EL DUQUE DE HUÉSCAR, 1754.

RICARDO WALL, 1754-1763, en 1754-1759.

 

 

EL GOBIERNO DEL DUQUE DE HUÉSCAR,

abril de 1754-mayo de 1754.

 

En 9 de abril de 1754 murió José Carvajal y Lancáster, a los 53 años de edad, siendo sustituido en el cargo de Secretario de Despacho de Estado, por Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, duque de Huéscar (y, a partir de 1755, XII duque de Alba). Era la sustitución de un Grande de España por otro. Sólo estuvo un mes en el puesto, como interino, hasta 15 de mayo de 1754. Fue una transición hacia otro modelo de Gobierno con más Secretarios de Despacho que en tiempos de Ensenada.

La desaparición de Carvajal apesadumbró el rey Fernando VI, pues era su hombre de confianza. Creyó que podía sustituirle el duque de Huéscar, pero éste se comportó en estos años como enemigo de Ensenada, rompió la colaboración entre Grandes y golillas.

La muerte de Carvajal era la ocasión que estaban esperando los asentistas que habían perdido sus negocios. También era la ocasión de los nobles y eclesiásticos que estaban abocados a pagar impuestos, que nunca habían pagado, si se imponía la Única Contribución que Ensenada preparaba.

El ambiente generado en Madrid por el Tratado de Límites con Portugal de enero de 1750 era muy espeso, pues unos culpaban a los jesuitas de amotinar a los indios guaraníes en contra de España y otros defendían la actitud gallarda de los misioneros defendiendo que no se podía privar a unos pueblos de sus territorios, casas y fincas de cultivo, aunque se les proporcionasen otros, pero lejos de los primeros. La rebelión guaraní estaba en pleno desarrollo y no acabó hasta 1756. Los jesuitas en general, se pusieron en contra de Ensenada, pero los jesuitas españoles, dirigidos por el padre Rávago, apoyaban a Ensenada, al menos públicamente.

A raíz del problema guaraní, la clientela del difunto Carvajal se constituyó en oposición cerrada a Ensenada. Nunca había habido una oposición tan fuerte entre Ensenada y Carvajal, como la hubo entre sus clientelas políticas respectivas a la muerte de este último.

Otro de los aliados de Ensenada de primera hora, Juan Francisco Ruiz de Gaona y Portocarrero[1], conde de Valparaíso, protegido de la reina Bárbara de Braganza, se inhibió por completo en la conspiración contra Ensenada. La Corte se convirtió en un mar de intrigas contra Ensenada.

Aprovecharon los británicos quienes creían que las dificultades que España le presentaba a los ingleses se debían a Ensenada y el embajador Keene, habló con Valparaíso y con Huéscar para proponer como Secretario de Estado a alguien que creían anglófilo, Ricardo Wall, el entonces embajador español en Londres. Keene promovió todo tipo de discordias dentro del Gobierno español.

Inglaterra presionaba para que fuera retirado Ensenada, porque le consideraba hostil por su política en la colonia de Sacramento, colonia portuguesa, desde la que Inglaterra quería comerciar con El Plata. El tema de Sacramento venía de 1750, cuando España acordó cambiar Sacramento por Paraguay, y Portugal se entusiasmó con el cambio. No era de extrañar, pues se cambiaba una ciudad portuguesa con problemas militares, por una extensa región agrícola, el Paraguay, en donde los colonos brasileños podrían establecerse entre mucha tierra útil para el ganado. A este tratado de Sacramento se opuso Ensenada porque era desigual, y España perdía mucho, y se opusieron los jesuitas porque ellos habían establecido misiones en la zona y gobernaban el territorio. Ensenada consultó con Carlos VII de Nápoles (futuro Carlos III de España) y revocó el acuerdo de cesión a Portugal.

Carlos VII de Nápoles se opuso al Tratado de Límites alegando que otorgaba a Portugal grandes extensiones de terreno a cambio de casi nada, de Sacramento apenas. Cuando llegó al trono, anuló el Tratado de Límites el 12 de febrero de 1761, y los indios pudieron regresar a sus poblados y a sus tierras, pero se encontraron todo destruido.

El rey se había enterado de que Carvajal y Ensenada le habían estado engañando durante años respecto a los problemas de España. Le habían estado diciendo lo maravilloso que era todo y los grandes éxitos de España, ocultándole los problemas. Keene se encargó de hacerle llegar documentos comprometedores contra el difunto Carvajal y contra Ensenada.

Los desacuerdos que circulaban en la Corte desagradaron al rey, que prescindió de Huéscar y llamó en mayo a Ricardo Wall, el cual parecía más idóneo para dirigir el Estado, tal vez porque hablaba inglés y era del gusto de Benjamin Keene.

 

 

 

EL GOBIERNO DE RICARDO WALL, 1754-1763.

Periodo 1754-1759.

 

En 15 de mayo de 1754, el irlandés Ricardo Wall y Devreux[2] sustituyó a Fernando de Silva y Álvarez de Toledo duque de Huéscar en Secretaría de Estado.

Wall puso su mayor empeño en derribar a Ensenada y reunió en su entorno a los anglófilos, los antijesuíticos y al Duque de Huéscar (quien en 1755 sería duque de Alba), capitaneados por el embajador inglés Benjamin Keene.

Ensenada cometió entonces un error de principiante: dio orden al virrey de Nueva España para que atacase Belice (Honduras), entonces llamada Campeche, y no se lo comunicó al rey. Era habitual durante el Gobierno Carvajal no molestar al rey y Ensenada obró por rutina. Benjamin Keene se quejó al embajador Ricardo Wall y le proporcionó el documento que comprometí a Ensenada. Fernando VI no quiso saber si la reina sabía del engaño a que había sido sometido en los últimos años, y decidió destituir a los presuntos culpables. Fue la excusa para decir a Wall que se trasladase desde Londres a Madrid, y que dirigiese el Gobierno español.

