FERNANDO VII. EL PERSONAJE.

 

 

 

LA ÉPOCA 1814-1820.

Consideraciones previas.

 

Al igual que dijimos que la época 1808-1814 está fuertemente deformada por los historiadores a favor de los “liberales”, tenemos que advertir que la época 1814-1820 tiene pocos datos, y deformados por esos mismos historiadores liberales. Los Quin, Bayo, Marliani, Lafuente, y Pirala[1], que escribieron sobre estas épocas, hicieron un trabajo bastante parcial, pro-liberal, y el resto de la historiografía del XIX repitió tópicos, errores, juicios de valor propios del romanticismo: por ejemplo, se afirma que el general Elío fue el autor del golpe de Estado de 1814, cuando fue Eguía; hicieron pasar a Elío por ultraabsolutista, cuando era ilustrado; se cita a menudo una “conspiración del triángulo”, que nunca existió; y se cometen otros varios errores de bulto. Y es que los contemporáneos atacaban a sus enemigos políticos difundiendo bulos, lo cual hace difícil interpretar la época, pero no es excusa para intentar hacer hoy una historia más fidedigna. Desgraciadamente, la historia, contada por los políticos, ha seguido en España, en los siglos siguientes, la misma táctica del bulo y de la mentira interesada, y saber esto nos puede ayudar a comprender la época que estamos considerando, si lo tenemos en cuenta, o a hacernos una idea completamente parcial, si no tomamos las suficientes cautelas.

La época 1814-1820 es ante todo un fracaso, un fracaso político rotundo. Puede que los fernandinos quisieran, sin más, la vuelta al absolutismo, o puede que quisieran reformas ilustradas como las de la época de Carlos III, pero lo evidente es que fracasaron en las dos cosas: el Rey tuvo todo el apoyo popular en 1814, como lo había tenido en 1808, pero en esta época hizo méritos suficientes para perderlo. Tal vez conservara mucho apoyo hasta 1820, porque el pueblo cumple el mito universal de siempre echar la culpa a los consejeros del Gobernante antes de al propio Gobernante, pero los nuevos impuestos, el atraso y falta de pagas a los soldados, la corrupción y venalidad de los empleados públicos y sus jefes, la escasez y la pobreza, acabaron con todo el posible entusiasmo que podía mostrar un pueblo. El mesianismo de 1814 se agotó hacia 1820.

El fracaso personal de Fernando VII, que era inteligente y estaba bien formado para el oficio de Rey, pudo tener su causa en ser demasiado desconfiado, desconfiado de todo y de todos. Esta profunda desconfianza le llevaba a pensar tanto las cosas, y a considerar si le estaban engañando, que sólo era bueno cuando trataba de esconder sus intenciones, de “engañar” a los demás, pero fallaba cada vez que tenía que enfrentarse a situaciones difíciles que requerían decisiones y compromiso. Odiaba a los validos y no soportaba ser anulado por una personalidad política cercana a él, pero tampoco encontramos grandes personalidades políticas que pudieran haberle ayudado, pues vistos desde hoy, sólo encontramos personajes mediocres, incapaces de elaborar un programa de Estado que no fuera perseguir a los no católicos o a los liberales, o en el caso de ser liberal, durante el Trienio 1820-1823, de perseguir supuestos enemigos del liberalismo que no existían sino en sus mentes en el caso de afrancesados, curas jansenistas o ilustrados jovellanistas.

Fernando VII calmaba sus nervios fumando puros y regalando cajas de puros a sus visitantes, y tras sus dudas sobre los gobernantes que tenía, cambiaba dos o tres cargos cada dos o tres meses. Luego, a pesar de tanta precaución y desconfianza, la corrupción se le escapaba, no la veía en las fortunas, personales y eclesiásticas, que defendían los clérigos, ni en la corrupción de los políticos de su confianza que, como Macanaz, vendían puestos en la Administración.

Fernando VII no era un ultraabsolutista, y escogía ministros de diversas tendencias: si Eguía y Lozano de Torres eran absolutistas, otros ministros eran reformistas, e incluso Ballesteros era liberal. Cinco fueron nobles y 23 burgueses.

