NOVATORES EN 1700-1737.

 

 

 

 

 

 

 

Novatores en la primera época de Felipe V.

1700-1737.

 

Habríamos esperado que Felipe V, que venía de Francia, resolviera el problema entre ciencia nueva y tradición a partir de 1700. Pero Felipe V necesitaba de la Inquisición para atacar al archiduque Carlos, y sacrificó sus ideas personales a la necesidad del triunfo sobre los secesionistas aragoneses.

Fueron los hechos mismos los que poco a poco se impusieron: los científicos sabían la verdad, y el papel de la Inquisición se iba desprestigiando. Las reuniones privadas dieron en “academias”, y más tarde en “sociedades económicas de amigos del país”.

La idea de la academia provenía de la antigüedad, sobre todo de la academia florentina del siglo XV, pero había tenido felices plasmaciones más recientes en la Royal Society de Londres en el XVII. Las academias de España tenían su paralelo en los “salones” franceses del XVIII. Las academias tuvieron la protección de los gobernantes españoles y se caracterizaron por ser mucho más abiertas que las Universidades a los nuevos saberes:

 

No obstante, también cuenta como esfuerzo a la racionalización la política que el Gobierno intentó en estos primeros años del XVIII. Las realizaciones en terreno de lo político son: Los Decretos de Nueva Planta de 1707 para Valencia y Aragón, una Nueva Planta para el Gobierno de Castilla, los Decretos de 1715 para Mallorca y 1716 para Barcelona, que acabaron con muchas zonas privilegiadas, quedando sólo el País Vasco y Navarra con fueros.

Entonces se creó un modelo único de administración con provincias gobernadas por un Capitán General, jefe de una fuerza armada, y una Audiencia que aplicaba justicia y aconsejaba al Capitán General. A partir de 1718 apareció la figura del Intendente que empezó siendo el administrador de la fuerza armada en el territorio, pero acabó controlando toda la economía de la provincia interesándose por la realidad económica y proponiendo iniciativas de fomento. La administración central fue gestionada por ministros o Secretarios de Despacho, libremente elegidos por el rey. El Consejo de Castilla adquirió facultades para elaborar proyectos de ley, que el rey convertía casi automáticamente en leyes, con lo cual era el verdadero gobierno de España.

 

Novatores en química y medicina.

La química de antes de la revolución científica estaba dentro del campo de la medicina, por la necesidad de hallar remedios para las enfermedades.

Juan Muñoz Peralta, 1655-1746, estudió medicina en Sevilla y formó parte de la Veneranda Tertulia Hispalense, la cual se reunió en su domicilio a partir de 1697. Logró transformar esta tertulia en la Regia Sociedad Médica y Otras Ciencias en 1697, donde se estudió a Descartes, Gassendi, Galileo, Boyle y Harvey (haciéndose notoria la ausencia de Newton). En 1699, en Escrutinio físico médico, defendía el uso de la quina, es decir un remedio químico. En Residencia Piadosa, atacaba a los médicos conservadores. En Triunfo del antimonio, de 1702, atacaba a los seguidores de Galeno. De familia judeoconversa, fue acusado de judaizante en 1718.

En 1710, Leonardo de Flores avivó la polémica entre novatores y Universidad cuando identificó como epidemia lo que los doctores de la Universidad de Sevilla habían dicho que era un ataque de peste. En 1720, Felipe V nombró a Leonardo médico de Cámara.

Félix Palacios Baya, 1678-1737, en Palestra Farmacéutica Chímico Galénica, de 1706 decidió separar sus conocimientos de farmacia de los de los saberes tradicionales. Aceptó la proposición de la Regia Sociedad de Medicina y Otras Ciencias, de Sevilla, creada en 1700. La propuesta de separación de campos fue aceptada por los médicos de Carlos II, que eran novatores, y por el Laboratorio Químico del Palacio Real (creado en 1693) lo que significó que este laboratorio se separara de la Real Botica.

En 1722 Martín Rodríguez[1] publicó en Madrid su Medicina Scéptica y Ciencia Moderna, donde se declaraba escéptico, cosa que no gustaba a los tradicionalistas, que no podían de esa manera usar la Inquisición contra él. Escéptico es un término que hoy traducimos por ecléctico, que no se inclina por ninguna de las teorías expuestas en un tratado, lo cual le permite exponer las nuevas teorías. En 1728 publicó Anatomía completa del hombre. Llegó a un punto fuerte en 1730, cuando publicó su Filosofía Escéptica, los diálogos entre un aristotélico, un cartesiano, un gasendista y un escéptico que, evidentemente, era él mismo. Los tradicionalistas se encolerizaron, pues se atacaba directamente a Aristóteles.

Contra Martín Rodríguez salieron Bernardo López de Araújo y Azcárraga con su Centinela médico aristotélica contra escépticos, de 1725, y el catedrático de anatomía de Alcalá, Juan Martín Lesaca, para quien era más importante el saber tradicional que la ciencia moderna.

A favor de Martín Rodríguez salió Benito Jerónimo Feijoo que en septiembre de 1725 publicó Aprobación Apologética del Scepticismo Médico.

Benito Jerónimo Feijoo Montenegro, 1676-1764, nació en Orense, se hizo benedictino en 1690, a los 14 años de edad, y estudió Artes y Teología en Salamanca en 1695. Fue profesor de Artes en San Salvador de Lérez en 1702 y profesor de Teología en San Juan de Poyo en 1708, sirviendo a su orden monástica. En 1709 fue trasladado a Oviedo como maestro de novicios, y aprovechó para licenciarse y doctorarse en teología en la Universidad. En 1710 consiguió la cátedra de Santo Tomás, en 1721 la de Sagrada Escritura, en 1724 la de Vísperas (Teología), y en 1736 la de Prima (Teología). En 1726 empezó a escribir su “Teatro Crítico Universal, Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes”, lo que le ocupó hasta 1739, pues fueron 8 volúmenes. Son 118 discursos que tratan de artes, astronomía, geografía, economía, derecho político, filosofía metafísica, filología, física, matemáticas, historia natural, estética, moral cristiana y filosófica, medicina, historia y crítica histórica, supersticiones… en general, trataba de desengañar al vulgo, y no de profundizar en ningún estudio concreto. Leía las Memorias de Trevoux y el Journal des Savants franceses, el Diccionario Crítico de Pierre Bayle, el periódico británico The Spectator, y algunos libros de Bacon, Locke y Newton, que eran la fuente de sus conocimientos. En Feijoo, nos sorprende cómo llegaban las informaciones científicas de todas partes, y cómo las hacía llegar a casi todos los puntos de España. Recogía información de las Sociedades Científicas, de las Academias de casi toda Europa y de la opinión pública. Llegaba al público porque su lenguaje era ameno, vivo, espontáneo, y escribía en forma de ensayos en los que nunca profundizaba ni era extenso. Mayans, Mañer y el franciscano Soto y Marne le calificaban de poco profundo, y era verdad. En 1729 fue abad de su monasterio. En 1741 empezó sus Cartas Eruditas y Curiosas que le ocuparon hasta 1760 y fueron 5 volúmenes. Feijoo habla de todo, de religión, física, medicina, costumbres, supersticiones, brujería o astrología, siempre con libertad espiritual y mucho sentido común. Defendía que las nuevas ciencias experimentales no debían rechazarse por el hecho de ser nuevas, y no debían ser tachadas de impías, erróneas o ligeras sin conocerlas a fondo. Feijoo fue consciente de la decadencia y miseria espiritual de la España de su época y no creía que las nuevas tendencias racionalistas, bien entendidas, pudieran dañar a la religión. Feijoo influyó mucho en el pensamiento de primera mitad del XVIII español. Su obra se leyó mucho hasta 1890 aproximadamente. Divulgó muchos de los problemas científicos a que se enfrentaban los estudiosos del siglo XVIII y criticó a la nobleza por ociosa, al tiempo que defendía el espíritu del trabajador. Demostró que conocía a los “libertinos” franceses[2] como Pierre Bayle, 1647-1706, y al difusor de las nuevas ideas científicas Bernat Le Bovier de Fontenelle, 1657-1757. La pena es que Feijoo no era especialista en nada y, además de no poder profundizar en nada de lo que explicaba, cometió algunos errores propios de un aficionado a la ciencia, sin verdadera formación científica, aunque quizás el mayor de ellos es su insistencia en la inferioridad de nivel intelectual de los españoles, lo cual exasperó a Menéndez Pelayo porque, para afirmar una cosa así, había que tener más nivel intelectual que el que tenía Feijoo, y porque los españoles no tenían un nivel tan bajo como Feijoo apuntaba. Feijoo era perspicaz, gracioso, ingenioso, agresivo, polémico y tenía una buena biblioteca de autores extranjeros, sobre todo franceses, del que le gustaba especialmente Bacon. En el siglo XVIII, vendió casi 500.000 ejemplares de sus obras, de las que hubo hasta 200 reimpresiones, y fue traducido al francés, italiano, portugués, inglés y, tras su muerte, al alemán. En la primera mitad del XX, época triste para la altura científica española, Feijoo fue muy valorado. Después, perdió interés.