El 14 de julio de 1754, Huéscar y Ricardo Wall se entrevistaron con Fernando VI y con la reina y les expusieron sus puntos de vista sobre los sucesos del Uruguay y la rebelión de los guaraníes. Culparon a Ensenada y al padre Rávago de defender a los jesuitas en la cuestión de Uruguay en contra de los intereses de España, y utilizaron una carta de Ensenada al Gobernador de La Habana ordenándole atacar a los británicos que cortaban madera de palo campeche en Honduras, lo cual, a su parecer, era provocar la guerra, y todo ello sin habérselo comunicado al rey. También Ensenada había informado a Carlos VII de Nápoles, el hermanastro de Fernando VI de España, sobre las cláusulas secretas del Tratado de Madrid, sin comunicarlo al rey. Eso se podía considerar traición, y en ese caso, Ensenada debía ser despedido.

En 15 de julio de 1754 el rey retiró la confianza a Ensenada. Los nobles y eclesiásticos, Inglaterra y los jesuitas europeos, se sentían así satisfechos.

A Ensenada le había expulsado principalmente el descontento de la alta nobleza y clero contra el proyecto de la Única Contribución que amenazaba con hacerles pagar impuestos como las clases medias. La “osadía” de intentar cobrarles impuestos la atribuyeron al enorme poder que había acumulado Ensenada, un golilla.

El 20 de julio de 1754, Ensenada fue arrestado y confinado en Granada. Sus bienes fueron confiscados. Era acusado de malversación, despilfarro del dinero público y de negociación con países extranjeros sin autorización del rey. Todas las actuaciones de Ensenada eran normales en la corte de Madrid, y las practicaban todos los gobernantes, pero no dejaban de ser ilegales y podían legalmente ser utilizadas contra Ensenada.

El impulsor de la conspiración contra Ensenada parece que era Benjamin Keene, embajador británico en Madrid. Keene proporcionó los documentos comprometidos, la carta de Ensenada al Gobernador de La Habana. Los objetivos de Keene eran terminar con el plan de construcción naval español, que indefectiblemente conduciría a una mayor vigilancia de las costas americanas con el consiguiente deterioro del comercio británico. En Inglaterra entendieron que todo el mérito de la destitución de Ensenada se debía a Benjamin Keene y el rey Jorge II le condecoró con la cinta roja de la Orden de San Jorge.

El duque de Huéscar tomó la iniciativa contra Ensenada desde el interior y el conde de Valparaíso condescendió, aunque no colaboró. Se dice que Valparaíso aspiraba a la Secretaría de Estado y que Huéscar era enemigo de los jesuitas. Tal vez estuvieron complicados algunos miembros del “partido español” pero no lo sabemos.

Una vez estuvo Ensenada en Granada, los españoles más retorcidos del reino, comenzaron a difundir bulos y difamaciones de que Ensenada era un libertino, que cultivaba una serie de favoritos en la Corte, que estimulaba la división en facciones, que tenía diversiones extravagantes, que malgastaba el dinero en una pasión incontrolada e irracional por la novedad y por el cambio. Unos pocos interesados creaban los bulos, y muchos tontos los difundían. El pueblo celebró grandes fiestas y compuso versos satíricos por la caída de Ensenada. Y los ingleses se alegraron de la detención del programa naval español.

La exoneración de Ensenada supuso la paralización momentánea de las reformas, hasta que Carlos III las retomó con más fuerza todavía. Con Ensenada cayó todo su equipo, incluidos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, los constructores de barcos, y el padre Rávago, que dominaba a la Iglesia católica a favor de la política de Ensenada.

 

 

El Gobierno de 22 de julio de 1754:

 

El Gobierno de 22 de julio de 1754 estaba integrado por: Wall, Valparaíso y Eslava. Pero en agosto incorporaron a Julián Arriaga, uno de los que simpatizaban con Ensenada, lo cual desconcertó a Benjamin Keene. También le sorprendió que Huéscar se quedaba fuera del nuevo Gobierno.

Las cinco Secretarías de Ricardo Wall, eran:

Secretaría de Estado era para Ricardo Wall. Estuvo en el cargo hasta 1759 con Fernando VI, y hasta 9 de octubre de 1763 con Carlos III.

Secretario de Despacho de Marina e Indias, fue provisionalmente Ricardo Wall / en agosto de 1754 se nombró a Julián de Arriaga[3] Ribera, el cual perduró hasta enero de 1776. Fray Arriaga fue un caso de perdurabilidad en el cargo, 22 años.. Incluso cuando se separó Marina de Indias, Julián de Arriaga Ribera desempeñó ambas Secretarías.

Secretario de Despacho de Guerra, Sebastián de Eslava y Lazaga, hasta su muerte en junio de 1759;

Secretario de Despacho de Hacienda, Juan Francisco Ruiz de Gaona y Portocarrero conde de Valdeparaíso y marqués de Anavete, hasta 8 de diciembre de 1759, un tipo ineficaz.

Secretario de Despacho de Gracia y Justicia, Alfonso Muñiz Caso Osorio I marqués de Campo Villar[4].

Confesor del rey siguió siendo el padre Francisco Rávago Noriega, colaborador de Ensenada, lo cual no era coherente con el resto del equipo de Gobierno.

Igualmente Diego de Rojas Contreras, Presidente del Consejo de Castilla, permanecía en su puesto y lo estaría hasta 1766.

Rávago (confesor del Rey), Diego de Rojas (Presidente del Consejo de Castilla) y Alfonso de Muñiz (Secretario del Despacho de Gracia y Justicia), formaban un equipo que defendía al cesado marqués de la Ensenada. El 30 de septiembre de 1755, año y medio después, fue cesado el padre Rávago.

 

 

Consideraciones políticas en torno a 1754.

