de varios tipos: de oficiales que declaraban más soldados que los que tenían para recibir más provisiones, que luego vendían; oficiales que imponían tributos, hacían requisas en las zonas de asentamiento del ejército; oficiales que no atendían su puesto militar, pues no eran profesionales militares sino aventureros que trataban de lucrarse con los alistamientos; oficiales que retenían la paga de sus soldados y además les incitaban a protestar para pedir más paga… En la recluta, se admitía a nobles voluntarios que se presentaban con un grupo de jóvenes reclutados en territorios suyos, y se admitía a compañías de hidalgos voluntarios que habían formado milicias, grupos éstos que se financiaban a su propia costa hasta que incorporaban sus hombres al ejército del rey, momento en que debían ser pagados, pero muchas veces no lo eran, ni ellos ni los soldados que aportaban. Las ciudades formaban sus propios tercios, que solían llevar colores distintivos de la ciudad que los enviaba. También se comisionaba a algunos militares para reclutar soldados en zonas determinadas de antemano, adelantándoles un dinero. En todos estos casos, los soldados quedaban ligados a su reclutador, pues de él recibían dinero, uniformes y armas. En fin, el ejército era un caos en el que cada grupo tenía distinto uniforme, armas y paga, y distinta obediencia. No había mercenarios, porque los mercenarios eran caros y se rebelaban con facilidad en cuanto no les llegaban las pagas. Y ya desde mediados del XVII se habían impuesto las reclutas forzosas. Como el Estado tardaba mucho en pagar, los soldados y los capitanes reclutadores, y las milicias urbanas estaban descontentos. Sólo los grandes financieros ganaban dinero, pues podían esperar y cobrarse con rentas de monopolios o de comarcas. Para ellos, la guerra era un buen negocio.
La posición española en Europa en 1701.
El 28 de junio de 1701 se firmó en Lisboa una alianza entre Felipe de Borbón y Pedro II de Portugal, mediante la cual, Pedro II aceptaba el testamento de Carlos II de España, acordaba colaborar con España durante veinte años, y se hacía una devolución del derecho de asiento de negros, que entonces tenía Portugal, a cambio de una indemnización. El acuerdo de Lisboa era la base jurídica para que en 27 de agosto de 1701 se cediera el asiento de negros a la Compañía de Guinea, francesa. Portugal, se sintió postergado, y rompería este acuerdo en 16 de mayo de 1703 cuando firmó el Tratado de Methuen. Los Grandes de España se sintieron ofendidos, pues creían que Portugal debía ser tratado como territorio sublevado a la autoridad de Felipe IV de España.
En ese tiempo, Luis XIV aconsejó, y Felipe V decretó que los Pares de Francia tuvieran igual consideración protocolaria que los Grandes de España, y ello disgustó más todavía a los españoles.
Luis XIV estaba en este tiempo negociando el matrimonio de Felipe V: pidió una hija al emperador Leopoldo de Austria, la mayor, archiduquesa María Josefa, y obtuvo una negativa rotunda, cosa con la que ya contaba el francés, pero era necesario hacerlo para cubrir el protocolo y que no vinieran después con que se sentían ofendidos. Entonces pidió la mujer que tenía pensado desde el principio, María Luisa Gabriela de Saboya, hija de Víctor Amadeo II de Saboya, duque de Saboya, nacida en 1688, y que por tanto, tenía 13 años de edad en ese momento, 14 cuando llegó a Zaragoza en septiembre de 1701. Felipe V, de 18 años de edad, dio su conformidad, y la reina María Luisa de Saboya[11] se trasladó a España, viéndose con su esposo en 2 de noviembre de 1701. Junto a este matrimonio se celebró el del duque de Borgoña con María Adelaida de Saboya.
María Luisa Gabriela de Saboya, tampoco estaba en condiciones de gobernar, pues tenía 13 años de edad en 1700.