 

 

La polémica contra los novatores.

 

La polémica se centraba en que los novatores, para escapar de la Inquisición, se hacían llamar escépticos, es decir, que no creían en las nuevas doctrinas pero las exponían, y hoy preferimos llamarles eclécticos, que no entraban a discutir si unas teorías eran mejores que otras. La polémica había sido iniciada por Francisco de Polanco en 1714 con su Dialogus phisyco-theologicus contra philosofiae novatores sive tomistas contra atomistas. Y ante la intervención drástica de la Inquisición, se hacía necesaria una reacción de los novatores. Llegó a su punto culminante en 1722-1725, como hemos dicho, y continuaría en 1731 con Salvador José Mañer (Anti-teatro crítico), Ignacio Armesto y Ossorio (Teatro anticrítico universal) y otros integristas católicos.

Los novatores estaban en expansión de todos modos y a pesar de todas las dificultades:

La Real Academia Médico Matritense de 1732 reunía a médicos, cirujanos y boticarios en casa de José Ortega. En 1736 obtuvieron la protección real y la petición de que controlaran y vigilaran el ejercicio profesional médico, persiguieran el intrusismo, y estudiaran todos los campos de la medicina y de la salud pública. También demasiada tarea para un grupo de médicos.

En la primera mitad del siglo XVIII, fue muy importante en Valencia la actividad de los catedráticos de anatomía Tomás Longas Pascual, titular hasta 1724, y de su hijo Juan Bautista Longas, titular en 1724-1742, los cuales exigían de sus alumnos disecciones de tipo científico, y del muy admirado Antonio García Cervera, del cual yo sé muy poco.

La indignación de los tradicionalistas subió de tono cuando Antonio José Rodríguez[3], 1703-1737, un monje benedictino cisterciense de Nuestra Señora de Veruela, que de forma autodidacta había estudiado en el convento farmacia, botánica y medicina, además de filosofía y teología, afirmó en 1731, en Palestra Crítico Médica, que la experiencia es más importante que el saber hallado en los libros. No era médico, y por ello indignó más a los médicos. En 1742, publicó un nuevo libro, Nuevo Aspecto de la Teología Médico Moral, en la que defendió los saberes anatómicos y la práctica de disecciones.

 

 

Novatores en matemáticas.

 

En cuanto a las matemáticas, al llegar Felipe V al trono, la decadencia española en Matemáticas era muy grande, y casi sólo se podían estudiar en el Colegio Imperial[4] (que sería Real Colegio de San Isidro a partir de 1770), el Seminario de Nobles de Madrid, la Academia de Artillería de Barcelona 1736, o la Academia de Guardiamarinas de Cádiz.

La tertulia o Academia de José de Castellví Coloma Alagón y Borja, marqués de Villatortas en Valencia, tenía como asistentes al Deán Martí, Tosca, Corachán, Miñana, Rodríguez, Baltasar Íñigo…

Baltasar Íñigo, 1656-1746, era doctor en teología, sacerdote y beneficiado de la catedral de Valencia, y uno de los asistentes a la academia del marqués de Villatortas, conocido como “didascalus”. En 1686 hizo tertulia en su propia casa, para hablar de matemáticas, física, mecánica, arquitectura, óptica e ingeniería, con Tosca y Corachán, los cuales le consideraron su maestro en matemáticas. No escribió casi nada, solamente unos apuntes, anotaciones y las actas de las reuniones en forma de diálogos entre tres personajes.

Tomás Vicente Tosca Mascó, 1651-1723, el padre Tosca porque era sacerdote, asistente a la tertulia del marqués de Villatortas como “phylomusus”, autor de Compendio Matemático, Compendium Philosophicum, y Apparatus Philosophicum, era otro entendido en geometría, óptica, astronomía, experimentos físicos y observaciones astronómicas, que estuvo en contacto con el padre Zaragoza y ambos pudieron interesarse juntos por estos temas. Educado en Filosofía, Teología y Filologías, se interesó también por las matemáticas y, en 1676, compartía ideas matemáticas con Baltasar Íñigo y Juan Bautista Corachán, a los que se tiene por iniciadores del movimiento de los novadores españoles. En 1697 abrió escuela de matemáticas en el Oratorio de San Felipe Neri, de su congregación. En 1707-1715 escribió Compendio Matemático en 9 volúmenes. En el volumen VII, titulado Tratado de Astronomía, había explicado a Tycho Brahe y a Copérnico, inclinándose por las teorías de Copérnico y su heliocentrismo, pero como estas ideas eran peligrosas en España, adoptó la postura ecléctica de decir que trataba el asunto “como hipótesis y suposiciones ingeniosas”.

Juan Bautista Corachán, 1661-1741, asistente a la tertulia del marqués de Villatortas en Valencia como “euphyander”, conocedor de las matemáticas de Descartes y autor de Rudimentos filosóficos, se interesó por la nueva ciencia de su tiempo, llegando a ser catedrático de matemáticas en Valencia en 1696, cátedra poco considerada en aquél momento. Tradujo algunas cosas de Descartes y sabemos que conocía a Copérnico y a Tycho Brahe. Escribió Avisos del Parnaso, una obra que publicaría Gregorio Mayans Siscar en 1747.

En 1694 apareció la obra Recreaciones Matemáticas, de Antonio Bordázar Artauz, 1672-1744, el cual asistía a las reuniones de Baltasar Íñigo, Manuel Martí Zaragoza, Vicente Tosca y Juan Bautista Corachán y era impresor. No tenía estudios universitarios, pero admiraba a Tosca. Desaparecida la tertulia citada, tuvo empeño en abrir una nueva tertulia o Academia Mathemática en Valencia, pero no obtuvo subvención y desistió. Bordázar destacó por su colección de monedas, pesas y medidas de diversos países del mundo y su búsqueda de la unificación de la unidad de medida en todas ellas. Trabajó sobre todo en la unidad de la medida de longitud, de la forma que lo habían hecho Cristian Huyghens en Horologium oscilatorium, y Pedro Hurtado de Mendoza en Espejo Geográfico, utilizando la oscilación del péndulo. Más tarde, publicó Tablas cronológicas y astronómicas, Experiencias sobre la resistencia de la madera, y empezó con un Diccionario Facultativo, sobre grandes matemáticos y astrónomos, del que sólo llegó a publicar el principio.