La Camarilla, o gobierno oculto que aconsejaba al monarca, no era un grupo institucionalizado ni constante. El nombre hace alusión a la sala pequeña, o camarilla, en la que se celebraban las reuniones vespertinas con los amigos. Se distinguía de la Gran Cámara, donde se hacían las recepciones y actos solemnes, generalmente por las mañanas. Estas reuniones vespertinas eran ya habituales en los reinados del siglo XVIII. La camarilla no es algo nuevo que inventara Fernando VII. En su tiempo fue también el lugar de reunión entre el Rey y el Valido. Las reuniones de la camarilla de Fernando VII se prolongaban hasta altas horas de la noche y acudían diversos tipos, cada día distintos, que hablaban con campechanía y sin protocolo con el Rey de cualquier cosa, pero sobre todo de toros, mujeres y tabaco, mientras se fumaban las cajas de tabacos que aportaba el Rey. Lo que más le interesaba a Fernando VII, dada su desconfianza enfermiza, eran las críticas a personas concretas, pues allí se “hacían trajes” a personas de todo tipo y condición social. Fernando VII creía que así conocía de verdad lo que pasaba y lo que hacían los gobernantes, lo que significa que la política fernandina no podía ser sino pobre. Más pobre de lo imaginado si pensamos que algunos de la camarilla eran gentes de baja extracción social, que sólo estaban allí para alegrar la tertulia con dichos hirientes y chistes verdes.

Pero debemos entender bien el papel de la camarilla: Fernando VII no solía oponerse a las medidas tomadas por sus políticos, sus Secretarios de Estado, y no ejercía ante ellos una crítica o aportación personal sólida, sino que cuando llegaba a un punto determinado de desconfianza, los destituía. Esa era la “intromisión” política de la camarilla, que provocaba ceses de gobernantes.

La camarilla, o grupo de amigos de confianza del rey, es un tema bastante oscuro pues no se sabe con certeza quiénes eran miembros de ella, pero se cree que eran el duque de Alagón[2] (antiguo jefe de la Guardia Real), el nuncio Gravina[3], un esportillero o aguador llamado Antonio Ugarte[4], un aguador llamado Pedro Collado (conocido como Chamorro, cuyas intervenciones más recordadas eran sus chistes verdes), el embajador ruso Tatischeff[5], el canónigo Escoiquiz y el canónigo Ostolaza, Ramírez de Arellano (empleado en Palacio), el conde de los Villares, y otros. En diversas ocasiones y esporádicamente, hubo otras gentes de la calle, de baja condición, que informaban de lo que se decía en los corrillos de Madrid. Podía estar también en la camarilla, Pedro Alcántara de Toledo, XIII duque del Infantado, descendiente de los antiguos Hurtado de Mendoza y López de Mendoza, y de los Silva y Mendoza, pues en 1814 se decía de la camarilla de Fernando VII al tiempo que era presidente del Consejo de Castilla. En ese caso, Infantado y Tatischeff, serían personajes de alta formación, mientras el resto, no daban la talla de un gobernante.

Los problemas a que se tenía que enfrentar Fernando VII eran muy graves, demasiado para la falta de colaboradores de talla reconocida:

La pérdida de América había sumido a la península en una crisis económica, muy seria, y si las empresas tenían dificultades por pérdida de mercados, el Estado tenía que adelgazar su administración y hacer frente a la guerra de independencia americana;

Los funcionarios no eran fiables porque estaban mal pagados, y muchos, sobre todo los militares, tenían trabajos complementarios para completar su paga, lo que significaba que se veían abocados a aceptar corruptelas;

El malfuncionamiento de los funcionarios llevaba a un incremento del contrabando, de la delincuencia (asesinatos, robos y atracos). Todo ello redundó en un ambiente social de aceptación del incumplimiento de la ley, cuando parecía socialmente justificable, como es el caso del bandolerismo, de forma que los bandoleros eran personas conocidas a los que se pagaba una protección contra sus propios atracos, y este pago lo hacían tanto los funcionarios, como las empresas comerciales y de viajes;

Los capitanes generales estaban acostumbrados a tomar su capitanía como una satrapía donde la ley era de valor muy inferior a su palabra, lo cual se puso de manifiesto muchas veces en América, pero existía de igual manera en España, aunque la literatura lo haya callado: Castaños en Barcelona, Palafox en Zaragoza, Elío en Valencia, Montijo en Granada y O`Donnell en Sevilla, actuaban como si su territorio de gobierno fuera su cortijo.

 

 

El absolutismo de 1814.

 

El absolutismo de 1814 se fundamentaba:

En la tradición, es decir, en el argumento de tipo histórico de que siempre había sido así, de modo que la sucesión ininterrumpida de reyes confería un derecho jurídico que debía continuar sin que el pueblo tuviera opción a revocar ese derecho del rey.

En el legitimismo, siendo Fernando VII el rey legitimista por excelencia de la historia de España, es decir, que se consideraba puesto por Dios y sólo responsable ante él[6]. El legitimismo le daba fuerza para imponerse radicalmente sobre los Consejos e incluso para gobernar al margen de los mismos, cosa que nunca antes había hecho un rey absoluto, ni siquiera Felipe II. Los Consejos apenas tuvieron importancia durante el reinado de Fernando VII.