Felipe V era duque de Milán. Ello resultaba muy atractivo para Luis XIV de Francia, que además era aliado de Víctor Amadeo II de Saboya y de Carlos III de Mantua. Con muy poco esfuerzo, Francia se podía hacer con el norte de Italia. Inmediatamente Luis XIV desplegó un ejército francés por Saboya, Milán y Mantua.
Lo que no era de esperar fue que, Eugenio Francisco De Saboya, un segundón de la Casa de Saboya, criado en la Corte francesa, y rechazado para mandar ejércitos por ser enjuto y bajito, resultase tan buen general para los austríacos. En 1683, Eugenio de Saboya se había enrolado en el ejército austríaco, y siempre demostró un gran odio por el rey de Francia. Pues bien, este hombre, sin previa declaración de guerra por parte de Austria a Francia, atacó al general francés Nicolás Catinet y le venció en Carpi (Emilia-Romaña) el 9 de julio de 1701, y en 1 de septiembre de 1701 atacó y venció al duque de Villeroi en Chiari (Lombardía). Se había iniciado la guerra. Inglaterra aprovecharía la oportunidad para el 7 de septiembre de 1701 firmar una alianza con Austria, Holanda y Sacro Imperio Romano Germánico, Alianza de La Haya, para llevar la guerra a dimensiones europeas.
En septiembre de 1701, se produjo la Gran Alianza de La Haya entre Austria, Gran Bretaña y Holanda, a la que en 1703 se unió Portugal. En mayo de 1702, la Gran Alianza declaró la guerra a Francia y a España.
Felipe V rey de Aragón.
En septiembre, Felipe V salió de Madrid hacia Zaragoza. Allí confirmó los fueros de Aragón, pero no celebró Cortes porque quería celebrar las de Barcelona y no le daba tiempo. Quedaron convocadas para 1702.
En la comitiva de Felipe V iba el marqués de Louville, el hombre de Luis XIV que coordinaba los acontecimientos según órdenes del rey de Francia, y la princesa de los Ursinos, que debía recibir esas órdenes de Francia e influir sobre la reina para que se cumpliesen. Su misión era informar al rey de Francia de cuanto ocurría en España, y transmitir los mensajes de Francia al rey de España. Felipe V vivía despreocupado del Gobierno.
Felipe V juró los fueros catalanes en Lérida y en Barcelona, donde se produjeron incidentes de protesta contra su persona, así como en las Cortes convocadas para jurarle a él.
Felipe V convocó Cortes en Cataluña para noviembre de 1701. Barcelona presentó las quejas que eran costumbre antes de otorgar una dádiva al rey. Barcelona se quejaba de que el rey vetaba algunos nombres en la elección de cargos municipales del Consejo de Ciento. La elección de cargos se hacía por insaculación, y el Consejo de Ciento, integrado por demasiadas personas, elegía 30 jurados para deliberar y decidir y 5 consellers para representar al gobierno de la ciudad. Todo se hacía por insaculación, pero desde la revuelta de 1640, el rey vetaba a las familias que se habían distinguido en esa revuelta. Cataluña se quejaba de que tenía que alojar muchas tropas, y era verdad porque Cataluña era sitio de paso para Italia y tenía acuartelamientos frente a Francia. Los militares imponían contribuciones casuales para poder alimentar a la tropa, pero también los jefes se quedaban con parte de los impuestos recaudados, en claro gesto de abuso de poder. Pero lo peor era que el austríaco príncipe de Darmstadt, virrey de Cataluña, con 2.000 soldados, estaba por allí molestando. Era un estorbo para Felipe V, que le quería expulsar, pero Darmstadt no se quería ir sin el dinero que el Gobierno le había prometido por sus servicios y sin pagar a sus tropas. Una tercera queja de Cataluña era que los delegados del condado que iban a Madrid habían tenido rango de embajadores, y en 1640, tras la revuelta catalana, se les había privado de esa consideración.
