EL COMERCIO ESPAÑOL EN EL SIGLO XVIII.

 

 

 

Dificultades comerciales

en la España del siglo XVIII.

 

La acción del Estado español en economía durante los siglos XVI y XVII había tenido aspectos muy negativos. El mito de la España imperial próspera quizás deba ser revisado en lo que se refiere a las clases menos afortunadas de la sociedad. La disparidad entre clases sociales era muy grande en España, lo cual es malo para el equilibrio entre la oferta y la demanda. Cuando el poder adquisitivo de los más se debilita, aunque con ello crezca el poder adquisitivo de los estamentos privilegiados, corre peligro el mercado interno. Los privilegiados, incluido el rey, no tenían empacho en declarar guerras y sostenerlas a toda costa, principalmente en Flandes e Italia. Las guerras habían cerrado casi siempre las comunicaciones con Francia, excepto mediante el contrabando, y con ello las comunicaciones terrestres con Europa. Las guerras habían cerrado a España el comercio del Atlántico y aun el del Mediterráneo oriental y del sur. En los últimos siglos, las embajadas servían más bien para hacer política matrimonial o desterrar políticos o familiares reales no gratos, que para desarrollar empresas comerciales.

El comercio había sido a veces cedido por los reyes en monopolio a holandeses en el Atlántico y a italianos en el Mediterráneo, a franceses en América, y a ingleses a partir del Tratado de Utrecht. El comercio de esclavos que hacían los franceses y los ingleses servía a menudo como tapadera para un comercio general, que saturaba los mercados americanos antes de la llegada de las flotas españolas. Fueron los ingleses y holandeses los que desarrollaron las grandes compañías comerciales, seguidos por los franceses. España, la teórica señora del mayor mercado mundial, América y el Mediterráneo, no pudo desarrollar grandes empresas comerciales.

En cuanto al mercado interior peninsular, existía un comercio bien estructurado que era el de productos de lujo, lógicamente en cantidades reducidas y para sectores sociales restringidos. Ejemplo de buenas prácticas comerciales es cómo llegaban a Palacio los pescados del norte y la comida italiana, en poco tiempo y en perfecto estado. Pero no era ése el sector representativo del conjunto del comercio español. Las condiciones generales de mercado eran otras. España era el ejemplo de una sociedad elitista, poco integrada socialmente.

Compartimentación en regiones. Cada región, y aun cada comarca y a veces cada localidad, era un pequeño área de comercio individualizado aislado de las demás no sólo por las malas comunicaciones, que eran muy malas. Las reglamentaciones locales y gremiales sobre el comercio, dirigidas a no permitir la entrada de productos extraños y a captar el máximo de comida en años de escasez, impedían el comercio normal, excepto con muchos gastos de custodia de los alimentos transportados.

Cada región española, y aún cada pueblo a veces, tenía su propio sistema de medidas y pesas. En todas partes había escasez de numerario disponible, y las ventas se hacían al fiado o por intercambio y no eran posibles con dinero. El poder adquisitivo medio era muy bajo y las cantidades a transportar no siempre eran rentables. Y el atraso comercial hacía que se partiera de precios de salida muy altos y artículos de poca calidad, que interesaban a muy poca gente. Había localidades que se autoabastecían de todo, y ello les hacía permanecer en la más estricta pobreza, pues carecían de casi todo.

Cada región española tenía sus propios precios, distintos a las de regiones cercanas de producción similar, y muy distintos de los de las más alejadas. Esto es normal hasta cierto punto y es muchas veces la base del negocio comercial, pero no era bueno que hubiera tan grandes diferencias, que indicaban desequilibrios de varios tipos, ni era bueno que las causas de esas diferencias fueran estructurales subsanables y causas políticas que los privilegiados no estaban dispuestos a subsanar.

En cuanto a las comunicaciones, este problema era una causa fácilmente subsanable, si sólo se hubiera tratado de dinero. Bastaba la mejora de los caminos. Pero de hecho, no se subsanaron hasta la llegada del ferrocarril en la segunda mitad del XIX. Y la mejora de caminos era posible, pues las vías romanas de 1.500 años antes habían sido muchas veces de mejor calidad que los caminos existentes. Existe el ejemplo de que el transporte del trigo desde Palencia a Santander, triplicaba el valor del producto en el viaje, siendo más barato llevarlo por mar desde muy lejos que desde la región de al lado, a 100 kilómetros de distancia.

Lo normal en la comercialización de los productos españoles del XVIII era que no salieran de la región en que se producían, pero algunos sí que se distribuían por todo el territorio español. La integración de mercado dependía del producto en cuestión. Los productos consumidos en el mercado local o regional eran los de primera necesidad y ello provocaba frecuentes crisis de subsistencias aunque en la región vecina abundasen los alimentos, pues no estaban previstos los intercambios y no se realizaban de hecho.

Otro problema eran las restricciones de tipo social. Por ejemplo, la Inquisición era un gran problema en las relaciones comerciales, pues ésta se negaba a dejar venir a España a musulmanes y a judíos en el caso de Marruecos, y tenía mucho miedo de que vinieran masones o protestantes en el caso de Francia o Inglaterra. Las investigaciones, vigilancia y procesos a estos comerciantes extranjeros, hacían fracasar frecuentemente los tratados comerciales.

Y el mayor problema observable en el XVIII era la especulación institucionalizada. En el interior peninsular se producía fundamentalmente trigo y los excedentes comerciales procedentes de este alimento básico, pertenecían en un 90% a la nobleza y clero, que lo habían cobrado en forma de rentas. Los propietarios almacenaban el trigo y esperaban la época de escasez, la primavera, para vendérselo caro a los propios campesinos que lo habían producido. Los precios no respondían a la ley de la oferta y la demanda, pues habitualmente se provocaban situaciones de escasez ficticias, incluso en situación de abundancia de la mercancía.

Los hombres del siglo XVIII eran conscientes del problema comercial que sufrían. En agosto de 1756 y en noviembre de 1757 se establecieron algunas libertades de comercio respecto a comercio interior de cereales, vinos y aguardientes. Las medidas legales parecían no dar fruto porque la sociedad se resistía a cambiar sus costumbres, a cambiar ellos y a dejar cambiar a los demás. Al contrario, surgieron muchos críticos apocalípticos, previniendo de grandes catástrofes si se permitía la libre importación de trigo y de cebada.

En 1760-1766, algunos políticos consideraron que el problema más grave que se estaba produciendo era la especulación: los abastecimientos se ocultaban con fines especulativos, a fin de provocar artificialmente la subida de precios. Los males que preveían los agoreros en 1766, eran que se les acababa el negocio especulativo de comprar a precios muy bajos en otoño, y forzar las subidas de precios en primavera. En esa situación económica, el peligro político comercial era muy grave, pues la decisión de importar masivamente alimentos, cuando había abundancia de alimentos ocultos esperando especulativamente la subida de precios, podía provocar catástrofes económicas.

Y la catástrofe especulativa se produjo en 1766: El 11 de junio de 1765, intentando favorecer el comercio, se suprimió la tasa perpetua al precio de los granos, y se revalidaron los decretos de 1756 y 1757 (ver 18.4.5.El Motín de Esquilache) estableciendo unos precios límite, por encima de los cuales el Estado prohibía exportar alimentos y permitía importar masivamente para evitar hambrunas. Las medidas deberían hacer funcionar bien los abastecimientos, pero no se contaba con la trampa y la mentira de los especuladores: cuando en primavera de 1766, los especuladores anunciaron escasez, como solían hacer siempre, e hicieron subir los precios como era habitual, siendo la realidad que había muchos alimentos guardados y que se preveía una cosecha excelente, las autorizaciones a importar grano causaron un desastre en el mercado, y sobrevino el denominado Motín de Esquilache. Los grandes poseedores-especuladores estaban tocados, y se las arreglaron para arrastrar a las masas a las que estaban privando de comida a pesar de la situación de abundancia.