Fernando VII representaba para los españoles de 1814 la paz, la victoria, el retorno de los buenos tiempos, el orden público, la vuelta de los mercados. Así que la vuelta de Fernando VII significó una explosión de júbilo general, por muy mal que lo vieran los liberales. Esta explosión de júbilo fue positiva al principio para Fernando VII, pero muy decepcionante a medida que no fue capaz de responder a las expectativas puestas en él. El fracaso absoluto, rotundo, de la política de Fernando VII, explicará la explosión popular de 1820. El pueblo es variable, pero sabe lo que quiere. Lo que muchas veces sucede es que no está informado, o no está bien dirigido por líderes populistas. Pero quizás era posible evitar la emancipación americana y los antagonismos políticos que no beneficiaban a nadie. Sí todavía, en 1814. Fernando VII fue culpable de no elegir los colaboradores idóneos.

No sabemos cómo nombraba ministros Fernando VII. Sabemos que hizo 31 crisis de gobierno de 1814 a 1820, cambiando cada vez uno o dos ministros, y que muchas veces el cargo estaba vacante esperando nombramiento. Se rumoreaba, en la época, que Fernando VII hablaba con la gente, gente de la calle, y recibía todo tipo de quejas contra sus ministros, lo que le llevaba a deponer a cualquiera al día siguiente, e incluso llegó a condenar a cárcel a Macanaz y a Vallejo, y a desterrar a García de León y Pizarro, a Martín de Garay, y a Vázquez Figueroa. Para destituir a un ministro bastaba una denuncia de un hombre de la calle, una simple sospecha, pues nada se podía probar. E incluso algunos de la Camarilla acabaron en prisión por denuncias populares. Los hombres de la calle, con sus chismes, hacían una labor demoledora. Fernando VII practicaba una política populista.

El gobierno funcionaba de modo que los ministros presentaban al rey algunos asuntos, y el rey se tomaba tiempo para contestar. Consultaba entonces a la camarilla y a gente de la calle, y daba la solución al ministro días más tarde.

Fernando VII no era liberal, pero no era tonto: Napoleón, en 1813, le había presentado el caso de España como una victoria de la anarquía y el jacobinismo (populismo) que los británicos habrían introducido en España desde 1808. En vez de confesar su derrota en todos los frentes, Napoleón quería un pacto con Fernando VII que le permitiera su recuperación. Fernando VII tuvo la brillante idea de argumentar que no podía pactar nada sin contar con el pueblo español, que no tenía respaldo jurídico suficiente, con lo cual evitó un tratado persona-persona, que le hubiera puesto al lado de los perdedores de la guerra. Fernando VII, además, hizo alusión a la Regencia, como responsable de España, pero no hizo alusión a las Cortes. Estaba jugando Fernando VII con distintos conceptos: por una parte con el Decreto de Cortes de 1 de enero de 1811, que declaraba nulos y sin ningún valor los tratados que el Rey firmase en cautividad; por otra, con que él había dejado una Regencia en España cuando se fue en 1808. Pero el resultado del juego es que ni complació a Napoleón, ni se comprometió nunca con las Cortes, pues nunca las citó en sus argumentos, ni se plegó a las ambiciones de la aristocracia nobiliaria.

En estas condiciones de superioridad argumental de Fernando VII sobre Napoleón, se había firmado el Tratado de Valençay de 11 de diciembre de 1813. Valençay es interpretado como una victoria absoluta de Napoleón, pues al poner en libertad a Fernando VII, y aceptar su retorno al trono español, que le había quitado en mayo de 1808, ponía una paz entre ambos países, lo que le quitaba un enemigo y le podía dar un aliado. Y Fernando VII hizo como que no conocía la realidad española, no sabía de la constitución de Cádiz, de las Cortes. Pero en realidad, era Fernando el que salía con las manos libres, una vez que estuviera en territorio español.

 

Nueva política americana.

 

En 1814 se restableció el principio de soberanía española sobre América, con criterios unitaristas. España decidió adoptar una actitud relativamente benévola para con los sublevados independentistas, la muchas veces llamada estrategia “del palo y la zanahoria”:

Por una parte, en junio de 1814 se ordenó que los diputados americanos hicieran recopilación de solicitudes americanas pendientes de solución, para darlas satisfacción. Nunca serían atendidos.

Por otra parte, la comisión para reorganizar el ejército, formada en 1 de julio de 1814, ordenó que el general Pablo Morillo, saliera para América con 10.000 hombres. Morillo había estado en infantería de marina, había visitado Cartagena de Indias en 1802, había estado en Trafalgar 1805 y también en el ejército de tierra en Bailén 1808, y era general desde 1811. Pascual Enrile fue nombrado segundo de Morillo, encargado de asegurar el transporte y los abastecimientos, un hombre nacido en La Habana y con servicios prestados en Santo Domingo, gran organizador, que podía hacer perfectamente su labor, y la hizo en su tiempo. Otros colaboradores fueron: Antonio Cano al mando del regimiento León; Pascual Real al mando del regimiento Castilla; Miguel de la Torre Pando, al mando del regimiento Vitoria; Mariano Roquefort, al mando del regimiento Extremadura; Juan Cini, al mando del regimiento Barbastro; Mendíbil, al mando del regimiento La Unión; el regimiento del General; Salvador Moxó, al mando de los dragones de La Unión; Juan Bautista Pardo, al mando de los dragones de Fernando VII; y el Real Cuerpo de Artillería con 720 hombres. Cada regimiento contaba con 1.100 a 1.300 hombres. Además les fueron asignados ingenieros, zapadores, plana mayor, sanidad, etc. También se le asignaron 18 barcos de guerra y 42 transportes.