 

En 1754 se creó la quinta Secretaría de Despacho quedando fijadas los cinco clásicas: de Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Marina e Indias, y Hacienda como las Secretarías de Despacho del Gobierno. Recordemos que el esquema anterior era de tres Secretarías: Estado que lo gestionaba Carvajal, Hacienda, Guerra, Marina e Indias, que lo gestionaba Ensenada, y Gracia y Justicia, que lo gestionaba Sebastián de la Cuadra. En 1754 los cinco Secretarios de Despacho celebraban Consejo de Ministros, lo cual nos da idea de coordinación, próxima a la de un Ministerio actual.

Tras la creación de las cinco Secretarías, no habían desaparecido la Superintendencia General de la Real Hacienda, ni la Dirección de Rentas Generales, que eran organismos antiguos. La costumbre era crear instituciones nuevas sin abolir las antiguas. De todos modos, se rompió el sistema de equilibrio de dos grandes gobernantes, uno noble y uno técnico, que había puesto Fernando VI.

El 26 de agosto de 1754 se decretaron las competencias que habría de tener cada Secretaría de Despacho y cada Consejo. A raíz de este decreto, el Consejo de Castilla reclamó la precedencia sobre los demás Consejos. El Consejo de Guerra se opuso a la precedencia del Consejo de Castilla. Y el 25 de octubre de 1754 se decidió que ambos Consejos eran de igual rango, y los titulares se regirían por la norma de precedencia del de mayor antigüedad en el cargo.

Fernando de Silva Álvarez de Toledo duque de Huéscar y desde 1755 duque de Alba, uno de los principales agitadores en contra de Ensenada, se quedaba fuera del Gobierno, lo que significó una persistencia de este personaje en la intriga durante años. Había colaborado primero con Ensenada y había participado más tarde en su expulsión del Gobierno, quedando en tierra de nadie. Aparentemente, Huéscar representaba a la vieja aristocracia, pero no podemos decir que hubiera triunfado la aristocracia porque no había ideología común, sentido de grupo, espíritu de clase social. A Ensenada le habían echado una serie de intereses diversos, unos legítimos y honrados, y otros ilegítimos y corruptos. El nuevo Gobierno no tenía solidez interna: Wall acusaba a Huéscar de indolente, a Valparaíso de oportunista, y se generó un caos de proyectos, ante los que Fernando VI no hizo nada, como hubiera sido su deber como rey.

Pero no sucedía lo mismo con otros personajes del momento. Todo el nuevo Gobierno había colaborado alguna vez con Ensenada, y los llegados al poder no eran un partido opuesto a quien había sido su líder y a quien habían derrocado. Sebastián de Eslava había sido virrey de Nueva Granada, y más tarde había servido en la Secretaría de Marina de la que era Secretario de Despacho Ensenada. Fray Julián de Arriaga había sido Gobernador en Caracas y amigo de Rávago, y estuvo también entre los que condenaron a Ensenada, pero supo quedarse a flote.

De todos modos, cada vez que caía un gobernante era la ocasión de medrar para otros, aunque fuera en puestos inferiores. Por ejemplo, uno de los beneficiados a la caída de Ensenada fue Isidoro Gil de Jaz[5], el cual llegó de Oviedo para ser ministro (era un puesto secundario en una Secretaría) del Consejo de Castilla, ministro del Consejo de Guerra, asesor de Guardias de Corps valonas y españolas y Presidente de la Compañía de La Habana.

En torno al destituido Ensenada, se formó un grupo importante de políticos que se constituyó en defensores de Ensenada y de su política, y entre ellos estaban manteístas, golillas y los jesuitas, sobre todo los del entorno del padre Rávago. Se daba la circunstancia de que los jesuitas españoles defendían muchos a Ensenada y los extranjeros le atacaban.

Wall todavía siguió eliminando los últimos vascos del Gobierno, aquellos que había metido Sebastián de la Cuadra en 1736-1746 y no había eliminado Carvajal. Para que no se repitiese el caso “de la Cuadra” envió frecuentemente a los altos funcionarios al extranjero, para que conocieran idiomas y países de Europa.

Tras la caída de Ensenada no quedaba claro qué grupos sociales detentaban el poder, si el Partido Español, los viejos Consejos, o las nuevas Secretarías de Despacho. En el nuevo Gobierno hubo casos diferentes. Tampoco quedaba claro que Benjamin Keene hubiera dominado la política española a favor de los británicos, pues inmediatamente aprovechó para reivindicar la libertad de los mares (que los ingleses entendían como comercio libre en América) y las indemnizaciones por las presas hechas por España en años anteriores, y Ricardo Wall tuvo que asistir a la evidencia del abuso que Gran Bretaña pretendía a costa de España y empezó a mostrarse remiso a las propuestas de Keene. Wall no hacía nada a favor ni en contra de los británicos.

La oposición a Gran Bretaña era capitaneada por Sebastián de Eslava, Secretario de Despacho de Guerra. Esta oposición subió de tono cuando Francia tomó Menorca en la Guerra de los Siete Años.

Tras la caída de Ensenada los negocios de Indias se reanimaron, pues la corrupción y las exportaciones ilegales e importaciones fraudulentas con destino a América, y la importación de caudales americanos sin declarar al fisco volvieron a ser posibles. Es decir, triunfaba la mala economía, la basada en la corrupción, la que sólo beneficiaba a los más ricos. Los nuevos gobernantes decidieron reimplantar el sistema de flotas, un paso atrás en la libertad de comercio, y reducir el presupuesto para construcción de barcos de guerra, que no interesaban si se quería que quedaran ocultos los negocios ilegales con franceses e ingleses.

 

 

La herencia política de Ensenada.

 

A la caída de Ensenada, hubo cosas que permanecieron igual y hubo otras en las que se vieron grandes cambios:

Permanecían igual la política de fomento industrial, la protección a las Compañías de Comercio con privilegio, la política de obras públicas, la administración directa de las rentas generales, y la tendencia a la eliminación de exenciones fiscales.