En 1716 murió Gottfried Wilhem Leibniz, el inventor del cálculo infinitesimal o matemáticas avanzadas. Es un año que puede muy bien ser tomado por inicio de una nueva época en las matemáticas.

En 1717, sabemos que Francisco de la Torre Argaiz manejaba en la universidad de Toulouse el análisis infinitesimal.

Se cree que fue el francés Louis Godin, 1704-1774, el que introdujo las llamadas “Matemáticas Sublimes” en España, cuando estuvo en la Academia de Cádiz y en la expedición de La Condamine al Perú.

Pedro Lucuza, 1692-1779, director de la Academia Militar de Barcelona, conocía el cálculo infinitesimal.

Pedro Padilla Arcos, director de la Academia de Guardias de Corps de Madrid, conocía en 1752 el cálculo infinitesimal.

Es decir, algunos españoles estaban al día de lo que pasaba en Europa, aunque no se distinguieran en esos estudios por otras causas, como las políticas y religiosas.

El caso era que los matemáticos se hacían cada vez más necesarios en las escuelas de artillería, náutica y arquitectura. Se profesasen las ideas que se quisiera, era preciso ponerse al día en matemáticas.

En 1736, Juan Bautista Berni, 1705-1738, publicó Philosophia Racional, Natural, Metafísica y Moral, tratando de introducir las ideas de Tosca en la Universidad.

 

 

Conservadurismo en ciencias humanas.

 

El deán Martí, Manuel Martí Zaragoza, 1663-1737, había estudiado gramática en Castellón, y filosofía y teología en Valencia a partir de 1676, donde tuvo noticias del humanista Juan Luis Vives. En 1686 fue a Roma como secretario de José Sáenz de Aguirre y conoció las ideas nuevas que circulaban en Europa participando en algunas tertulias o “academias”, lo que condicionó el resto de su vida. En 1686 volvió a España como deán de Alicante (presidente del cabildo catedralicio) y se ordenó sacerdote en enero 1697. En 1699 se trasladó a Valencia, y una vez allí, asistió a la tertulia Academia del Marqués de Villatortas. Manuel Martí se interesaba por la historia del Imperio Romano. En 1704, pasó a Madrid donde estuvo media docena de años. En 1711 fue a Andalucía por cuatro años. En 1715 volvió a Madrid, 1716 a Alicante, 1717 a Roma y 1718 a Alicante de nuevo. Su mejor aportación fue reunir una biblioteca. Manuel Martí, reivindicó las ciencias auxiliares de la historia, como la crítica de las fuentes.

Pedro Antonio de Mendoza, estudió con los jesuitas de Madrid, donde se enseñaban doctrinas bastante modernas como Copérnico, Huyghens, Marín Mersenne, Claude François Millet Dechales, Giovanni Battista Riccioli, Henry Oldenburg, Vicente Mut e Ismael Bouilleau, y escribió en 1690 Espejo Geográfico.

Juan Ferreras García, 1652-1735, fue sacerdote español hijo de judeoconversos, que estudió con los jesuitas en Monforte de Lemos, con los dominicos en Trianos de Villamol y teología en Valladolid y Salamanca, y fue bibliotecario de la Biblioteca Real a partir de 1715. Escribió Synopsis Histórica Chronológica de España en 16 volúmenes en los años 1700-1727. Es una historia de España hasta el siglo XVI.

Francisco de Berganza, 1663-1738, fue abad del monasterio benedictino de Cardeña y escribió Antigüedades de España propugnadas en las noticias de sus reyes, en la crónica del Monasterio de San Pedro de Cardeña, en historias, cronicones y otros instrumentos manuscritos que hasta ahora no han visto la luz pública, en dos volúmenes en 1719-1721.

 

 

Novación en las lenguas peninsulares periféricas.

 

En 1700 apareció la Academia de los Desconfiados en Barcelona. Esta tertulia estaba conformada por 14 eruditos barceloneses, dirigidos por Pau Ignasi Dalmases i Ros, y estudiaba aspectos de la historia, lengua y poesía antiguas de la región oriental española. La tertulia abandonó en 1703, cuando surgieron los enfrentamientos políticos entre borbónicos y austracistas, y Felipe V impuso el castellano en los despachos de la Administración en 1714 y se perdió el interés por esos estudios.

La lengua catalana-aragonesa-valenciana-mallorquina había tenido cultivo literario en el XVI, pero casi ninguno en el XVII. Tras un siglo de decadencia, todavía decayó más en el XVIII, después que Felipe V decidiera que se utilizara el castellano en la enseñanza pública, en los tribunales y en la administración. Felipe V sustituía el latín por el castellano en esos ámbitos. En el siglo XVIII, la lengua aragonesa-catalana-valenciana se usaba en la intimidad del hogar y en las predicaciones de los curas que querían aparecer como cómplices de la familia para introducirse mejor en ella. Hasta el siglo XIX no se recuperará esta lengua[5].

 

La lengua gallega estaba llena de vulgarismos y cada pueblo utilizaba los suyos con peligro de llegar a no entenderse entre ellos. Los románticos intentarán recuperarla a duras penas en el XIX, pero no conocemos novación en el XVIII.

 

Otro tanto podríamos decir de la lengua vasca, prácticamente perdida y residual en unas pocas zonas rurales del País Vasco español, Navarra y País Vasco francés.

 

 

La novación de la Lengua Española.

 

La novación de la Lengua Española se basó en dos grandes acontecimientos culturales: En 1712 apareció La Biblioteca Real, y en 1714, apareció la Academia de la Lengua, creada por el marqués de Villena.

Había que luchar contra el analfabetismo generalizado, mundo impenetrable desde la ilustración, cuyas ideas no se podían cambiar desde el mundo de la intelectualidad, cuando la intelectualidad pocas veces tenía acceso a los sermones, confesiones, ejercicios espirituales… que eran la fuente de información del pueblo bajo. Y ante este reto, era fundamental la regulación del lenguaje. Los novatores tenían un mensaje que dar a la sociedad, y ese mensaje debía ser expresado y entendido correctamente. Por eso fundaron la Academia de la Lengua en 1714. Ello coincidía con el deseo del rey de controlar todo, y en ello se incluía el vehículo de comunicación de las ideas.

La Biblioteca Real (Biblioteca Nacional a partir de 1836).

En 1711, se decidió crear una Biblioteca Real. Fue una idea del confesor del rey Felipe V, Pedro Robinet, y de Melchor de Macanaz. Abrió al público en 1712 y fue su primer bibliotecario Gabriel Álvarez de Toledo, al que siguió Juan Ferreras en 1715. La Biblioteca Real Pública, convivía con la Biblioteca Real Privada del Palacio Real de Madrid. Se le concedió el privilegio de recibir un ejemplar de todo libro impreso en España y la prioridad en la compra de libros de bibliotecas particulares que salieran a subasta.

Felipe V, utilizó los fondos de la Biblioteca de la Reina Madre (libros de Felipe IV), y unos 6.000 ejemplares comprados en Francia y a algunos particulares españoles y abrió de partida con unos 8.000 volúmenes, unos impresos y otros manuscritos. Se incautaron las bibliotecas de los austracistas marqués de Mondéjar y duque de Uceda, y se recibieron las donaciones del conde de Aguilar y del duque de Medinaceli, con lo que se dispuso de unos 28.000 libros. En 1809 la biblioteca residió en el convento de Trinitarios de calle Atocha. En 1819, residió en el Consejo del Almirantazgo Real. En 1826, residió en la casa del marqués de Alcañices, en la calle Arrieta. A esta biblioteca fueron a parar por donación las bibliotecas del duque de Medinaceli, conde de Miranda, Felipe Vallejo, Pascual Gayangos, Pedro José Pidal… En 1836 pasó a llamarse Biblioteca Nacional. Con la desamortización, llegaron a la Biblioteca libros de los conventos desamortizados, unos 70.000 ejemplares. En 1869 se completó la desamortización (obra de Joaquín Zorrilla) de libros de la Iglesia con los libros de catedrales, conventos y órdenes militares restantes, llegando a guardar 300.000 libros. En 1896 se abrió la actual sede de calle Recoletos de Madrid, y en el siglo XX se sumó la sede de Alcalá de Henares.

