CRISIS DE LA GUERRA DE SUCESIÓN EN 1711.

 

 

 

La derrota austracista española a partir de 1711.

 

El 25 de enero de 1711, Gerona se rindió a Noailles, y éste atacó entonces Plana de Vich y el Valle de Arán, los lugares considerados como núcleo del austracismo. Los austracistas se quedaron encerrados en un territorio pequeño entre Igualada, Tarragona y Barcelona, menos de la actual provincia de Barcelona, aunque dominaban un espacio al norte de Tarragona. Pero su posición militar era todavía fuerte, porque tenían la protección y abastecimientos de la escuadra británica. Barcelona aguantó hasta que los ingleses firmaron la paz de Utrecht, y cayó en septiembre de 1714.

Melchor de Avellaneda y Romero I marqués de Valdecañas y Adrien Maurice de Noailles amenazaban al archiduque Carlos de Habsburgo por el norte y por el sur, pero mientras las ciudades de Cardona y Tarragona resistieran, Barcelona se sentía protegida.

Luis XIV pidió a Louis de Vendôme y a Noailles que fueran a Zaragoza y convencieran a Felipe V de que era necesaria la paz aunque para ello tuviera que hacer algunas concesiones. Felipe V no aceptó hacer ninguna concesión. La Ursinos apoyó la postura de Felipe V.

Las acciones de guerra de este año 1711 fueron muy limitadas: Vendôme tomó Igualada, el marqués de Arpagón tomó Benasque; Vendôme cercó Prats de Rey, pero Starhemberg le hizo levantar el sitio; Vendôme atacó Cardona y tomó la ciudad, pero no el castillo; Noailles atacó Hostalrich.

La paralización de la guerra era tan evidente, que el marqués de Valdecañas se enfrentó a Vendôme acusándole de que los franceses no estaban haciendo lo suficiente en la guerra, y tras ello, abandonó el ejército.

Y cuando llegaron los fríos del otoño de 1711, la guerra se paralizó completamente.

Felipe V, y con él toda la Corte, pasó casi todo el año 1711 en Zaragoza. Se marchó de Zaragoza cuando enfermó la reina y la Corte se trasladó a Madrid.

 

 

Las Conversaciones de Londres en 1711.

 

Las conversaciones se habían iniciado en agosto de 1710 en secreto, y eran llevadas únicamente por Francia y Gran Bretaña.

En diciembre de 1710, los borbónicos españoles derrotaron muy seriamente a los austracistas en Brihuega y Villaviciosa y el panorama cambió radicalmente, pues de un seguro triunfo de Carlos III de Habsburgo, como se opinaba hasta entonces, se pasó al convencimiento de un seguro triunfo de Felipe V de Borbón. Inmediatamente ello tuvo repercusiones en las Conversaciones de Londres, pues Gran Bretaña hizo una nueva proposición: si le daban concesiones comerciales y puntos de establecimiento británico en América, estaban dispuestos a abandonar al archiduque Carlos de Habsburgo. Los nuevos negociadores fueron Matthew Prior por Gran Bretaña y Nicolas Mesnager por Francia.

Francia decidió ganar algunas bazas para negociar mejor en su propio provecho en Londres: En enero de 1711 los franceses tomaron Gerona y amenazaban seriamente a Barcelona. En 1711, el francés Duguay-Trouin tomó Río de Janeiro, una posición portuguesa que utilizaban los británicos para el comercio en Sudamérica.

Pero los acontecimientos más importantes de 1711 no iban a ser los bélicos, en abril de 1711 iban a cambiar muchas cosas que modificaban los planteamientos de las conversaciones de paz:

En 14 de abril de 1711 murió el Gran Delfín Luis, padre de Felipe V, de viruela, y la situación internacional se complicó pues Felipe V de España ganaba puestos en la sucesión del trono de Francia, que le correspondía a su hermano Luis duque de Borgoña, pero éste sólo tenía dos hijos vivos, Luis duque de Bretaña, 1707-1712, y Luis duque de Anjou, 1710-1774 (le habían retirado el título a Felipe V para dárselo a un príncipe francés). No se confiaba mucho en las posibilidades de vida de los infantes franceses.