La expedición salió de Cádiz en 17 de febrero de 1815 en 42 transportes y 8 barcos de guerra, que llevaban poco más de 10.000 soldados de infantería, caballería, artilleros e ingenieros, con destino a Montevideo, donde les esperaba Pezuela, pero se cambió el destino al saber que Alvear había tomado Montevideo y se les dieron unas instrucciones secretas para abrir en alta mar, llevándolos por fin a Venezuela (llamada también Tierra Firme). Abascal, desde Perú, se dolió por el cambio, advirtiendo que en el trópico los soldados españoles serían víctimas de las enfermedades, mientras en zonas templadas hubieran podido ayudar a Perú, derrotar a Buenos Aires y atacar Nueva Granada y Venezuela desde el sur ya con población indígena más habituada al clima. El 25 de febrero, en alta mar, supieron su verdadero destino. De todas maneras, una flota como aquella daba mucha superioridad a los españoles en cualquier zona de América, pues podían elegir los objetivos, trasladarse con facilidad, cambiar de objetivo a conveniencia de la estrategia… La única flota competidora estaba en Río de Janeiro y era británica, pero los británicos estaban en paz con España, tras haber luchado juntos en la Guerra de España.

En el fondo no había nueva política sobre América sino la vieja política de Floridablanca de mantener la unidad de gobiernos a toda costa. Era una ocasión perdida de reconocer la diversidad de los territorios americanos con España y entre sí. Fernando VII cometió el grave error de disolver Cortes en 4 de mayo de 1814 y no convocar otras, aunque parecía decir que las convocaría, porque las reformas demandadas por los americanos no tuvieron lugar ni había ya voluntad de realizarlas.

Cierto era que los americanos querían reformas muy dispares, pero ello no hace al caso que nos estamos planteando: los unos querían reaccionar contra las reformas ilustradas que desde Carlos III significaban ruptura de los límites a la producción en algunas zonas en beneficio de otras regiones americanas. Los otros querían reformas sociales que no gustaban a los conservadores. Unos querían los cargos públicos para incorporarlos a su patrimonio familiar, como un bien de tipo medieval adscrito a una familia. Otros querían los cargos para realizar modelos políticos ideales, propios de la Ilustración y del liberalismo. Ni una ni otra cosa era posible sin graves sacudidas políticas, económicas y administrativas.

El error de 1814, se acrecentó con muchos más absurdos: los defensores de España en América en 1810-1814, fieles a la Regencia, aparecían como traidores al condenarse a la Regencia de Cádiz; los diputados de Cádiz, que pretendían reformas, eran perseguidos, y las reformas que los americanos demandaban desde hacía medio siglo no se iban a realizar; las victorias sobre los rebeldes americanos se celebraban en los periódicos de la Corte de Madrid, cuando los españoles y los americanos sabían que se estaba en una guerra fratricida, que no era del gusto de ninguna de las dos partes, y que esos alardes sólo servían para que Fernando VII quedase bien ante las potencias europeas. La guerra americana no gustaba en España ni en América, y ese sentimiento se mantuvo muchos años y fue explotado por Riego en 1 de enero de 1820.

El 6 de septiembre de 1815, Bolívar, que estaba en Jamaica, presentó su Carta de Jamaica, declarándose contrario a un sistema federal y a la monarquía española, de modo que no aceptaba otra cosa que el proyecto de la Gran Colombia, o unión de Nueva Granada y Venezuela en una república independiente. En mayo de 1816 desembarcó en Margarita y desde allí fue a Angostura en donde puso cuartel general en 1817. En febrero de 1819 el Congreso de Angostura le declarará presidente de la Nueva Colombia. En 1820 atacará Nueva Granada y vencerá en Bocayá llegando a Caracas el 10 de agosto, en donde dejaría a Santander como gobernador del territorio. Entonces decidió que en la Gran Colombia se integrase también Quito y que hubiera cuatro vicepresidentes, uno representándole a él, y uno más por cada uno de los tres territorios que pensaba unir. También elaboró en 1820 la Ley Fundamental de la República de Colombia.