La importancia de la Biblioteca Real debe ser considerada a la luz de los hechos:

Una vez abierta la comunicación con Europa a través de la monarquía francesa, en 1718, la persistencia de la tradición, civil y religiosa, impedía acceder a leer lo que era común en toda Europa. La ciencia era cuestionada por personas e instituciones que se tenían a sí mismos por eruditos, y eran eruditos en saber anticuado, pero no tenían erudición alguna sobre el momento histórico que vivía el mundo. Las bibliotecas españolas hacían gala de contener muchos saberes de Escoto, Molina, Escobar, Gómez, Suárez, Sánchez, Del Río, Ledesma, Granada y otros tradicionalistas, mientras carecían de libros, ni uno sólo, de Newton, Descartes, Galileo, Malebranche, Péteau, Bossuet… Las Universidades españolas estaban lejos de la actualización científica: por ejemplo, la Universidad de La Habana de 1728 y la de Caracas de 1721, se crearon sin estudios de matemáticas ni física moderna, y lo mismo pasó con la de Cervera, que fue creada para tener una universidad moderna y viable en Cataluña. Cervera tenía 17 cátedras de Derecho, 13 de Filosofía y Teología, 6 de Medicina, y 1 sola de Matemáticas y sin apenas dotación. La Biblioteca Nacional resultó pues muy importante para los españoles.

 

 

La Real Academia de la Lengua Española.

 

Juan Manuel Fernández Pacheco, 1650-1725, marqués de Villena y duque de Escalona[6], tras declararse borbónico y ejercer como virrey de Nápoles para Felipe V, recibió el encargo del rey de reunir a un grupo de filólogos que reglamentasen el español y velaran por la pureza de la lengua española. Creó una tertulia en 1713 que fue conocida como Tertulia del marqués de Villena y tenía la protección real. El 13 de mayo de 1714 se aprobaron sus estatutos y fue aceptada por el rey Felipe V. El duque de Montellano propuso como lema “Limpia, fija y da esplendor”. En 3 de octubre de 1714 ese proyecto se convirtió en Real Academia Española, de la cual Juan Manuel Fernández Pacheco fue director hasta su muerte en 1725.

La Academia se reunió en casa de su fundador durante 40 años, hasta que Fernando VI les concedió un local en la Casa del Tesoro de Palacio Real, así que se reunían en el propio Palacio Real. Más tarde, en 1793 Carlos IV les donó una casa en la calle Valverde. Actualmente, la Academia se reúne en La Castellana de Madrid.

Como consecuencia del trabajo de estos primeros novatores de la Lengua Española, apareció un Diccionario de Autoridades en 1726-39 (un trabajo publicado en seis volúmenes apoyando cada significado en el uso del lenguaje hecho por autores de prestigio), un Tratado de Ortografía en 1741-1742 y una Gramática Castellana en 1771.

En Lengua, la Real Academia impuso formas nuevas: concepto (por conceto), efecto (por efeto), solemne (por solene), y excelente (por ecelente) y toleró las de afición, cetro, fruto, luto, respeto, sino (eliminando afección, fructo, lucto, respecto, signo). Los cultistas defendían los grupos de consonantes originales del latín, pero eran muy complicados (prompto y sumptuoso no tuvieron éxito frente a su formas más sencillas e igual le pasó a obscuro y a substancia).

En Literatura, los poetas pusieron en uso palabras casi desconocidas, pero la prosa se hizo sencilla, imitando a la francesa. La imitación no dejó de tener un coste, pues se importaron muchos galicismos.

Frente a esta prosa francesa o sencilla, de palabras corrientes, surgió el “purismo”, una corriente literaria que buscaba palabras en los clásicos españoles del XVI y XVII. La Real Academia se puso del lado del purismo introduciendo muchos cultismos latinos que sustituyeran a la palabra vulgar, pero fue muy corriente que convivieran el cultismo con el vulgarismo. En este movimiento purista y académico, los sonidos ss, ç, z, x y j tendieron a desaparecer del lenguaje escrito, ss y ç desaparecieron a principios del XIX, la x que se pronunciaba ji, pasó a pronunciarse gs en palabras de origen anglosajón, y x en palabras de origen latino. La b y la v se confundían, pero eso ya ocurría en el siglo XVI. La z casi desapareció y fue sustituida por las grafías ce y ci.

Los novatores creían que enriquecían la lengua importando galicismos, pues muchos conceptos y expresiones no tenían traducción al español, y otros escritores, los puristas, decían que se empobrecía y que había que recurrir a los clásicos castellanos para encontrar los términos adecuados.

 

La labor de recopilación y crítica de libros relanzada por la Biblioteca Real, fue continuada por:

Ambrosio José de la Cuesta Saavedra, 1653-1707,

Andrés González Barcia, 1673-1743,

Pablo Ignacio de Dalmases y Ros (Pau Ignasi de Dalmases i Ros), 1670-1718,

José Finestres de Monsalvo, 1688-1767,

Jaime Caresmar, 1717-1801,

Faustino Arévalo, 1747-1824,

José Ceballos Ruiz de Vargas, 1724-1776,

y otros muchos.

Con toda esta crítica literaria, los estudiosos del siglo XVIII tuvieron mucha materia para leer y comparar, lo cual facilitó la postura ilustrada de hacer crítica de las fuentes, el problema de fondo a solucionar.

 

 

Origen del término “novatores”.

 

Gabriel Álvarez de Toledo y Pellicer de Tovar, 1662-1714, era experto en filosofía, teología, filología, lenguas clásicas y semíticas, francés, italiano y alemán. En 1712 fue nombrado Bibliotecario de la Real biblioteca de Madrid y en 1713 publicó Historia de la Iglesia y del Mundo desde la creación hasta el diluvio. Era una historia sin valor ninguno, basándose únicamente en los datos del Génesis, pero tratando de criticar lo escrito hasta entonces, lo cual encolerizó a Fray Francisco Polanco, obispo de Jaca, que llamó despectivamente “novatores” a los que querían renovar el saber, en una obra de 1714 titulada Diálogus Phýsico-Theológicus contra Philosophiae Novatores, sive Tomista contra atomistas.

 

 

Conservadurismo en el arte. El barroco.

 

El barroco es más propio de primera mitad del XVIII, época preilustrada española, mientras que la segunda mitad gusta más del neoclásico. El barroco era el arte preferido por los conservadores católicos.

No obstante, los españoles tenían alguna noción de lo que se estaba haciendo en Italia, completamente distinto. Por ejemplo, Ludovico Turchi en 1625 había comprado cuatro estatuas italianas de gusto neoclásico y una de ellas, la Mariblanca, fue instalada rematando la Fuente de la Fe en la Puerta del Sol de Madrid, algunas veces llamada por el pueblo “Plaza de la Mariblanca”. En 1727, Pedro de Ribera demolió la fuente vieja para poner una nueva con cuatro mujeres que derramaban agua por los pechos y coronó la fuente con la Mariblanca. En 1838, la fuente de Pedro de Ribera fue demolida, pero la Mariblanca se salvó y hoy está en la Casa de la Villa de Madrid, y una copia en Puerta del Sol, frente a calle Arenal. La Mariblanca es una Diana cazadora, o una Venus o una alegoría de tipo clásico.