Se producían cambios en la supresión del proyecto de contribución única y del catastro necesario para llevarla a cabo, suspensión del Real Giro (pues mediante él, el Estado conocía los grandes negocios internacionales y ello perjudicaba a los grandes comerciantes), en la vuelta al sistema de flotas americanas, y en la suspensión del plan de construcciones de arsenales y buques para la Marina.

La mayor parte de lo suprimido eran cosas que perjudicaban los negocios de los grandes burgueses, y la mayor parte de lo mantenido era que beneficiaba a los grandes burgueses. Pero el interés de los grandes burgueses no siempre coincidía con el interés general, pues a las clases por debajo de ellos les correspondía pagar más impuestos una vez que el monto a cobrar cada año era una cantidad fija y predeterminada y había que repartirla entre las diversas capas sociales.

 

 

 

El lustro perdido, 1754-1759.

La política de un Gobierno así de incoherente, fue de indecisión y apatía: fueron conscientes de que los ingleses comerciaban abiertamente en el Caribe, pero no supieron ni pudieron tomar medidas contra ello; vieron cómo los franceses exigían cada vez más privilegios, cuanto más penetración de los comerciantes británicos observaban, y no supieron qué hacer porque habían caído en contradicciones entre ellos y de sus ideas con la realidad. Wall manifestó su decepción respecto a los ingleses porque no negociaban la paz, y precisamente no la negociaban porque la puerta de los mercados americanos estaba abierta y toda negociación no haría sino cerrarla, poco o mucho.

El periodo 1754-1759, época de Wall, fue un lustro perdido, denominado de “anarquía aristocrática”, y ello se debió tanto a la enfermedad mental del monarca como a la ineficacia del Secretario de Hacienda conde de Valparaíso. Se opina que los gobernantes que continuaron a Ensenada eran mediocres, y entre ellos hubo más bien discrepancias, destacando las disputas del Padre Rávago, confesor y favorito del rey Fernando VI, con el propio Ricardo Wall, un irlandés que había sido embajador de España en Londres, pero que no era ningún talento.

Wall y Eslava eran pacifistas, al gusto de Fernando VI, y paralizaron las construcciones militares de Ensenada, a pesar de que la Guerra de los Siete Años, 1756-1763, parecía demandar barcos, a pesar de que los franceses estuvieran atacando a los ingleses en Menorca y se quedaran en la isla hasta el final de la guerra.

En la política frente a Inglaterra, Wall se mostró neutralista, aunque era filobritánico, a pesar de ser irlandés, origen que hacía desconfiar a los ingleses de esa amistad que Wall les ofrecía. La neutralidad le venía bien a Inglaterra en su guerra colonial con Francia en la India y en América, pero William Pitt, el gobernante inglés del momento, despreciaba a España y no perdía ocasión de atacar a los barcos españoles, lo que llevó a un mal ambiente antibritánico en España, y en definitiva, al Tercer Pacto de Familia en 1761.

 

 

Nuevo equilibrio de potencias europeas.

 

El equilibrio de potencias europeas de 1756 había cambiado respecto a 1748. En 1748, los bloques estaban integrados por Francia y Prusia por un lado, y Gran Bretaña y Austria por el contrario. En 1756, hubo una reversión de alianzas, pues Prusia se había aliado a Gran Bretaña en el Tratado de Westminster, y ello tuvo la consecuencia de que, Austria, que reclamaba Silesia, se aliara con Francia. En 16 de enero de 1756, el Tratado de Westminster entre Federico II de Prusia y Jorge II de Gran Bretaña, pretendía ser un tratado de neutralidad que impediría la presencia de ejércitos extranjeros en Alemania, pero escondía la prohibición para que Francia reclamase los territorios del Rin, y para que Austria reclamase Silesia.

 

 

El año 1755.

 

En 1755 hubo una rebelión campesina en el País Vasco debido a que en 1754 se había prohibido exportar vacas libremente y se había exigido que se llevaran a las ferias de Tolosa, Segura y Vergara, donde pagaban algunos impuestos.

En 1755 abrió la Real Compañía de Comercio de Barcelona, una empresa que exportó durante unos veinte años a las Antillas y a América Central, pero también se hundió cuando perdió las subvenciones y proteccionismo. La Real Compañía de Comercio de Barcelona tenía permiso para comerciar con Santo Domingo, Puerto Rico y Margarita en régimen de monopolio por 10 años. Tenía permiso para enviar a Honduras 10 buques al año, durante los siguientes 15 años. Al regreso, todos sus barcos debían pasar por Cádiz para pagar los impuestos. La Compañía tenía 5 buques de entre 150 y 250 toneladas, armados con cañones. En 1765 se acabó el monopolio y no se le renovó el privilegio, yendo el negocio a menos. En 1768 se le autorizó a comerciar con Cumaná (300 Km. al este de Caracas) y con Buenos Aires. En 1771 presentó ganancias por primera vez, repartiendo un 30% de dividendo, pero en 1777, con la guerra, entró en declive. En 1785 se fusionó con la Compañía de Caracas, desapareciendo ambas para dar lugar a la Compañía de Filipinas.

En 30 de septiembre de 1755, Rávago siguió la suerte de su amigo Ensenada, siendo nombrado nuevo Confesor Real Manuel Quintano Bonifaz, quien hasta entonces era Inquisidor General y al que se tenía por enemigo de los jesuitas en la Corte. Manuel Quintano Bonifaz era un sacerdote secular, lo cual acababa con toda una serie de confesores jesuitas y estuvo en el cargo hasta 1759, poco antes de la enfermedad del rey, que se califica de locura, parecida a la de su padre. El Padre Rávago, no perdió el sueldo ni el derecho de acceso a las habitaciones de los monarcas y, por tanto, no es del todo exacto que su suerte fuera igual a la de Ensenada. Ricardo Wall, que quería quitarse de en medio a la clientela de Ensenada, se molestó por ello, porque creía que había una conspiración de los colegiales y del grupo de Ensenada contra él. Rávago permaneció en Madrid hasta 1757, año en que se retiró a Zamora.