Argentina arrancó su independencia en el Congreso de Tucumán eligiendo director a Pueyrredón y proclamando el 9 de julio de 1816 la independencia de Argentina, cuyo líder militar era San Martín. San Martín quería dominar, además de sobre El Plata, sobre Chile y Lima, un gran imperio, y se instaló en Mendoza, levantó el ejército de los Andes (4.000 hombres) y pasó a Chile en enero de 1817 pasando la cordillera en cinco grupos. El 21 de febrero derrotaron a Maroto en Chacabuco y se dirigieron a Santiago donde el cabildo le proclamó Director, aunque San Martín renunció, siendo proclamado O`Higgins. En marzo de 1818, desembarcó al sur de Santiago el español Osorio que derrotó a San Martín y O`Higgins, pero fue derrotado más tarde, el 5 de abril, en Maipú. San Martín vio que la superioridad española radicaba en el dominio del mar y se construyó una flota a cuyo mando puso al escocés Cochrane.

En 1816, Portugal intentó invadir la llamada “Banda Oriental”, es decir, Montevideo y su comarca, zonas comprendidas dentro del meridiano pactado en tiempos de los Reyes Católicos. Pedro Cevallos denunció el hecho ante las potencias de Viena y éstas condenaron a Portugal pero recomendaron a España que no usase la violencia. En enero de 1817, los portugueses conquistaron Montevideo. Les dirigía Juan VI desde Brasil. Se abría un conflicto que duraría hasta 1828.

En 1817, Morillo regresó a Venezuela, donde los nacionalistas se habían reorganizado durante su ausencia, y en 1818 venció a Bolívar en La Puerta, por lo que obtuvo el título de marqués de La Puerta. Bolívar entendió que militarmente estaba perdido, y extendió la guerra a todo el territorio desde Colombia a Venezuela, lo que mostró que Morillo no tenía efectivos para ocupar todo el territorio. Morillo pidió refuerzos a España, pero se le ordenó firmar un armisticio, pues la expedición de 1 de enero de 1820 no salió para América. El armisticio se firmó en noviembre de 1820 y Morillo regresaría en diciembre de 1820 fracasado, pero no vencido.

De 1822 a 1828, las Provincias del Plata, recientemente independientes, heredaron la guerra de la Banda Oriental y, finalmente, ganaron esos territorios a Brasil.

En México, hubo dos fases de rebelión, una romántica y populista de 1808 a 1820, y una nacionalista desde 1820 a 1824. La rebelión romántica empezó sublevándose a favor del liberalismo y formando una Junta de Nueva España que apresó al virrey Iturrigaray, 15 de septiembre de 1808. A partir de ese momento, los criollos vieron su oportunidad y apoyaron algunos movimientos populistas como el de Hidalgo de 1810, el de José Antonio Torres, o el de José María Morelos en 1811-1814, e incluso el de Espoz y Mina en 1817. El antiguo guerrillero español organizó una resistencia hasta que cayó prisionero en Guanajuato y fue fusilado en noviembre de 1817. Pagola levantó un gobierno rebelde en Jaujilla, que acabó con el fusilamiento de Pagola. La rebelión definitiva, de consolidación del nacionalismo mejicano, empezó en 1820 con Iturbide y se consolidó en 1822 cuando este personaje se proclamó emperador con el nombre de Agustín I.

En junio de 1817, el estadounidense Gregorio McGregor tomó Amelia (Florida Oriental) y, en diciembre, Pensacola. Estados unidos amenazaba a España con reconocer a los rebeldes americanos si España reclamaba esos territorios.

En 1820, los errores españoles respecto a América se volvieron a repetir: cuando en julio de 1820 hubo Cortes, se volvieron a nombrar diputados suplentes para América. Las reformas necesarias en América no se afrontaron.

El tema americano puede ser comprendido un poco con los sucesos de México en 1820: cuando los liberales españoles se impusieron en España, los realistas mexicanos desconocieron al Gobierno liberal de Madrid y se acogieron a las Leyes de Indias y a la autoridad del virrey. Iturbide se entendió con los independentistas mexicanos en el Plan de Iguala y proclamó la independencia de México en febrero de 1821. El constitucionalista O`Donojú, enviado como capitán general, que debía defender los intereses de España, pactó con Iturbide el Tratado de Córdoba de 24 de agosto de 1821, copiando las ideas del Plan de Iguala.

 

 

 

La época de Fernando VII en la historiografía.

 

La Historia General de España y América advierte que es una época con mucha documentación, pero sin estudiar hasta fines del siglo XX. Hay muchos documentos en el Archivo Histórico Nacional, y otros más en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, en el archivo de Simancas, en el Archivo General del Palacio de Oriente, y el Archivo de Cortes.

Pero los historiadores se habían limitado a “versionar versiones anteriores” de M.J. Quin Memorias de Fernando VII (original en inglés, 1824), Manuel Marliani Historia Política de la España Moderna (Francia 1840), Estanislao Barrio (atribuido a) Historia del Reinado de Fernando VII (1842), y la historia de Modesto Lafuente que es fundamental en todos los estudios del XIX y el XX.