Superado el motín, la liberalización siguió su camino: en 1767 se liberalizaron otros géneros de alimentación, en 1768 se concretó la Pragmática de 1765, es decir, se pusieron en funcionamiento las medidas aplazadas por el motín de 1766, y en 1771 se facilitó el comercio exterior de granos. Pero era tanto lo que había que reformar, que no hubo el clima suficiente y el tiempo necesario para reformas de tanto calado.

 

 

 

El mercado urbano.

 

Tal vez deberíamos considerar las ciudades como ámbito natural de mercado, diferente de los pueblos que estaban muchas veces cerrados por las malas condiciones antedichas. En las ciudades, los abastecimientos siempre fueron un problema grave desde los tiempos antiguos. El primer problema y principal, que era el del agua, y su complementario de eliminar aguas sucias, no tenían demasiado peso comercial. El agua, era un elemento que se compraba al aguador, a no ser que cada familia hiciera el acopio por su cuenta. No era un gasto cuantioso ni ineludible. Luego venía el abastecimiento de alimentos, vestido, tablazón, envases y pucheros, tejas, herramientas etc. que requería más gasto. Casi todas las culturas habían fracasado a menudo en estos problemas, destacando la romana y la china en su momento por las buenas soluciones que dieron a estos temas, sobre todo con la “pax romana[1]” que permitía el comercio. Pero una vez lograda la pax, cuando se genera un monopolio que gestiona estos problemas o necesidades sociales, los abusos y la corrupción llegan, antes o después, y los problemas se agravan con el tiempo. Los fisiócratas del XVIII llegaron a la conclusión de que sólo la libertad de comercio podía solucionarlos, una libertad abierta a todo el mundo, con libre importación y exportación.

Cada ciudad tenía un mercado complejo, separado a veces por edificios distintos: un mercado era para los productos básicos que servían a toda la población, y que procedían de los lugares cercanos de la comarca, y en realidad eran varios lugares de mercado perfectamente identificados por la población (leña, cebada, abastos… son denominaciones de plazas que todavía hoy subsisten en muchas partes). Un segundo mercado era para minorías, en él se vendían productos de lujo venidos de lejos, de otras regiones o del extranjero, llegados por mar o procedentes de un puerto de mar cercano. También eran varios lugares, con problemática diferente.

Los puertos de mar tenían ventajas evidentes para abastecerse a precios más baratos, pues estaban mejor comunicados con varios centros de abastecimiento.

Como ejemplo de mercado urbano, diremos que en la ciudad de Madrid, el 40% de los productos vendidos en el mercado eran para el consumo (y de ellos más de la mitad era carne, una cuarta parte vino, y un 9% aceite), el 37% eran manufacturas, el 16% alimentos y bebidas, y el 7% materias primas.

 

 

Diferencias zonales en el comercio peninsular.

 

La ciudad que tenía mejor abastecimiento comercial era Madrid y, con ello, la ciudad podía crecer y desarrollarse. Pero Madrid no había integrado a los núcleos urbanos próximos en un mercado único, y esos núcleos, incluso cercanos a Madrid, tenían aspecto de pueblos atrasados. El abastecimiento a Madrid se había encomendado a cinco compañías comerciales que tenían el monopolio. Estas cinco compañías se fusionaron en 1763 y dieron lugar a la Compañía General y de Comercio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid. Funcionaba como una asociación de accionistas y operaba en operaciones de crédito, de depósito, arrendamientos de impuestos y algunas empresas industriales, además de comerciar con Europa y América. Más abajo trataremos ampliamente del tema de la Compañía General.

Los Cinco Gremios Mayores de Madrid eran el de la Seda de Puerta de Guadalajara; el de Mercería, Especiería y Droguería; el de Joyería de Calle Mayor; el de Paños; y el de Lienzos. Todos ellos se unieron en 1679, sólo para pagar contribuciones y hacer algunas compras. En 1763 fundaron la Compañía General de Comercio y tuvieron buen negocio hasta 1785. Su ruina provino de que tuvieron que aceptar de Carlos III las Reales Fábricas de Talavera y Ezcaray (que eran ruinosas) y tuvieron que poner el dinero para hacer el Canal Imperial de Aragón y poner más dinero para las guerras de 1790 y 1799 contra Francia y contra Portugal.

Otros muchos núcleos urbanos españoles del interior estaban condenados al estancamiento económico por falta de caminos y vías comerciales que pudieran soportar más población. Los únicos que tenían abastecimientos eran los nobles y ricos burgueses, y ello a precios considerablemente caros, de manera que el resto de la población quedaba fuera de los canales comerciales.

Las malas comunicaciones, pésimas por cierto, no eran el único inconveniente para establecer un mercado integrado. Peor era la expulsión del mercado de gran parte de la población sumida en una economía de subsistencia. Entre esta población estaban muchos campesinos pobres, jornaleros, aparceros y pequeños propietarios agrícolas, y sus criados también. Apenas había clases medias puesto que no había producción industrial y comercio y no había esas actividades porque no había mercado. En conclusión, eran los privilegios y la política de precios lo que empobrecía a la nación.

En el siglo XVIII, el Consulado de Burgos, boyante en la Edad Moderna, se había vaciado de comerciantes y de actividad, y sus viejas funciones exportadoras, comerciales y bancarias habían pasado a Madrid, Bilbao, Cádiz y Santander. En 1759 se restauró el Consulado de Burgos, y en 1766 se le dieron nuevas ordenanzas a fin de que Burgos tuviera una feria que compitiese con sus rivales más cercanos, Bilbao y Santander, lo cual fue una política más bien miope, guerra entre vecinos, que no arregló casi nada. Se aceptó a los pañeros y joyeros en el consulado, y se aceptó la compatibilidad de ser comerciante, labrador o banquero con el ser noble, pero la competitividad había que haberla hecho con los verdaderos emporios que habían atraído al comercio y la industria en el siglo XVIII, y no con los viejos rivales de siglos anteriores.

La ventaja de las ciudades costeras. El comercio sólo era rentable por barco. Las ciudades mejor colocadas respecto a un futuro desarrollo comercial eran naturalmente las costeras. Y dentro de ellas, tenían mejor futuro las que habían desarrollado una marina. Se necesitaba además que esas ciudades tuvieran conexiones terrestres con el interior, lo cual se producía en el caso de Sevilla-Cádiz, Málaga, La Coruña, Santander, Bilbao, Barcelona… y pocas más.

El puerto más importante era Cádiz que movía el 70% del comercio hacia América, seguido de Barcelona (15%), Santander (9%), Málaga (4%), La Coruña (2%)…

Por ello, Barcelona que empezaba a integrar a distintas regiones catalanas en un mercado y en una producción especializada de cara a ese mercado, y Cádiz-Sevilla y Málaga que integraban regiones andaluzas, eran núcleos interesantes comercialmente.

El comerciante de Cádiz era un reexportador de mercancías, las europeas para América y las americanas para Europa. Era el puerto más importante en el comercio con América. La Coruña y Santander también eran reexportadores de mercancía americana.

El comerciante de Barcelona había logrado integrar las comarcas de su entorno y tenía relaciones con los puertos del norte de África.

El comerciante de Málaga también había logrado una integración de las comarcas costeras cercanas y se relacionaba con puertos europeos cercanos.

 

 

Los productos comercializados.

 

España exportaba materias primas y productos agrícolas y ganaderos como lana castellana, seda, aceite, vinos y aguardientes, frutas, barrilla (planta cuyas cenizas se usaban en la obtención de la sosa), sosa, mercurio, cobre y plomo, además de la reexportación de productos americanos. Además de ser dirigidos a América todos estos productos citados, la lana iba a Inglaterra, los vinos y aguardientes a Inglaterra y Holanda, los frutos secos a toda Europa occidental, los productos americanos a toda Europa incluida la mediterránea.