Las Cortes de Aragón de abril 1702, las convocadas por Felipe V en 1701, se abrieron al fin en 26 de abril de 1702, con la reina María Luisa como presidenta, duraron dos meses, y no fueron conflictivas. La reina confirmó los fueros aragoneses. Los aragoneses entregaron a la reina un donativo de 80.000 libras (entre 800.000 y 1.500.000 reales), que era un donativo pequeño.
No hubo Cortes en Valencia porque había un movimiento reivindicativo de contrafueros y no se consideró conveniente hacerlas.
Portocarrero puso como virrey de Cataluña a un sobrino suyo, el conde de la Palma, que prometió conservar los privilegios catalanes.
Matrimonio de Felipe V – María Luisa.
En 11 de septiembre de 1701, Felipe V, que tenía entonces 17 años de edad (cumplía 18 en diciembre), se casó por poderes con María Luisa Gabriela de Saboya, de 13 años, por intermediación del rey Luis XIV de Francia, que esperaba, mediante ese matrimonio, tener a Saboya de su parte en caso de guerra con Austria.
María Luisa tuvo, por decisión de Luis XIV ratificada por Portocarrero, como Camarera Mayor a María Ana de Tremouille, princesa de los Ursinos, “la Orsini”, una mujer hábil e inteligente, francesa de nacimiento, alta, arrogante. María Luisa de Saboya aportaba a Francia el apoyo de Saboya, un paso seguro desde Francia hasta Italia a través de Saboya. Luis XIV quería que la camarera de la reina fuera española y la relacionase con las damas españolas, pero Portocarrero no quería intrigas en palacio y quiso una francesa. Luis XIV cedió y ordenó a la Ursinos salir de su residencia de Roma y unirse a la comitiva de María Luisa de Saboya en Niza.
María Luisa embarcó en Niza para llegar más cómoda a Barcelona, pero hubo tormenta en el Mediterráneo y se decidió entrar en puerto en Toulon. Como la tempestad persistía, decidieron seguir camino por tierra. No había coches preparados para ese viaje, y se los pidieron a la reina viuda de Carlos II.
De otro lado, la Princesa de los Ursinos salió a recibir a la reina a Villafranca a fin de preparar su encuentro con el rey en Barcelona. En noviembre de 1701, Felipe V, se vio por primera vez con su esposa María Luisa. El rey salió de incógnito hasta Figueras y se acercó al cortejo para ver a su mujer, pero fue reconocido por la Princesa de los Ursinos, que fue muy cauta y no le delató, pero tranquilizó a la nueva reina de España en un momento muy delicado del viaje: en efecto, en la comida de Figueras, los nobles españoles hicieron todo un espectáculo volcando los platos que se les servían y alegando a voces que unos estaban fríos y otros calientes. Se trataba de negarse a comer los platos considerados franceses y aceptar únicamente los españoles. La reina estuvo encerrada en sus cuartos tres días. La Ursinos buscó a Felipe V y le hizo entrar en la alcoba de la reina.
La reina María Luisa de Saboya fue popular en España, mostró sentido común, porte digno, simpatía y agudeza. Felipe V se entregó a la reina todo el tiempo que estuvo en Barcelona.
Felipe V permaneció en Barcelona desde septiembre de 1701 a abril de 1702, momento en que Felipe salió para Nápoles, y María Luisa para Madrid, pasando primero por Zaragoza. La marcha a Italia se debía a que, en 1701, el príncipe Eugenio de Saboya, al mando de un ejército austriaco de 30.000 hombres, había pasado los Alpes y había atacado Milán venciendo allí a los franceses, por lo que parecía que el núcleo del conflicto estaría en Italia.
La carta de Luis XIV “autorizando” a Felipe V a ir a Italia provocó un gran escándalo en la Corte española: la carta se refería a los Estados italianos como “los más considerables de la monarquía” y decía que los reyes anteriores a Felipe V habían sido una “molicie”. Los españoles estaban indignados.
