1715: FARNESIO, ALBERONI, GIUDICE.

 

 

 

La llegada de Isabel de Farnesio[1].

 

Una vez celebrado el matrimonio de Isabel de Farnesio con Felipe V, Giulio Alberoni podía convertirse en la persona fuerte de la Corte española, siempre que supiera jugar sus cartas, es decir, expulsar a la Princesa de los Ursinos. Ello era posible porque ésta no sabía nada de la intriga de Alberoni.

En primer lugar, en el plan de Alberoni, era necesario que Isabel llegase por tierra, en un viaje en el que fuera posible la intriga palaciega. Se decidió que entrase por la frontera de San Sebastián. En Saint Jean Pie de Port, su tía María Ana de Neoburgo, viuda de Carlos II, la previno contra el carácter dominante e intransigente de la Orsini, e Isabel tomo precauciones. Las dos mujeres estuvieron juntas dos días. Alberoni la esperó en Pamplona, y estuvo con ella cuatro días.

Allí instruyó a Isabel de quién era en verdad la Princesa de los Ursinos y qué papel jugaba en la Corte española.

El 23 de diciembre de 1714, cuando Isabel se dirigía a Guadalajara y estaba en Jadraque (Guadalajara), a una jornada de Madrid, la Princesa de los Ursinos salió a recibirla. Felipe V esperaba a la novia en Guadalajara, unos kilómetros más adelante. La novia recibió a la Ursinos a eso del atardecer y tuvieron una entrevista a solas, en la que no se sabe qué pasó y hay las consiguientes especulaciones: parece ser que la Ursinos dijo a la futura reina que debía esperar en Jadraque unos días para renovar su vestuario y la reprochó haber tardado tanto en el viaje. Isabel de Farnesio le comunicó que tardaba porque se levantaba tarde, a mediodía, y sólo viajaba por la tarde. La Ursinos se molestó, porque Isabel la escondía que había visto a María Ana de Neoburgo, y le dijo que podía contar con ella, que siempre estaba al lado de Felipe V. Isabel de Farnesio se encolerizó y ordenó a la Ursinos retirarse y no volver a comparecer ante ella. La Ursinos no obedecía, e Isabel de Farnesio empezó a dar voces diciendo que la Princesa de los Ursinos era una insolente y llamando al oficial de guardia para que se llevara de allí a “aquella vieja loca”, pero fuera de España. El teniente de Guardia de Corps, que era Amézaga, tomó dos oficiales de su confianza, y 15 guardias, y se llevó a la Ursinos en una carroza de 6 caballos y 2 lacayos hacia Bayona, con orden de no detenerse en ninguna parte bajo ningún pretexto. Hacía mucho frío. Alberoni le comunicó inmediatamente los hechos al rey, añadiendo que todos se sometían a lo que el rey dijera, y Felipe V accedió al destierro de la Ursinos y firmó la orden de destierro. Era la noche de ese 23 de diciembre de 1714.

Cuando salió Alberoni de ver al rey, entraron alarmados Orry y Robinet, hombres del equipo de la Ursinos y le hablaron al rey de no ceder tan pronto a los caprichos de una reina, primeriza en las artes de la Corte. Felipe V también accedió a esta segunda petición y ordenó que Isabel de Farnesio se detuviera. Isabel de Farnesio estaba el 24 de diciembre en Guadalajara, en la misma ciudad que el rey, y fue a ver al rey, se arrodilló ante él y Felipe V la abrazó y ordenó al Patriarca de Indias que les casara allí mismo, pues pensaba acostarse con ella inmediatamente. Y así se hizo. En la mañana siguiente, Isabel de Farnesio tenía su orden de expulsión de la Princesa de los Ursinos firmada por el rey.

La Ursinos había sido burlada por Alberoni y no había tiempo para reaccionar. Tenía que salir de España. Isabel de Farnesio debía su trono a Alberoni. Luis XIV no reaccionó de ninguna manera, en esos días, pero unos meses más tarde pidió a Felipe V que concediese a la Ursinos unas rentas. Felipe V se negó alegando que Isabel de Farnesio podía darse por ofendida.

La Corte de Madrid acogió bien esa anécdota, y muchos se sintieron aliviados tras la marcha de la Ursinos y comentaban que era muy positivo que la nueva reina tuviera carácter. Desde hoy, no nos parece nada bueno el trato a una mujer que se había esforzado más de una década en gobernar España.

 

 

Los personajes de 1715.