En 17 de octubre de 1755 se abrió el Real Jardín Botánico de Madrid. La idea la había propuesto Felipe V, quien en París había conocido el Jardin du Roi, sede de muchas plantas medicinales. Las nuevas teorías médicas decían que las enfermedades se curaban con principios químicos y no espantando demonios ni creando “ambientes” adecuados y propicios. Muchos monasterios medievales nunca habían creído en patrañas sobre enfermedades, y habían cultivado sus propios huertos medicinales, y aplicado remedios sin base científica, pero acordes con la costumbre y saber tradicional. Las plantas podían recogerse y ponerse a disposición de Palacio. Se encargó de ello a Bernardo Abolín, y más tarde a Luis Riqueur, traído de Francia para esa finalidad, quien se valió en España de Luis Renard para el cultivo de las plantas medicinales del rey en Migas Calientes, una huerta al lado del Manzanares, camino de El Pardo. El jardín de Migas Calientes estuvo mal gestionado y, aparte de estudiantes de botánica, entraban todo tipo de parejas, que tomaban las plantas como divertimentos para sus juegos, por lo que fue reformado en 1746. En 1747 se cultivaron algunas plantas para el rey en el Jardín de La Priora. Contrataron a Pehr Löfling para dar información sobre las plantas y su clasificación, lo cual era importante para las clases de botánica en las que había que aprender las utilidades de cada parte de una planta en medicina, y obligaron a cada boticario a entregar 200 reales al Protomedicato para disponer de un Jardín Botánico al servicio de todos. Se hicieron cargo del Jardín Botánico José Suñol, José Ortega, José Quer y Juan Minuart, y las clases empezaron en 1757. A los pocos años, surgieron rivalidades entre Quer, que quería dejar a su hijo como Director, y Ortega, que quería a su sobrino Casimiro Gómez Ortega. El huerto de Migas Calientes se quedó pequeño enseguida y Mucio Zona propuso en 1774 un sitio mejor, más amplio, en las huertas del Paseo del Prado de Madrid, o Prado Viejo de Atocha como se llamaba en ese momento. Además estaría al lado del Gabinete de Historia Natural, de la Cátedra de Química y del Observatorio Astronómico, todo lo cual parecía pedir el traslado de un centro científico al sitio adecuado. Las plantas se empezaron a trasplantar en 1777 y el Jardín Botánico fue inaugurado en 1781.

 

 

La Guerra de los Siete Años, 1756-1763:

En 1756-1757.

 

La nueva guerra de 1756 demostraba que la Paz de Aquisgrán había sido un fracaso, pues no había resuelto los principales problemas de las potencias europeas, y había seguido el enfrentamiento en América del Norte entre Inglaterra y Francia, Inglaterra que ocupaba desde Cap Bretón a Georgia en la costa Atlántica, y Francia que ocupaba el San Lorenzo y los Grandes Lagos. Además, Francia había intentado penetrar por el sur, cuenca del Mississipi y del Missouri hasta el río Illinois. En 1756, la guerra entre ambas potencias fue abierta, sin intentar esconderla, como hasta entonces.

El eje de la guerra en 1756 parecía estar en la disputa por Silesia que tenían Austria y Prusia. Y recordemos que España se había aliado a Austria en 1752. La guerra se planteaba así: Prusia había ocupado Silesia en 1740 y era el objetivo a batir, pero Prusia se alió con Inglaterra y plantó cara a Austria y a Rusia. Mientras, Inglaterra peleaba contra Francia por cuestiones de dominio colonial en América del Norte e India. Austria tuvo que firmar una alianza con Francia, pues no le quedaba otro remedio, Tratado de Versalles de 1756.

Las alianzas de 1748, Francia y Prusia por un lado, contra Gran Bretaña y Austria por el otro, se revertían para quedar, en 1756, Gran Bretaña y Prusia en un lado, y Francia y Austria en el contrario.

Fernando VI de España no quería entrar en la guerra, y ello debía ser la primera vez que ocurría en España desde principios del XVI, una guerra europea que España no considerase como suya.

Después de varios años de preparación para la guerra en todas las naciones europeas, la guerra ya no iba a ser como hasta entonces, sólo un enfrentamiento entre las potencias más fuertes, sino que iba a depender del sistema de alianzas.

Inglaterra, como gran potencia del momento, había preparado mucho la guerra: en 1755 había establecido una alianza anglo-rusa mediante la cual Inglaterra ayudaría financieramente a Rusia, mientras ésta ayudaba militarmente a Inglaterra, y en 1756 había añadido una alianza con Prusia por la que ambas partes unirían sus fuerzas contra cualquier Estado que irrumpiese en territorio alemán (ese Estado era Francia, que tenía pretensiones sobre el este europeo). El único error de Inglaterra era suponer que Francia y Austria no podrían llegar nunca a un entendimiento, por sus disputas pasadas en Italia y Países Bajos, y en eso se equivocaron.

El punto débil de ambas potencias, Inglaterra y Francia, era el sur de Europa, que no veían posible dominar sin el concurso de España, o en contra de España. Ambas trataron de convencer a Fernando VI de que se pusiera a su lado, pero Fernando VI no se alineaba en ningún bando. Pasados tres años de guerra, en 1759, murió Fernando VI de España. La esperanza era el nuevo rey, Carlos III, pero Carlos III llegaba al trono con la experiencia de haber sido rey de Nápoles y Sicilia, y tampoco quiso arriesgar: calculó que España tenía unos 40 barcos de guerra, y que Inglaterra poseía unos 124 navíos, y que por tanto, entraría como potencia secundaria, a merced del líder que escogiera. Aunque también se resistía a entrar en guerra, las circunstancias la llevarían a participar en ella en 1761.