En la primera época de Felipe V destacaron los hijos del escultor José Simón de Churriguera: José Benito, José Joaquín y Alberto Churriguera, formados como escultores, pero que hicieron también de arquitectos.

En Salamanca y Madrid destacó José Benito de Churriguera, 1665-1725, que empezó creando un retablo en San Esteban de Salamanca en 1693, obra que se tiene como iniciadora del churrigueresco, y el retablo del Sagrario de la catedral de Segovia, y siguió construyendo la torre de la catedral nueva en 1705 (un rayo había destruido la anterior), terminó la Clerecía (colegio de la Compañía) que había empezado Juan Gómez de Mora. Construyó en 1709 un pueblo cerca de Madrid para su amigo Juan de Goyeneche y lo llamaron Nuevo Baztán, pueblo que disfrutaba de una iglesia, un palacio, una plaza para fiestas, unas viviendas para obreros de la fábrica de vidrios. También para esta familia diseñó un palacio en calle de Alcalá (actual Real Academia de Bellas Artes) del que posteriormente se cambió la fachada para darle un aire más neoclásico. También diseñó retablos para Leganés, capilla del sagrario de la catedral de Sevilla y otros. Diseñó el plan de la Plaza Mayor de Salamanca en 1720. José de Churriguera murió en 1725 dejando la plaza mayor de Salamanca sin empezar, pero fue continuada según sus planos en los siguientes 13 años por Andrés García de Quiñones. En 1733 sólo estaba terminado el lado este o Pabellón Real. Se consideran discípulos de Churriguera a Pedro Ribera y a Narciso Tomé y a Casas Novoa.

Alberto de Churriguera, 1676-1750, hermano de José, es el autor del coro y trascoro de la catedral de Salamanca, de parte de la Plaza Mayor de Salamanca, de la capilla de Santa Tecla en la catedral de Burgos y del remate de la catedral de Valladolid. En 1725, tras la muerte de su hermano José Benito, se hizo cargo de las obras de la catedral de Salamanca.

José Joaquín de Churriguera, 1674-1724, escultor que hizo retablo mayor del convento de Santa Clara de Salamanca en 1702, retablo mayor del convento de la Vera Cruz en 1709, y claustro del Colegio de San Bartolomé de Salamanca. Como arquitecto era un poco inferior, montó un cimborrio sobre el crucero de la catedral de León, que por poco hunde la catedral con su enorme peso, hizo el Colegio Anaya de Salamanca que hoy conocemos, y el colegio Calatrava de Salamanca.

En 1731-1736, Burgos levantó dentro de la catedral la capilla de Santa Tecla y Santiago el Mayor, con proyecto de Andrés Collado y Francisco Basteguieta, y realización de los arquitectos Juan de Areche, Alberto Churriguera, Domingo de Andotegui y Juan de Sagarvínaga.

En Galicia, el gran arquitecto del barroco fue Fernando Casas y Novoa, 1670?-1750, que empezó su trabajo como ayudante de fray Gabriel de Casas en el claustro de la catedral de Lugo, y se hizo cargo de las obras a la muerte de su maestro. Y en 1711 fue designado maestro de obras de la catedral de Santiago de Compostela y participa o revisa multitud de obras en Galicia: capilla del Pilar de la catedral de Santiago que había iniciado Juan de Andrade, iglesia de los dominicos en Betanzos, colegio de huérfanas de Santiago de Compostela, convento de los capuchinos de La Coruña, capilla de Nuestra Señora de los Ojos Grandes en la catedral de Lugo, iglesia de los benedictinos de Villanueva de Lorenzana, iglesia de los jesuitas en La Coruña, iglesia de San Andrés de Cedeira en Redondela, sacristía y claustro del monasterio de San Martín Pinario… Pero su obra maestra fue la fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago de Compostela, que no vio terminada.

En Murcia, Jaime Bort y Meliá, construyó entre 1734 y 1753 la fachada de la catedral de Murcia, barroco espectacular.

 

En cuanto a la pintura, a principios del XVIII, los reyes no gustaban del barroco español y trajeron artistas extranjeros que, aunque también son calificados de barrocos, reflejasen mejor el gusto de Versalles y así Felipe V trajo a España en 1723 a Jean Ranc, 1674-1735, barroco francés. En 1734, Ranc estuvo relacionado con el incendio del Alcázar de Madrid, pues era miope y necesitaba mucha luz. En 1736, llegó Louis Michel van Loo, 1707-1771, el cual permaneció en España hasta 1753.

El origen extranjero de los pintores de Corte no garantizaba la calidad pues los pintores franceses de Felipe V fueron inexpresivos y monótonos y trataban de agradar al cliente por encima de todo, y los pintores italianos de Fernando VI hacían mitología e historia sin fuerza.

 

 

Renovación arquitectónica de España.

 

En la segunda parte del reinado de Felipe V, entre 1715 y 1746, hubo muchas iniciativas públicas y privadas de renovación arquitectónica, palacios reales, palacios de nobles, colegiatas, iglesias y conventos, que renovaron muy sensiblemente el aspecto de las ciudades españolas.

Con Felipe V llegaron a España artistas franceses que trabajaban el estilo rococó, pero en España estaba muy implantado el barroco y luego se evolucionó enseguida al neoclasicismo, quedando muy poco para el rococó. Por eso los representantes de esa época son Narciso Tomé, Pedro de Ribera, Teodoro Ardemans, Filippo Juvara, Ventura Rodríguez…

Naturalmente, destacaron entre todas las obras las de los Sitios Reales:

El Palacio de Aranjuez fue construido en 1715-1768 por Pedro Caro, Teodoro Ardemans, Giacomo Bonavia y Alejandro González Velázquez.

El Palacio de la Granja de Segovia fue construido en 1721-1737. En 1718, Teodoro Ardemans recibió el encargo de una gran obra, el Palacio de la Granja de San Ildefonso en Valsaín. Ardemans, 1661-1726, era guardia de corps, pero enseguida se interesó por la pintura con los maestros Antonio de Pereda y Claudio Coello y realizó algunas obras pictóricas a partir de 1683. Entonces se interesó por la arquitectura, y los canónigos de Granada le hicieron Maestro Mayor de la catedral en 1688, donde estuvo dos años. En 1690 volvió a Madrid donde trabajó en la Casa de la Villa de la Plaza Mayor. En 1702 fue nombrado Maestro Mayor de los Sitios Reales y trabajó en el Palacio de Aranjuez supervisando a Juan de Echave. Pero su gran momento llegó en 1718 cuando recibió el encargo de hacer el Palacio de la Granja de San Ildefonso acompañando a Juvara que hizo la fachada y a René Carlier que diseñaba los jardines, fuentes y llegada del agua. El problema fue que se le encargó construir sin demoler lo antiguo y tuvo que construirlo en partes adosadas, sin un plan general de conjunto, pero construyo la capilla, torres y Casa de las Damas. La muerte en 1726, no le permitió terminar esa obra.

Para diseñar los jardines de La Granja fue contratado el francés René Carlier, cuya obra es de 1720-1721, y murió en 1722. Había sido contratado para reformar el Palacio del Buen Retiro de Madrid que, evidentemente, tampoco pudo hacer.

El Palacio Real de Madrid fue construido en 1738-1764 por Sacchetti, aunque la capilla de palacio se debe a Ventura Rodríguez en 1749.

En Valladolid destacó Antonio Tomé, natural de Medina de Rioseco, que hizo la decoración de la fachada de la Universidad en 1715, obra de Fray Pedro de la Visitación. Antonio incorporó a su trabajo a su hijos Diego Tomé, 1696-1732, y Narciso Tomé, 1696-1742, el cual fue autor en Toledo del Transparente de la girola de la catedral que diseñó su padre Antonio Tomé y construyó él. La claraboya o lucerna en el techo de la girola, fue denominada, caprichosamente, por el público “transparente” porque iluminaba por detrás una figura escultórica y hacía un efecto especial de luz.