Por todo ello, hay que tener cuidado con los tratados de historia anteriores a 1990, pues incurren en subjetividades propias de los liberales.

 

 

 

FERNANDO VII, biografía.

Fernando VII, nació el 12 de octubre de 1784 (Álvarez Santaló dice que el 14 de octubre) en El Escorial durante el reinado en España de su abuelo Carlos III, y era hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma. Era el octavo de los hijos de Carlos IV.

En 1793, llegó Godoy a la Corte, cuando Fernando VII tenía tan sólo 9 años de edad, y la situación se le hizo muy difícil de comprender: Fernando VII veía que Godoy dominaba a su padre y, poco a poco, iba conociendo los rumores de las relaciones con su madre. Fernando VII creció como un adolescente humillado, avergonzado, y se convirtió en un joven retraído, una persona que siempre temerá que un valido le suplante en su personalidad. Será una obsesión el resto de su vida. Desconfiaría de los buenos y casi siempre se fiaría de los aventureros y reaccionarios, lo que le renovaba la desconfianza natural en él. En 1795, Godoy le puso tutores, que eran preceptores de estudios y vigilantes del comportamiento diario del príncipe: fue educado, en primer lugar, por Felipe Scío, religioso de San José de Calasanz, hasta que en 1795 fue apartado de la Corte y enviado como obispo a Sigüenza. El segundo educador fue Francisco Javier Cabrera obispo de Orihuela. Y, finalmente, en 1796, por el canónigo de Zaragoza Juan de Escoiquiz, que quiso que Fernando no observara a su padre en su despacho de gobierno ni viera las relaciones de su madre y de Godoy con sus amantes, y por ello fue apartado de la Corte y enviado a Alcaraz (Toledo). Todos sus educadores le pusieron un comportamiento rígido, con horarios diarios completamente marcados, y sin aprendizaje de las artes de la política ni de la guerra, las cuales nos parecen hoy imprescindibles para un príncipe de aquella época, y así habían sido con príncipes anteriores.

Se tiene por muy importante en la personalidad de Fernando VII al canónigo Escóiquiz, un sacerdote que le aconsejaba en plan paternal y amistoso, que le proponía iniciativas que estimularan al adolescente, con todo lo cual se ganó la confianza plena del niño de 12 años que entonces era Fernando. Pero la verdadera personalidad de Escóiquiz, detrás de su amabilidad profesional, era la intriga, la desconfianza. Enseñó a Fernando VII a no confiar en nadie, a no tomar nunca ninguna opción clara de la que no pudiera arrepentirse ni culpar a otros de ella, a temer la revolución y esperarla en todos los rincones de dentro y fuera de Palacio. Como así fue la vida de Fernando VII, hay que pensar que algo influyó el canónigo. Se atribuye a Fernando VII el adjetivo “aclerigado”, es decir, educado por clérigos, y para clérigo. Era una educación mediocre, que consiguió forjar un déspota sin voluntad propia, con pocos amigos.

Lo peor de una personalidad mediocre como la de Fernando VII fue no saber escoger colaboradores brillantes. Sus ministros fueron por lo general más mediocres que él. En estas condiciones, la revolución social que debía haberse producido, fue muy singular: la burguesía española no sustituyó a la nobleza, como en Inglaterra o Francia, sino que la nobleza permaneció con nuevos caracteres de tipo burgués, accedió al Gobierno, integró las Cortes, y trató de tomar funciones que correspondían al monarca. El Rey no supo imponer las Leyes Viejas del Reino de las que tantas veces habló para contraponerlas a la Constitución, y no lo hizo porque no confiaba en los realistas, de quienes temía una guerra civil, ni en los liberales, de los que temía revueltas continuas.

En 1801 se pactaron los matrimonios de Fernando con María Antonia de Nápoles y de María Isabel (hermana de Fernando) con el heredero de Nápoles, Francisco I de Dos Sicilias. Los matrimonios tuvieron lugar en 1802. Fernando VII de Borbón y María Antonia de Borbón eran primos carnales, además de esposos. María Antonia murió en 1806.

En 1808, Napoleón se lo llevó a Valençay y le tuvo controlado y encerrado, lo cual era lo mismo a lo que estaba acostumbrado el príncipe, por lo tanto puede entenderse que no protestara, que no se rebelara. Ello tampoco le exime de culpabilidad, sino que explica su reacción ante Napoleón.

Entonces se intentaron muchas bodas para Fernando VII, pero fracasaban todas: con María Teresa de Braganza hija de Juan VI de Portugal, con María Luisa de Borbón de Etruria, con Estefanía Tascher sobrina de Josefina (la mujer de Napoleón), con Zenaida hija de José Bonaparte en 1814, con la duquesa Ana hermana de Alejandro I de Rusia.