 

Isabel de Farnesio o Isabel de Parma, era hija de Eduardo III duque de Parma. Había nacido en Parma en 1692 y había quedado huérfana muy pronto y luego había sido desfigurada su cara por las viruelas. Era de porte agradable, sabía música, pintaba, montaba a caballo y sabía cazar. Con ella, Felipe tuvo siete hijos: Carlos en 1716 (futuro rey de Nápoles y Carlos III de España), Francisco en 1717 (muerto en 1717), María Ana Victoria en 1718 (que se intentó casar con el delfín de Francia Luis XV en 1725, siendo rechazada, y se casó con el rey de Portugal José I en 1726), Felipe de Parma y Plasencia en 1720 (que se casó con una hija de Luis XV llamada Luisa Isabel de Francia), María Teresa en 1726 (que se casó con el Delfín de Francia en 1744, pero murió en 1746), Luis Antonio en 1727 (que renunció a ser cardenal arzobispo de Toledo y Sevilla y acabó como simple conde de Chinchón), y María Antonia en 1729 (que se casó en 1750 con Víctor Amadeo de Saboya y fue reina de Saboya-Cerdeña). Isabel de Farnesio murió en 1766. Isabel era inteligente, pero apasionada, violenta, y terca, cualidades éstas que no son convenientes para gobernar. Alberoni la enseñó a ser astuta: la Farnesio atribuía al rey de modo insistente y reiterado todo el mérito de lo que hacía, y decía de sí misma que ella no intervenía en nada, pero a menudo aislaba al rey y no dejaba que nadie le viera, salvo Alberoni y ella misma. También aprendió a manejarse en las audiencias reales, de modo que era la reina quien hablaba, primero para halagar al visitante, y luego le hablaba al rey, de modo que proponía soluciones como de forma improvisada y espontánea, y el rey asentía a todo.

Isabel de Farnesio fue un mal momento en la historia de España: Los españoles esperaban, después de Utrecht, una época de paz, pero no fue así. Las guerras para satisfacer a la Farnese no iban a permitir la recuperación económica que los españoles deseaban, y al final, el reinado de Felipe V fue una gran decepción. Las zonas con más perspectivas de desarrollo, Cataluña y Levante, fueron las más decepcionadas. Culpar de la pérdida de oportunidades al advenimiento de los Borbones, fue un juego político utilizado en adelante, pero más bien era la guerra, las continuas guerras que hacían Felipe V y su esposa Isabel de Farnesio, la causa de la no recuperación económica. Puede parecer similar, pero no es lo mismo.

La forma de ser de Isabel de Farnesio y la llegada masiva de italianos, hizo impopular a la reina. Igualmente, ella despreciaba a los españoles. Pero la reina tenía una virtud muy necesaria a España en los últimos tiempos: era fecunda. Los españoles la acusaron de manipular a Felipe V a cambio de sexo, y decían que el principal modo de manipulación que practicaba la reina era no dejar que el rey hablase con nadie, salvo los italianos.

 

Giulio Alberoni, 1664-1752, nació en Firenzuola d`Arda, era hijo de un jardinero de Parma, en la ciudad de Piacenza, pero tuvo la suerte de ser protegido por el arzobispo Barni, quien le educó en los barnavitas y luego le llevó a Roma. Se hizo sacerdote en 1690. En Roma aprendió francés y se puso en contacto con un obispo llamado Alexandro Roncovieri, un hombre de Francesco Farnesio duque de Parma, quien le presentó al mariscal francés Vendôme. Vendôme quedó impresionado por las dotes de ingenio e improvisación que mostraba el abate Alberoni y le llevó como su secretario personal a Francia, Países Bajos y España. Vendôme murió en Vinaroz en 11 de junio de 1711 y Alberoni fue a París, en donde conoció personalmente a Luis XIV, a quien también impresionó, y fue quien le envió a España como agente del duque de Parma en Madrid y como agente francés. El duque de Parma le concedió una pensión pequeña, que Alberoni compensaba con la protección del duque del Pópoli. Como tal agente doble, italiano y francés, entró en contacto con el cardenal Giudice y con la Orsini e incluso con la reina María Luisa, pues el abate Alberoni preparaba macarrones con quesos y embutidos italianos y enseñaba luego a los comensales a jugar al cu-cu, lo que le puso de moda en la Corte española. La comida y el juego infantil entusiasmaban a la Princesa de los Ursinos y más tarde a Isabel de Farnesio. Mientras tanto, Alberoni hacía un programa político para Parma que intentaba reducir gastos suprimiendo abusos, reorganizando el comercio, el ejército y la marina, lo cual le dio la amistad de Isabel de Farnesio. A principios de 1713, los buenos servicios de información que Alberoni daba a Parma dieron como fruto su nombramiento como enviado ordinario en la Corte de España, nombramiento que el duque Farnese acompañó del de conde de Alberoni.