 

 

España y la guerra de Sucesión de Austria.

 

En 18 de abril de 1756, 12.000 soldados franceses capitaneados por el almirante La Galissonniere y el mariscal duque de Richelieu, ocuparon Mahón (Menorca) y expulsaron de allí a los ingleses, sitiando el castillo de San Felipe donde resistía Blakeney con 3.000 soldados. El almirante inglés Byng se enfrentó a La Galissonniere pero fracasó, y el 28 de junio se rindió el castillo, siendo Byng condenado a muerte. Los franceses se quedaron en Menorca hasta 1763, fin de la Guerra de los Siete años. En teoría, los hechos no afectaban a España, puesto que Menorca era inglesa y pasaba a ser francesa. Francia tomó Menorca a los ingleses en mayo de 1756 y se la ofreció a España a cambio de su participación en la guerra. España rechazó el ofrecimiento envenenado.

Wall, completamente desorientado en política internacional, decidió en 1756-1757 mostrarse neutral en la guerra que creía que era de Inglaterra contra Francia. La actitud de Wall era torpe, pues ambos países estaban ampliando mercados en América a costa de España. Arriaga le pidió actuar contra los británicos que explotaban el palo Campeche en Honduras. Eslava se mostró visceralmente antibritánico y pidió una alianza con Francia negándose a ver que Francia también se estaba beneficiando del mercado americano sin compensación alguna para España.

Tras la toma de Menorca por los franceses, Wall debería haber hecho algo, pero no confiaba en su propio Gobierno. Poco a poco, empezó a comprender que la única fuerza que tenía, la fuerza naval, se la debía a Ensenada, al hombre que había expulsado del poder. Ese sentimiento cuajó entre muchos españoles que formaron “el partido de Ensenada”, y ese sentimiento se manifestaba en los colegios mayores y en los colegios de jesuitas. La alta nobleza empezó a pedir la vuelta de Ensenada. El coordinador de este movimiento parece que era el padre Isla.

De todos modos, Wall mantuvo la neutralidad hasta 1761. En la Guerra de los Siete Años 1756-1763, que aparecía como la continuación de la Guerra de Sucesión Austríaca de 1740-1748, España permaneció neutral hasta 1761 y entró del lado de Francia en esa fecha. La importancia de esta guerra es que se empezó a poner en duda la hegemonía de Francia que había mantenido desde 1648. Prusia cuestionaba la hegemonía francesa en el continente, e Inglaterra cuestiona esta hegemonía en las colonias, en India y Canadá. En segundo lugar, había un cambio de alianzas o equilibrio continental, pues el sistema basado en la alianza Prusia-Francia, frente a Inglaterra-Austria, de primera mitad del XVIII, será cambiado por la alianza Austria-Francia, frente a Prusia-Inglaterra en la segunda mitad.

Los barcos españoles eran atacados por corsarios franceses e ingleses con el pretexto de que llevaban mercancías de su rival en la guerra, y evidentemente porque eran el objetivo más apetitoso para ambos en cuanto al fruto de sus acciones de piratería. Las acciones contra barcos españoles ya no cesarán hasta el siglo XIX, con muy pocas excepciones. Incluso las aguas españolas de Cádiz y del Golfo de Vizcaya eran utilizadas por franceses e ingleses para atacarse mutuamente, ignorando por completo la soberanía española. La neutralidad no estaba sirviendo para nada. Incluso los puertos peninsulares y americanos eran atacados por los corsarios en busca de botín. Los corsarios iban a por dinero, y no les importaban los tratados ni las declaraciones de neutralidad. Pero la mayor parte de las agresiones se produjeron desde la parte inglesa atacando barcos pesqueros españoles que iban a Terranova a por bacalao. También los ingleses se asentaron en Honduras buscando el palo campeche (un tinte).

Francia consiguió la alianza con Rusia en enero de 1757 y de Suecia en marzo prometiéndoles las tierras de Prusia. Entonces Inglaterra ofreció a España Menorca y varios asentamientos en el Caribe por su entrada a favor de Inglaterra y España tampoco aceptó. La situación era muy dura para los ingleses, cuando Federico II de Prusia obtuvo las victorias de Rossbach (noviembre de 1757) y Leuthen (diciembre de 1757) y el signo de la guerra cambió.

 

 

La política española en 1757-1758

 

En 1757, el Papa Benedicto XIV permitió que se tradujera la Biblia al castellano, pero entendemos que para un uso restrictivo y palaciego y para servidores del Santo Oficio, pues no tuvo apenas difusión.

En 1758 se decidió que los hidalgos ratificasen sus títulos de hidalguía, lo cual les costaba entre 15.000 y 30.000 reales por cabeza, y muchos de los 600.000 hidalgos pagaron. Era una medida recaudatoria.

En 1758 se decidió modernizar la artillería española y se publicó la “Real Ordenanza para el ejercicio de cañón, mortero y cabria” de 18 de junio de 1758. Pero la muerte de la reina en agosto de 1758, depresión mental del rey a partir de ese momento y muerte del rey en agosto de 1759, no creó buenas condiciones para el desarrollo del nivel científico necesario para el progreso de este arma.

En 1758 se abrió en Madrid un periódico llamado Diario Noticioso, Curioso-Erudito, Comercial, Público y Económico fundado por la empresa Manuel Ruiz de Uribe y Compañía, y dirigido por Francisco Nipho, que tenía 4 páginas con información económica y curiosidades científicas e históricas. Los artículos de opinión provenían de traducciones francesas. Lo artículos “económicos” ofrecían ventas, alquileres, ofertas y demandas. Nipho lo abandonó en 1759 y se hizo cargo de él Juan Antonio Lozano que publicará hasta 1781. Se cerró en 1781 y se volvió a abrir en 1786 a cargo del francés Jacques Thevin, que sólo lo tuvo 2 años y vendió sus instalaciones para la fundación de otro periódico, El Diario de Madrid. La novedad del El Diario Noticioso… de 1758 es que era diario.

