18.4.7.El Gobierno Grimaldi en 1766.
EL GOBIERNO DE PABLO JERÓNIMO GRIMALDI, 1763-1777: EN 1766. En 1766 el Gobierno de los Secretarios de Despacho estaba integrado por: Secretario de Estado, Pablo Jerónimo Grimaldi. Secretario...
EL EJÉRCITO ESPAÑOL DEL SIGLO XVIII.
REFORMAS MILITARES DE FELIPE V.
Inadecuación del ejército español
heredado por Felipe V.
En general, en Europa occidental, el ejército moderno, un ejército permanente, había significado el ascenso social de la burguesía y de las clases medias en detrimento de la nobleza.
Pero la nobleza se había reservado los altos cargos del ejército, y la nueva institución le sirvió para ampliar sus privilegios, posesiones y negocios. El ejército se convirtió en una de las facetas del poder nobiliario español.
Los altos cargos del ejército, de coronel hacia arriba, fueron para la alta nobleza. La baja nobleza sólo podía aspirar a cargos inferiores. Y resultaba que muchos miembros de la nobleza que se dedicaban a la vida militar no estaban capacitados para ello, lo que redundaba en inoperancia del ejército.
Por otra parte, el reclutamiento de capitanes que se incorporaban al ejército con toda su cuadrilla, ya no era el sistema idóneo para un ejército numeroso. El sistema había valido para ejércitos medievales y modernos, de unos pocos miles de hombres, pero no era viable en los nuevos ejércitos de decenas de miles, no había tantos voluntarios, ni se podía pagar a tantos aventureros.
A fines del siglo XVII, España no era una potencia militar importante: contaba con 32.000 soldados, de los cuales 12.000 estaban en la península y 20.000 en Flandes e Italia. Estaban mal vestidos, peor equipados, y eran prestos al latrocinio y todo tipo de violencias contra la sociedad civil. Comparado con el ejército de Luis XIV, unos 300.000 soldados, el español era un ejército de niños. Pero es que, en Francia, en la segunda mitad del XVII, Michel de Tellier había reformado el ejército francés, que se consideraba el más poderoso de Europa. Había creado una escala jerárquica cuya cabeza era el Secretario de Guerra, del cual dependían los comisarios de guerra encargados de vigilar que el número de hombres coincidiese con lo que se pagaba y abastecía, y unos intendentes militares, de origen noble, que vigilaban a los comisarios y a los oficiales, abastecimientos y necesidades financieras. El ejército francés contrastaba con el caos observado en el español.
También la Marina española en 1700 era pobre. Si Gran Bretaña tenía unos 100 barcos de guerra, España contaba a lo más con 20. La flota española no era suficiente para proteger las flotas mercantes en el Caribe (Cartagena, Portobelo, Veracruz, La Habana y Caracas) lo cual requería una docena de barcos, proteger El Plata (unos tres barcos), Cádiz (media docena de barcos), Nápoles, plazas africanas, puertos catalanes y valencianos qe eran atacados por berberiscos sin que encontraran la esperada defensa de España, puertos del Cantábrico atacados por los británicos, puertos del Pacífico, control del Estrecho de Gibraltar, control de las Baleares, defensa de Filipinas, y expediciones de castigo o de conquista que se encargaban periódicamente.
El modelo de ejército de finales del XVII estaba agotado y era necesario vivificarlo.
Otro tema concomitante a la recluta, cadena de mando y dotaciones del ejército era la administración del ejército. La administración del ejército era ineficaz.
En los niveles altos, los niveles políticos, el ejército dependía del Consejo Supremo de Guerra, integrado por un Gobernador del Consejo de Guerra, los comandantes de infantería, caballería y otros cuerpos del ejército, y otros oficiales designados por el rey.
La administración cotidiana del ejército en el XVIII estaba en manos de inspectores e intendentes, pero la autoridad de éstos se veía limitada por el Secretario de Despacho de Hacienda, quien les atribuía, o no, los recursos necesarios a sus proyectos.
La ineficacia de ambos niveles era grande y se instauró la costumbre de que los jefes de los regimientos pidiesen dinero para gastos de unos soldados nominales, y la realidad era que no tenían ni la mitad de ellos, pero pedían mucho a fin de tener lo suficiente y poder separar algo para material. El sistema dio lugar a una tremenda corrupción, pues era del todo punto incontrolable y se fiaba de la moralidad de cada cargo militar.
Cuando aparecieron las Secretarías de Despacho, el Consejo Supremo de Guerra gestionaba los asuntos judiciales y las Secretarías militares las cuestiones administrativas.
Reformas militares a partir de 1701.
En el ejército español, las reformas de Puysegur, Amelot, Jean de Orry, el marqués de Bedmar y el marqués de Canales, entre 1701 y 1707, lograron incrementar mucho la cifra de soldados en España. Estas reformas consistieron en decretar reclutas forzosas de un soldado por cada 100 vecinos de cada pueblo, reclutado por tres años, al cabo de los cuales debía ser reemplazado por otro mozo del pueblo, organizar el ejército en regimientos de 500 hombres (que más tarde serían de 1.000 hombres). El objetivo del servicio militar obligatorio universal no fue posible porque algunos vecinos estaban en milicias ciudadanas, otros estaban exentos por sus fueros territoriales, otros por sus condiciones sociales, y porque casi todos los españoles se resistían a ingresar en el ejército.
Las primeras reformas militares de época de Felipe V se produjeron nada más llegar el nuevo rey: fueron las Ordenanzas de Flandes de 18 de diciembre de 1701 (Primeras Ordenanzas de Flandes), hechas por el marqués de Bedmar, Gobernador de Flandes, que creaban Comisarios de Guerra para pasar revista periódica a las tropas, y 10 de abril de 1702 (Segundas Ordenanzas de Flandes), que transformaban los tercios en regimientos. Los nombres y las maniobras, copiadas del ejército francés, se llenaron de galicismos.
El 29 de enero de 1703, se hizo la reforma más significativa del ejército, dentro de una serie más amplia de reformas de las que hablaremos a continuación: se quitó a los soldados el mosquete, el arcabuz y la pica, y se les dotó de fusil y bayoneta. Se encargó a Francisco Fernández de Córdoba que reorganizara el ejército y lo hizo en 12 tercios de 600 hombres cada uno. Poco después, el 3 de mayo de 1703, se planificó mejorar el reclutamiento ordenando reclutar un hombre de cada 100 en edad militar.
En 1704 se produjo la unificación del mando. El jefe supremo del ejército, en 1704, era el Secretario de Despacho de Guerra, es decir, el marqués de Canales. Todo quedaba así centralizado y sin posibilidad de disputas de competencias. Incluso el capitán general, marqués de Villadarias tuvo que aceptar a su lado un veedor que les trasmitía las órdenes de Secretaría de Guerra, tales como perseguir evadidos y ejecutar desertores.