Y entonces le llegó la primera misión diplomática importante, a iniciativa del duque de Parma y la Princesa de los Ursinos: Alberoni había previsto la cesión de Italia a Austria en las conversaciones de Utrecht, y los citados personajes le encomendaron hablar con Lexington, delegado de la reina Ana de Inglaterra. En el cambio de Gobierno, de los franceses a los italianos, Alberoni dejó de ser un secundario francés para ser el protagonista italiano. Alberoni se convirtió en un valido o miembro principal de la camarilla de Isabel de Farnesio y gobernó España de 1715 a 1719. Defendió siempre la presencia de España en Italia y la preparación de una flota española que hiciera efectiva esta presencia. En 1717 se hizo cardenal y obispo de Málaga, y en 1719 se había propuesto para arzobispo de Sevilla cuando Felipe V le expulsó de España el 14 de diciembre de 1719. Como no era del gusto del Papa, se refugió en Viena. Al morir el Papa, y ser elegido Inocencio III en 1721, éste le permitió vivir en Roma. El siguiente Papa, Benedicto XIII, le consagró como obispo de Málaga en 1724 (ya estaba nombrado en 1717) y en 1732 regresó a Parma y vivió en Parma, Roma, Génova y Bolonia hasta su muerte en Piacenza en 1752.

 

Francesco del Giudice, 1647-1725, era el quinto hijo del napolitano Príncipe de Cellamare, título que heredó su hermano Doménico. Su padre era un fiel colaborador de los españoles y éstos lograron que se le otorgara a Francesco el nombramiento de Cardenal en 1690, tras pagar una cuantiosa suma por ello. En 1691, fue elegido Papa Inocencio XII, y éste nombró a Giudice Gobernador de Roma y encargado de recaudar la annona, y le ordenó sacerdote en diciembre de 1691. A partir de entonces desempeñó varios cargos importantes en El Vaticano. En 1699 fue nombrado miembro del Consejo de Estado de España, sin necesidad de que viniera a España ni hiciese nada como trabajo. En 1700 fue elegido Papa Clemente XI y Giudice se declaró borbónico, lo cual le valió ser nombrado Virrey de Sicilia y, en 1704, arzobispo de Monreale, también con dispensa para ausentarse permanentemente de la diócesis. Es decir, Giudice, cobraba de muchos sitios. En 1705 fue cesado como Virrey. En 1709 tuvo un problema con el Papa, pues Clemente XI se declaró austracista y Giudice decidió huir a Génova y, más tarde a España. En 1711 fue nombrado Inquisidor General de España, cargo en el que se mostró muy duro, procesando a miles de sospechosos de herejía, de los cuales quemó a 204. Sus casos más famosos, que no fueron los quemados, fueron el del obispo de Oviedo, José Fernández del Toro, y el del Fiscal General del Consejo de Castilla, Macanaz. Tras sus peripecias por España de 1711-1717, Giudice viajó a Génova y Turín y se entrevistó con Víctor Amadeo II de Saboya, pasó a Roma, y se encontró con que España vetaba su ingreso en Sicilia y le había retirado sus ingresos como arzobispo de Monreale. Se opuso a que Alberoni fuese nombrado cardenal y ambos se dirigieron insultos graves en público, pero Alberoni salió cardenal. En agosto de 1719 se puso al servicio de Carlos VI de Austria y acumuló cardenalatos en Roma y nuevas rentas, hasta su muerte el 10 de octubre de 1725.

 

 

Alberoni en el Gobierno de España.

 

En 24 de diciembre de 1714 llegó la nueva reina a Madrid. Con Isabel de Farnesio llegaba en triunfo el abate Giulio Alberoni. Alberoni era oficialmente el “enviado extraordinario de Parma en Madrid”, pero extraoficialmente era mucho más, era el favorito de la reina y, a través de ella, favorito del rey. Se convirtió en un auténtico valido, con todo el poder pero sin cargo oficial alguno[2]. Aparecía como miembro del Gabinete de Felipe V. Alberoni era el confidente, consejero de Isabel, y ésta se dejaba conducir en la Corte por Alberoni, quien le explicaba quién era cada personaje y qué pretendía cada uno. Alberoni tenía libre acceso a Palacio y acompañaba a los reyes en sus partidas de caza, lo cual significaba que podía estar con los reyes todos los días. La situación era tan evidente que Francia se incomodó temiendo perder su tutela sobre España, y era ciertamente lo que estaba pasando. En resumidas cuentas, Alberoni se hizo cargo de la dirección del Gobierno.