El 17 de abril de 1711, murió José I de Austria, a los 33 años de edad, sin descendencia. La viruela actuó muy rápidamente, pues se manifestó el 7 de abril, y sólo vivió diez días más[1]. Heredaba el trono del Sacro Imperio Romano Germánico su hermano el archiduque Carlos de Habsburgo, que hasta entonces se titulaba Carlos III de España, y a partir de ese momento se denominará, Carlos VI de Austria. Carlos VI heredaba Austria, Hungría y Bohemia a sus 26 años de edad. De momento, fue proclamada regente, hasta la llegada del archiduque Carlos, la madre de ambos, Leonor Magdalena Teresa de Neoburgo (Eleanore Neuburg), 1655-1720, emperatriz viuda de Leopoldo I. Se daba la circunstancia de que José I tenía hijas, pero la Ley Sálica daba precedencia a los varones, lo cual le daba el trono a su hermano. Carlos VI no quería renunciar a su trono de España, y dedicó todas las energías de Austria a conseguirlo.

Con las muertes citadas, el panorama internacional europeo cambiaba radicalmente en cuanto a evitar que surgiera una gran potencia en el continente, como se había propuesto la Gran Alianza de La Haya, pues si la unión de Francia y España hacía surgir esa gran potencia a evitar, la unión de Austria y España, con sus territorios dependientes: Hungría, Checoslovaquia e Italia, era también un peligro igual, o mucho mayor que el de la ilustrada Francia. Gran Bretaña, que ya había cambiado de candidato al trono de España en diciembre de 1710, vio que había acertado de pleno en el cambio de decisión, cuando se puso a negociar la paz con Francia. Entonces se permitió retirar las subvenciones que les pasaba a Holanda y a Austria para la guerra, y decidió que las conversaciones con Francia tuvieran más nivel. Austria perdió con ello su mejor apoyo en la Guerra de Sucesión Española.

Carlos VI de Austria insistió en que su derecho de soberanía se debía a la Divina Providencia (es decir, a Dios), y por tanto tenía que mantener esos derechos sobre Austria y España a toda costa. Si los franceses y británicos querían la paz, la harían sin Austria. Pero los recursos a la religión para justificar ambiciones políticas ya no eran válidos en el occidente ilustrado.

El 22 de abril de 1711, Jean Baptiste Colbert marqués de Torcy, Secretario de Estado de Francia, envió a Londres de nuevo a François Gaultier con nuevas instrucciones para las conversaciones de paz: Francia no apoyaría al católico Jacobo III Estuardo y reconocería como sucesor al trono británico al protestante Jorge I de Hannover; Francia se comprometía a no unir nunca las coronas de Francia y España. Los británicos aceptaron las proposiciones de Gaultier, y las conversaciones de paz fueron posibles.

 

 

Abandono de la causa austracista en 1711.

 

1711 fue un año malo para los austríacos: surgió la revuelta de Rákoczy en Hungría, lo que ocupaba a muchos soldados austríacos; hubo un desacuerdo entre Carlos III y Starhemberg; y los ingleses abrieron conversaciones de paz con Francia. Por si fuera poco, la suerte de Carlos de Habsburgo se le torció en España cuando Cataluña empezó a ver la llegada masiva de muchos refugiados austracistas que llegaban de todas partes de España, y Barcelona no tenía alimentos para todos. Cuando el Gobierno catalán pidió colaboración a los nobles austracistas, éstos aportaron la vergonzosa cifra de 20 caballos para la guerra. El apoyo popular en España, en Barcelona en concreto, se quedaba en teoría, y no se traducía a dinero ni a medios.

En mayo-septiembre de 1711, los holandeses supieron, para disgusto suyo, que Francia estaba tratando de paz con Inglaterra sin que se lo hubieran comunicado. Su decisión fue pactar con Inglaterra la obtención de las máximas ventajas por sus cesiones en el tema. Londres le pidió que organizara un Congreso de Paz y Holanda fijó el 12 de enero de 1712 como fecha de inicio de las conversaciones, que se celebrarían en Utrecht.

El 27 de septiembre de 1711, el archiduque Carlos de Austria, hasta aquí citado como Carlos III, salió de Barcelona para proclamarse emperador de Austria-Alemania, y la coronación tuvo lugar en Frankfort el 22 de diciembre de 1711. Dejaba como virreina suya, Capitán General y Gobernadora en Barcelona a su esposa Isabel Cristina de Brunswick, y como jefe de sus ejércitos a Von Starhemberg. La guerra se paró una vez más, en espera de acontecimientos. Permanecería en situación de espera hasta 1714, hasta que la diplomacia europea decidió la suerte de la guerra.