En 28 de septiembre de 1704, Felipe V adoptó las Ordenanzas de Flandes de 1701 y 1702, y las completó con nuevas medidas. Los Regimientos se subdividían en Batallones y los batallones en Compañías (en caballería los batallones se llaman escuadrones), y se ordenó que los Regimientos tomaran nombres geográficos, abandonando la costumbre de denominarlos por el nombre de su Coronel, lo cual significaba cambios frecuentes de nombre. Los Regimientos tenían preferencia por orden de antigüedad. En casos extraordinarios, se podía agrupar temporalmente a varios Regimientos o varios Batallones en una Brigada, para una o varias operaciones concretas. Se establecieron graduaciones militares que en la escala general eran: Capitán General, Teniente General, Mariscal de Campo, Brigadier, Inspector General, Intendente de Armas, Pagador, Comisario de Guerra, Comisario Ordenador, Tesorero y Auditor. Y en la escala dentro del Regimiento eran: Coronel, Teniente Coronel, Comandante, Sargento Mayor, Ayudante de Sargento Mayor, Capitán, Teniente, Subteniente y suboficiales (sargentos, cabos). El Capitán General, Teniente General, Mariscal y Brigadier, tenían autoridad superior a la de Coronel de un Regimiento. Cuando se creó la figura del Intendente, éste sustituyó a los Comisarios.
Por Real Cédula de 8 de noviembre de 1704 apareció una ley de reclutamiento para enrolar uno de cada 100 habitantes en edad militar. Los enrolados debían ser nativos de la localidad que los enrolaba, soltero, de entre 18 y 30 años de edad, y no se admitían sustitutos. El servicio era por tres años, pasados los cuales, la localidad debía hacer un nuevo sorteo y designar nuevo soldado. Se exigía el servicio militar a la nobleza, la cual había abandonado últimamente este servicio al Estado. La idea era poder reclutar de entre todos los varones de entre 20 y 50 años a fin de poder levantar 100 regimientos de 500 hombres, pero esa Real Cédula sólo era aplicable a la Corona de Castilla.
Quedaban exentos del sorteo para ser soldado los estudiantes, diversas profesiones artesanales, algunos oficios, algunos agricultores, obreros de la industria textil, minas y salinas, nobles y clero incluidos sacristanes, funcionarios del Estado, maestros. Eran demasiadas exenciones para las necesidades militares, pero de momento la reforma no daba para más.
Para aumentar el número de candidatos, se otorgaban algunos incentivos al soldado: los soldados licenciados tendrían acceso a ingresar en las Órdenes Militares en las cuales se podía medrar. La familia del soldado estaba exenta de otros servicios públicos al municipio y disfrutaba del fuero militar, no pudiendo ser juzgada por la justicia ordinaria.
Con la ampliación del número de soldados apareció el problema de formar a los soldados y gobernarlos mediante una oficialidad, dado que la nobleza muchas veces no tenía voluntad, ni preparación militar en las armas adecuadas. En cuanto a la formación del soldado, se siguió la vieja costumbre de siglos anteriores por la que los reclutas eran mezclados con veteranos a fin de que aprendiesen rápido. En lo que respecta a la oficialidad, la Real Cédula de 8 de noviembre de 1704 pretendía que todos los Títulos nobiliarios se convirtieran en coroneles del ejército o grado superior, y que los caballeros, hidalgos y comerciantes se convirtieran en oficiales inferiores a ese grado.
Las reclutas de principios del XVIII se hicieron solamente en el Reino de Castilla. En 1734, los 33 regimientos reclutados fueron castellanos, porque se desconfiaba de las gentes de la Corona de Aragón y no se quería entregarles armas y entrenar soldados. Andalucía proporcionó 14 regimientos, y Galicia 6 regimientos, participando los demás en mucha menor medida.
Los pueblos mostraban siempre resistencia a los reclutamientos forzosos, y se establecieron cuotas que cada pueblo debía cumplir rigurosamente, las cuales eran muy protestadas. Aun así no se conseguían los objetivos de recluta. Así que, en 1705 y 1706, se cambió de táctica a fin de estimular el sistema de quintas ya existente y la participación de la nobleza en el ejército con el objetivo final de lograr algo parecido al alistamiento general. Naturalmente, no se obtuvo el éxito. Pero en 1714 se contaba con 100 regimientos de infantería y 105 de caballería y dragones, y un número de soldados de entre 66.000 y 100.000, lo cual era más del doble que 15 años antes. En 1721 había 64.000 soldados de infantería (114 batallones) y 15.000 de caballería. En 1734 había 112.000 de infantería (160 batallones) y 18.000 de caballería (115 batallones).
En 1707 se crearon los cuerpos de artilleros.
En 1707 las compañías de los tercios fueron agrupadas en batallones. Cada batallón llevaba tres banderas: Una, la coronela, era blanca con la cruz de Borgoña orlada por dos castillos y dos leones en las aspas y cuatro coronas en los extremos. Las otras dos banderas correspondían a la ciudad del que el regimiento tomaba nombre.
Para controlar al ejército se creó la figura del superintendente, que administraba los gastos del ejército y también algunos impuestos de hacienda. Creemos que superintendente del ejército es el antecedente del intendente provincial, figura creada en 1718 para el gobierno de cada provincia. La figura del superintendente del ejército desaparecerá en 1724 para todos aquellos lugares en que no había tropas.
El 2 de mayo de 1710 se creó el Estado Mayor de Artillería y un regimiento de Real Artillería de Campaña.
El 17 de abril de 1711 se creó el Cuerpo de Ingenieros, un cuerpo de élite para dirigir grandes obras civiles y militares.
En 1714 se creó la “Secretaría de Estado y Despacho de Guerra”, que se hizo cargo de los asuntos militares: servicio, régimen, academias, Estado Mayor, reclutamientos, levas, hospitales, cuarteles, alojamientos temporales, itinerarios militares…
El 12 de julio de 1728 se publicaron las Reales Ordenanzas para la Infantería, Caballería y Dragones, en las que se reguló el reclutamiento, composición de las unidades, jerarquías, disciplina, armamento, equipamientos, maniobras, y el servicio de artillería.
En 1734 se crearon 33 regimientos de Milicias Provinciales. Ya existían anteriormente las milicias urbanas, pero ahora se organizaron territorialmente y en sus mandos.
Sobre teoría militar de la época, hay que consultar las Reflexiones Militares del marqués de Santa Cruz del Marcenado, y las Memorias del marqués de Mina.
Estos cuerpos militares durarán hasta final del XIX y todavía en 1850 se abrió un Colegio de Caballería en Alcalá de Henares. Pero en 1874 fueron suprimidos los carabineros y coraceros. En 1900 quedaban 8 regimientos de lanceros, 3 de dragones, 2 de húsares y 15 de cazadores, todos usando el caballo como pieza fundamental. Definitivamente se pueden dar por desaparecidos en 1945.
Con todos estos cambios, el ejército español, inoperativo en 1700, llegó a ser digno de alguna consideración en 1713-1714, pero todavía era pequeño respecto al francés, aproximadamente la tercera parte del francés.