No era el primer periódico español, pues el primero había aparecido en 1661 y se llamaba La Gaceta de Madrid. Exactamente, en 1661, se llamaba Relación o gaceta de algunos casos particulares, así políticos como militares, sucedidos en la mayor parte del mundo. Era mensual, lo pagaba Juan José de Austria, y lo dirigía Francisco Fabro Gremundín. Desapareció fugazmente y reapareció con un título más corto: Gaceta Ordinaria de Madrid. Y cuando murió Fabro en 1697, pasó a llamarse Gaceta de Madrid. Era la primera fase de la prensa, “prensa de Estado”. La prensa de Estado convivió algún tiempo con la prensa de empresa, que desde principios del XVII emitía “Avisos”, “Gacetas” y “Mercurios” para informar tanto de asuntos y sucesos de la Corte, como de las ferias y mercados y puertos, mercancías y transacciones que se estaban haciendo o se podían hacer.

A estas funciones políticas y económicas, se sumó en 1737-1742, iniciando una serie de revistas similares, el Diario de los Literatos de España, revistas de poca duración que hacían críticas literarias de las nuevas publicaciones. Al mismo tiempo, surgió la inquietud por la historia y la política, y en 1738, Salvador José Mañer lanzaba su El Mercurio Histórico y Político, que era una traducción de artículos franceses, mal traducidos, y que en 1784 se llamaría El Mercurio de España.

En 1758, Fernando VI creó la Junta Particular de Comercio de Barcelona para propulsar el comercio, industria, agricultura, artes y ciencias en Cataluña, y de esta institución se beneficiaron industrias de textil, tintes, papeleras y la agricultura. Su principal acción fue la difusión del saber, pues la Universidad de Barcelona estaba cerrada desde 1714, y esta Junta creó una Escuela de Náutica 1769, Escuelas de Nobles Artes 1774, Escuela de Botánica 1807 (con Juan Francisco Bohí), Escuela de Taquigrafía 1805, Escuela de Química 1805 (con Francisco Carbonell Bravo) y Escuela de Mecánica 1808. Sufriría la guerra de 1808-1814 pero no desapareció y volvió a revitalizarse con Fernando VII, Escuela de Física 1814 (con Pedro Vieta), Escuela de Economía Política 1814 (con Fray Eudaldo Jaumandreu), Escuela de Cálculo (que se convertiría en Escuela de Comercio en 1835). La institución desapareció en 1847 cuando volvió a Barcelona la Universidad.

El 27 de agosto de 1758 murió la reina Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI de España, en Aranjuez. Ello causó una gran depresión al rey, que se negaba a asearse y a comer y sobrevivió poco más de un año. Los del “partido de Ensenada” estaban fomentando un estado de opinión contrario a Wall. Y entonces se supo que la reina difunta dejaba la enorme fortuna que había acumulado a su hermano Pedro de Portugal, heredero del trono luso. El dinero se escapaba de España por todos lados.

Fernando VI decidió no saber nada de nada, aislarse completamente. Se retiró al castillo de Villaviciosa de Odón, y decidió no lavarse ni afeitarse, ni cambiarse de ropa, ni comer a las horas socialmente convenidas, tal y como lo había hecho su padre. Y no quería saber nada de Secretarios de Despacho ni Presidentes de Consejos. No había Gobierno de España, pues no había rey que firmase los decretos.

En 1759, Fernando VI se mostraba completamente loco, con un trastorno bipolar que le daba momentos de gran lucidez y momentos de absoluta despreocupación por la realidad en los que sólo quería jugar a las cartas y perder mucho dinero. Wall tenía un trabajo de Gobierno difícil, pues debía negociar con Isabel de Farnesio y con Carlos de Nápoles los asuntos de Estado, pero éstos eran enemigos de Fernando VI y, en momento de lucidez, el rey podía tomar represalias. Como Fernando era impotente, el heredero seguro parecía Carlos.

Tras la muerte de Bárbara de Braganza, la política española se paralizó, el monarca entró en crisis mental depresiva profunda, y hubo que recurrir a Isabel de Farnesio como Regente para los asuntos ordinarios de Gobierno y a Carlos VII de Nápoles y Sicilia (futuro Carlos III de España) para los asuntos urgentes.

 

 

La Guerra de los Siete años, 1756-1763:

De 1758 a 1763.

 

En 1758 una flota pesquera española fue apresada por los ingleses en Terranova. A ese banco pesquero acudían barcos franceses, españoles, portugueses y británicos. En 1715, Utrecht, se había reconocido que la soberanía de la zona le correspondía a Inglaterra. En 1758, Inglaterra decidió no permitir más barcos españoles en la zona. España replicó que no permitiría entonces que los ingleses explotasen palo de tinte (palo campeche) en Honduras, pero los ingleses siguieron con sus explotaciones de madera.

Inglaterra sospechaba que España apoyaba a Francia y decidió practicar el corso contra los barcos españoles desde 1759 y establecerse en Honduras, de donde sacaba madera de palo campeche. El inglés Pitt se impuso a los barcos franceses en 1759 y quedaba claro que el dominio del mar seguiría siendo inglés. En Canadá, los ingleses avanzaban sobre los franceses y en Antillas y la India pasaba otro tanto.

En 1759, Federico de Prusia invadió territorios austriacos y fue vencido en Kunersdorf, lo que se considera el inicio de la guerra para España.