La Princesa de los Ursinos desmontó el tinglado cortesano montado en torno a Carlos II y su esposa, y cambió a casi todas las personas del entorno de los reyes. Construyó en Madrid un tinglado cortesano independiente de París y de Viena y le recomendó a la reina que se ocupase de los asuntos de España.
Europa occidental en 1701
Luis XIV habló en 1701 con Austria de posibilidades de paz. La opinión pública francesa estaba muy cansada de guerras. No estaban lejos de esta situación los ingleses y holandeses, que propusieron en 1701 aceptar el testamento de Carlos II de España. También Víctor Amadeo de Saboya dijo que apoyaría a Felipe de Borbón, a cambio de ser nombrado general del ejército franco español en Italia.
Pero Luis XIV no quería evitar la guerra, sino todo lo contrario. De los tratados internacionales en los que toda Europa estaba contra él, podía esperar muy poco, pero de la guerra se podía esperar todo, de hecho entró en Flandes y expulsó de allí a los holandeses que estaban allí garantizando el statu quo de la Paz de Riswick. A pesar de esta “agresión” en Flandes, Inglaterra y las Provincias Unidas reconocieron a Felipe V como rey de España, es decir, aceptaron el testamento de Carlos II.
Una declaración de guerra provocaba muchas reticencias tanto en Francia como en Inglaterra, porque sabían que sería dura y larga. Pero había un tercer protagonista que no se amedrentaba ante la posibilidad de una guerra, sino que jugaba a la guerra: Holanda. La Paz de Riswick de septiembre de 1697 había garantizado a Holanda unas plazas en los Países Bajos Españoles, a las que llamaban “barrera” o garantía frente a posibles ataques franceses. Si España se unía a Francia, desaparecía la barrera entre Francia y Países Bajos Holandeses. Y aquí jugó la falta de voluntad de paz de Luis XIV, quien veía la oportunidad de conquistar los Países Bajos: en marzo de 1701 dirigió sus ejércitos contra las plazas ocupadas por los holandeses en los Países Bajos españoles. Esas fuerzas ocuparon la parte española, con la excusa de que defendían intereses de Felipe de Anjou. La tensión crecía. Y cuando la Compañía de Guinea se quedó con el asiento de negros en mayo de 1701, la South Sea Company inglesa, perdedora del negocio, también estuvo dispuesta a la guerra.
Aquél año mismo de 1701, Luis XIV afirmó que Felipe V, aún siendo rey de España, no había perdido sus derechos al trono de Francia y eso fue mal aceptado en Europa. Austria declaró nulo el testamento de Carlos II en cuanto a los primeros herederos, los dos franceses y, en consecuencia, reclamaba el trono para el tercero de los mencionados en ese testamento, que era el Archiduque Carlos de Habsburgo, porque el testamento, no poniendo trabas para la unión de los tronos de Austria y España, sí que prohibía la unión de los de Francia y España.
Inmediatamente, y para reforzar sus argumentos, Austria propuso la Gran Alianza de La Haya con Austria, Inglaterra y Holanda, a la que se sumaron después varios Estados alemanes, Portugal y Saboya. En La Haya se pactó que los territorios españoles en Italia serían para Austria y los territorios españoles en América del Norte para Inglaterra.
La Gran Alianza de la Haya.
El 7 de septiembre de 1701, se firmó el Tratado de La Haya, o Gran Alianza de La Haya, participando Guillermo III de Inglaterra, delegados de las Provincias Unidas (Holanda) y Leopoldo I del Sacro Imperio Romano Germánico. La Alianza de La Haya era la cuarta coalición europea contra Luis XIV, pero esta vez con España del lado de Francia, al revés que las anteriores:
Era una alianza entre los tres firmantes, que se llamaría Gran Alianza de La Haya.