Reformas en infantería:
En la primera reforma de Felipe V, hacia 1701, los tercios fueron organizados en batallones de 13 compañías. La Plana Mayor del regimiento la constituían un maestre de campo (coronel), un sargento mayor, un ayudante de sargento mayor, un mariscal de logis (teniente), un capellán y un cirujano. Cada compañía estaba mandada por un capitán, un teniente, un segundo teniente, dos sargentos, un tambor. Formaban la compañía 37 arcabuceros, 3 caporales, 3 lanspesadas, y 10 piqueros. En 1703 se introdujo el fusil con bayoneta y se retiró la pica con arcabuz, manteniéndose las alabardas en manos de los sargentos como distintivo de mando. También la espada larga se sustituyó por otra más corta. Los oficiales llevaban fusil.
En 1704 podemos decir que desaparecieron los tercios y sus unidades de combate, los cuadros o escuadrones, y éstos fueron sustituidos por los batallones. Con el cambio de arma, el fusil, y el cambio de unidad de combate, el batallón, podemos decir que el ejército era nuevo. Además, cada regimiento recibió un nombre determinado en febrero de 1707, y ya no se conocerían por el nombre del coronel del momento, cambiante cada poco. La infantería recibió una bandera por compañía, blanca con la cruz de Borgoña roja en el centro, distinguiéndose la coronela porque llevaba dos castillos y dos leones en los ángulos.
En 1704 se nombró el primer Director General de Infantería para gestionar los temas de vestuario, recluta, remonta, vigilancia de los reglamentos, instrucción de la tropa, número de efectivos, calidad de las unidades… El Director era auxiliado por dos Inspectores Generales (que en 1706 fueron 6 con distritos diferentes para cada uno; en 1741, 3 con distritos diferentes; en 1763, 2 con funciones colegiadas y mando sobre todo el territorio español; 1786, 2 con una zona para cada uno; 1789, 1 solo Inspector General; y 1807, 2 Ayudantes Generales de Infantería).
Un regimiento, que antes constaba de tres batallones y 36 compañías (12 compañías por regimiento), pasó a tener sólo dos batallones y 24 compañías, unos 1.000 hombres. Desaparecieron los cargos de Maestre de Campo y el mando del regimiento pasó a un Coronel, y el de Teniente de Maestre de Campo que pasó a ser un Teniente Coronel. Las compañías tenían como jefe un capitán, auxiliado por un teniente y un lugarteniente. Todos los militares debían llevar una escarapela roja como distintivo. De los antiguos Tercios, se mantuvo el cargo de sargento como suboficial y el de capitán como jefe de una compañía.
Las compañías tenían 40 hombres cada una, menos la del coronel y la de granaderos que tenían 50 hombres. Se acabó el sistema por el que cada capitán tenía el número de soldados que quería, desde unas decenas hasta 250 a veces. La idea era reclutar directamente desde el Estado, pero por las circunstancias de apremio se siguió admitiendo a nobles que se presentaban con un grupo de soldados reclutados por ellos mismos, aunque se exigió que esos nobles ingresasen en el ejército y se subordinasen a las autoridades militares correspondientes. A partir de ahora, los oficiales los nombraría el Rey o el Secretario de Guerra y no vendrían recomendados por el viejo Consejo de Guerra. Eso establecía una rivalidad entre la nueva Secretaría de Guerra y el viejo Consejo de Guerra.
Para ser oficial, cada compañía podía tener hasta 10 cadetes, que fueran hidalgos o caballeros, que serían entrenados para oficiales. No había academias militares.
Los soldados fueron dotados de un nuevo fusil de chispa o pedernal con bayoneta, armas que sustituían al viejo fusil de cuerda y al arcabuz.
A partir de 1774, habrá otra reforma importante de la infantería, tras la creación de la Escuela Militar de Ávila de los Caballeros en ese año, luego trasladada a Puerto de Santa María, pues se consideraba básica, para los oficiales, la táctica militar. La Escuela desapareció en 1790, cuando fallaron las tácticas militares.
Reformas en caballería,
En 1701 se crearon 10 regimientos de coraceros a caballo, y en 1704 el Real Cuerpo de Guardias de Corps también a caballo. Posteriormente se organizarían los dragones (soldados que se trasladaban a caballo y portaban un arcabuz, de modo que podían luchar tanto a pie como a caballo), los granaderos, carabineros, lanceros, húsares y cazadores. En todos los cuerpos de ejército, el caballo era fundamental. Los caballos se organizaron en destacamentos de 240 caballos, dividido el destacamento en dos escuadrones de 120 caballos cada uno.
Por la Ordenanza de Flandes de 1702, cada Cuerpo de Caballería tendría entre dos y cuatro escuadrones, y cada escuadrón cuatro compañías. El Cuerpo de Caballería tenía un Maestre de Campo, un teniente de maestre de campo, un sargento mayor, un capellán y un cirujano. Una compañía de caballería tenía un capitán, un teniente, un corneta, un portaestandarte, un mariscal de logis, un trompeta y 34 jinetes. Los jinetes iban armados con mosquete, pistola y espada.
En 1704 se creó el cargo de Director General de Caballería, paralelo al homónimo de Infantería, y también auxiliado por 2 Inspectores Generales. En 1742, el Director General pasó a denominarse Inspector General de Caballería.
En 1704, el Cuerpo de Caballería pasó a llamarse Regimiento de Caballería, y se fijó el número de escuadrones de un regimiento en tres, y cada escuadrón tendría cuatro compañías. El corneta asumió las funciones del portaestandarte y se añadieron dos brigadieres y tres carabineros a cada compañía, al tiempo que se rebajaba el número de jinetes ordinarios a 25. En 1718, cada regimiento recibió un nombre fijo.
El número de regimientos de caballería fue desigual a lo largo del siglo: 46 en 1707, en los comienzos de la guerra, 47 en 1714 al terminar la misma, 19 en 1716 cuando ya no había guerra, 20 en 1720.
En 1775 se creó la Real Academia y Picadero de Ocaña, que fue cerrada en 1790.
Los cuerpos de élite.
Para completar el panorama del ejército español del siglo XVIII es bueno considerar aquí los cuerpos de élite de la Casa Real, cuya oficialidad provenía de la nobleza más exquisita, y donde la pertenencia a los mismos se consideraba un honor y un privilegio.
Felipe V creó los Mosqueteros de la Real Persona, y el Regimiento Real de España, obviamente copiados de Francia, que no tuvieron mucho éxito y fueron disueltos en 1705.
En España, ya existía desde tiempos de Felipe IV, el Real Cuerpo de Alabarderos, llamado en tiempos de Carlos V “Guardia Real Amarilla” por su uniforme. Se distinguían por estar armados con una alabarda, además de las otras armas propias de la infantería. Su función era guardar el Palacio, en el exterior y en las habitaciones reales. El Real Cuerpo de Alabarderos constaba de tres compañías llamadas: Amarilla, Lancila y Vieja. Se ocupaba del servicio interior de Palacio y montaban guardia en las puertas de las habitaciones reales. En 1707, Felipe V les dio nuevo reglamento, redujo las tres compañías a una sola, concedió a su capitán el grado de Teniente General.