François Carlier, 1707-1760, hijo de René Carlier, vino a España en 1747 y diseñó el Convento de las Salesas Reales en la calle Bárbara de Braganza de Madrid (oficialmente denominado de la Visitación de Nuestra señora) y la Iglesia de El Pardo. François Carlier se marchó a Parma y las obras fueron realmente ejecutadas por Francisco Moradillo en 1750-1757, el cual además de terminar la obra de Carlier, terminó la Iglesia de San Cayetano (empezada por Pedro de Ribera) y construyó la Puerta de Hierro que separaba Madrid de la finca de El Pardo. François Carlier también diseñó la Iglesia del Palacio de El Pardo y urbanizó la zona de Recoletos de Madrid.

A partir de 1718, Pedro de Ribera dio un nuevo aspecto a Madrid: Pedro de Ribera, 1681-1742, que había sido discípulo de José Benito de Churriguera aprendiendo el barroco recargado y en 1718 se puso al servicio de Teodoro Ardemans, Maestro Mayor de Felipe V. Construyó el cuartel del Conde Duque a partir de 1717, el Puente de Toledo en 1718-1732, la ermita de la Virgen del Puerto 1718 de planta octogonal y la iglesia de San Antón de las Escuelas Pías, la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat a partir de 1720, el Real Hospicio del Ave María (hoy Museo de Historia de Madrid) a partir de 1721, la casa de los marqueses de Miraflores en la Carrera de San Jerónimo, la Iglesia de San Cayetano a partir de 1722, la ermita de la Virgen del Puerto 1718 de planta octogonal y la iglesia de San Antón de las Escuelas Pías, el Palacio de Santoña a partir de 1730, el Palacio del Marqués de Miraflores a partir de 1731, el Palacio del Marqués de Perales de la calle La Magdalena de Madrid a partir de 1732, la Fuente de la Fama a partir de 1738, el Palacio de Torrecilla en la Calle Alcalá, junto a Hacienda, la Casa de los Oñate en Ciudad Universitaria (destruida en 1936). Ribera creó un estilo de hacer fastuosas portaladas en medio de paramentos casi desnudos de decoración. Las portaladas se componían de baquetones quebrados, guirnaldas de frutas, veneras, follaje… que englobaban a una ventana o balcón superior.

En Sevilla se construyó el Palacio de San Telmo en 1682-1724, pero lo fundamental de la obra barroca la hizo Leonardo de Figueroa a partir de 1722.

En 1731 llegó a Madrid Giacomo Bonavia, 1700-1760, para hacer el Teatro del Buen Retiro. En 1739, Luis de Borbón Farnesio, arzobispo de Toledo le encargó la Iglesia de los Santos Justo y Pastor (hoy Basílica de San Miguel) en Madrid, en donde Bonavia llevó a Madrid las formas barrocas italianas. En 1748 se incendió el Palacio de Aranjuez y Bonavia se encargó de reconstruir la fachada y de urbanizar las calles del entorno rectas y en plano ortogonal.

En 1731-1736, se hizo en los pies de la catedral de Burgos la capilla de Santa Tecla, proyecto de Andrés Collado y Francisco Basteguieta con intervención de Juan de Areche, Alberto Churriguera, Domingo de Andotegui y Juan de Sagarvínaga. Estilo barroco pleno.

 

 

Novación en la música.

 

Una variante del teatro era la ópera, cuya primera función se escuchó en Madrid el 25 de agosto de 1703 y se titulaba Il pomo d`oro (manzana) para la más hermosa. La segunda función fue el 17 de septiembre de 1707 con La Guerra y la Paz entre los Elementos. Los catalanistas reclaman que la primera función se hizo en Barcelona en 1708 con El Piu bel Nome.

La ópera arrastró la necesidad de teatros especializados, aunque se utilizaron tanto para ópera como para comedia. Destacó la ópera de los Duques de Osma, la ópera del Buen Retiro de Fernando VI, y la ópera de El Pardo de Carlos IV, así como los teatros de Caños del Peral de 1708, Teatro de la Cruz de 1743 y Teatro del Príncipe de 1745, así como la ópera de El Pardo de Carlos IV.

 

 

Novatores en la enseñanza.

 

En 1725 se abrió en Madrid el Real Seminario de Nobles. Los Seminarios de Nobles eran grupos elitistas creados por los jesuitas en varias ciudades como Barcelona, Valencia, Madrid y Vergara, para que los hijos de los nobles no tuvieran que convivir con los de la burguesía que empezaba a acudir a los colegios de élite. Naturalmente, tuvieron mucho éxito entre los nobles más conservadores, satisfechos de una actitud discriminadora que les diferenciaba de la plebe. En Madrid, el Seminario de Nobles se instaló en los Reales Estudios de San Isidro, un centro de enseñanza complejo, en donde estuvo posteriormente la Academia de Matemáticas de Felipe II, la Facultad de Medicina, la Escuela de Arquitectura, la Facultad de Filosofía y Letras y la Facultad de Artes en distintas épocas.

El papel de los jesuitas en la enseñanza española del XVIII fue interesante pero pobre. Podían haber dado un paso adelante en el camino de la ciencia de la que tenían noticias, pero su fe no les dejaba progresar en ese camino de pensamiento. Pedro de Ulloa, 1663-1721, era profesor de gramática y filosofía en Oropesa y pasó a enseñar matemáticas en el Colegio Imperial de Madrid. En 1706 publicó Elementos Mathemáticos, un libro de poco valor en el que demuestra que tenía noticias sobre teorías modernas de astronomía y matemáticas, pero que no las conocía con profundidad o no las aceptaba. Ulloa enseñó en 22 de febrero de 1701 a José Cassani el cometa que se veía en Madrid y le interesó por la astronomía y las matemáticas. José Cassani, 1673-1750, español de padre italiano, era jesuita y también profesor del Colegio Imperial en 1701-1732, que se interesó por los eclipses y cometas y en 1737 publicó Tratado de la naturaleza, origen y causas de los cometas, cometiendo muchos errores y emitiendo falsas teorías, pero que tienen el valor de ignorar las supersticiones que había sobre el tema y nos indican la poca voluntad de Cassani por conocer la verdad, es decir, por conocer a Halley, Newton y Descartes, lo cual hubiera sido muy positivo para sus alumnos.

Lo único que podemos constatar es el desprestigio de los almanaques, aunque no su desaparición, pues continuaron hasta el siglo XX y quizás el XXI, en determinadas capas de la población. Gonzalo Antonio Serrano 1670-1761, y Diego Torres Villarroel 1696-1770, todavía publicaban almanaques, que hablaban de posiciones de la luna, estrellas y cometas para vaticinar catástrofes, buenos augurios, o malas cosechas. Es lo que conocemos como astrología.

 

 

Novatores en filosofía: el atomismo.

 

Alejandro Avendaño, Diálogos Filosóficos en defensa del Atomismo, 1716, es el pseudónimo de Juan de Nájera. Juan de Nájera era mínimo de San Francisco de Paula en un convento de Sevilla, maestro de Artes y doctor en Teología, que se interesó por la medicina y participó en la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla. Es decir, conocía la nueva verdad científica de su tiempo. Representa el drama entre el integrismo religioso y la verdad científica. En primer lugar, no se atrevió a salir con su nombre y utilizó el de Alejandro Avendaño para decir que el atomismo tenía más visos de verosimilitud que la substancia y accidente de Aristóteles. En Diálogos Philosóphicos, salió en contra del obispo de Jaén, Francisco Polanco, integrista para el que la verdad religiosa estaba por encima de toda duda y teoría. Tras el ataque de Polanco, los novatores reaccionaron en grupo, pues temían la acción de la Inquisición contra ellos y así por ejemplo conocemos reacciones de Juan Saguens, Diego Mateo Zapata y Juan de Nájera. Los novadores defendían que la materia estaba compuesta a base de formas materiales simples o átomos que se combinaban entre sí de distintas maneras. El drama de Juan de Nájera, como el de otros tantos cristianos, fue no poder compatibilizar su verdad religiosa en la que creía con la verdad científica que conocía, y en 1737 se retractó de todas las cosas buenas que había dicho en materia de ciencia.