Se importaban manufacturas de Inglaterra, Holanda y Francia, algodón hilado de Malta, cacao, café, añil, azúcar, algodón, tabaco, dividiví (un tinte) y cueros de América. América enviaba también plata para compensar su gran déficit comercial con Europa.

El déficit comercial español venía a ser del 30% de las importaciones. El déficit se cubría exportando desde España metales que llegaban de América.

Los vehiculizadores del comercio de Indias eran de dos tipos, las flotas y galeones enviados por el rey, y los buques de registro enviados por los particulares con permiso del rey, que solían formar convoy para defenderse y auxiliarse entre sí.

 

 

Hacia la libertad de comercio a partir de 1765.

 

En 1765 se autorizó el libre comercio de granos.

En 1765 se autorizó a los catalanes a comerciar con las Antillas.

En 1773 se autorizó el comercio con América a 13 puertos que fueron Cádiz, Barcelona, Los Alfaques, Palma, Alicante, Cartagena, Almería, Málaga, Cádiz, Tenerife, Coruña, Gijón, y Santander. San Sebastián obtuvo el permiso en 1788. Al mismo tiempo se autorizaba a 20 puertos americanos a comerciar con España.

En 1773 tuvo lugar el primer arancel general de España, pero, durante el reinado de Carlos III, hubo hasta 74 leyes del arancel diferentes, pues era muy difícil unificar aranceles en todos los puertos y atender a todas las necesidades y conveniencias de productores y consumidores. Entre las leyes de arancel, destacamos: El arancel de 1778 porque dio libertad de comercio con América. El arancel de 28 de diciembre de 1782 porque fue una recopilación de muchos anteriores y trató de abarcar el máximo de productos. El arancel de 14 de abril de 1802 sobre las exportaciones. La Instrucción General de Rentas Generales de junio de 1802, porque reguló la actividad de los intendentes, contadores, administradores y demás personal de aduanas.

En 1774 se amplió un comercio libre con América. De ello se dedujo un rápido crecimiento de las importaciones y de las exportaciones. La libertad se extendió a Cataluña en 1775, y en 1778 fueron trece los puertos españoles autorizados a comerciar con América y veinte los puertos americanos autorizados a comerciar con España.

Las libertades comerciales con América fueron pedidas por los comerciantes españoles debido a una paradoja: la prohibición de comerciar y régimen de monopolio había sido explotada por Gran Bretaña con los asientos de negros y el navío de permiso conseguidos en Utrecht 1713, para introducir masivamente sus artículos en América aprovechando las escaseces provocadas artificialmente por España. Así resultaba que el monopolio perjudicaba a los propios españoles. El comercio experimentó un fuerte auge a partir de 1774, pero sólo duró hasta 1796 porque España entró en guerra con Inglaterra y la táctica de ésta fue atacar puertos españoles y americanos, y también a los barcos que encontraba.

En 1777, la Casa de Contratación se trasladó de Sevilla a Cádiz y se instaló en el Trocadero (casa de cambio) de Cádiz, hasta ser suprimida en 1790 porque el Consejo de Indias y los Consulados de los puertos comerciales hacían un mejor servicio al comercio que el centralizado que se podía dar desde Cádiz.

 

 

Mercados y ferias.

 

La costumbre española era dar libertad de comercio en determinados días del año o del mes y en lugares señalados. Estas reuniones para el comercio libre, pero sometido a los impuestos de feria, se denominaron ferias y mercados. Muchas localidades no tenían mercado ni feria, y sus vecinos debían trasladarse a los mercados más próximos a vender sus productos y comprar artículos que, en otras ocasiones, no eran fáciles de conseguir. Los días de mercado o feria, se abandonaba el trabajo ordinario para trasladarse al lugar de la feria o mercado.

El mercado era un lugar y acontecimiento semanal o quincenal, de ámbito comarcal. Era un negocio del fisco del ayuntamiento que lo organizaba, o del convento en su caso, pues cobraba una pequeña tasa a cada comerciante que acudía al mercado. Se aprovechaba de que en los pueblos pequeños no había tiendas permanentes y necesitaban cubrir sus necesidades de intercambios.

Las ferias se celebraban una o dos veces al año y estaban abiertas a productos llegados de lejos, por lo que sólo tenían cabida en ciudades grandes, y a ellas acudían gentes nacionales y extranjeras en cantidad mucho más importante que a los mercados comarcales. En Madrid, era importante la feria de Valdemoro, que vendía tejidos extranjeros para todos los madrileños.

 

 

 

La banca privada en el siglo XVIII.

 

En España se hacían préstamos, giros de letras, contratos de seguros, pero sabemos poco de estas actividades económicas. Los banqueros de la Edad Moderna estaban ligados al mundo del comercio, pero en el XVIII se fueron desligando de esta actividad.

Frente al financiero tradicional, el del XVI y el XVII, ligado al Estado, en el siglo XVIII apareció el financiero ligado a la banca y el crédito, que prestaba tanto al Estado como a los particulares, que reclamaba su autonomía frente al Estado, aunque tuviera que soportar obligatoriamente unas leyes económicas y unas préstamos forzosos al Estado.

En 1776, se creó el Banco de Vitalicios, fundado por un consorcio de comerciantes y hacendados catalanes.

En 1777, apareció la Compañía del Banco de Cambios en Barcelona, propiedad de comerciantes extranjeros residentes en Barcelona.

A lo largo del XVIII aparecieron diversos Montepíos de Crédito, Montes de Piedad y Pósitos para dar crédito a los labradores y artesanos, cuyos fondos solían provenir de beneficios eclesiásticos y vacantes. Los hubo en Madrid[2], Murcia, Albacete[3], Salamanca, Barcelona, Jaén, Valencia, Zaragoza, Málaga, Granada y en muchos otros sitios, algunos en Sedamérica.

Había montepíos de dos tipos: los promovidos por las Sociedades Económicas, y los promovidos por iniciativa del Estado (como era el caso de la época de Campomanes) como cajas de seguros mutuos que habían de obtener el permiso del Consejo de Castilla. Ambos tipos centraron su negocio en pedir prendas a los pobres, en concepto de subvencionar la cosecha u otros servicios rurales, con la esperanza de hacerse con sus fincas por impago (era un negocio que habían practicado los nobles y la Iglesia durante siglos), pero acabaron mal, pues los campesinos pobres muchas veces no podían pagar, como estaba previsto, y acababan perdiendo sus pocas propiedades, pero la nueva situación del campesino no resultaba interesante ni para el Estado, ni para los Montepíos, ni para los campesinos. El campesino quedaba expulsado del mercado y se perdía negocio. La avaricia de quitarle las tierras al campesino, acababa con las posibilidades de venderle cosas y ganar dinero con ello.

Los pósitos eran otra manera de financiación del campesino. Los pósitos dependían de un ayuntamiento, de un señor particular o de una institución eclesiástica. Eran una especie de almacén-caja rural, que garantizaba la compra de la cosecha a los campesinos, sin movimientos especulativos tan duros como los de la nobleza y alta burguesía, y a la vez le proporcionaba préstamos e incluso le aseguraba la sembradura del siguiente año.

En 1751, se creó una dirección centralizada de los pósitos a fin de que el Estado supiese el grado de abastecimiento alimenticio del país, y las necesidades previstas de importación de trigo y cereales, posibilidad de conceder permisos de exportación. Esa Superintendencia se suprimió en 1792, y los pósitos fueron dirigidos desde entonces por el Consejo de Castilla. La intervención del Consejo de Castilla resultó muy mal, pues ante las necesidades financieras del Estado, obligó a los pósitos a entregar grandes cantidades de dinero a Hacienda, a cambio de papel, y arruinó a la mayoría.

Una circunstancia a relacionar con la desaparición del crédito en los pósitos, es el alza de precios de fin de siglo por subida de los arrendamientos y aumento del precio de los alimentos.