En 1703 se creó el Regimiento de la Real Guardia de Infantería Valona, o guardias valonas, integrada por soldados reclutados en los Países Bajos, con los que el marqués de Bedmar formó dos batallones, cada uno con 12 compañías de fusileros y 1 de granaderos, que pocos días después pasaron a ser cuatro batallones, cada uno con 6 compañías de fusileros y 1 de granaderos.
Inmediata y paralelamente, se creó el Regimiento de la Real Guardia de Infantería Española, o guardias españolas, con igual número de batallones y compañías que las valonas.
El aspirante a Reales Guardias debía tener 18 años cumplidos, buena constitución física y no tener malos antecedentes familiares.
Las Guardias Valonas y Guardias Españolas eran unidades de choque, las más peligrosas del ejército, participaban en todas las guerras, y fueron muy utilizadas en las campañas de Italia en 1740-1748. En 1802, sólo tenían tres batallones por cada regimiento, valón o español, aunque los batallones conservaban las seis compañías de fusileros y una de granaderos.
En 1704 se crearon las Reales Guardias de Corps (corp significa cuerpo, en latín). Eran dos compañías de españoles, una de valones y dos de italianos. En 1716 quedaron reducidas a una compañía de españoles y una compañía de italianos. En 1720, se retomó la compañía de valones. Incluso en 1793 habría una cuarta compañía de Caballeros Americanos. Los Guardias de Corps se alistaban por 8 años. Debían ser cristianos viejos. Iban a caballo, y su función era la custodia de las personas reales allí donde estuviesen.
En 1730, se creó la Brigada de Carabineros Reales, con cuatro escuadrones de tres compañías por escuadrón, cuya misión era proteger el rey en campaña. Iban a caballo.
En 1731, se creó la Compañía de Granaderos Reales a Caballo, con soldados procedentes de dragones, pero esta unidad militar tuvo poca vida y fue disuelta en 1748.
Por tanto, las unidades de élite instaladas normalmente en Madrid, eran muchas: alabarderos, infantería valona, infantería española, guardias de corps, carabineros reales, y granaderos reales.
Los extranjeros en el ejército español siempre habían sido muchos, desde tiempos de Carlos V y hasta el siglo XVII, pero habían dado mal resultado en el XVII porque eran caros, promovían altercados, y no eran fiables. En el siglo XVIII se decidió que sólo podían ser reclutados tras una orden y permiso del rey, que debían jurar fidelidad al rey de España (y no al capitán de su compañía o al coronel de su regimiento), que se sometían a las leyes militares españolas, leídas a cada uno en su idioma materno, lo que suponía que cambiar de bando, como se había venido haciendo en siglos anteriores, sería considerado traición y deserción. A lo largo del XVIII se redujo aún más la presencia de extranjeros y en 1822 se eliminaron todos los regimientos extranjeros. Los principales grupos de extranjeros eran los suizos (que tenían se integraban en 4 regimientos), los valones (regimientos de Flandes, Bravante y Bruselas) y los irlandeses (regimientos de Hibernia, Ultonia e Irlanda), y los italianos (regimientos de Milán y Nápoles). Los regimientos extranjeros, cuando no encontraban reclutas suficientes para completarlos, admitían españoles u otras nacionalidades, por ejemplo los alemanes se alistaban en regimientos suizos, y los españoles se alistaban en regimientos irlandeses e italianos (porque la paga era mejor). La desaparición de los regimientos de extranjeros es de finales del XVIII: en 1791 desapareció el Bravante y los restos de soldados se integraron en el Hibernia, el Flandes cuyos restos fueron integrados en el Nápoles, y el Bruselas, cuyos restos fueron integrados en regimientos españoles. Con ello desaparecían todos los regimientos valones. Y también desapareció el Milán y sus residuos fueron integrados en el Hibernia. El Nápoles desapareció en 1818, con lo que se acabaron los regimientos italianos. Y en 1822 se eliminaron los regimientos irlandeses y suizos, que eran todos los extranjeros que quedaban.
Sanidad militar.
Otra reforma de 1704 fue la creación de la sanidad militar. Hasta entonces, los cirujanos eran reclutados en tiempos de guerra sobre la marcha y despedidos al finalizar la contienda. No se consideraba que pertenecieran al ejército aunque se les pagase durante el tiempo de servicio. Además, el nivel profesional de los cirujanos era muy bajo, muy deficiente, propio de los peores alumnos de la Universidad. En 1704 se dispuso que en cada regimiento hubiera un cirujano, y en 1728 que también lo hubiera en cada batallón de caballería, y se exigieron conocimientos y habilidades precisas, controladas por el Cirujano Mayor, a fin de que hubiera cierta calidad en el servicio. La situación dio un vuelco a mediados de siglo pues los médicos del ejército empezaron a ser los mejores del momento. El valenciano Andrés Piquer fue llamado a Madrid por Fernando VI en 1751, al tiempo que en Cádiz, en 1748, se había abierto el Colegio de Cirugía de Cádiz, militar y para militares, que estaba en vanguardia europea. En 1764 se abrió otra institución médica militar, el Colegio de Cirugía de Barcelona. Y definitivamente, en 1780, se decidió que los conocimientos médicos de médicos militares debían pasar a todos los médicos, también los civiles, para lo que se abrió el Colegio de Cirugía de Madrid. La profesión mejoró definitivamente en 1805, cuando se organizó un grupo de profesores militares en medicina, cirugía y farmacia, dirigidos por un Protomédico, un Cirujano Mayor y un Boticario Mayor, que fueron la élite de la ciencia española durante mucho tiempo.
Clero castrense.
Entre las primeras reformas militares españolas se incluyó la del clero castrense: en tiempos de las Austrias, había habido un Vicario General del Ejército, pero los capellanes militares dependían del obispo ordinario en cuya zona se encontraran prestando servicios. En la Segunda Ordenanza de Flandes, de 1702, se dispuso que hubiera un capellán por cada batallón de infantería y por cada cuerpo de caballería, nombrados por los coroneles a propuesta del Vicario General del Ejército. La reforma importante no llegaría hasta 1736, cuando el Capellán Mayor obtuvo del Papa Clemente XII la jurisdicción eclesiástica para el ejército, es decir, un obispado militar independiente de los obispos ordinarios. El privilegio se obtuvo por siete años, pero fue renovado periódica y sucesivamente. Luego, Carlos IV concedió a los capellanes la categoría y sueldo de capitán, comprometiéndose los capellanes a servir, en tiempos de paz, en los hospitales, fortalezas militares y hospitales de inválidos.
Ingenieros.