1716, fue el año de la aparición de Diego Mateo Zapata, 1664-1745, como atomista en sus Diálogos Filosóficos. Era hijo de judeoconversos procesados por la inquisición en 1678 y estudió primero en San Pedro de la Marina y después filosofía en la Universidad de Valencia, para pasar a estudiar medicina en Alcalá. En Alcalá, se convirtió en un duro defensor del tradicionalismo aristotélico y tomista, y escribió Verdadera Apología… defendiendo posturas conservadoras. Precisamente en su afán por combatir a los novatores, acudió a las tertulias del marqués de Mondéjar y de Nicolás Antonio: negaba las doctrinas de Harvey sobre la circulación de la sangre, atacaba a Juan de Cabriada. En 1690 obtuvo el título de bachiller en medicina por la Universidad de Sigüenza y todavía era un conservador enemigo de los novatores. Las tertulias y los conocimientos de medicina le hicieron cambiar de pensamiento. Conoció y entendió las nuevas teorías iatroquímicas y médicas y se acabó convenciendo del error en que se movían sus anteriores maestros y en el que se había movido él mismo. En 1701 era ya un defensor cerrado de la iatroquímica y se arrepintió de sus errores pasados. A partir de entonces, varias circunstancias harían cambiar su vida: la primera fue su amistad con Muñoz Peralta, que le encargó que, como residente en Madrid, gestionase los asuntos para la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla. En 1702 sería presidente de la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla. Zapata empezó a interesarse por la farmacología, y fue atacado por los galenistas, sus propios colegas conservadores. En 1716 escribió Diálogos filosóficos en defensa del atomismo del teólogo Alejandro Avendaño, en donde defendió la nueva física, como distinta de la metafísica de Aristóteles y muy diferente de las deformaciones que los tomistas habían hecho de las ideas de Aristóteles. Se declaró atomista, es decir, que los entes vivos están conformados por partículas de materia. En 1721 fue arrestado por la inquisición en Cuenca y fue torturado como judaizante, con la única base de que sus padres lo habían sido. Fueron confiscados sus bienes, fue azotado públicamente, y condenado a 10 años de destierro respecto a Madrid y Cuenca. Estando en la cárcel de la inquisición fue examinado por el Protomedicato y aceptado como médico. No se marchó de Madrid porque los cardenales Portocarrero y Borja, los marqueses de Priego y los duques de Medinaceli le protegieron en secreto en Madrid. En su nueva posición ideológica practicó cesáreas. En 1733, en Disertación médico teológica, defendió actuaciones médicas modernas como la cesárea. Pero su principal obra, Ocaso de las formas aristotélicas, fue publicada después de su muerte, y en ella defendió el eclecticismo o modo de comportamiento que defendía tomar de cada doctrina lo más conveniente, sin inclinarse por ninguna en particular como conjunto doctrinal. La obra fue inmediatamente prohibida por la Inquisición en 1745. Diego Mateo recurrió al truco habitual de declararse ecléctico, pero en sus escritos finales defendía la medicina moderna, cosa intolerable para los inquisidores católicos.

En 1724-1735, se editó tres veces el Cursus Philosophici Regalis Collegii Salmaticensis Societatis Iesu, escrito por Luis de Losada, 1681-1748, jesuita asturiano profesor de filosofía, teología y sagrada escritura. Expresa bien la postura de los jesuitas, deseosos de aprender los nuevos conceptos que circulaban por Europa, pero rechazando aquellos que la Iglesia condenaba.

 

Quizás el campo más difícil de renovar era el de la física, cuyas teorías chocaban frontalmente con la física aristotélica, la metafísica y, a través de todo ello, con la teología elaborada más tarde. Se trataba en estudios de filosofía.

 

 

Novatores en economía.

 

En 1724, Jerónimo de Uztáriz y Hermiaga, 1670-1732, escribió Teoría y práctica de comercio y de marina. La obra se reeditó en 1742 con amplia difusión. Uztáriz era navarro y se hizo militar, marchando a los Tercios de Flandes en 1688, donde se casó con una flamenca. Cuando regresó a España en 1697, no le debió gustar mucho el país, porque regresó enseguida a los Países Bajos. Fue secretario de Isidro de la Cueva, V marqués de Bedmar, Gobernador de Flandes y Comandante del ejército español en la zona. En 1704, su patrón fue nombrado virrey de Nápoles, y Uztáriz le siguió al sur de Italia. En 1707 regresó a España y desempeñó varios cargos oficiales de Gobierno. En 1717 escribió Comercio de Holanda, pidiendo implantar el colbertismo en España. En 1724 escribió la Teoría y Práctica del Comercio y la Marina, en donde expuso una teoría mercantilista que abogaba por fomentar el comercio y la producción de manufacturas concediendo franquicias a fabricantes y vendedores y poniendo impuestos bajos a los consumidores de los productos manufacturados a fin de incrementar el consumo interior y las exportaciones. Decía que los impuestos altos a la industria y el comercio eran la causa de la decadencia española, pues su balanza comercial era todos los años desfavorable. Además, se debería poner representaciones comerciales en todas las ciudades importantes, suprimir las Manufacturas Reales, y pasar toda la actividad industrial a la iniciativa privada. Se debería abrir academias para fomentar las ciencias y artes. Se debería tener una escuadra poderosa para proteger el comercio.

En economía, los novatores llegaron a la conclusión de que el máximo de riqueza se producía en condiciones de libertad económica, sin intervención del Estado, y el precio idóneo se producía espontáneamente en el mercado, lo cual son ideas modernas perfectamente asumibles en la actualidad.

 

 

Valoración de la época de los novatores.

 

Sí que hubo en España tendencias observables y con progreso durante la época 1680-1745:

Una búsqueda de la felicidad, término que hoy traduciríamos en bienestar material, tanto individual como social.

Una valoración de la vida terrenal, sin desmontar por ello la construcción católica vigente, con sus dogmas de fe irracionales, pero relegando la religión al ámbito espiritual y de la conciencia individual. Ello significaba que la Iglesia debería dejar de regir los ámbitos de la economía, política, derecho, medicina, ciencia…

Una racionalización de la vida religiosa de forma que no se aceptaba que los vivos fueran sacrificados al servicio de los muertos. Ello significaba que los cementerios debían salir de los pueblos. También significaba que uno de los grandes negocios de algunos clérigos, el culto a los muertos, podía sufrir algún deterioro.

Utilización del idioma español (castellano o valenciano) con preferencia al latín. El latín era el idioma usado por los escolásticos tradicionales, y los novatores no le consideraban necesario para comentar las nuevas ideas que provenían de Francia, Inglaterra y Alemania.

Una difusión de las tertulias, al estilo de los salones franceses, que organizaban algunos nobles en sus palacios, y en esos ambientes privados, gozaban de cierta protección los novatores.

La no aceptación de algunos privilegios eclesiásticos por algunos eclesiásticos y algunos políticos, pues pensaban que los clérigos debían estar al servicio de la sociedad, y no al contrario.

También se cuestionaron el orden social aristocrático y clerical, a favor de una sociedad eficaz, útil y laboriosa, valores de los que se enorgullecía el burgués, que reclamaba dirigir esa nueva sociedad.