En España había cierto descontento con los resultados de Utrecht y con la postura adoptada por Luis XIV con respecto a los intereses de España. Y tras la caída de los franceses protectores de Macanaz, cayó el propio Macanaz, al que los funcionarios del Consejo de Castilla creían culpable de haber destruido el tradicional sistema de Gobierno español que a ellos les parecía estupendo. En noviembre de 1714 se despidió a Orry. En 7 de febrero de 1715, Macanaz fue cesado y huyó a Francia. Igualmente, el 7 de febrero de 1715 se marchó Orry a Francia. Y enseguida el padre Pierre Robinet, confesor del Rey demasiado entregado a Luis XIV, fue cambiado por el padre Guillerme Daubenton quien ya había ejercido el puesto en 1700-1705.

Tras la expulsión de Orry en noviembre de 1714, hubo una cierta involución en las reformas de los Consejos y su evolución a las Secretarías de Despacho. También retrocedió el movimiento regalista de dominar a la Iglesia. Ronquillo y Grimaldo tenían cierta obsesión por echar abajo el sistema de Orry, pero continuaban los problemas y necesidades de Gobierno, y no se tardaría en volver a unas reformas similares.

Alberoni llamó a Giudice, que en esos momentos estaba desterrado en Francia por haber intentado condenar, vía Inquisición, a Macanaz. Giudice era el Inquisidor General desde 1711. Junto a Giudice aparecieron en el Gobierno el padre jesuita Daubenton, confesor real, y Luis Curiel, un enemigo personal de Orry, antiguo consejero del Consejo de Castilla que se había declarado en rebeldía contra Orry. También resurgieron Cellamare, Pópoli y otros italianos. Algunos habían arribado a España hacia 1711, porque habían luchado con Felipe V en Italia, pero ahora, con una reina italiana, creían tener oportunidad de acceder a los más altos cargos del Gobierno.

Los italianos que en 1714 servían a los monarcas españoles, se sentían españoles. De hecho, estaban en España por haber defendido en Italia los intereses españoles. Sus vivencias e intereses personales les impulsaban a poner como prioridad la expulsión de Italia de los austríacos, e incluso pensaban en una Italia independiente, pero su idea de lograrlo era fortalecer a España, suspender las reformas borbónicas tenidas por francesas, lograr la independencia de Italia, y colocar a los hijos de Isabel de Farnesio en los tronos italianos.

Giudice se había enfrentado al gobierno de Orry – Macanaz y se había atrevido a contradecir al rey. La expulsión del equipo Orry – Macanaz pareció a Giudice su oportunidad de regresar a España y obtener altos cargos, y pidió la entrada en España, que le fue concedida. El rey Felipe V se había opuesto a que este hombre entrase en España desde septiembre de 1714. Giudice regresó en 17 de febrero de 1715. Al día siguiente le nombraron Secretario de Estado para Justicia y Asuntos Eclesiásticos, en marzo le hicieron tutor del príncipe Luis de Borbón, y volvió a ser Inquisidor General. Una de sus primeras medidas de Gobierno fue readmitir al nuncio, que había sido expulsado de Madrid por el Gobierno anterior.

Luis XIV apoyaba a Giudice a pesar de que opinaba que el Gobierno español tenía demasiados italianos. Giudice podía actuar como su hombre en el nuevo Gobierno de España. Los principales avales de Giudice fueron Isabel de Farnesio y Mariana de Neoburgo la viuda de Carlos II.

Alberoni pronto comprendería que admitir a Giudice, un intrigante tan enrevesado como lo era él mismo, era un error.

Empezaba una nueva época en el Gobierno de España.

 

 

Isabel de Farnesio se hace sitio en la Corte.

 

Isabel se quedó embarazada enseguida y todos opinaban que si era niño asumiría altos cargos en el Gobierno y la reina tendría con ello mucho poder. Alberoni por su parte, encargó a Italia todo tipo de comidas, vino, trufas en aceite, frambuesas, marzolini… Los envíos periódicos de alimentos italianos eran recogidos en Alicante y llevados urgentemente a Madrid, de forma que la nueva reina tuviera comida italiana frecuentemente. Cuanto más contenta estaba la reina, tomaba más fuerzas Alberoni.

Felipe V se sintió prendado de la nueva reina, aunque tuviera la cara picada de viruelas, pues le gustaba su mirada penetrante, grandes ojos oscuros y luminosos, figura garbosa y arrogante y ademanes gentiles. Alberoni aprovechaba sus visitas al rey para dar en voz alta gracias a Dios por haber proporcionado al rey de España una esposa tan valiosa en sí misma y por haberle librado de la tiranía de la Princesa de los Ursinos.