Otra entidad que hacía préstamos particulares era la Carrera de Indias, que era un préstamo marítimo. Existía desde el siglo XV, y en el siglo XVI se llamaron “riesgos” o “préstamos a riesgo de mar”. No eran propiamente seguros. Los realizaban intermediarios que solían representar a entidades extranjeras y, a cambio de un dinero, pedían como garantía el navío si el dinero lo solicitaba el maestre dueño del barco, o la carga si lo solicitaba el armador. Este crédito evolucionó hacia el préstamo hipotecario y estaba garantizado en un registro en el consulado de la ciudad correspondiente. Era muy frecuente en los puertos de mar.

 

El crédito tradicional se hacía mediante los denominados “censos”, que eran préstamos de muchos tipos, pero generalmente hipotecarios sobre propiedades inmuebles. Los censualistas trataban a veces de hacerse con la propiedad del censatario y les prestaban a sabiendas de que no podrían hacer frente a los pagos, de que eran completamente insolventes, pero lo hacían como un modo de adquirir la propiedad que les interesaba. Tras la adquisición por embargo, al tiempo de cambio de propietario, solían subirse las rentas, y las posesiones se hacían rentables.

La gente solía pedir un censo, o préstamo, para la dote de la hija, creación de instituciones (conventos, capellanías, municipios, universidades, hospitales), o para la financiación de las mismas, para crear pensiones para viudas y huérfanos sobre la garantía de un mayorazgo, y para realizar obras públicas. Igualmente se pedía un censo para realizar un pozo, construir casa, mejorar una finca, o tras una catástrofe.

El interés de los censos era alto, abusivo, y no había legislación alguna al respecto. Generalmente lo otorgaban gentes de la ciudad y lo tomaban los del campo, por lo que los burgueses de la ciudad acabaron siendo propietarios agrícolas.

 

 

 

COMERCIO EXTERIOR.

 

El comercio exterior era el factor fundamental de desarrollo en Europa Occidental, pero en España generaba pocos capitales, los cuales hubieran sido muy necesarios para la Revolución Industrial.

Sacar los productos desde los talleres y fábricas españolas hasta los puertos no siempre resultaba rentable, pues una vez en puerto se convertían en no competitivos debido al encarecimiento acumulado durante su transporte. A la inversa, las importaciones eran baratas en puerto, pero muy caras en el interior peninsular.

 

 

Las compañías privilegiadas.

 

Las compañías privilegiadas recibían privilegios para comerciar con América y estos privilegios eran fundamentalmente el monopolio de comercio sobre determinado territorio, lo cual estuvo en el origen del descontento criollo y los movimientos de emancipación americanos.

Las compañías privilegiadas contaban con un cuerpo de accionistas que incluía muchas veces al rey, nobles, altos funcionarios y comerciantes, y en ello radicaba su oportunidad de hacer dinero rápido, y su debilidad de base, pues todo el negocio se sustentaba en la influencia política de algunos de sus socios. No era la mejor base para una revolución industrial, y de hecho fueron un fracaso a largo plazo. Francia, Inglaterra y Holanda estaban haciendo lo mismo y también empezaron a sufrir con la libertad de comercio decretada en 1778 en España.

 

 

Los Cinco Gremios Mayores de Madrid.

 

La compañía comercial más importante de España era los Cinco Gremios Mayores de Madrid. Esta compañía participaba en todo tipo de actividades económicas. Había aparecido en 1685 por asociación de cinco gremios: pañeros, joyeros, sederos, lenceros y merceros. Más tarde se unieron drogueros y especieros, pero ya no cambió el nombre. En 1686 se dieron a sí mismos unas Ordenanzas que querían estar al margen del resto de los gremios. En 1731 constituyeron una Diputación de Rentas para arrendar el cobro de algunas rentas del Estado en monopolio, y entonces se convirtieron en la entidad financiera más importante de España. La empresa funcionaba además como un banco, pues recibía depósitos de particulares y adelantaba a Hacienda el montante de las alcabalas y cientos que debía recaudar en Madrid. El interés pagado a los particulares era más bajo que el beneficio obtenido en el negocio de recaudación, y la empresa funcionaba bien. En 1746 consiguieron el arrendamiento de “los millones” y todas las rentas provinciales de Madrid.

Cada gremio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid, era también una compañía independiente, que hacía sus propios negocios privativos del gremio. Por ejemplo, en 1748, el gremio de pañeros constituyó una sociedad con capital de un millón de reales, y los demás gremios hicieron otro tanto en los siguientes años.

En 1752, las Compañías creadas por cada uno de los cinco gremios crearon una sociedad, con una capital de un millón de reales, para dedicarse juntos al comercio americano y europeo, una actividad más además de las que gestionaban juntos, los impuestos de Madrid, y las que gestionaban por separado. Para esta nueva actividad, se pusieron en contacto con los hermanos Uztáriz, residentes en Cádiz, y juntos crearon una asociación que gestionó una Compañía Comercial con un fondo de 15.000.000 de reales. La asociación con los Uztáriz duró 12 años.

En 1763 los Cinco Gremios Mayores de Madrid crearon la Compañía General y de Comercio (la General), y en 1768 ya habían reunido los 15 millones de reales de fondo que se proponían para iniciar actividad. En 1773, contaban con 20 millones. En 1777 poseían 210 millones.

Tanto dinero necesitaba campos de inversión e iniciaron actividades industriales. En apoyo de su actividad industrial pusieron factorías comerciales en México, Veracruz, Arequipa, Lima, Guatemala, Londres, Hamburgo y París.

En 1777, iniciaron comercio con Filipinas y en 1785 coparticiparon en la creación de la Compañía de Filipinas. Esta Compañía de Filipinas era grande, pues tenía un capital inicial de 160 millones de reales. La Compañía General poseía el 9% de la sociedad, es decir, 13 millones de reales.

En 1782 empezaron las dificultades de la burbuja financiera de Hacienda. El Banco de San Carlos prestó al Estado. Y en 1785, la Compañía de Filipinas entró en la vorágine del crédito y también prestó al Estado español. Empezaba un mal negocio.

En 1795, la General recibió el monopolio del comercio con Marruecos, mantenido hasta 1803.

La Compañía General se fue quedando anticuada a fines del XVIII, manteniendo ciertos criterios medievales, como no permitir el acceso a la Compañía de gentes libres, no provenientes de los gremios de Madrid. Y surgieron otras compañías más grandes. Pero la Compañía General seguía siendo el banco de Madrid y seguía girando dinero a todo el mundo.

Y al mismo tiempo, a finales del XVIII y principios del XIX, se pinchó la burbuja financiera, cuando el Estado español dejó de pagar sus compromisos. La Compañía General se arruinó, al mismo tiempo que se arruinaban los que habían prestado al Estado, empresas y particulares. El principio del siglo XIX español fue de crisis, seguida de revolución.

 

 

Otras compañías de comercio españolas.

 

Junto a la Compañía General de los Cinco Gremios Mayores de Madrid, surgieron en el XVIII otras compañías privilegiadas.

La primera compañía privilegiada española de que tenemos noticias fue la Compañía de Honduras, autorizada en 1714, pero que nunca llegó a funcionar.

Igualmente hubo negociaciones con la Compañía de Ostende, propiedad del emperador de Austria, a fin de que se instalase en Cádiz y se constituyese una empresa mixta entre los dos Estados, pero fracasó el intento.