Se plantearon la integración de minorías marginales como chuetas, vaqueiros de alzada, pasiegos, agotes, gitanos, vagos y pobres profesionales.

Se valoró el trabajo como uno de los valores humanos fundamentales, llegando a un nuevo concepto de trabajo, el trabajo productivo. Ello conllevaba el desprecio de ciertas situaciones de ocio que hoy no despreciamos en absoluto, sino que valoramos mucho, porque sirven como estudio e investigación que preparan el progreso.

Con esta nueva tabla de valores, el clero podía ser criticado en su sentido de la caridad, pues extendía la vagancia y la mendicidad entre los laicos, acogía en su seno a vividores y aprovechados que simplemente huían del trabajo físico, y mantenía un cúmulo de riquezas, que a veces constituían su principal ocupación y preocupación, por encimas de sus pretendidos objetivos espirituales. Los líderes religiosos innovadores predicaban una religión interior, vivida sin tantos festejos y manifestaciones populares externas, sin culto a los milagros y milagreros, sin búsqueda continua de santos y santas intercesores para lograr lo que había que buscar mediante el trabajo y el estudio, sin predicadores taumatúrgicos, sin devociones espectaculares y absurdas.

Al contrario, los católicos ilustrados defendían la lectura de la Biblia, la vida vivida honestamente, la religión vivida individualmente, la valoración de los seglares dentro de la Iglesia, que debía dejar de ser el patrimonio exclusivo de los clérigos. Es decir, valorar más la vida honesta y seglar, como tan valiosa a los ojos de Dios como la vida de los consagrados a Dios en los conventos y fuera de ellos. La actitud del cristiano debía ser más rigurosa, más acorde a la moral y la caridad, y menos pendiente de los formalismos.

Pero esta nueva concepción religiosa implicaba que el Papa ya no sería el referente único de la economía, la política, la ciencia… temas de los que sabía a veces muy poco. El nuevo Estado, con su rey a la cabeza, y sus instituciones económicas, políticas, científicas… eran valores a admitir como queridos por Dios y tan válidos como las autoridades espirituales en los campos que no afectaran al dogma y moral cristianos. Y en este campo se vio comprometida la Inquisición, cuyo poder jurisdiccional fue negado, y cuyos sistemas de actuación fueron deplorados.

Y más en concreto, la nueva actitud católica ilustrada significaba cambiar los viejos catecismos del padre Astete y del padre Ripalda, que fueron cambiados por los de Yeregui y Joaquín Lorenzo Villanueva. Estos nuevos autores defendían el regalismo.

 

 

 

 

[1] Martín Rodríguez, 1684-1734, era médico del Hospital de Madrid, profesor de anatomía, médico de Cámara de Felipe V y profesor del Protomedicato.

[2] Los libertinos franceses surgieron a mediados del siglo XVI y defendían el goce del cuerpo, y del sexo en particular, lo que escandalizaba a católicos y protestantes por igual. Lo esencial de este movimiento es que no creía en las doctrinas cristianas tradicionales. Pierre Bayle, 1647-1706, se mostró escéptico en religión y hablaba de una religión del corazón, y no de una religión como gran organización clerical. Pierre Gassendi, 1592-1655, sacerdote, se mostraba escéptico ante casi todo, ante el aristotelismo, ante las nuevas concepciones científicas, y antes las religiones que decían sostenerse en la razón, porque la religión es una cuestión de fe, imposible de racionalizar y diferente en cada pueblo y cada época. Al postura libertina radical fue expresada anónimamente en el Theofrastus redivivus de 1660, en donde se afirmaba que dios es una creación de los poderosos para someter a los pobres, y que las reglas de convivencia de las religiones eran falsas, no habiendo más regla que no hacer a los otros lo que uno no desea para sí.

[3] Antonio José Rodríguez, 1703-1777, era benedictino cisterciense en Nuestra Señora de Veruela desde 1720, y allí, en el Moncayo, leyó libros de farmacia, botánica, medicina y teología, lo que le permitía opinar de esos temas.

[4] En 1558, el jesuita Pedro de Ribadeneyra decidió abrir un colegio en Madrid y consiguió un terreno del conde Feria junto al Alcázar de Madrid, pero Felipe II se opuso a la construcción de ese colegio porque pensaba utilizar él mismo esos terrenos. Entonces, Leonor Mascareñas cedió unos terrenos en la calle Toledo y a partir de 1564 se construyó el colegio de los jesuitas, inaugurado en 1572 como Colegio de San Pedro y San Pablo de la Compañía de Jesús. En 1581, enviudó María de Austria, hija de Carlos V y esposa de Maximiliano II del Sacro Imperio Romano Germánico, y se retiró al convento de las Descalzas Reales de Madrid. Al morir la emperatriz en 1603, dejó un legado para construir un colegio de nueva planta, construido a lo largo del XVII, y que se llamó Colegio Imperial en honor a su patrocinadora la emperatriz María de Austria. En 1725, se creó en Madrid, como en otros muchos colegios de jesuitas de España y América, un apartado en el Colegio Imperial para separar a los hijos de nobles de los hijos de la burguesía y fue llamado Seminario de Nobles. En 1627, fueron creados los Reales Estudios de San Isidro para ser impartidos también en el Colegio Imperial. En 1767, el colegio cerró, y reabrió en 1770 como Real Colegio de San Isidro, con profesores nombrados por el rey, incorporando asignaturas de Historia de la Literatura, Historia Antigua de Roma, Grecia y Egipto, Matemáticas, Retórica, Griego, Árabe y Hebreo, con el nombre de Reales Estudios Superiores de Madrid. En 1787 se le concedió el nivel de estudios universitarios. En 1816 el colegio se entregó de nuevo a los jesuitas. En 1822 se decidió integrar los Reales Estudios de Madrid, el Real Museo de Ciencias Naturales y la Universidad de Alcalá en un centro que se denominaría Universidad Literaria de Madrid, de existencia efímera, pues cayó con el Trienio Liberal en 1823. En 1835, pasó a ser una institución laica con el nombre de Estudios Nacionales, al tiempo que la Universidad de Alcalá se trasladaba a Madrid en 1836 y en 1851 pasaría a denominarse Universidad Central, nombre completamente justificado en 1857, cuando fue la única autorizada para conceder títulos de doctor.

[5] Los idiomas antiguos de la zona del Pirineo y de levante español se habían perdido en las ciudades a lo largo de los siglos XVI y XVII, y sólo permanecían en ambientes rurales. Cada región residual (Pallars, Ribagorza, Costa Brava (Gerona), Arán, Lérida, Tortosa, Barcelona (layetano), Tarragona, Mallorca, Menorca, Ibiza, Alguer (Cerdeña), Rosellón, este de Teruel (chapurreao), Castellón, Valencia, sur de Alicante), hablaba un idioma o dialecto distinto. La importancia de estos movimientos de estudiosos de Barcelona, es que recopilaron la literatura antigua de todos estos lugares, y harán en la segunda mitad del XIX un idioma común, al servicio del centralismo de Barcelona, que unificaron en torno al layetano (catalán de Barcelona) y llamaron idioma catalán,. Debido a esto, los valencianos no aceptan ese nombre pues creen más adecuado el término idioma valenciano a lo que ellos hablan, para así librarse de la prepotencia barcelonesa.

 

[6] Juan Manuel María de la Aurora Fernández Pacheco Acuña Girón y Portocarrero, 1650-1725, cambió su nombre a Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Nació en Navarra, donde su padre era virrey, pero su madre murió en 1652 y su padre en 1653, y fue educado por su tío Juan Francisco Pacheco, obispo de Cuenca. Fue militar. En 1700 se declaró borbónico y Felipe V le nombró virrey de Nápoles, donde fue apresado por los austriacos y liberado en 1711.