Se reconocía a Holanda el derecho a ocupar las 11 plazas de la barrera de las que había sido expulsada por Luis XIV en los últimos meses. El tema se resolverá en los Tratados de la Barrera de 1713 y 1715.
Se decidió que las tres potencias atacarían los Países Bajos españoles con el fin de proteger a Holanda y tener así una cabeza de puente para una futura y previsible guerra contra Francia.
El emperador Leopoldo de Austria, 1657-1705, tenía la intención de colocar a su hijo mayor, José de Habsburgo, en el trono de Austria (será rey en 1705-1711) y a su hijo segundo, Carlos de Habsburgo, en España (será rey de Austria en 1711-1740). El acuerdo de La Haya aseguraba a Austria los territorios españoles en Italia, a cambio de garantizar a Inglaterra y Holanda los negocios y tierras españolas en América.
A la Alianza de la Haya se sumaron después:
Varios Estados alemanes en 1702. Federico III de Hohenzollern, nuevo elector de Brandeburgo se sumó a la Gran Alianza de La Haya, a cambio de que le reconociesen como rey de Prusia (el ducado de Prusia pasaba a denominarse reino de Prusia). Pidió entonces dinero a Austria para conquistar territorios polacos, lo cual era ir a por sus intereses, pero una actitud muy marginal respecto al problema de fondo europeo. No tuvo apenas trascendencia en la guerra.
Portugal en mayo 1703 (Tratado de Methuen 1703 con Inglaterra) para ganar territorios en Brasil,
Saboya en 1703 para ganar algunos territorios en Italia. El duque de Saboya, suegro del rey de España, se pasó al bando alemán cuando le prometieron Montferrato, Provenza y el Delfinado.
La causa principal de que Inglaterra gestionase la Alianza de La Haya fue la concesión del asiento de negros en mayo de 1701 a la Compagnie de la Guinèe francesa, uno de los principales negocios a los que aspiraba la compañía de los Mares del Sur (South Sea Company) inglesa.
Luis XIV evaluó la situación como favorable a Francia: tendría de su lado a Francia, España y la plata de América, a Maximiliano II de Baviera en Alemania, y al arzobispo de Colonia príncipe-obispo de Lieja, porque era hermano de Maximiliano II de Baviera.
El 16 de septiembre de 1701 murió Jacobo II Estuardo, el rey católico que había sido depuesto en el trono inglés en 1688 y vivía en Francia, en Saint Germain. Luis XIV reconoció como legítimo rey de Inglaterra al hijo de Jacobo II, Jaime III Estuardo, lo cual encolerizó a Guillermo III de Orange, rey protestante de Inglaterra, muerto en marzo de 1702. Luis XIV estaba provocando a Inglaterra.
Francia puso tropas en los Países Bajos Españoles y en Milán. Pero no se trataba de defender a España. Un detalle es muy significativo: lo primero que se quedó Francia fue el asiento de negros, lo que significaba que Francia quería los restos del imperio español en Europa y América. Pero Inglaterra estaba por los mismos trofeos, pues había captado el oro de Brasil y gran parte de la plata de América española mediante el contrabando, e iba a por toda América, aunque no tuviera demasiado interés por los territorios europeos, que eran cosa entre Francia y Austria.
La tutela de Luis XIV sobre España.
El conde de Marsin, embajador francés en España, traía a España nuevas “Instrucciones de Luis XIV” de lo que se esperaba de él:
Primero, debía hacer de Felipe V un verdadero rey, cosa complicada dadas las pocas disposiciones del sujeto; debía enseñarle a perder la timidez, convenciéndole de que era el amo y señor de todas las cosas; Felipe debía aprender que un rey se debe a la felicidad de sus súbditos, y por ello debía renunciar a diversiones viles como disfrutar con los enanos, bufones y otras similares, y también debía utilizar la etiqueta social en la medida que no le apartase de los ciudadanos; un rey debía ocuparse de los asuntos de Gobierno y dejarse aconsejar por quienes podían ayudarle; un rey debía tener su propia guardia personal y protegerse de indeseados.