Inglaterra dejó de apoyar para el trono de España a un Carlos de Habsburgo rey de Austria, y que al poco heredó el trono imperial. Hasta entonces, Inglaterra había exigido el destronamiento de Felipe V, “no peace without Spain”, pero los Wigs perdieron las elecciones y los planteamientos cambiaron. Inglaterra estaba dispuesta a retirarse de la guerra, y lo hizo efectivamente en 1713. Y Holanda siguió el proceder de Inglaterra.

Por parte de Francia, pesaban mucho las derrotas que estaba sufriendo en Italia, una y otra vez, a manos de Carlos de Austria, de modo que casi toda Italia, menos Sicilia, era dominada por los austríacos. Cuando Luis XIV pidió la paz, España, tanto a nivel oficial como popular, se sintió traicionada por Luis XIV.

En 1711 la Corte de Felipe V estuvo todo el año en Zaragoza esperando acontecimientos, pues su camino podía ir bien hacia París, al exilio o al trono de Francia, o bien hacia Madrid, al trono de España, según el resultado de las conversaciones de paz internacionales.

 

 

Los Preliminares de Londres.

 

Los Preliminares de Londres, firmados por Francia e Inglaterra el 8 de octubre de 1711, fueron presentados a Holanda, y una vez que los aceptó como Preliminares de Utrecht, se convocó una conferencia de paz para el 12 de enero de 1712 en Utrecht.

No fue fácil la aprobación de los Preliminares de Londres, y de hecho la Cámara de los Lores los rechazó el 7 de diciembre de 1711. Pero la reina nombró 12 Pares nuevos entre adictos a su persona, forzó una segunda votación, y la ganó. Malborough, el más firme defensor de continuar la guerra, fue cesado y sustituido por el duque de Ormond, un pacifista que recibió órdenes de estar en los Países Bajos, pero no luchar en ningún caso.

En estos Preliminares, Luis XIV se comprometía a reconocer a la reina Ana de Inglaterra, a admitir el protestantismo británico, a dar ventajas comerciales a Inglaterra, a demoler las fortificaciones de Dunquerque, a aceptar la ocupación de Gibraltar y Menorca, a aceptar que el asiento de negros en Indias fuera para una compañía inglesa, a aceptar que España y Francia no se podrían unir y a dar a los aliados de La Haya ciertas ventajas económicas que les permitieran resarcirse de los gastos de la guerra como libertades de comercio y unas ciudades que hicieran de barrera militar holandesa frente a posibles invasiones.

Por su parte, Inglaterra, el 8 de octubre de 1711, reconocía a Felipe V como rey de España y declaraba sus deseos de hablar con Francia de la paz.

La noticia sorprendió mucho a sus aliados, sobre todo a Carlos VI de Austria que veía que le abandonaban. El embajador de Austria en Londres protestó y exigió el cumplimiento de los Preliminares de Londres de 1709.

En octubre de 1711, los holandeses se enteraron de las Conversaciones de Londres entre Inglaterra y Francia, con la consiguiente decepción para Holanda y Austria, que se creían potencias imprescindibles. Inglaterra las hizo públicas porque las conversaciones estaban ya muy avanzadas y era preciso hacerlas públicas para ser aprobadas en el Parlamento británico.

Entonces Holanda invitó a todos a unas conversaciones de paz, que habrían de celebrarse en Utrecht el próximo enero de 1712. Austria se opuso a hablar de paz en ese momento.

Gran Bretaña insistió en que quería la paz. Los whigs y Malborough se oponían a estas nuevas condiciones de paz, y los tories las apoyaban. Entonces los tories dejaron caer una acusación de corrupción contra Malborough, de lucro personal al contratar tropas extranjeras, de sobornos al aceptar cargamentos de vino que iban para sus negocios cuando eran contratados para el ejército… y Malborough fue destituido. Tomó el mando de los ejércitos británicos en el continente el duque de Ormond.

Carlos VI de Austria reunió a sus principales magnates, el conde de Gallas, el conde de Wratislaw, el conde Zinzendorf y el Príncipe Eugenio de Saboya y, juntos, decidieron enviar a Londres un embajador a negociar la anulación de los Preliminares, pero fue inútil. Entonces Eugenio de Saboya se quedó en Londres como observador, pero negándose a participar en las conversaciones de paz.