En 1728, Patiño constituyó la Compañía Guipuzcoana de Caracas, con monopolio del cacao de Venezuela para España y de productos españoles para Venezuela. Los barcos de la compañía, en el viaje de vuelta, debían recalar en Cádiz y pagar los impuestos correspondientes, antes de dirigirse a Pasajes y San Sebastián, las bases de la compañía. La compañía se constituyó con 22,5 millones de reales, de los cuales el rey puso 1,5 millones. Las acciones eran de 7.500 reales cada una, accesibles a grandes inversores. Los primeros años repartía buenos dividendos, de entre el 20 y el 30% anual, pero no todos los años. En 1753 pasó a rendir un 5% anual, pero todos los años. La Compañía Guipuzcoana de Caracas compró fincas en Venezuela y barcos en España y fue líder en el mercado del cacao. Pero la actividad de esta compañía y su tendencia a la bajada de precios de compra en Venezuela, produjo mucho descontento entre los criollos venezolanos, que perdieron la iniciativa comercial con España. Serían los primeros en rebelarse contra España en 1810. Contaba con 10 barcos que cruzaban el Atlántico una vez al año y llevaban a España entre 30.000 y 40.000 fanegas de cacao al año. También portaban tabaco (unas 35.000 arrobas) y pieles (unas 15.000 ó 20.000 unidades). En 1781 dejó de producir beneficios porque la flota fue destruida por los británicos. Una vez perdidos los barcos, el capital fue a parar a la Compañía de Filipinas, que se había creado en 1785.

En 1734 se creó la Compañía de Galicia, la cual se hizo cargo del comercio de Honduras, principalmente el tinte de palo campeche, pero duró poco porque la zona era codiciada por los británicos, que les expulsaron de ella. En 1764-1778 obtuvo privilegio para enviar navíos a La Habana y Montevideo, y comercializaba el lino gallego. A partir de la liberalización del comercio de 1778, sus precios dejaron de ser competitivos, se convirtió en intermediario de otros comerciantes y no rechazaba las mercancías extranjeras. Desapareció definitivamente en 1796. Con la desaparición de esta compañía, la economía gallega del lino se arruinó, pues perdió la salida a ese producto que era muy importante entre los campesinos gallegos.

En 1740 se creó en La Habana la Compañía de la Habana, con monopolio sobre el territorio de Cuba para importar telas, lonas, harinas y esclavos, y para exportar azúcar y tabaco, que debía pasar a Sevilla. En 1762, los ingleses entraron en La Habana y destruyeron la compañía comercial.

En 1747 se creó la Compañía de San Fernando de Sevilla, con el objetivo de vender productos textiles andaluces en general, pero pronto decidió dedicarse al comercio americano. No pudo vender en Caracas ni en La Habana, porque eran monopolios de otras compañías. Perduró unos 30 años y fracasó.

En 1755 se creó la Compañía de Comercio de Barcelona con monopolio de comercio sobre Santo Domingo, Puerto Rico y Margarita y licencia para comerciar con Honduras. Sus barcos debían pasar, a la vuelta, por Cádiz para tributar, antes de recalar en Barcelona. En 1765 se autorizó el comercio con varios puertos americanos y se rompió el monopolio en algunos puertos, lo cual perjudicó a la compañía. En 1768 obtuvo permiso para negociar en Cumaná, su principal fuente de negocio, y años después para llevar un barco al año a Buenos Aires. En 1771 repartió dividendos. A partir de 1776 decayó su actividad, sobre todo a partir de la libertad de comercio con América de 1778. Exportaban vinos y aguardientes en un 50%, harinas en un 25%. Importaba cacao, caudales y cueros. No pudo soportar la libertad de comercio y se arruinó antes de 1785, pasando sus capitales a la Compañía de Filipinas.

En 1785 se creó la Real Compañía de Filipinas con 160 millones de capital inicial, de los cuales, 60 millones los ponía el Estado español, 21 el Banco de San Carlos, y el resto era dinero de particulares. En 1789, el ministro Lerena autorizó la entrada y uso de muselinas extranjeras intentando perjudicar a la Compañía de Filipinas en su negocio, porque el ministro Cabarrús tenía muchos intereses en ella. La Compañía sufrió descenso en las ganancias hasta 1793, año en que consiguió derogar el librecambismo y recuperar sus monopolios.

 

 

Los Consulados.

 

Los Consulados fueron más espontáneos y abiertos que las Compañías de Comercio. Agrupaban a los comerciantes de almacén cerrado y a los comerciantes al por mayor, y solían dedicar sus mayores esfuerzos a pedir privilegios y reivindicaciones para sus negocios. El Consulado era un tribunal de comercio, cobraba el impuesto de avería para subvencionar sus actividades judiciales, organizativas y de fomento del tráfico comercial, reparaba los puertos y sus inmediaciones (como los ensanches de Valencia y de Santander), construía carreteras de acceso a los puertos y ciudades y fomentaba la industria a fin de favorecer las ventas y exportaciones desde la ciudad correspondiente.

En 1758, el Estado colaboró en promover los Consulados y les instó a asociarse. A partir de ese momento los comerciantes estuvieron agrupados:

En Barcelona convivían tres Cuerpos de Comercio que eran el Consulado, la Junta Particular de Comercio, y la Matrícula de Comerciantes.

En 1762, Valencia copió el modelo de Barcelona y lo puso en marcha en 1765.

En 1766 se renovaron los Consulados de Burgos y de San Sebastián.

En general, donde hubo Sociedad Mercantil importante no hubo Consulado importante, y viceversa.

Lo más notable en el desarrollo de los Consulados fue la derogación de la prohibición a los nobles para ejercer profesiones lucrativas como el comercio o la labranza de la tierra, lo cual introdujo nuevos hombres de negocios en los Consulados.

También fue de destacar la libertad de comercio. Tras el decreto de libre comercio se extendieron los consulados, pues ese decreto autorizaba los consulados en todos los puertos habilitados. En 1784-1786 se crearon muchos más, y no dejaron de crearse nuevos en años sucesivos. En 1827 se creó el Consulado de Madrid, que fue el último. La ley de Código de Comercio de 1829 los inutilizó, y tendieron a desaparecer.

 

 

 

EL MERCADO INTERIOR PENINSULAR.

 

 

Los comerciantes.

 

El mercado interior peninsular era muy importante, tanto para la producción española como para la europea en general, pero tenía unas características especiales, como el encarecimiento excesivo de los precios por el transporte. Los precios se encarecían de tal modo, que en las provincias costeras era mucho más barato consumir productos traídos de países lejanos, que comprarlos procedentes de la región limítrofe.

Pero no sólo eran las comunicaciones lo que encarecía los precios. El comercio interior estaba gestionado por demasiados comerciantes, a veces actuando individualmente, a veces asociados en compañías de comercio, pero todos ellos con muy poco capital, lo que generaba pocas concentraciones de capital dispuestas a invertir.

Entre los comerciantes deberíamos distinguir entre comerciantes con contacto con el cliente y los intermediarios:

Los vendedores en contacto con el cliente tenían muchas modalidades hoy desconocidas la mayoría de ellas. Los principales gestores del negocio comercial eran los gremios de comerciantes, los abastecedores de granos, los buhoneros, trajinantes, pequeños vendedores libres estables o itinerantes, transportistas, el Estado en algunas ocasiones como era el caso de los monopolios del tabaco, sal y papel sellado, los pósitos para los granos, las tablas para las carnes…

Los gremios vendían principalmente tejidos (paños de lana, sedas, telas y lienzos), especias y joyas.

Los merceros vendían sedas, telas y lienzos, cintas, galones, pasamanería, sombreros, medias, botones, y diversa quincalla de ferretería y otros objetos. El mercero era un comerciante puro, sin jugar papel alguno en la industria.

Los drogueros vendían drogas, colorantes y licores.

Los confiteros vendían cacao, azúcar, especias, café y chocolate.

Los cereros vendían velas.

Los joyeros vendías joyas.

Los peleteros vendían artículos de piel.

Los sombrereros vendían sombreros.

Las alhóndigas, almudíes o alholíes, eran establecimientos municipales que almacenaban y vendían granos (trigo, centeno, mijo, cebada, avena) y legumbres (judías, habas, garbanzos, lentejas).

Y una serie de comerciantes generalistas no vendían nada en especial, pero vendían de todo lo que les parecía conveniente para el negocio.

 

Los intermediarios eran los llamados corredores de lonjas ponían en contacto a compradores y vendedores y cobraban un corretaje por ello, eran nombrados por el alcalde mayor o por el concejo, y no tenían jurisdicción sobre telas, colorantes, esclavos, viñas y otras heredades, ni pescado.