En 1710, se creó el Cuerpo de Ingenieros, obra del marqués de Bedmar, copiando lo que había en Francia. Se hizo venir de Flandes a Jorge Próspero Verboom para que organizase el arma. Verboom propuso contratar ingenieros en Flandes y en Francia, dada la escasez que encontraban en España. En principio se atribuyó el Cuerpo de Ingenieros al Cuerpo de Artillería, pues se entendía que la mayor parte de las obras se requerían para esas armas, pero en 1761 se hizo un arma independiente. Era un arma de cierta categoría intelectual, y se estudiaban tres años de matemáticas, física, geografía, fortificaciones, táctica militar y de artillería, ingeniería mecánica, hidráulica, arquitectura civil, dibujo y cartografía. Fueron Directores Generales de Ingenieros los más afamados políticos del XVIII, como Ensenada, Aranda, Wall, Sabatini, Godoy y Pedro Caro Sureda. Sus funciones eran las obras militares en campaña, las obras en plazas militares, levantar planos cartográficos, hacer caminos y dirigir obras de asedios, y en labores de paz, dar clases en academias para la formación de nuevos ingenieros, y cuidar los caminos, edificios civiles y canales de riego y navegación, mantenimiento de fortalezas militares, construcción de industrias militares. Fernando VI integró a los ingenieros en el escalafón militar, asimilándolos a oficiales (ingeniero jefe igual a coronel, ingeniero segundo igual a teniente coronel, ingeniero ordinario igual a capitán, ingeniero extraordinario igual a teniente, e ingeniero delineante igual a subteniente). En 1802, el arma de ingenieros se enriqueció añadiéndole dos batallones de zapadores y minadores, de modo que cada batallón tenía una compañía de minadores y cuatro de zapadores, al servicio de los ingenieros.
En 1805 se creó la Escuela de Ingenieros Militares de Alcalá de Henares.
Artillería.
Paralelamente a la ingeniería, se mejoró la artillería dotándola de inspectores-directores generales, con varios cambios a lo largo del siglo. En 1710 se creó el Real Cuerpo de Artillería separándolo de ingenieros, como lo había hecho Francia.
El 2 de mayo de 1710 se creó el Real Regimiento, que era un regimiento de artillería. En 2 de mayo de 1710 se organizó un Estado Mayor de Artillería (que gestionaba la dirección técnica incluidos los destinos del personal), un Ministerio de “Cuenta y Razón” (cuya misión era la justificación de gastos de caudales públicos), y un Regimiento Real de Artillería. El Real Cuerpo de Artillería contaba con tres batallones y cada batallón tenía 12 compañías: tres de artilleros, una de minadores y ocho de fusileros. El total de efectivos era de unos 2.500 hombres. Estos batallones estaban ordenados en tres “ejércitos”: Aragón, Valencia, Cataluña, Navarra y Guipúzcoa, integraban el llamado “ejército de Aragón”; Galicia, Castilla y Extremadura integraban el “ejército de Extremadura”; y Andalucía y las plazas africanas integraban el “ejército de Andalucía”. En 1717, había dos batallones con 15 compañías el primero y 16 compañías el segundo, y estaban mucho más dotadas de artilleros propiamente dichos, pues había 13 compañías de artilleros, 1 de bombarderos y 1 de minadores, por batallón.
A partir de finales de la Guerra de Sucesión se abrieron las Escuelas de Artillería: 1712, Badajoz; 1715, Barcelona (cerrada en 1760); 1722, Pamplona; 1722, Cádiz; 1730, Madrid.
Los artilleros debían saber leer, escribir, contar, mostrar cierto ingenio y desenvoltura. En el primer tercio del XVIII, muchos eran extranjeros. Y en 1751 se elevó el nivel de estudios en artillería con una academia para sargentos, cabos y soldados distinguidos en Cádiz, y otra en Barcelona.
En 1732, Patiño creó el puesto de Inspector General de Artillería con autoridad sobre el Estado Mayor y sobre el Regimiento de Artillería.
En 1734 se crearon tres compañías de artillería especializadas.
En 1748 se crearon compañías de artilleros inválidos, no útiles para todo, pero sí se utlizaban algunos hombres que eran útiles para algunas funciones. Los no útiles tenían su invalidez total y no servían en el ejército.
En 1756 se creó la Dirección General de Artillería y de Ingenieros, siendo su primer Director General el conde de Aranda. Al propio tiempo se crearon cuatro Departamentos de Artillería, cada uno de ellos mandado por un Teniente General.
Definitivamente se elevó el nivel, ya con estudios propios de una Universidad actual (no las del siglo XVIII que eran escolásticas), y sólo para oficiales, en 1764 en la Academia Militar de Artillería de Segovia, en la que antes de ingresar había que demostrar un mínimo de conocimientos que seguramente los candidatos aprendían en las escuelas y academias de tropa. Era una fundación de Felice Gazzola[1], conde de Gazola.
En 1790 se abrieron dos nuevas Escuelas de Artillería, en Zamora y Cádiz, y se cerraron todas las antiguas antes citadas. En 1793 fueron cerradas estas dos Escuelas, y en 1795 restablecidas, al tiempo que se reabrió la Escuela de artillería de Barcelona cerrada en 1760. En 1808 se cerrarían definitivamente las Escuelas de Barcelona y Cádiz.
Inválidos.
En 20 de diciembre de 1717 se reguló la atención a los inválidos del ejército, organizando a éstos en 4 batallones de 6 compañías cada batallón. Cada batallón fue enviado a un destino: Sanlúcar de Barrameda, Palencia, San Felipe de Játiva y La Coruña, donde había centros de acogida de inválidos. Cada compañía tenía su capitán, dos tenientes, dos subtenientes, tres sargentos y 97 soldados. La finalidad de esta organización era mezclar impedidos “más sanos”, con impedidos “menos útiles”, mitad por mitad, de modo que los primeros cuidasen de los segundos. Cada uno prestaba los servicios que le permitiese sus capacidades físicas. En 1738, se crearon nuevos batallones de inválidos para Aragón, Extremadura y Cataluña. En 1753 los grandes centros receptores de inválidos eran Toro, Sevilla para grandes inválidos, San Felipe de Játiva para grandes inválidos, y otros muchos en Madrid, Castilla, Galicia, Extremadura y Andalucía, para “más sanos”. El número de inválidos debía ser muy abundante, pues en 1808 había 85 compañías de grandes inválidos con inutilidad total, y 41 compañías de hábiles para ciertos servicios, los cuales eran insuficientes para cuidar de los primeros.
En 1728 se creó el Montepío Militar de Ingenieros para huérfanos y viudas de ingenieros, que se mantenía por una aportación, o rebaja del sueldo, de todos los ingenieros en activo.
En 1761, la idea del Montepío fue copiada para todas las armas y cuerpos del ejército. La institución creó muchos problemas, pues gestionar dinero de los compañeros daba lugar a muchas corruptelas, y en varias temporadas no funcionó bien, es decir, que no se encontraba el dinero.