 

 

Los italianos en España.

 

A partir de este momento de octubre de 1711, llegó a España una oleada de italianos. Eran los que habían defendido la causa borbónica en Italia y habían sido castigados por los austriacos recientemente:

Carmíneo Nicolás Caraccciolo, 1671-1726, príncipe de Santo Buono, sería nombrado virrey del Perú en 1713-1720.

Restaino Cantelmo-Stuart y Brancia, 1651-1723, VIII duque de Pópoli.

Francisco Pío de Saboya y Moura, 1672-1723, príncipe de San Gregorio, conocido como Príncipe Pío.

Víctor Amedeo Louis Ferrero de Fisque y Saboya, marqués de Crevecoeurt y príncipe de Masserano

Francesco de Giudice[2], 1647-1725, cardenal arzobispo de Monreale, quien llegó a España en 1711 como Gran Inquisidor, condenó un escrito de Macanaz en 1713 e hizo que éste tuviera que marcharse a Pau en 1715, y que Orry fuera expulsado de España. En 1717 se marchó a Roma.

Antonio de Giudice, 1657-1733, príncipe de Cellamare.

La oleada de militares italianos se sumó a la de gobernantes que Luis XIV estaba enviando desde Francia desde 1701, y que en diciembre de 1710 se había renovado con el envío de Francesco Acquaviva y de Galtieri. También hay que sumar a esto la llegada del flamenco Jean de Bouchoven conde de Bergeyck a mediados de 1711.

La llegada masiva de extranjeros para gobernar en España era síntoma de la necesidad de reformas en España y del convencimiento general europeo de que los españoles eran incapaces de realizarlas. No era solamente Luis XIV quien pensaba que en el Gobierno de España había muchos incompetentes y mediocres, que ocupaban el cargo sin ninguna preparación ni disposición para ello, sino que también lo pensaban algunos españoles.

Había motivos objetivos para pensar en la incompetencia de los gobernantes españoles: Francisco Antonio Fernández de Velasco y Tovar (hijo del duque de Frías) había fracasado en Cataluña en 1705; el marqués de Villena había perdido Nápoles en 1707; el marqués de Jamaica y de Veraguas había perdido Cerdeña en 1708. Y otros muchos nobles estaban dispuestos a pasarse al austracismo, si no se habían pasado ya de hecho.

En una mentalidad ilustrada, lo lógico era confiar los ejércitos y la Administración a personas, nobles o no, que hubieran demostrado su competencia en el mando de ejércitos, y muchas de estas personas estaban en Italia, donde habían luchado contra el emperador de Austria demostrando efectividad, a pesar de estar a veces a las órdenes de incompetentes enviados desde España. Los italianos, que habían visto expropiados sus bienes por los Habsburgo, y habían sido expulsados de su país, eran de confianza. El problema que se manifestaría en ellos es que dirigían demasiado la política hacia la zona italiana, y no al conjunto de los problemas de España.

En resumen, en España había calado la idea de que eran necesarias las reformas. Ya no era sólo cosa de Luis XIV ni eran imposiciones extranjeras. Pero llevar a cabo esas reformas será una empresa más larga y compleja de lo que pueda parecer a primera vista, y ocupará gran parte del siglo XVIII.

En 1711 fue nombrado Inquisidor General Francesco del Giudice[3]. Surgió una rivalidad entre Giudice y los renovadores del Gobierno, como Orry, Pedro Robinet confesor real, la princesa de los Ursinos, Melchor de Macanaz fiscal del Consejo de Castilla, que se incomodaron. Se hizo dimitir a Giudice como inquisidor, lo que tendría sus consecuencias en febrero de 1715, cuando Giudice se tomó su revancha: acabaría con la expulsión de Orry, destierro de Macanaz a Francia, junto a la reposición de Giudice como Inquisidor y su nombramiento como Secretario de Estado. A partir de ese momento, fue Alberoni el que trató de quitarle poder a Giudice, otorgándoselo a Grimaldo, ministro con poderes por encima de los Consejos. En enero de 1717 se le hizo dimitir por segunda vez a Giudice de todos sus cargos y fue expulsado a Roma, donde se pasó a la causa austracista.