Isabel de Farnesio era una mujer altiva, ambiciosa, con mucho carácter, personalista. Enseguida entendió el ambiente español y se sintió capacitada para hacer lo que le apeteciese, que desgraciadamente fueron más sus deseos personales que las conveniencias del reino: cultivó el aplauso de las masas, distinguió a los nobles de raigambre, sustituyó a las damas de Palacio complicadas en enredos conocidos de la Ursinos. Y como Felipe V era un obseso sexual, la Farnesio acabó ganando el poder utilizando al rey.

En ese campo de tener sus propias iniciativas políticas, encontró alguna dificultad, pues el rey no la dejaba sola ni un momento del día y no podía tener sus propios informadores y enviar sus propios correos, pero aprendió enseguida su oficio: ante un problema o petición cualquiera, emprendía una conversación que daba rodeos, alababa a los peticionarios, encontraba dificultades “que había que solucionar con tiempo”, y ganaba el tiempo necesario para consultar con Alberoni y decidir en algún momento que no estuviese presente el Rey. Decidió no levantarse a mediodía, tan tarde como era su costumbre, sino hacerlo oficialmente hacia las 11,30 de la mañana. El rey despachaba de 8 a 11 de la mañana, y Alberoni quedaba libre media hora, que aprovechaba para ver a la reina en su alcoba, antes de que llegase el rey.

El resto del día, era una esposa solícita, siempre al lado del rey: A continuación de levantarse, iba a misa con el rey, comía junto al rey y le entretenía cerca de una hora comiendo, iban a “cazar” juntos por la tarde (los Borbones llamaban cazar a matar animales, cientos de animales que se criaban expresamente en los lugares reales, y que los criados hacían pasar delante de los reyes para que estos los escopeteasen. Nada que ver con lo que es la caza de verdad). Isabel sabía disparar y tenía buena puntería, y ello entusiasmaba al rey, sentado en su apostadero. Al final de la tarde, despachaban juntos asuntos de Gobierno, momento en que recibían a Alberoni que se estaba una hora con ellos. A las 21,30 cenaban y los reyes se retiraban a su alcoba. Decidió Felipe V que tendrían una sola alcoba para los dos, una sola carroza para los dos, una sola mesa para comer solos los dos, un solo retrete para los dos y todo en exclusividad. Ni siquiera el príncipe y los infantes tenían participación en la vida ordinaria de los reyes. El que más se relacionaba con ellos era Alberoni.

Felipe V era un depresivo. Sólo la actitud alegre y servicial de la reina le sacaba a veces de sus ensimismamientos.

Isabel de Farnesio sugirió al poco de llegar que los Consejos de Despacho se celebrasen en las habitaciones de la Reina, y Felipe V accedió, lo que significaba que los que se entrevistaban con el rey debían hablar en presencia de la reina, aunque ella fingía estar a otra cosa. Así, Isabel de Farnesio reconducía la situación familiar a su favor y, al tiempo, se enteraba de todo y controlaba quién y qué se hablaba con el rey. Isabel de Farnesio fingía que no le gustaban los asuntos de Gobierno y estaba por la habitación como si no participase en las conversaciones de los políticos con el rey, pero todos sabían que era ella la que dirigía la voluntad del rey en esos asuntos.

La reina fue la que pidió despedir a Orry, el hombre de confianza de la Ursinos, y a Robinet, el confidente de Luis XIV, y Felipe V la complació.

 

 

Fracaso del Partido Español.

 

El “Partido Español”, conjunto de Grandes de España con aspiraciones al Gobierno, se estaba equivocando al sustituir a los franceses por italianos. No iba a ser la oportunidad del regreso de los Grandes al poder como ellos creían. Pronto se dieron cuenta de que Isabel de Farnesio era un muro contra el que no servían sus golpes, y empezaron una campaña contra ella, a la que llamaron “vívora”, “pecadora”, “ambiciosa intrigante” y “la parmesana”. Pero Isabel de Farnesio mostró mucha personalidad y gobernó con sus favoritos, fueran del origen que fueran.

Motivo de indignación de los Grandes fue que Alberoni, un don nadie italiano, estaba por encima de los españoles. La política de los Grandes de España fue equivocada, pues se limitaron a oponerse a todo. Y lo que ocurrió fue que el partido francés intentaba continuar actuando a través de personajes como Giudice, y el Gobierno de España quedó en manos de Alberoni, Grimaldo y otros. Sólo los Grandes se quedaron completamente fuera.

 

 

Fracaso de Giudice.