Milicias ciudadanas.
En Real Ordenanza de enero de 1734 se crearon 33 Regimientos de Milicias, todas en la Corona de Castilla. Andalucía tenía 14 de estos Regimientos y Galicia 6. El miliciano servía por cuatro años (Luis Miguel Enciso pone que 12 años) y estaba exento de servicio militar ordinario. Pero podían entrar en acción cuando las circunstancias lo requiriesen. Cada regimiento tenía 700 hombres integrados en un solo batallón. Un batallón de milicias constaban de 7 compañías y cada compañía tenía su capitán, teniente y alférez.
La Plana Mayor de Milicias estaba integrada por un coronel y un teniente coronel que debían proceder de la nobleza, y por un sargento mayor y dos ayudantes que podían tener cualquier procedencia.
El miliciano prestaba servicio en guarniciones, fronteras y costas, de modo que se ahorraban hombres al ejército. En tiempos de paz era un servicio muy cómodo. En la Guerra de Sucesión se echó mano de las milicias para combatir en Italia.
La recluta de soldados.
La Real Cédula de diciembre de 1730 regulaba los procedimientos de recluta. La recluta se hacía por cuatro caminos:
Recluta Voluntaria, a través de oficiales reclutadores que visitaban los lugares fijados para la recluta. Se trataba de cubrir las bajas ordinarias por licenciamiento. Cada regimiento tenía su partida de recluta. Se exigía no ser artesano, y ser robusto, tener entre 18 y 45 años, y ser católico, español (o del Rosellón) y, desde 1768, estatura mínima de 5 pies (metro y medio). No se permitía reclutar gente infame, como mulatos, gitanos, verdugos, carniceros y reos de la justicia, pero estas disposiciones se abolieron en 1783. No todos los reclutados eran voluntarios, pues los reclutadores tenían interés, para cobrar sus primas, en completar cuanto antes el número que se les había encargado, y en 1728 se reguló que los reclutadores no pudieran actuar malévolamente (recluta de fugitivos y desertores, gente de conducta irregular), y en 1786 se limitó el área de reclutamiento a la provincia residencia del regimiento. En 1784 se autorizó reclutar 2 muchachos de 12 años por cada regimiento a fin de educarles para el mando militar, muchachos a los que se hacía soldados a los 15 años, aprendían a leer y escribir y manejo de armas, y se comprometían por 16 años.
Quintas, era un sistema que provenía del siglo XVII y el procedimiento era el siguiente: se dictaba una orden con el número de soldados a reclutar y un territorio de donde extraerlos; los corregidores y ayuntamientos debían presentar la lista de todos los mozos entre 18 y 40 años, no exentos, y se hacía un repartimiento para decidir cuántos mozos salían de cada pueblo; se excluía a los que tenían defectos físicos incapacitantes, a los desertores, y vagos, a los hijos de viuda pobre, a los hijos únicos de padre incapacitado o mayor de 60 años (lo que era válido para el mozo que sólo tuviera hermanas, o sólo tuviera hermanos menores de 14 años), a los amonestados para matrimonio, a los fabricantes de tejidos de lana o seda, a los trabajadores de batanes, prensas, perchas, tundidores y cardadores; después de sacadas las exenciones, se sorteaba con dos cántaros, en uno de los cuales había bolas con nombres, y en otro, papeletas con “soldado” o en blanco, y se sacaban y casaban en parejas. Si salía soldado un mozo que tuviera hermanos en edad militar, automáticamente sus hermanos quedaban exentos en ese sorteo. Las exigencias en quintas eran las mismas que en la recluta. Los intendentes y corregidores tomaban a los “agraciados” en el sorteo y los trasladaban al acuartelamiento del regimiento. Quedaban exentos de la lista inicial, previamente al sorteo, los hijos de viudas pobres, los hijos únicos de padres sexagenarios, los hijos únicos de incapacitados para trabajar, los que sólo tuvieran hermanas (y los hermanos no hubieran cumplido 14 años), los que estuvieren casados o hubiesen contraído amonestaciones, los fabricantes de telas de lana y seda, los trabajadores de batanes, prensas y perchas de la lana, los fundidores y cardadores, y los que tuvieran cuatro hermanos que ya hubieran servido en el ejército o estuvieran haciéndolo. Quedaban enrolados por cinco años. En 1746, ante la necesidad de reclutas, se admitió a los que no alcanzaran las dos varas de estatura, y se metió en la lista del sorteo a los jornaleros y sirvientes que fueran forasteros (una forma de eludir las quintas hasta entonces). Eran soldados forzosos, y el traslado se hacía en malas condiciones, esposados y encerrados en cárceles, y acababa produciéndose la deserción de muchos. En 13 de noviembre de 1770 se decretó que las quintas fueran anuales, y no esporádicas y se admitió a mozos de 17 años (en vez de 18) pero se eliminó a los de más de 36 años, que ni daban muchos nuevos reclutas, ni buen rendimiento. También en este año se prohibió admitir sustitutos, con lo que los que eran designados por el sorteo no tenían escapatoria. Pero los casos de exención se fueron incrementando todos los años a partir de 1770, a fin de tener menos forzosos, y menos desertores.
Leva voluntaria, se distinguía de la recluta voluntaria porque se hacía en tiempos de guerra, y se ofrecían ciertas ventajas a los interesados, y a sus familias, a cambio del enganche: exención vitalicia del servicio militar por quintas, libertad para ejercer oficios y exenciones de cargas concejiles, con la condición de que el soldado voluntario permaneciera tres años en el servicio militar. Las levas se podían hacer directamente o a través de intermediarios.
Leva forzosa, de vagos y malhechores, era una recluta forzada. Los movilizados iban a infantería y se les destinaba por 4 ó 5 años, generalmente a Italia o al norte de África o a Indias. Se recogía a los vagos, ociosos y gente “mal entretenida”, pero no a viandantes, forasteros ni jornaleros. Eran vagas las personas ociosas que carecían de rentas de subsistencia y no se les conociera ocupación alguna. Eran ociosos los que dormían en la calle a partir de la media noche o permanecían en casas de juego y tabernas a esas horas, y hubieran sido sorprendidos tres veces en ellas (las dos primeras veces eran reprendidos por el maestro, padre o juez correspondiente), y también los que abandonaban el oficio en días y horas de trabajo para dedicarse a los placeres de la vida licenciosa. Eran “mal entretenidos” los que frecuentaban las casas de juego, tabernas y paseos. El grupo de vagos, ociosos y mal entretenidos era clasificado en cuatro depósitos situados en La Coruña, Zamora, Cádiz y Cartagena, de modo que los que tenían entre 17 y 35 años y no tenían defecto físico, pasaban al regimiento correspondiente, y los demás pasaban a hospicios y casa de misericordia, o colocados en diversos oficios, y muchas veces enviados a América, lugar de destino final de todo lo no deseado en España. La declaración de vago u ocioso, se notificaba al interesado, a sus padres y su maestro o amo, y era ejecutiva en el mismo momento en que se dictaba, aunque el interesado podía reclamar a posteriori. La corruptela consistía en reclutar obreros, viajeros cogidos en los caminos, lo cual evitaba al reclutador enfrentamientos más difíciles con los vagos y maleantes.