Segundo, la razón por la que la Ursinos estaba en España, era porque su marido, el difunto duque de Bracciano, había sido Grande de España, y ella conocía las costumbres europeas, así como las españolas, y como persona inteligente, podía hacer de intermediaria entre el embajador de Francia y los españoles.
Tercero, los cargos de Hacienda debían ser compartidos entre castellanos, aragoneses y clérigos, de modo que se hicieran reformas a fin de suprimir corrupciones y abusos, lo cual era particularmente importante en Indias, donde el Consejo de Indias hacía mucho tiempo que no castigaba a nadie. Ello debía redundar en aumento de la recaudación.
Cuarto, el rey de España debería tener un ejército poderoso y al menos 6.000 hombres siempre en pie de guerra, y muchos más cuando fueren necesarios para la guerra.
La Guerra de Sucesión Española en Europa.
A finales de 1701, Francia y Austria iniciaron la guerra en Italia. El austríaco Eugenio de Saboya[12] derrotó en Carpi al francés Nicolás Catinat, que fue sustituido por Villeroi[13] inmediatamente en agosto. Villeroi cayó prisionero de los austríacos en febrero de 1702, en Chieri, y Mantua, Módena y Guastalla se pusieron del lado de Austria. Al mando de los franceses se puso Felipe de Vendôme[14].
Un segundo frente estaba abierto en Alemania, a donde se trasladó John Churchill I duque de Malborough.
Un tercer frente se abrió en el mar, con dos campos de combate, el Mediterráneo y el Atlántico.
Los franceses practicaban libremente el comercio con América en la excusa de que defendían las costas contra los ingleses, o que perseguían a los piratas y tenían que abastecerse, para lo cual no les quedaba más remedio que vender productos franceses y así comprar comida y pólvora.
De 1701 a 1706 la Guerra de Sucesión Española se caracterizó como una ofensiva de Luis XIV contra Austria.
[1] Anne Jules de Noailles, 1650-1708, II duque de Noailles fue padre de Adrien Maurice de Noailles, 1678-1766, III duque de Noailles, que lucharía en España a favor de Felipe V.
[2] Fernando de Moncada y Moncada, 1644-1713, duque de Montalto, decidió cambiar su nombre y llamarse Fernando de Aragón y Moncada.
[3] Juan Domingo Méndez de Haro y Sotomayor, 1640-1716, (en otras partes Juan Domingo Méndez de Haro y Fernández de Córdoba), esposo de Isabel Zúñiga Fonseca, condesa de Monterrey, Gobernador de los Países Bajos en 1670-75, virrey de Cataluña en 1675-1678, presidente del Consejo de Flandes en 1678-1705.
[4] Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar, 1620-1715, II marqués de Mancera, 1654-1715, virrey de Nueva España 1664-73, Consejo de Italia 1701-1704, consejero de Gabinete de Portocarrero.
[5] Luis Francisco de la Cerda y Aragón, 1660-1711, IX duque de Medinaceli 1691-1711, era presidente del Consejo de Indias.
[6] Manuel Arias Porres, 1638-1717, fue caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén y había estudiado Filosofía, Teología y Leyes. Era comendador de Benavente, El Viso, Los Yébenes, y Quiroga. En 1689 ingresó en la orden de San Jerónimo, de monjes contemplativos. En 1692 fue designado Presidente del Consejo de Castilla, y en enero de 1696 dimitió y se volvió al convento, donde se ordenó sacerdote. En abril de 1699 fue llamado de nuevo a la Presidencia del Consejo de Castilla para luchar por Felipe V de Borbón, junto al cardenal Portocarrero, Francisco Ronquillo y el conde D`Harcourt. En 1702 le nombraron arzobispo de Sevilla. En noviembre de 1703 fue cesado como Presidente del Consejo de Castilla. En 1712 sería nombrado cardenal.