 

 

Cuerpos Generales de Comercio.

 

En la segunda mitad del XVIII, el comercio cambió de forma notable, pues la burguesía más fuerte organizó Cuerpos Generales de Comercio. Los Cuerpos Generales de Comercio se hacían cargo del gran comercio de abastecimiento a una ciudad, y ese fue el caso de:

Los Cinco Gremios Mayores de Madrid.

El “Cuerpo de Mercaderes de Tejidos” que en 1761 se hizo cargo del abastecimiento de Zaragoza con apoyo de la Junta de Comercio y con la oposición de los gremios, siendo un órgano distinto al de artesanos-comerciantes, drogueros, cereros y libreros. Subsistió hasta 1829.

Los Mercaderes de la Vara de Valencia que desde 1754 comercializaron los tejidos al por menor de esa ciudad.

Los del Gremio de Especiería y Droguería de Valencia que en 1765 se hicieron cargo de estos productos.

El Cuerpo General de Comercio de Valladolid, surgido en 1765 para hacerse cargo de las ventas de tejidos, especias, mercería y droguería.

Y otros Cuerpos de Comercio surgidos en Cuenca, Málaga, Sevilla, Toledo, Burgos…

 

 

Establecimientos libres.

 

El nuevo concepto en el mercado, que introdujo el siglo XVIII, fue el establecimiento libre, la tienda libre. Existía una tienda, sobre todo en las ciudades, dominada por el gremio, y había existido desde la Edad Media, pero esta tienda sólo vendía productos del gremio que la gestionaba. La nueva tienda libre, era una tienda no especializada, libre respecto a los gremios, que vendía todo aquello que pudiera generar ganancias.

En el proceso de aparición en España de la tienda libre, fueron muy importantes algunos empresarios catalanes, que abrieron tiendas en muchos puntos de España. La tienda tendría un futuro expansivo, pues a medida que aparecían tiendas, iba disminuyendo la actividad del mercado. Los mercados se vieron reducidos muchas veces a concentraciones de ganado y productos agrícolas comarcales.

 

 

Las Sociedades Mercantiles.

 

Hubo muchos tipos de sociedades mercantiles:

La sociedad familiar tradicional.

La Comenda, por la que un patrón de barco recibía un artículo para venderlo en un determinado lugar, o donde pudiera, a cambio de una comisión, más los derechos de flete. La comenda se hacía por un solo viaje.

La Comandita Simple tenía un socio comanditario que aportaba el capital, cuya responsabilidad se agotaba en el capital expuesto, y un socio colectivo que aportaba la gestión de la empresa y, algunas veces, algún dinero. Este segundo socio podía ser una sola persona o varias, y tenía responsabilidad personal, solidaria e ilimitada. Hubo sociedades comanditarias en Bilbao, Cádiz, La Coruña y Valencia.

La Comandita por Acciones tenía varios socios aportando el capital, organizándose por acciones.

En 1737 apareció en Bilbao la Sociedad Colectiva, instituida por el Consulado de Bilbao reduciendo la variedad de sociedades mercantiles a una sola. En la Sociedad Colectiva se decidía por mayoría de los socios y la responsabilidad era personal, solidaria e ilimitada. Igualmente, el reparto de beneficios estaba regulado según participación de cada uno.

La Barca Catalana era la asociación de varios capitalistas para construir un barco. El capital se dividía tradicionalmente en 16 partes, y cada socio podía tener participación en cada una de las 16 partes. El número de socios era abierto, diferente en cada caso. Entre todos, elegían un “patrono” que dirigía la empresa.

 

 

La generación de capital.

 

En cada empresa había que decidir qué parte del capital iba a inversiones industriales, inversiones agrícolas, consumo, o dividendos.

En un estudio hecho en Andalucía, el 80% del capital de la burguesía del XVIII eran bienes muebles (dinero y joyas), el 17% bienes inmuebles, y sólo el 2,5% se destinaba a mercancías. El objetivo del burgués era acumular dinero y, secundariamente, comprar tierras, quedando muy a la cola el objetivo de invertir, comerciar y producir. Pero Andalucía tenía poco espíritu emprendedor y no es representativo de toda España: en Bilbao hasta el 6% se dedicaba a las mercancías, y en Valencia hasta el 10 y el 20%.

 

 

Las aduanas.

 

España tenía aduanas en los principales puertos de mar, incluidos Palma y Santa Cruz de Tenerife en las islas, y en las fronteras con Portugal y Francia. En ellas se obtenían las llamadas “rentas generales”.

En general, un producto pagaba en aduana el diezmo, el primer 1,5%, el primer y segundo 2%, los millones de especiería, los derechos de lanas y otros.

 

El mapa de las aduanas era muy desconcertante para nuestro sentir actual:

Pero Navarra tenía aduanas con Francia, con Aragón, con Castilla y con el País Vasco. Y Pamplona era a su vez aduana general.

El País Vasco tenía aduanas de mar en Bilbao y San Sebastián. También tenía aduanas de tierra para Cantabria, más las de Vitoria, Orduña y Valmaseda.

Logroño y Ágreda (Soria) eran aduanas interiores que controlaban el comercio de entrada en Castilla. Ágreda se encargaba de las mercancías que provenían de Francia vía Navarra, de Cataluña y del Cantábrico.

Madrid y Zaragoza eran aduanas interiores de carácter general.

 

El funcionamiento de las aduanas era muy complejo. Las aduanas estaban arrendadas a financieros, y estas operaciones limitaban los ingresos del erario público. Felipe V trató de limitar estos arrendamientos, pero no lo consiguió. Patiño tuvo muchos problemas con los arrendadores de aduanas. Sólo en 1740 el Estado consiguió tener un cierto control sobre las rentas reales, aduanas y lanas, y conocer una aproximación del negocio.

El arancel más usado en las aduanas era el de 1709, basado en derechos proporcionales al valor de las cosas. El problema consistía en quién tasaba los precios y qué tasación se hacía, pues bastaba una tasación baja para pagar poco al Estado. En este problema se incluía la aplicación de una lista de precios, hecha en 1709, y que no se ajustaba a la realidad de unos precios cambiantes, al alza y a la baja, y que quedaban desfasados. Otro problema era la existencia de una lista de productos prohibidos que también era cambiante. Para cobrar derechos generales había que ser un entendido y persona de moral sólida: cada producto cotizaba de manera diferente, y las valoraciones y prohibiciones se hacían a criterio del cobrador.

Para complicar más las cosas, Inglaterra tenía derecho a evaluar según precios de 1713, momento del Tratado de Utrecht, lo que le permitía beneficiarse mucho y engañar a la Hacienda española. Además, Inglaterra tenía derechos al asiento de negros y al navío de permiso, administrados según su propio punto de vista. Los abusos ingleses fueron limitados por el Tratado de Aquisgrán 1748, y por el Convenio de Amistad España Inglaterra de 1750.

Francia tenía sus propios privilegios obtenidos en los Tratados de Familia.

En general, España no recibía compensaciones similares a las que había otorgado a Francia e Inglaterra. Inglaterra nunca permitió llevar ciertas mercancías españolas a los barcos españoles que recalaban en Inglaterra, y Francia ponía tarifas aduaneras muy altas a las exportaciones españolas. El trato de favor a Inglaterra y Francia no tenía más explicación que la derrota en algún tiempo pasado.

 

Las reformas de Ensenada en aduanas. Ensenada quiso poner un poco de racionalidad en el sistema aduanero, y decidió establecer una lista de productos prohibidos a la importación ya la exportación, una lista de productos sometidos a arancel alto con el fin de proteger a los productos españoles como lo hacían los ingleses y franceses con sus productos, y decidió cobrar el arancel por el valor intrínseco de las mercancías y no por el aforo del barco.