 

 

Segundos Decretos de Nueva Planta en Aragón.

 

Aragón volvió a perder sus fueros en 1711. Pero esta vez se la trató con prudencia de forma que el Real Acuerdo coordinaba al Capitán General puesto por Felipe V, con la Audiencia tradicional aragonesa, y se restauraba el derecho civil aragonés. El cambio mayor era que se le imponía un Intendente con atribuciones en Hacienda y Economía. Este fue el modelo que más tarde se impondría en la nueva planta de Cataluña y Mallorca.

Melchor de Macanaz[4] fue nombrado Intendente de Aragón y empezó a ejecutar en la práctica los Decretos de Nueva Planta de 29 de junio de 1707. En 1 de febrero de 1711, Macanaz fue enviado a Zaragoza para hacer las reformas precisas en Aragón con el cargo de Intendente General, y se puso a revisar las cuentas del Real Erario. Lo primero que hizo fue intentar reorganizar las finanzas aragonesas. Y en 3 de abril de 1711 hizo la reforma de la Administración Aragonesa:

Puso un Capitán General con competencias en lo militar, político, económico y gubernativo.

Reformó la Audiencia de Zaragoza de forma que estuviera integrada por personas nacidas en cualquier lugar de España, y no necesariamente de sólo aragoneses como hasta entonces.

Otra reforma de la Audiencia fue que haría cumplir el Derecho Criminal propio de las leyes de Castilla, aunque respetaba el uso del derecho aragonés en el terreno de lo Civil, que antes era de rango municipal.

La Audiencia que se creaba tenía dos Salas, de lo Civil y de lo Criminal, y se organizaba según el modelo de Sevilla.

Impuso el idioma castellano como lenguaje de la Audiencia, lo cual permitiría acceder a esos cargos a los castellanos.

Las Cortes aragoneses dejaron de existir.

Las competencias de Hacienda fueron confiadas a la Junta del Real Erario (presidida por el Capitán General, que actuaba junto a dos representantes del clero, dos de la nobleza, dos de los hijosdalgos y dos de los ciudadanos).

 

Los Segundos Decretos de Nueva Planta para la Corona de Aragón, de 1711, recomponían provisionalmente los de 1707: se renovó la autoridad del Capitán General, se eliminó la Chancillería y se creó una Audiencia para Zaragoza (y otra para Valencia en 1716). Se creó el Real Acuerdo para problemas de competencias de jurisdicciones. Esta Planta se denominó como “interina”, es decir, transitoria, pero se mantuvo para siempre.

En Valencia, en su momento, se mantuvo la Generalitat del Reino de Valencia con el fin de recaudar los impuestos, y permanecería en esa función hasta 1718.

 

 

Nueva Planta en Castilla en 1711.

 

En 20 de julio de 1711, Jean de Brouchoven conde de Bergeyck, fue el nuevo hombre de confianza de Felipe V. Bergeyck, educado en Flandes, conocía la organización del Estado francés, y traía las mismas ideas que ya había expuesto antes el rey de Francia: había que hacer de Felipe V un rey, imponiendo su autoridad sobre los Consejos, a menudo dominados por los nobles. También era continuador de las ideas económicas que había introducido D`Amelot en España en 1705-1709. Así que se plantearon de nuevo las reformas emprendidas en 1701 y 1703, empezando por Marina y Hacienda, que eran urgentes, y continuando por el resto de la Administración del Estado y la industria. Las reformas, que antes se veían como impuestas desde Francia, ahora se veían necesarias desde dentro de España. En septiembre de 1711, Bergeick fue nombrado Superintendente General de Hacienda, cargo en el que estuvo dos años intentado hacer en España una reforma moral, financiera y administrativa. Era un objetivo demasiado amplio para los dos años que estuvo.

En 1711 se cambió la política de nombramiento de corregidores, para empezar a poner más “corregidores de letras”, es decir, togados, e ir sustituyendo a los “de capa y espada”.

En 1711, Bergeick propuso un plan para regenerar la Marina española de forma que la construcción de barcos fuera más independiente de los suministros de material procedentes del extranjero. El plan era complejo, pues el dinero se recaudaría mediante impuestos cobrados directamente por el Estado, los arsenales de la Armada serían gestionados directamente por el Estado y no por “el servicio de averías”, y en todos los puertos españoles con licencia para importar o exportar habría un delegado del rey permanente para controlar mercancías y pagos de impuestos.