 

Del Giudice creyó recobrar la confianza del rey cuando fue nombrado preceptor del Príncipe de Asturias, oficio que siempre había pertenecido a un cardenal. La instrucción del Príncipe Luis la hizo muy mal, porque Giudice se ocupaba más de entrar en los asuntos del Gobierno a través del príncipe, que de educarle. Giudice comprendió tarde que la reina le tenía apartado justamente en los asuntos del Príncipe para no darle participación en asuntos de Gobierno. Como el príncipe no hacía vida con los monarcas, tampoco tenía oportunidad de llevar comunicados al rey. Alberoni estaba moviendo los hilos para que Giudice no llegara al poder.

 

 

Nuevos objetivos políticos en 1715.

 

La época de Isabel de Farnesio tuvo nuevos objetivos, distintos de aquellos por los que estaba luchando el equipo “francés” despedido en diciembre de 1714. En esencia, esos objetivos fueron: rectificar el tratado de Utrecht, es decir, recuperar Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Toscana, Parma y Menorca (tal vez Menorca fuera el menos interesante a los ojos de Isabel de Farnesio).

Muy pronto se demostró que los temores de los españoles, de que la Farnesio manipulara al rey, se confirmaban: en años siguientes, el objetivo de la reina fue colocar a sus hijos en Italia, costase lo que costase, incluso a costa de los intereses de España.

 

La política de Alberoni se dirigió a romper los Tratados de Utrecht y Rasdtatt en lo que afectaba a Italia:

Liberar a Italia de austríacos: Milán y Nápoles eran austríacos desde Utrecht 1713, El Papa se había declarado partidario de los austríacos y sólo Venecia y Génova protestaban por la presencia de Austria. Para apoyar su política, Alberoni decidió congraciarse con Inglaterra y le cedió para siempre el asiento de negros, que en Utrecht se le cedía por treinta años. Inglaterra no agradeció mucho el detalle porque se asentó en Terranova y expulsó de allí a los pescadores españoles haciendo cumplir el Tratado de Utrecht con toda crudeza.

La política española en Italia tiene un doble punto de vista: para Isabel de Farnesio era colocar a sus hijos, Carlos y Felipe, en Italia, teniendo en cuenta que los primeros hijos de Felipe V en su anterior matrimonio, Luis y Fernando, tenían asegurado su futuro en España. Antonio Farnesio, duque de Parma y hermano de Isabel de Farnesio, era mayor y soltero. Para Alberoni, la presencia tradicional de España en Italia garantizaba el equilibrio en el Mediterráneo occidental entre la potencia occidental, España, y la potencia oriental, Turquía. La presencia de Inglaterra rompería este equilibrio, y daría lugar a juegos diplomáticos en los que marroquíes, argelinos y turcos querrían jugar un papel, que sería de dominio del comercio, expansión del Islam, y pérdida de valores de la civilización occidental.

Isabel de Farnesio, conseguiría con el tiempo que su hijo Carlos fuera reconocido como Carlos VIII de Dos Sicilias, y su hijo Felipe como el duque Felipe de Parma. En ese sentido, tal vez se perdieron energías, dinero, hombres, oportunidades, de cara a otras reformas más urgentes e importantes para el Estado, pero el concepto patrimonial de los reyes, les hacía defender lo suyo, muchas veces por encima de los intereses generales.

Pero para lograr estos nuevos objetivos, era preciso reconstruir la política española en un doble nivel: por una parte había que jugar en un nuevo juego de influencias internacionales establecido en Utrecht, y en segundo lugar, había que lograr unas reformas administrativas que permitieran una recaudación más efectiva y la conformación de un ejército y una escuadra que permitieran tener argumentos para el juego diplomático. Por lo tanto, era preciso continuar las reformas emprendidas en la época precedente.

En cuanto a las relaciones internacionales, no se dudó en entrar en conversaciones con Génova, Holanda e Inglaterra, prometiendo privilegios comerciales y el reconocimiento del rey Jorge de Inglaterra, si se mostraban neutrales en la acción de España de recuperar esos territorios. También se negoció con el Papa y se ayudó a Venecia a liberar la isla de Corfú, asediada por los turcos, lo que le valió el capelo cardenalicio en 1717. Isabel estaba dispuesta a perder los intereses comerciales americanos, con tal de salvar los suyos personales.

En agosto de 1715, Alberoni intentó arreglar las diferencias entre Roma y España y se puso en contacto con Giudice. Entonces tramaron llevar a Macanaz a la Inquisición y confiscar todos sus bienes. Macanaz desapareció de escena dejando vía libre a Alberoni. Después Alberoni se deshizo de Giudice acusándole de todas las maquinaciones habidas, lo cual le hizo perder sus cargos en España y volver a Roma.