[7] Castillo Pintado, Álvaro. Coyuntura y crecimiento de la economía española en el siglo XVIII. Hispania, Revista Española de Historia, 1971.
[8] Jerónimo de Uztáriz y Hermiaga, 1670-1732, era un navarro que se buscó el porvenir en Madrid alistándose en el ejército, e ingresó en los Tercios de Flandes en 1685. En 1688 estaba en Flandes y sirvió 10 años como soldado. En 1698 entró al servicio de Isidro de la Cueva, marqués de Bedmar, al que sirvió seis años en Flandes y tres en Sicilia. En 1707 regresó a España y entró en la Administración del Estado.
[9] Juan de Goyeneche y Gastón, 1656-1735, era el padre de Francsico Javier. Juan de Goyeneche era un hidalgo que había ido a Madrid a trabajar en Hacienda para Carlos II, y fue listo para tomar algunos arrendamientos de rentas y sobre todo, asientos para abastecimiento del ejército hasta 1723. Administró bienes de Carlos II, de las Milicias Reales, de Mariana de Neoburgo, de María Luisa de Austria, de Isabel de Farnesio. Para el abastecimiento de vestuario al ejército, abrió talleres textiles en La Olmeda de la Cebolla (Madrid). En 1700 se puso del lado de Felipe V y ello le valió mejorar mucho, pues se le nombró tesorero de la reina María Luisa de Saboya. Puso abatanado en el Tajuña, y abrió nuevos talleres en Nuevo Baztán, cerca de La Olmeda, en 1715, al tiempo que abría una tienda en la calle Alcalá para vender sombreros. Su hijo, Francisco Javier Goyeneche, marqués de Belzunce, -1748, era desordenado en los negocios y poco sacrificado para ellos y su desidia y la competencia de la Real Fábrica de Paños de Guadalajara, arruinaron el negocio. Fu sucedido por su hermano Francisco Miguel Goyeneche, conde de Saceda.
[10] Jean Orry, 1652-1719, era de origen plebeyo y tenía un carácter difícil, pues era grosero, altanero y brusco, pero tenía hondos conocimientos de la economía política. Jean Orry, señor de Vicnory, había nacido en París donde era muy conocido como gestor económico, y fue enviado a España por Luis XIV en junio de 1701 para reordenar las finanzas españolas. Se puso a estudiar el sistema tributario y, en 1702, redactó unos memoriales sobre éste. En 1703 propondría sus primeras reformas. En 1704 fue expulsado de España, pero volvió en verano de 1705. De nuevo fue expulsado en 1706, y volvió en 1713, para irse definitivamente en 1713.
[11] María Luisa tuvo cuatro hijos, Luis Fernando en 1707 (futuro Luis I, 1707-1724), Felipe en 1709 pero el niño murió enseguida a los seis días de edad, Felipe en 1712 que también murió en 1719, y Fernando en 1713, futuro Fernando VI (que se casará con la portuguesa María Bárbara de Braganza en 1729). María Luisa murió en 1714 de tuberculosis.
[12] Eugenio de Saboya-Carignano, 1663-1736, se crió en la corte de Luis XIV y se rumoreaba que era hijo del rey. Fue destinado a la vida eclesiástica, y a los 15 años de edad recibió el regalo de dos abadías. Huyó a Austria en 1683 y se enroló en el ejército, siendo el principal general austriaco en la Guerra de Sucesión Española. En 1714 gobernó los Países Bajos españoles, y en 1716, al servicio de Austria. volvió a la guerra contra los turcos.
[13] François de Neufville de Villeroy.
[14] Felipe de Vendöme, general en Italia, era el hermano mayor del general Luis José de Vendöme, 1654-1712, general en España. Felipe fue derrotado en Italia, degradado, y se puso al servicio de su hermano Luis José.