En 1782 hubo nuevo arancel, el cual fue decretado para intentar dificultar la salida de España de materias primas, para facilitar la importación de materias primas deficitarias en España, para fomentar la exportación en general, y para gravar mercancías de importación que eran competidoras con mercancías fabricadas en el país. Este nuevo arancel, eximía a las provincias exentas, para las cuales fue creado un arancel especial en 1789, aplicado a partir de 1799.

En 1802 hubo un nuevo arancel general con los mismos criterios generales de Ensenada: productos prohibidos, productos sometidos a pago de tasas, productos libres de impuestos, y primas de subvención a los transportes de bandera nacional.

 

 

 

EL COMERCIO AMERICANO.

 

El comercio americano, o de España con América, no puede ser calificado de exterior, ni tampoco de comercio ordinario como el peninsular, pues estaba sometido a monopolios españoles. Era muy importante para España.

El siglo XVIII buscó la ampliación de este tráfico comercial al tiempo que lo defendía como monopolio español frente a Inglaterra, Francia, Holanda y Portugal principalmente. Debido a los ataques reiterados sufridos por España contra los barcos de carga comercial, se había instituido un sistema de flotas y galeones. Las flotas llevaban algunos barcos de guerra protegiéndolas. Los galeones llevaban cañones instalados en el propio barco, siendo servidos por algunos soldados que acompañaban a la marinería. Pero era un sistema poco eficaz comercialmente, porque quedaba sometido a la burocracia: teóricamente, debían salir dos flotas al año, pero nunca se sabía si la flota iba a salir en la fecha prevista y ni siquiera si iba a salir ese año. Unas veces, la burocracia retrasaba mucho la salida de la flota. Otras veces, la guerra hacía recomendable no salir. Por ello, muchos comerciantes preferían los navíos de registro, barcos que navegaban por libre con el requisito de pasar registro en Cádiz y La Habana.

El sistema de flotas funcionaba en tres grandes bloques: la Flota de Nueva España, los Galeones de Tierra Firme, y los navíos de registro.

La Flota de Nueva España zarpaba de Cádiz en primavera y se dirigía a Canarias, las Antillas, y rendía viaje en Veracruz (México). Regresaba a La Habana, y se dirigía de nuevo a Cádiz por las Azores. Todas las mercancías debían tener como destino México capital, pues los mexicanos no admitían que las mercancías se comercializaran en puertos intermedios como Veracruz o Jalapa. Salieron flotas a Nueva España en 1706, 1708, 1711, 1712, 1715, 1717, 1720, 1723, 1725, 1729, 1732, 1735, 1739, 1759, 1760, 1765, 1768, 1772, y 1776. Mucho menos de una al año como se insinúa en algunos tratados, y más bien 19 en 70 años, aunque no hubo sistema de flotas en 1739-1757.

Los Galeones de Tierra Firme salían en verano de Cádiz, iban a Canarias y de allí a Cartagena de Indias (Colombia), acabando viaje en Portobelo (Panamá). La mercancía se cambiaba por el oro y plata de Perú, llegado allí en barcos enviados desde Lima y Callao. Regresaban a La Habana, y de ahí se dirigían a Cádiz. Hubo expedición de galeones en 1706, 1713, 1715, 1721, 1723, 1730 y 1737. Nueva Granada producía oro y lo exportaba por Cartagena de Indias, Venezuela exportaba añil y cacao por Caracas, y también cuero. Los exportadores usaron su condición de privilegio monopolístico para imponer precios ruinosos para los productores y muy ventajosos para ellos. A cambio, hay que decir a favor de la Compañía Guipuzcoana, que hizo muchas plantaciones y abrió puertos en La Guaira, Puerto Cabello, Barquisimeto, Coro y Maracaibo. La Guipuzcoana fue suprimida en 1783 y sus negocios fueron absorbidos por la Compañía de Filipinas.

Los navíos de registro eran barcos que iban un poco por libre, sin la protección de la Marina española. Iban a puertos “secundarios” como Buenos Aires, costas de Venezuela y puertos de las Antillas. Se llamaban de registro porque tenían obligación de pasar la inspección de Cádiz y La Habana.

En servicios complementarios a estas flotas, funcionaban los azogues llevando mercurio español a las minas de plata americanas, y los avisos llevando todo tipo de documentos al destino indicado (como barcos correo).

En un lugar muy atacado por los corsarios y piratas, como el Caribe, funcionaba de manera constante y sistemática la Armada de Barlovento, de la Marina española, que protegía el Caribe de estos barcos piratas y corsarios.

 

El sistema de transportes con América era altamente ineficaz y nunca España fue capaz de impedir el contrabando. La principal causa de ello era que los criollos, y hasta las propias autoridades españolas puestas para reprimirlo, estaban interesadas en esa actividad ilegal, pues era un gran negocio importar géneros franceses e ingleses que se vendían bien y estaban libres de impuestos. En el caso de Inglaterra, los fenómenos de asiento de negros y navío de permiso, le permitían llevar una cantidad determinada de mercancías, las cuales daban cobertura de legalidad a todas las demás. No hay que exagerar el comercio inglés en América, pues la Compañía del Mar del Sur, destinada a este comercio, no ganaba mucho dinero.

En 1720, se trató de fijar las fechas de salida de la flota a fin de evitar demoras sin día fijo de salida, lo cual comprometía mucho los negocios.

Para facilitar los trámites portuarios se impuso el “derecho de palmeo” que era el pago de tributos por palmo cúbico de carga a razón de 5,5 reales el palmo. Se evitaban complicaciones a la hora de registrar los barcos y de valorar cada mercancía, pero el sistema era muy injusto pues pagaban lo mismo las mercancías baratas que las caras. También en 1720, se rebajaron los derechos a pagar si la mercancía era cacao, se ordenaba que los navíos de guerra de protección de la flota fueran españoles, bien construidos en España o bien propiedad de españoles, y se abolieron los derechos de puerto que los barcos pagaban en todas las etapas del viaje.

Y el sistema funcionó mal por muchas razones: encarecía algunos productos, los ordinarios de poco precio, y no controlaba el contrabando. Este último era muy importante porque, a menudo, cuando llegaba la flota a América, se encontraba que los ingleses habían llegado un poco antes y habían saturado el mercado. Como en el delito de contrabando estaban implicadas las autoridades americanas, tanto criollos como españoles, los empleados de aduanas, los virreyes, los jueces de Audiencia y algunas personalidades más, el problema era muy complicado. La descripción de esta corrupción administrativa se la debemos a Jorge Juan de Ulloa en su libro Noticias Secretas de América.

En 1740, el sistema de flotas se cambió. Se prefirieron lo navíos de registro, más independientes de la política, menos previsibles que las flotas. Y se decidió que había que ampliar libertades, pero hubo pocas realizaciones inmediatas:

En 1748 se autorizó la libre navegación al Cabo de Hornos, lo que significaba que los navíos de registro no tenían por qué ir a Panamá, sino que podían pasar el Estrecho de Magallanes y llegar directamente a los puertos del Pacífico, sin dar noticias previas de una estancia en Panamá.

En 1750, un convenio con Inglaterra favorecía al comercio español, en vez de hacerlo con el inglés como venía sucediendo hasta entonces.

En 1757 se volvió al sistema de flotas, pero ya no era lo mismo que antes de 1740, pues se habían fundado Compañías de Comercio que organizaban las flotas y no tenían que dar cuenta a las autoridades americanas corruptas.

En 1764 se puso un servicio regular de correos que salía de La Coruña. Todos los barcos del correo podían llevar mercancías y pasajeros. Su destino era La Habana y Puerto Rico, desde donde otros avisos redistribuían el correo, y transportaban los viajeros y mercancías del barco correo a sus puertos cercanos a los destinos definitivos: Veracruz, Portobelo y Cartagena. Más tarde, hubo correos a Buenos Aires, dos veces al mes. Los riesgos de estos barcos correo los soportaba el Estado, y los correos ganaron mucho prestigio en seguridad, lo cual fue factor determinante para que La Coruña y Vigo se convirtieran en el principal punto de salida de viajeros para América.