El 14 de diciembre de 1715, Alberoni intentó una alianza con Inglaterra, con el Doddington`s Treaty y el Tratado de 25 de mayo de 1716, dando facilidades a Inglaterra en el comercio americano. El proyecto no fue aceptado por Giudice y otros. Alberoni pretendía tener las manos libres en Italia para proyectos que pocos años después desvelaría “el secreto de los Farnesio” o la posesión de Italia.

 

 

Las reformas de 1715.

 

El Estado español de fines del XVII era inviable tanto económicamente como procedimentalmente. Alberoni puso en marcha una serie de reformas, un abanico muy amplio, pues hacían falta industrias para tener mercancías con las qué comerciar, eran necesarios los productos imprescindibles para las campañas militares que se proyectaban en Italia, ejército para imponerse, una Armada para apoyar las acciones militares, y era preciso que funcionase la Administración en temas como Hacienda, Justicia, Enseñanza…

En marzo de 1715 se estableció una Junta para reformar los Consejos que habían organizado Orry y Macanaz, con el objeto de volver a las Secretarías de 1713. Los consejeros y otros funcionarios cesados por Macanaz (ministros en el lenguaje de la época) fueron también restablecidos en sus puestos.

En 28 de abril de 1715, se crearon dos Secretarías de Despacho:

Se creó una Secretaría de Despacho de Hacienda que fusionaba la Veeduría General e Hacienda (de Orry), la Intendencia Universal de Hacienda, y el Consejo de Gabinete de Hacienda. Su titular fue Lorenzo Amengual del Pino y de la Mota, hasta entonces Intendente General de Hacienda. Francisco de Salcedo y Aguirre era Superintendente de Hacienda.

Apareció una Secretaría de Despacho de Guerra y Marina, que fusionaba a la de Guerra y a la de Marina e Indias, de modo que desapareció la Secretaría de Despacho de Indias, cuyas competencias fueron a parar a Secretaría de Guerra y Marina, al Consejo de Hacienda y al Consejo de Justicia.

El 9 de junio de 1715, se anularon las reformas de los Consejos hechas en 1713 y 1714, volviendo a que tuvieran presidencia de una sola persona y recobrando las competencias de principios de siglo XVIII. En lenguaje de la época se trató “la reducción de los Consejos a su antigua planta” (planta significaba esquema organizativo). No se destituyó a ningún Presidente-Gobernador de Consejo, ni siquiera a los nombrados por Macanaz.

El Consejo de Castilla fue reformado integrando un mínimo de 25 consejeros. El 3 de septiembre de 1715 se restableció la Segunda Sala de Gobierno, para contenciosos sobre la Primera Sala.

El Consejo de Hacienda fue restablecido el 9 de junio de 1715 en sus antiguas funciones anteriores a las reformas de noviembre de 1713, porque el sistema reformado no funcionaba. El 4 de agosto de 1715 se anuló la reforma de Hacienda hecha en 10 de noviembre de 1713.

También desapareció el Consejo de Gabinete, o Consejo de Despacho del Rey.

 

 

Reforma de los funcionarios.

 

Una reforma que aparece como secundaria, escondida, afectó mucho a la vida los españoles: Se eliminaron días feriados, excepto los de precepto religioso y se obligó a trabajar mañana y tarde a los funcionarios. Los funcionarios hasta entonces, no trabajaban los lunes (días de toros), los domingos, los días de precepto religiosos que eran muchos, y las muchas fiestas de patrones y patronas, además de no trabajar nunca por la tarde.

En 1715 se creó la figura del Alguacil Mayor, jefe de policía en Madrid, jefe de los alguaciles ordinarios. En puridad, se crearon dos, unos para Madrid y otro para Chancillería. El alguacil había sido en tiempos pasados el empleado subalterno de un juzgado o tribunal, que ejecutaba lo que le mandaban los jueces. Era un cargo medieval. En la Edad Moderna, pasaron a ser auxiliares del corregidor y cuidaban para él el orden público.

 

 

Reforma de la diplomacia.

 

Nuevos embajadores: En 1715 había representantes diplomáticos españoles permanentes en Gran Bretaña, Francia, Portugal, Holanda, Suiza, Saboya, Roma, Toscana, Venecia y Génova. Pero a partir de este tiempo se fue incrementando la diplomacia apareciendo embajador en las ciudades hanseáticas (1724), Austria (1725), San Petersburgo (1726), Nápoles (1737), Suecia (1740), Sajonia y Polonia (1745), y Parma (1749). Y en tiempos de Carlos III se extendería a Estados Unidos, Marruecos, Turquía y otros.