En 1814, Fernando VII, a sus 30 años de edad, fue un hombre libre por primera vez en su vida, en el sentido de que salió de la disciplina y del control de un preceptor o mentor. No tenía experiencia ninguna de la vida en libertad, no conocía a fondo los problemas de España, no tenía ideas políticas claras, y se limitaba a cumplir unos ritos aprendidos en su juventud: levantarse pronto, acudir puntualmente a los actos religiosos diarios, comer a las cuatro de la tarde, fumar y pasear un rato, recibir peticiones de todo tipo de gente, incluso mendigos, despachar con los Secretarios, para acabar al anochecer leyendo, oyendo música antes de ir a dormir. Solamente había introducido una novedad, la salida a la calle, a media mañana, acompañado tan solo de un criado que conducía la berlina, lo que le servía para visitar tugurios y rameras.

No parece nada adecuado el que los negocios de Estado sean atendidos por el rey solamente a partir de media tarde, pero así era a menudo en aquellos tiempos en casi toda Europa.

El rey era una persona afable y muy accesible. Hablaba sin protocolos y usaba palabras gruesas, tal y como lo hacían las gentes de baja condición con las que se relacionaba cada mañana, y sabía de chistes sucios y verdes. También sabía refinar el lenguaje cuando estaba con gente importante, que para ello había recibido una educación. No era un ogro, ni tan torpe como le pintaron los liberales. De hecho, uno de los primeros decretos de 1814 fue la abolición del tormento. Pero se dejaba notar su mediocre educación, su falta de personalidad, en su desconfianza hacia todos, hacia los grandes por miedo a que le suplantasen, y hacia los pequeños por miedo a la revolución. Quería estar a bien con todos. Prometía a todos todo, pero ni lo pensaba, ni lo podía cumplir.

En 1814, el rey debió enfrentarse a los retrógrados que querían ir a un absolutismo integrista católico, y lo hizo, pero no fue capaz de hacerlo con decisión. En 1820, tampoco sería capaz de enfrentarse a los liberales que derivaban hacia el populismo violento e irracional. Y resultó así, en la práctica, que quien no quería ser gobernado por un valido, fue manipulado por muchos de los que estaban a su lado. Los absolutistas le sobrenombraron El Deseado, y le obligaron a hacer la política que ellos deseaban.

En 1816, Fernando VII se casó por segunda vez, con Isabel María de Braganza y Borbón (1797-1818), hija de Juan VI de Portugal y Carlota Joaquina, la hermana de Fernando VII. Eran pues tío y sobrina. Igualmente, el mismo día, se casó Carlos de Borbón, hermano de Fernando VII, con María Francisca de Asís de Braganza y Borbón, hermana de Isabel. Se casaban dos hermanos con dos hermanas. Ambas eran hijas de Carlota Joaquina, reina de Portugal y hermana de Fernando VII y de don Carlos, y vivían en Brasil. Isabel murió en 1818 de parto, y la niña que había engendrado murió a los pocos meses.

Se casó en terceras nupcias, en 1819, con María Josefa Amalia de Sajonia, 1803-1829, hija del elector de Sajonia, pero esta jovencísima reina no tuvo hijos en los diez años que vivió con Fernando VII.

Se buscó a continuación una nueva esposa para Fernando VII que fue, en 1829, María Cristina de Borbón (1806-1878), hija de Francisco I de Nápoles y de María Isabel, la hermana de Fernando VII, y de este matrimonio con otra de sus sobrinas nacieron Isabel II el 10 de octubre de 1830 y Luisa Fernanda en 1832.

También sería importante el matrimonio del hermano menor, Francisco de Paula Borbón, con Luisa Carlota de Borbón, pues éstos serían los principales apoyos de Isabel II en 1832 (Luisa Carlota y María Cristina eran hermanas), y además tendrían un hijo, Francisco de Asís y Paula Borbón y Borbón, que se casaría con Isabel II en 1846. Isabel II y D. Francisco serían pues primos por partida doble.

Fernando VII murió en 1833. Los absolutistas hablaron mal de él porque no había dejado a Don Carlos y al catolicismo integrista al frente del Estado, y los liberales le sobrenombraron como El Rey Felón. En vida, nunca nadie le había insultado ni se habían mofado de él, ni siquiera sus enemigos. Una vez muerto, todos hicieron astillas del árbol caído. Pero se mantuvo “Rey por la Gracia de Dios” hasta el final de su vida.

José Luis Comellas opina que Fernando VII no fue culpable de todo, tal como le pusieron los historiadores del XIX, sino que muchas veces fue mero espectador, incluso un perjudicado más. Ni era el protagonista de todo, ni era el único protagonista de lo negativo de su época. Quizás no supo cortar situaciones difíciles, porque su desconfianza vital no le permitía distinguir quién estaría de su parte para una acción determinada.