 

El tráfico con América creció lentamente hasta 1747, más rápidamente entre 1748 y 1778 con crecimiento del 86% en número de navíos, y 123% en número de toneladas enviadas. En 1706-1747 iban a América unos 34 navíos al año que llevaban un total de 8.932 toneladas de mercancías. En 1748-1778, iban a América hasta 76 navíos al año, llevando hasta 23.831 toneladas al año.

España enviaba a América productos industriales textiles, siderúrgicos, papel y cera. De este comercio, la procedencia de las mercancías era en un 75% extranjera, y sólo un 25% era española peninsular. Este tipo de comercio representaba la mitad de los envíos a América.

La otra mitad de los envíos españoles a América eran productos agrícolas, 75% aguardiente y 25% aceite y especias.

Estos eran los productos que los americanos tenían que pagar, y lo hacían en la primera mitad de siglo, en un 75% con tabaco y cacao, y en un 25% con grana, añil, azúcar, palo de tinte, plantas medicinales, cobre y estaño. A partir de 1748, los americanos enviaban principalmente azúcar y cacao, y el tabaco se había reducido a un 15% de las mercancías. La balanza era fuertemente deficitaria para América, si atendemos al valor de estos productos citados, pero América también enviaba a España “caudales”, es decir, metales preciosos. En 1717-1736 enviaron 131 millones de pesos de plata y 19 millones de pesos en oro, que se multiplicaron a mediados de siglo logrando en 1747-1777 una media de 367 millones de pesos de plata y 69 millones de pesos de oro.

 

La liberalización del comercio americano.

En 1765 se habilitó a nueve puertos peninsulares (Cádiz, Sevilla, Málaga, Cartagena, Alicante, Barcelona, Santander, Gijón y La Coruña) a comerciar con cinco puertos americanos (Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Margarita y Trinidad). Esta libertad significaba la desaparición del pago de algunos derechos y formalidades de aduana, lo cual abarataba los gastos comerciales.

En 1772 se autorizó el comercio intercolonial.

La libertad fue a más en el tiempo restante del XVIII: entre 1768 y 1778 se autorizó el comercio libre a Luisiana, Campeche, Yucatán y Santa Marta, y se ampliaron los puertos españoles beneficiarios a Los Alfaques (en el delta del Ebro) y Almería.

En 1773 se autorizó a Vigo a comerciar con Barlovento.

El 12 de octubre de 1778 se produjo el Reglamento y Aranceles Reales para el Comercio Libre de España e Indias, el cual dio libertad de comercio a todos los territorios de ultramar, excepto a Nueva España y Venezuela, que estaban comprometidos en monopolio con las Compañías Comerciales. En 1789 también estos dos últimos territorios se incluyeron en la libertad de comercio general. Con la libertad de comercio de 1778, la Casa de Contratación ya no tenía sentido, y fue sustituida por unos “juzgados de arribada” creados en cada puerto. Simultáneamente cambió el sistema de aranceles, pero se mantuvo la alcabala y el almojarifazgo.

Los nuevos puertos autorizados al comercio en 1778 eran Santa Cruz de Tenerife, Palma de Mallorca, y algunos americanos.

En 1782, la lista de puertos autorizados se amplió aún más, y en 1788 se habilitó a San Sebastián, y en 1791 a Valencia para productos españoles (ampliado en 1794 para productos extranjeros).

Desde finales del XVIII, prácticamente todos los comerciantes de los dos continentes podían comerciar en todo el territorio hispano; se habilitaron más puertos, de modo que todos los importantes tenían derecho de fletar barcos; se reducían las primas y derechos a pagar por los barcos y mercancías.

Llama la atención el que Bilbao, nunca estuviera habilitado como puerto, pero la razón es clara: eran provincias exentas, y sería abrir el comercio a la competencia europea.

En 1790, tras la libertad de comercio, la Casa de Contratación ya no tenía sentido y desapareció.

 

 

El contrabando.

 

El contrabando era una actividad económica muy importante en todos los dominios españoles. En el siglo XVII había sido proverbial el contrabando francés en el Caribe, los filibusteros. En el siglo XVIII eran legendarios los corsarios ingleses en el Caribe y en El Plata. Y también gran parte de la economía cántabra, vasca, navarra y catalana y regiones andaluzas cercanas a Gibraltar, por mar y por tierra, vivían del contrabando de productos franceses e ingleses. Igualmente, los castellanos y andaluces occidentales hacían contrabando en la frontera de Portugal, siendo importantes los contrabandistas de Jabugo en Huelva y de Villardeciervos en Sanabria (Zamora).

Pero el centro más importante del contrabando era Cádiz, lugar en donde se debía controlar la mercancía de exportación y exportación: muchas mercancías no se declaraban, utilizando el método de concertar barcos de apoyo en los que se descargaba antes de llegar las importaciones (principalmente se hacía con el tabaco) y se cargaba después de salir. En la misma aduana de Cádiz, había gentes que cada noche saltaban el muro e introducían o se llevaban mercancía. Los oficiales del ejército que debían guardar la aduana estaban muchas veces implicados en el contrabando, y las autoridades de Hacienda estaban en lo mismo.

En general, en los puertos autorizados para comerciar con América, los administrativos encargados de las cargas trucaban las cifras de registro a cambio de una recompensa.

 

 

EL COMERCIO CON EUROPA.

 

En el comercio español del siglo XVIII con Europa, predominaban los comerciantes y navíos extranjeros. Ello nos produce extrañeza, pues no había reciprocidad por parte de los países de donde eran originarios estos comerciantes extranjeros, que no permitían comerciantes ni navíos españoles.

España exportaba a Europa vinos, frutos secos, aceite, lana en bruto y hierro mineral, es decir, productos con poco valor añadido. Podemos decir que España era la “América” de los europeos, de donde sacaban buenos beneficios todos. España exportaba a mediados de siglo lana en un 33% de lo exportado (aunque esta exportación fue bajando durante la segunda mitad del XVIII), comestibles procedentes de América, especias licores americanos en un 32%, drogas y tintes, muchos de ellos procedentes de América en un 23%, cueros en un 5%, también muchos de ellos procedentes de América. España era la “factoría” en donde se vendía el producto americano para Europa. El destino de los productos españoles era Francia en un 17%, Gran Bretaña en un 15%, Italia en un 10%, Holanda en un 8%, Alemania en un 8%.

Por el contrario, España importaba productos de alto valor añadido como manufacturas de todo tipo, que se reexportaban a América, y granos, pues ya hemos comentado que España padecía hambres crónicas. El 50% de las importaciones españolas procedentes de Europa eran textiles a mediados de siglo, y la cantidad crecería en la segunda mitad del XVIII. El 19% eran granos, especias y licores. El 15% era cristal, metales, quincallería y botones. Y además se importaban drogas, maderas, pieles y cueros. Los países abastecedores eran Francia en un 25%, Alemania en un 24% y Gran Bretaña en un 20%.

El comercio era deficitario para España. Para los comerciantes no iba mal, pues ganaban reexportando a América. Para España, el negocio era ruinoso, pues el superávit conseguido en América, y compensado por ésta en “caudales”, se diluía en el déficit acumulado con Europa. Si además añadimos las enormes deudas contraídas con bancos franceses, ingleses y holandeses, comprendemos que el oro americano terminaba en los bancos de los países citados.

 

 

 

[1] La pax romana fue la absoluta prohibición impuesta por Roma de que las tribus y pueblos hicieran incursiones guerreras en territorios y poblados distintos a los suyos propios. Ello permitía el desarrollo de la agricultura y ganadería, y en consecuencia, del comercio.

[2] José López Yepes, Historia de los Montes de Piedad en España. el Monte de Piedad de Madrid en el siglo XVIII. 1985.

[3] Isidro Martínez García. El Montepío de Cenizate en el siglo XVIII.