Había tres categorías de diplomáticos, los embajadores, los ministros o enviados puntuales a una misión, los “residentes” que nosotros llamaríamos encargados de negocios.

Las misiones que cubría un diplomático eran asistencia a ceremonias (nacimientos, bodas, coronaciones, fallecimientos) que eran misión de embajadores extraordinarios; las reuniones políticas como congresos, negociaciones, conferencias de paz, que eran misión de una delegación o de un ministro plenipotenciario; las reuniones secretas, que eran servicios que normalmente hacían los extranjeros para el Gobierno español; y los agentes especiales para enterarse de cosas o saber de tecnologías y para atraer artesanos a trabajar en España. También había consulados, y en 1669 se puso el primero en Marsella, para apoyar a los mercaderes y comerciantes españoles.

La calidad del diplomático español dejaba mucho que desear y muchas veces se improvisaron diplomáticos de poca valía personal, pero el sistema era bueno y se mostró con posibilidades de futuro, mejorando el personal.

 

 

Enfrentamiento Giudice – Alberoni.

 

En primavera de 1715 se produjo un primer enfrentamiento entre Giudice y Alberoni. Giudice quería reducir gastos militares, a lo que se oponían Alberoni y la reina, que querían preparar una fuerza militar para volver sobre Italia. Alberoni se dio cuenta de que se había equivocado con nombrar colaborador a Giudice y trató de anularle. Avisó a los embajadores para que en adelante tratasen los asuntos con él y no con Giudice. En julio de 1716 le quitó la tutoría sobre el príncipe. Y Giudice volvió a protestar y a renunciar al cargo de Inquisidor General. Se le aceptó la renuncia, y de paso, se le retiró el cargo de Consejero del Consejo de Estado. Giudice atacó duramente a Alberoni pensando que, siendo cardenal e Inquisidor General, era más fuerte que él, y le acusó de llevar riquezas a Parma y de tratar con el Duque de Saboya. El 27 de enero de 1717, Giudice sería expulsado de España.

 

 

La muerte de Luis XIV.

 

El 1 de septiembre de 1715 murió Luis XIV y entonces Isabel de Farnesio no tuvo reparo en echar a todos los franceses del Gobierno español y sustituirlos por italianos.

Con la muerte de Luis XIV, podemos dar por completamente terminada la etapa de proteccionismo francés sobre España. Luis XIV de Francia había sido el rey más poderoso del mundo hasta entonces. España podía verse libre del paternalismo del rey francés. A partir de este momento, Francia sería vista en Madrid como un problema complejo: como enemiga de España, pues deseaba territorios americanos, pero como necesaria para poder hacer frente a un enemigo peor, Inglaterra, que saqueaba barcos, apresaba algunos, atacaba puertos españoles y americanos.

Y resultaba que Felipe V de España escalaba posiciones respecto a su derecho a heredar el trono de Francia. No obstante, la voluntad de Luis XIV había sido cumplir el Tratado de Utrecht y había decidido que gobernara el hijo del duque de Berry, y dejó como regente de Francia al duque de Orleans, cerrando el camino a Felipe V de España. Felipe V se sentía heredero legítimo del trono de Francia, pues era el único nieto por vía masculina, y creía estar por delante de los hijos del duque de Berry, su hermano, muerto el 4 de mayo de 1714. No obstante, y cumpliendo tratados anteriores, Felipe V insistió en su renuncia al trono francés y no hubo conflicto internacional. El Gobierno de Francia estaba en manos de una regencia, presidida por el duque de Orleans, pero que decidía por mayoría, y había muchas intrigas contra Orleans, al que depusieron en 1723, declarando mayor de edad a Luis XV, 1710-1774, cuando sólo tenía 13 años de edad. La alianza de Francia con España dejó de ser incondicional y, en adelante, tanto el duque de Orleans como el cardenal Fleury, prefirieron la armonía con Inglaterra a defender los derechos de España. Utrecht se convirtió en algo intocable, a defender a toda costa.

 

 

Resultados objetivos de la época Luis XIV en España:

 

Se había consolidado una nueva dinastía, los Borbón.

Se había reducido el poder de la nobleza, paralelamente al de los Consejos que ésta dominaba. Aunque todavía quedaba mucho por hacer.

Se había creado un Gobierno fuerte y centralizado.

Se habían iniciado reformas en Hacienda.

Se había reorganizado el ejército.

 

 

[1] Es conveniente leer a María Ángeles Pérez Samper. Isabel de Farnesio: Símbolo, Imagen y Ceremonia.

[2]Tomas y Valiente opina que Alberoni actuó como privado o valido de Felipe V en 1715-1719.