Los historiadores del XIX decían que Fernando, había sido el autor de panfletos que se difundían por Madrid acusando a su madre de acostarse con Godoy. Esta maledicencia respecto a su familia, la delación que hizo de sus colaboradores que hemos citado, la futura sumisión a Bonaparte llegando incluso a pedir ser adoptado como hijo por Napoleón cuando estaba cautivo en Francia, la falta de personalidad en 1814 para dar la cara e imponer el absolutismo en vez de esperar a que se lo dieran hecho, la doblez de carácter de jurar la constitución en 1820 traicionando sus ideas pero conservando el trono, las indecisiones sobre su sucesor en 1832-1833, son rasgos de la personalidad de Fernando VII. Atribuían esta personalidad al preceptor de Fernando VII, Juan de Escoiquiz, canónigo de Zaragoza, que le enseñaría a fingir y a salirse con la suya pese a todo y a todos.

 

[1] Ángel Comellas, en La Investigación Histórica en España, cita como historiadores más importantes del XIX a los siguientes:

Francisco Martínez Marina, 1754-1833, liberal;

Jose´María Queipo de Llano, 1786-1843, liberal exaltado;

Martín Fernández de Navarrete, 1765-1844, para historia de la marina;

Manuel José Quintana, 1772-1857, para la vida de personajes;

Próspero Bofarull i Mascaró, 1777-1859, para historia de la Corona de Aragón;

Modesto Lafuente Zamalloa, 1806-1866, como el más objetivo y extenso;

Tomás Muñoz Romero, 1795-1879, para fueron municipales;

Antonio Delgado Hernández, 1805-1879, para la época musulmana;

Pascual Gayangos Arce, 1809-1897, para época musulmana;

Avelino Fernández Guerra, 1816-1894, para tema de moriscos;

José Amador de lso Ríos, 1818.1878, para historia de Sevilla;

José María Quadrado Nieto, 1819-1896, para arte y arqueología;

Eduardo Chao, 1821-1887, para vida militar desde el punto de vista republicano;

Antonio de Bofarull Brocá, 1821-1892, para historia de Cataluña;

Miguel Lafuente Alcántara, 1817-1850, para temas de mozárabes;

Eugenio de Tapia, que en 1840 escribió una historia de la cultura;

Fermín González Morón, que en 1841-1846 escribió una historia de la cultura.

Los temas que más interesaron a estos hombres fueron los personajes de Godoy, Fernando VII, María Cristina, Isabel II y Espartero.

A ellos, podemos añadir:

Juan Cortada;

Fernando Patxot Ferrer;

Antonio Cavanillas;

Dionisio Aldama;

Manuel García;

Antonio del Villar;

Eduardo Zamora;

Antonio Alcalá Galiano, 1769-1865, liberal;

Antonio Gil y Zárate, 1796-1861, liberal;

Tomás Muñoz Romero, 1814-1867, liberal;

Pedro José Pidal, 1799-1865, liberal;

José Amador de los Ríos, 1818-1878, liberal;

Jaime Balmes Urpiá, 1810-1848, integrista católico;

Juan Donoso Cortés, 1809-1853, integrista católico;

[2] Francisco Fernández de Córdoba y Glimes de Brabant, duque de Alagón, que cambió su nombre, posteriormente, a Francisco Ramon de Espés, barón de Espés.

[3] Pietro Gravina fue nuncio de 1802-1816 (1803-1817 según otra fuente), y le sucedió Giácomo Gustiniani, que fue nuncio de 1816 a 1826.

[4] Antonio Ugarte, 1780-1833, había sido esportillero enMadrid. Esportillero era el mozo de carga que portaba las compras desde el mercado a casa de los clientes en su esportilla. Se hizo informador de Eguía y así entró en el ambiente de Fernando VII. Una vez dentro de la Camarilla, fue nombrado director general de las expediciones que salían para América y se convirtió en un hombre de negocios. Tatistcheff se dio cuenta de la influencia de este personaje y le utilizó ara el negocio de los barcos rusos., Fue embajador en Cerdeña a partir de 1825. En 1826 formaba parte del Consejo de Estado instituido por Fernando VII. (fuente: Michael J. Quin, Joaquín García Jiménez, Memorias Históricas sobre Fernando VII.)

[5] Dimitri Pavlovich Tatischeff, 1767-1845, era un ruso furibundo antiliberal que fue embajador ruso en Nápoles en 1802-1804, delegado en Nápoles en 1805-1808, fue uno de los negociadores de Fontainebleau en abril de 1814, embajador en España en 1814-1821, embajador en La Haya en 1821-1822, embajador en Austria en 1826-1841.

[6] Franco también argumentó lo mismo en 1939, pero Franco no era rey.