Oficialidad.
En 1704, ante la necesidad perentoria de oficiales, se extrajeron oficiales de las milicias provinciales y se convirtieron en oficiales del ejército. En 1712 se decidió extraer los oficiales de entre los regimientos de infantería, caballería y dragones, que tuvieran cierta formación intelectual y militar. En 1722, una Real Orden exigió que fueran hijos de noble o de militar.
Los nobles ingresaban como cadetes y ascendían a subteniente o alférez en la primera oportunidad que hubiera vacante, pudiendo ascender sin límite. El resto de las personas empezaba como soldado pudiendo llegar como máximo a Ayudante Mayor.
La oficialidad, antes de la existencia de las Academias y Escuelas Militares, se formaba a partir de los cadetes (cadets en francés), o aspirantes a oficiales, hijos de nobles o de militares de grado mínimo de capitán, a los que se suponía una cierta formación intelectual, con edad de 16 años (en 1784 a partir de jóvenes de 12 años que se instruían en el ejército y se formaban para ser suboficiales). Cuando se crearon las Escuelas y Academias Militares, los alumnos pasaron a denominarse cadetes. Los cadetes quedaban bajo la protección de un “capitán maestro de cadetes”, que se encargaba de formarles militar y moralmente, para hacerlos duros. A partir de 1764 se prefirió que fueran a Escuelas de Oficiales, pues se opinaba que en una escuela podrían recibir conocimientos científicos imposibles de aprender en campaña, y además era conveniente apartar a los jóvenes de la tropa común que muchas veces abusaba de ellos o los maltrataba incapacitándolos moralmente para el mando.
Al grado de oficial se pasaba desde la situación de cadete de Academia o la de sargento del ejército. El oficial procedente de Academia era joven y ascendía con rapidez. Los sargentos, como eran mayores en edad, eran postergados en las misiones y raramente pasaban del grado de capitán.
La condición de cadete se reguló en 1768. Era preciso ser noble, hidalgo notorio, o hijo de oficial; contar con medios de subsistencia acordes con la categoría social de que se presumía; tener 16 años, o al menos 12 si se era hijo de oficial; mostrar buena disposición y esperanzas de mejorar; solicitarlo al coronel del regimiento en el que se pretendía ingresar, y ser aceptado por el Director o Inspector General jefe del ejército.
Sólo se podían admitir dos cadetes por cada regimiento de infantería, uno por cada regimiento de caballería y uno por cada regimiento de dragones, y de ninguna manera se podía ingresar como cadete en artillería, sino que en este caso, había que pasar por la Academia de Artillería, en la que se podía ingresar a los 14 años.
La escala, o escalafón, era la siguiente:
En el tramo de los oficiales generales, o jefes que tenían mando sobre cualquiera de las armas del ejército:
El Capitán General era un cargo honorífico, que detentaban una docena de militares distinguidos.
El Teniente General que tenía mando en Capitanías Generales, Guardias de Corps, Alabarderos, o Guardias Españolas, gobernaba una plaza militar y tenía funciones de inspector de un cuerpo determinado de infantería, caballería, artillería, ingenieros.
El Mariscal de Campo que hacía lo mismo que un Teniente General, excepto mandar una capitanía general. Más bien era el jefe de la tropa del regimiento.
El Brigadier era un grado de premio tras mandar varios regimientos y antes de ser ascendido a mariscal.
Con el brigadier se acaba la escala de oficiales generales, y a continuación ponemos la de oficiales de un arma concreta, o clases (clase de coroneles, clase de capitanes…):
El Coronel era el jefe de un regimiento, mandaba la tropa, y administraba y gestionaba la economía del regimiento. Sustituía al Maestre de Campo.
El Teniente Coronel era el segundo del regimiento, coordinaba batallones y sustituía al coronel en ausencia de éste.
El Sargento Mayor era el tercero del regimiento y era responsable de la disciplina, obediencia a los jefes y aprendizaje de tácticas. Redactaba las hojas de servicios, pasaba revista, pagaba…
El Comandante no tenía funciones definidas y ni siquiera estaba presente en todos los cuerpos militares.
El Capitán mandaba una compañía o escuadrón, proponía ascensos inferiores a él, distribuía el prest, o sobresueldo, cuidaba la instrucción del soldado y el armamento de su compañía. A finales del XVIII había primer capitán, clase más alta, y segundo capitán, más baja.
El Ayudante Mayor ayudaba al Sargento Mayor cuidando de las armas, el cuartel, el aseo, la disciplina y la policía del cuartel. Era ejercido por oficiales que empezaban como soldados y ya no ascendían más.
El Teniente era un alférez ayudante del capitán, lo cual le daba un poco mas de sueldo. A final de siglo XVIII hubo primer teniente, y segundo teniente.
El Alférez de caballería era el primer grado de oficialidad en este cuerpo. Sustituía al Portaestandarte de una compañía o escuadrón, y el cargo pasó por varias denominaciones como subteniente, segundo teniente, lugarteniente, corneta, para al final denominarse alférez en la caballería y subteniente en la infantería.
El Subteniente de infantería era el primer grado de oficialidad en este cuerpo.
El Sargento era el suboficial con relación directa con la tropa, Había sargentos de primera y sargentos de segunda, que también eran grados a los que se ascendía.
El origen social de los oficiales era en un 78% noble, y la mayoría hidalgos y caballeros. El aspirante a oficial militar debía presentar unas pruebas de nobleza que podían ser:
Haber desempeñado regidurías o alcaldías perpetuas, o empleos públicos en municipios.
Posesión de un mayorazgo.
Presentar escrito de notoria hidalguía.
Pertenecer a una institución que requiriera ser noble.
Ser tenido como hidalgo notorio en su pueblo.
Además tenía que presentar:
Una fe de bautismo de él, su padre y su madre.
Tres pruebas de nobleza de él, de su padre y abuelo paterno.
Un informe del juez de que efectivamente era noble.
Certificado de limpieza de sangre y de no haber ejercido oficios mecánicos ni él, ni su padre, ni ninguno de sus abuelos.
También el aspirante podía presentar ser hijo de oficial del ejército, lo cual era muy conveniente para el aspirante. La nobleza ilustre podía ser ascendida sin pasar muchos años en cada escalafón, mientras los demás estaban un buen número de años. Pero ser militar era ser noble, y un padre militar ayudaba mucho y, si era ilustre, mucho más. Desde el empleo de capitán hacia arriba era preciso ser hijo de nobleza titulada.