El 20 de noviembre de 1711, Bergeick Creó Intendencias y Superintendencias, propuso colocar un Intendente de justicia, policía y finanzas en cada provincia española, sólo subordinado al rey y no dependiente de tribunales provinciales. El fin principal era el de recaudar impuestos. Antes de Felipe V, el Intendente era un administrador del ejército. Pero a partir de 1711, el Intendente fue mucho más:

Era un cargo dependiente del Consejo de Castilla, que recaudaba los impuestos de hacienda para asistir a las necesidades militares de su zona, cuidaba los abastos generales, de la ciudad y del ejército, procuraba el fomento de la economía y los servicios, y tenía algunas atribuciones de justicia en cuestiones de rentas de la Corona. Incluso era corregidor de la ciudad en la que residía.

En diciembre de 1711 se nombraron los primeros intendentes para regiones en las que había tropas o eran fronterizas:

José Patiño fue a Extremadura, fronteriza y con tropas, el 1 de diciembre de 1711.

Macanaz fue Superintendente General de Aragón desde febrero de 1711, región con tropas.

Valencia tuvo dos intendentes de forma simultánea: Rodrigo Caballero para asuntos de Guerra, y José Pedrajas para asuntos de Finanzas.

Salamanca y León tuvieron Intendente como fronterizas.

En 1713 se volvió a intentar el programa de los Intendentes.

 

 

El problema de la recaudación de Hacienda.

 

El problema de la recaudación de impuestos era muy complicado en territorios en los que estaban asentadas muchas tropas y había que alojarlas y alimentarlas, como era el caso de los territorios de la Corona de Aragón. Las autoridades militares gestionaban ese servicio mediante comisarios, ordenadores y tesoreros de guerra que actuaban como “superintendentes de rentas reales”. En 1711, llegaron por fin los Intendentes,

 

Pero el problema de Hacienda era mayor que el de sostener un ejército en lucha, que ya era grande. Lo primero era saber lo que el Estado recaudaba y lo que gastaba, y ello significaba vigilar a los Contadores (interventores de Hacienda), agrupar las percepciones de rentas y tratar de ahorrar gastos de recaudación. Para ello se creó la Dirección General de Rentas, y en América se impuso el Pesquisidor que vigilase esas percepciones de rentas y su debido ingreso en la Caja del Estado. El tema resultaba mucho más complejo de lo que pueda parecer, pues subir los impuestos y enemistarse con los antiguos recaudadores, muchos de ellos corruptos, significaba altercados y necesidad de presencia militar para apoyar el orden público. Y además había que controlar a otros grandes perjudicados, principalmente la Iglesia y la nobleza, cuyas protestas por pagar impuestos podían levantar contra los gobernantes a muchos creyentes y muchos allegados a los nobles.

 

 

Otros cambios de 1711.

 

En 1711, se creó la Real Librería sobre la base de la Biblioteca Real creada en 1637. Esta institución, recogió unos 12.000 volúmenes en libros, monedas, medallas y antigüedades que en el siglo XX pasarán a la Biblioteca Nacional y al Arqueológico. Para dar sentido a esta biblioteca, se creó en 26 de julio de 1716 el “depósito legal” a fin de recoger en adelante todas las publicaciones de libros, periódicos, mapas, grabados, fotografías, partituras musicales, (y más adelante, discos casetes, CD,…). El acopio de tanto material haría que hubiera de cambiar de sede de vez en cuando. La biblioteca será ampliada en 1761 cuando Carlos III compre la biblioteca del cardenal Arquinto en Roma, al tiempo que daba una reglamentación de funcionamiento de la biblioteca. Por ese mismo tiempo se estaba catalogando y reordenando, labor que correspondió a Juan de Santander en 1751-1783 y a Pérez Bayer en 1783-1793, que además publicó repertorios de libros. En el siglo XIX, los libros se colocarían en secciones por materias con un bibliotecario especializado en cada sección. En 1836-1844, con motivo de la desamortización, la Librería Nacional recibió unos 70.000 libros de los conventos de la provincia de Madrid, y en años sucesivos la biblioteca de la catedral de Ávila, la biblioteca del infante Sebastián de Braganza, la colección de estampas y dibujos de Joaquín Carderera, unos 20.000 impresos y manuscritos arabistas de Pascual Gayangos, los códices ilustrados del Duque de Osuna, las obras de música de Francisco Asenjo Barbieri, las obras sobre África de Tomás García Figueras… En 1858 se creó el Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios y Anticuarios y se habilita una partida de presupuesto anual para comprar libros extranjeros, además de recibir donativos e incautaciones. En 1866 se empezó un edificio nuevo en la calle Recoletos de Madrid, que fue terminado en 1892 y se llamó Palacio de Museos, Archivo y biblioteca Nacionales, pero del que se desgajaron diversos museos y se quedaría en 1950 con Biblioteca Nacional por un lado y Museo Arqueológico por el otro.

Otra de las novedades emprendidas en 1711 fue la fundación de una factoría textil en Valdemoro, con tejedores venidos de Bruselas, de la mano de Bergeyck. Se intentaba reducir la dependencia del exterior en lo posible.

Dentro de este nuevo ambiente reformador, en 1712-1717 se hizo un recuento de población llamado Vecindario General de España, y conocido como el Vecindario de Campoflorido por ser éste personaje el autor. Comprende toda España, menos País Vasco, Baleares y Canarias. Se hizo con fines de recaudación de impuestos y, por eso, algunas veces no aparecen los hidalgos, eclesiásticos, viudas y pobres, aunque otras veces sí. Se considera que disminuye las cifras reales de población entre el 20 y el 50%, según las zonas.

 

Las reformas de 1711 y 1712, no tuvieron el éxito esperado, y el proyecto de la Nueva Planta de Castilla se reemprendería en 1713.

 

 

[1] Hay fuentes que dicen que José I de Habsburgo estaba muy enfermo de sífilis, contraída en 1704, antes de ser emperador, y contagió a su esposa, la cual estaba también muy enferma y no parecía adecuada para la regencia. La viruela acabó con él en pocos días. La sífilis de ambos consortes les impidió tener hijos a partir de haberla contraído. Si esto es cierto, los negociadores de Londres estaban pactando sobre bases falsas, pues sabían, desde hacía años, que no habría descendencia masculina en el trono de Austria y la Corona recairía en Carlos de Habsburgo.

[2] Francesco de Giudice, 1647-1725, era napolitano, protegido de Francisco de la Cerda duque de Medinaceli, y en 1699 formaba parte del Consejo de Estado de Carlos II. En 1700 se hizo borbónico y ello le permitió ser virrey de Sicilia en 1701-1705. En 1711 fue nombrado Gran Inquisidor en España y en 1713 condenó un escrito de Melchor de Macánaz, lo que terminó con su nombramiento, pero logró que en 1715 Macanaz y Orry fueran expulsados de España. En 1715, Giudice volvió a ser Gran Inquisidor, pero con muchos enemigos. Alberoni trató de despojar de poder a Giudice dando más poderes al ministro Grimaldo. En enero de 1717 lograron eliminar a Giudice, que se marchó a Roma y se pasó a la causa austracista.

[3] Francesco del Giudice, 1647-1725, era un napolitano quinto hijo del príncipe de Cellamare, que en 1699 era miembro del Consejo de Estado de España y en 1700 optó por la causa borbónica. En 1700 fue enviado a Sicilia como Virrey.

[4] Melchor de Macanaz, 1670-1760, era natural de Albacete, da familia noble, nivel medio bajo, y había estudiado Derecho en Salamanca, trasladándose en 1694 a Madrid, donde entró en los círculos de Portocarrero y el marqués de Villena. En 1700, optó por Felipe V porque compartía el deseo de cambio social y político para España. En 1704 fue secretario del Virrey de Aragón conde de San Esteban de Gormaz y así conoció los asuntos aragoneses. En 1706, Amelot le fichó para el equipo de reformadores de Felipe V, a fin de reformar los fueros aragoneses, pues había escrito Regalías de los Señores de Aragón. El 29 de junio de 1707 se dieron los Decretos de Nueva Planta para Aragón, pero eran de difícil aplicación. En 1711, Macanaz fue designado Intendente para Aragón, lo cual le daba competencias en ejército y hacienda, y tras la Real Célula de 3 de abril de 1711 Macanaz empezó a aplicar las reformas en Zaragoza. En 1713 sería Fiscal General de Aragón.