El origen geográfico de los oficiales españoles del XVIII era: 23% de Andalucía, 22% de Castilla, 8% de Cataluña, 6% de Aragón, 6% de Levante, 5% de Extremadura, 5% del norte de África, 4% de Galicia, 3% de Navarra, 3% de País Vasco, y otros eran de Baleares, Asturias, América, Flandes, Francia, Portugal, Sicilia, Milán, Italia…
La edad de ingreso eran 18 años, igual para soldados y cadetes, pero eran 16 si se era hijo de militar, e incluso se podía ingresar a cualquier edad por privilegio del rey.
Con todos esos requeisitos, el aspirante era admitido como cadete, tiempo en el que debía permanecer por un tiempo impreciso, sin cobrar, manteniéndose de lo suyo, hasta que surgiera una plaza vacante de subteniente o alférez.
Los ascensos se hacían presentando una terna para cada vacante, de la que había que elegir un aspirante. La vacante se producía por ascenso, muerte o retiro de un superior. Los requisitos valorados eran:
Tiempo mínimo de estancia en el escalafón inferior;
Méritos (campañas militares, capacidad, conducta, nobleza);
Ser hijo de noble, mejor cuanto más ilustre.
La terna la elaboraba el capitán de la compañía, o coronel en su caso si el escalafón era alto, y se consideraba que prefería al primero de la terna. La terna pasaba al coronel, que añadía otros méritos a su forma de ver, y cambiaba el orden de la terna si le parecía, pasaba al inspector que hacía otro tanto, al director general igualmente, al ministro que volvía a informar y cambiar si le apetecía, y al rey, que hacía el nombramiento definitivo y no siempre escogía al primero de la terna.
En el siglo XVIII cabía el acceso directo al grado de capitán por méritos de guerra, por recompensa del rey.
Oficialidad y matrimonio. En 1632 los oficiales por debajo de coronel debían ser célibes para no causar pensiones ni grandes gastos al Estado. Se necesitaba licencia para casarse. Era un gran problema y los oficiales argumentaban “haber dado palabra de casamiento” (embarazo de la novia) para pedir licencia de matrimonio. En caso diferente, se autorizaba casarse con hijas de oficiales (que ya tenían pensión por su condición familiar) o mujeres arregladas a la condición de militar, preferentemente que tuvieran una buena dote y no fueran un problema para el ejército. Los casados no solían ser más allá del 24% de los oficiales.
Situaciones de destino. Por su situación en el ejército, los oficiales eran denominados “oficiales vivos” si estaban en su Cuerpo de siempre y en su grado correspondiente. Pero había situaciones diversas, en cuyo caso se hablaba de “oficiales agregados”. Los oficiales agregados podían ser “reformados” en el caso de que su unidad hubiera sido disuelta y hubieran pasado a otra unidad, en cuyo caso no tenían derecho al mando de ninguna compañía ni regimiento. Podían también ser “graduados”, o que se les hubiera concedido un grado superior al empleo que ejercían, de modo que su grado era honorífico, pero su empleo seguía siendo el un poco más bajo que en realidad ejercían.
Obligaciones y limitaciones de los oficiales. Los oficiales no tenían obligación de vivir en el cuartel con la tropa, sino que podían hacerlo en domicilio propio, en todo momento declarado en el cuartel.
Los oficiales no podían servirse de los soldados como criados, sino que tenían que contratar a sus expensas sus propios criados. En 1794 se crearon los trabantes, que eran soldados al servicio personal de los oficiales. En 1801 se suprimieron los trabantes, y a los oficiales se les puso asistente para ayudarles en lo militar, pero no en lo doméstico.
Los uniformes de golilla, propios del militar del siglo XVII fueron sustituidos por otros más cómodos y baratos.
Tropa.
Se entiende por tropa el conjunto de personas de categoría inferior a los oficiales, es decir, sargento, sargento segundo, cabo, cabo segundo y soldado.
Categorías de tropa. Entre soldados había algunas diferencias, principalmente el “soldado distinguido”, que era alguno de especial comportamiento o veterano, el cual quedaba exento de “trabajos mecánicos” (acarrear agua y leña, hacer cocina, fregar, barrer y limpiar…). Los soldados distinguidos eran propuestos por el capitán para cabos segundos, si lo aprobaba el coronel. El cabo mandaba una escuadra. El correcto desempeño del cargo, podía llevar al cabo segundo a ser propuesto para cabo primero. Entre los más distinguidos cabos primeros, se escogía para cubrir vacantes de sargento segundo. Quien, de entre los sargentos segundos, mostrase más aplicación y utilidad, era propuesto para sargento primero.
Las deserciones eran un problema grande porque las quintas anuales y las levas forzosas, había muchos descontentos, llevados al regimiento esposados y encadenados. Los desertores eran penados a muerte en tiempo de guerra, pero había muchas amnistías en tiempos de paz.
El alojamiento del soldado se hacía donde había oportunidad, y podía ser en un palacio unas veces, o en casuchas sin condiciones en otras ocasiones. Los regimientos se creaban para una necesidad concreta y se disolvían al terminar la contienda, con lo cual lo normal era que no hubiera alojamiento militar en el destino, y se utilizase lo que se encontraba a mano en el lugar, cualquier alojamiento. Los soldados eran peligrosos por su misma estancia en un lugar, debido a las malas condiciones en que estaban alojados, y más si pasaban hambre. Cuando las unidades fueron permanentes, hubo que pensar en cuarteles, pero ello era caro, y no se generalizaron hasta el siglo XIX. Lo normal era dormir en litera individual (en otros ejércitos, se dormía compartiendo jergones). En las marchas y campañas se alojaban en casas de particulares.
El soldado tenía fuero militar, derecho a ser juzgado por jueces y leyes militares, y si se retiraba con el grado de oficial, lo conservaba el resto de su vida.
Pagas. El soldado cobraba extras si servía 15 años y nuevas extras cada mes si servía más de 20 años.
Las ordenanzas de 1704 fijaban los salarios del soldado y las pensiones a cobrar tras la licencia militar.
Dificultades de cupo. En 1704 no se consiguió reclutar los 100 regimientos previstos, 100.000 hombres, cifra que parece demasiado optimista por parte de Canales. El Consejo de Aragón se quejó de que se reclutara gente en Valencia sin contar con dicho Consejo y de las represalias que hubo en 1703 contra ingleses y holandeses sin su conocimiento. El Consejo de Aragón fue ignorado, y en 1707, suprimido.
Castigos y recompensas.
Los castigos de los oficiales eran el arresto, destino a presidio de menor categoría, y arresto en un castillo con pérdida de grado.
Las recompensas de los oficiales eran los títulos de nobleza, los destinos diplomáticos, destinos como Gobernadores o Virreyes.
Los castigos de la tropa eran más groseros, e iban desde el arresto al castigo de baquetas (paseo, con la mitad superior del cuerpo desnuda, entre dos filas de soldados que le iban golpeando a su paso con las baquetas, o en su caso con varas).
[1] Felice Gazzola, 1699-1780, conde de Gazzola, era un italiano que se había puesto al servicio del infante Carlos en Parma, y había acompañado a Carlos III a España.