En 1759, los ingleses tomaron Quebec a los franceses. Francia sabía de la superioridad británica en el mar, y veía que 40 barcos de guerra españoles podían ayudarla mucho conra Inglaterra, e intentó convencer a Carlos VII de Nápoles, futuro Carlos III de España.

En 1759, Fernando VI de Borbón Braganza fue sucedido en España por Carlos III de Borbón Farnese, su hermano de padre, pero hijo de Isabel de Farnesio.

En 1761, España y Francia firmaron el Tercer Pacto de Familia, y ello significaba la entrada de España en la Guerra de los Siete años.

En realidad, no sabemos el motivo concreto que impulsó a Carlos III, rey de España desde 1759, a entrar en guerra, pues ni él ni los españoles eran francófilos en ese momento de la historia, y los Pactos de Familia con Francia habían terminado en traiciones de Francia. La alianza con Francia no aportaba nada a España, y por eso se abandonaría en 1770. El acercamiento a Francia fue gestionado por Grimaldi y Choiseul y se explica por los ataques británicos a ciudades americanas españolas, por la idea española de un “equilibrio europeo” entre las dos grandes potencias, a fin de que España tuviese un cierto papel como tercera en discordia, o porque Francia podía aportar cierto apoyo a España en Italia. Pero las razones son insuficientes: el momento de entrada era inoportuno, y la opción de entrar del lado del perdedor poco diplomática. La pregunta es: ¿alguien había pensado en tomar Portugal?

España se sintió obligada a entrar del lado de Francia y firmó con ella el Tercer Pacto de Familia de 15 de agosto de 1761, que prometía socorro mutuo en caso de guerra, lo cual era una tontería teniendo en cuenta que Francia ya estaba en guerra. España tenía la esperanza de conquistar Portugal, el socio de Inglaterra al que había que anular, y defender sus posesiones americanas frente a Inglaterra. El socorro se cuantificó tanto en barcos como en hombres y caballos. En 1762 los ingleses desembarcaron en La Habana y en Manila y enviaron oficiales de apoyo al ejército portugués que luchaba contra España.

España envió al marqués de Sarriá a invadir Portugal y éste tomó Almeida en agosto de 1762. Fue sustituido por el conde de Aranda, mucho más enérgico y del que se esperaban más resultados. Pero los portugueses se defendieron bien y le hicieron retirarse a Badajoz y Alburquerque.

En Ultramar, Pedro de Cevallos, gobernador de Buenos Aires, aprovechó para atacar la colonia portuguesa de Sacramento, al norte del estuario del Plata, en noviembre de 1762.

Los ingleses, mandados por Albermale con 100 barcos, atacaron La Habana y Manila y las tomaron en agosto de 1762, pero las devolverían más tarde en la Paz de París de febrero de 1763, a cambio de perder España Florida. Francia compensaría esta pérdida cediendo Luisiana a España.

En 1763, Tratado de París, los franceses devolvieron Menorca a Inglaterra y los ingleses se mantuvieron en la isla otros nueve años (ya habían estado de 1708 a 1756). Francia perdía su imperio en Canadá. España obtenía la Luisiana (aportada por Francia), pero ese territorio, sin poblar y sin recursos, era más bien un problema (poblarlo y ponerlo en producción) y no un negocio.

El final de la guerra, tampoco fue un buen resultado para los colonos británicos de América del Norte, pues una vez que los ingleses hicieron visible su presencia, tuvieron que sostener ejércitos, acomodarlos y alimentarlos, en situación preventiva contra España y Francia, sin guerra declarada, y ello significaba más impuestos. La Corona pensó incluso en hacer rentables las colonias, con más impuestos. Además, la Corona inglesa les prohibió en 1763 colonizar el oeste de los Alleghanys (nombre antiguo de los Apalaches), causas todas que llevaron a los colonos a pedir su independencia a partir de 1776, pidiendo soberanía popular, república, igualdad de todos los hombres y valoración de las personas por mérito y no por ascendencia.

 

 

Enfermedad y muerte de Fernando VI en 1759.

 

Los métodos médicos aterrorizaban a casi todo el mundo, incluidos los reyes. El método más practicado era la sangría, que se hacía de dos modos, cortando las venas en los tobillos, y poniendo sanguijuelas en la zona dolorida, o en el ano si trataba de extraer el máximo de sangre. Se aplicaban sangrías para el dolor de cabeza, dolor de muelas, tos, congestión de pecho, fiebres y metrorragias. Los pacientes las odiaban y solían ocultar sus enfermedades al médico para evitarlas. Las sanguijuelas evitan la coagulación de la sangre y las substancias anestésicas que poseen en la boca dan sensación de cierto alivio, lo cual era confundido con mejoría en el paciente. Otros métodos curativos eran los enemas, las aguas tenidas por medicinales que se traían de lejos, la magia de la “Enjundia Humana” (grasa de un cadáver reciente), de “Triaca Magna” (mezcla de tres venenos, uno de los cuales era veneno de víbora), “Uñas de la Gran Bestia”, el chocolate, la leche de burra, la quina para bajar la fiebre, las flores de violeta, malvas, jacintos y fumarias, en infusiones que muchas veces eran purgantes y vomitivos, los caldos… También se utilizaban entrañas de animales a cuya ingestión se le atribuían determinados beneficios.

Fernando VI padecía estreñimientos largos y dolorosos, seguidos de descomposiciones con diarreas también muy dolorosas, y quería suicidarse, pero le vigilaron para que no lo hiciera.

En esta época de enfermedad del rey Fernando VI, fue su confesor José Rada Aguirre, sacerdote secular.

El último año del reinado de Fernando VI fue malo para España, pues su estado mental acarreó confusión y falta de autoridad.

Todos sabían que el rey estaba próximo a la muerte, y todos se atacaban entre sí, criticaban todo a los demás en un afán de desgastar al posible competidor. También las críticas a la nobleza y al clero fueron más duras en este año, y al contrario, la nobleza también se quejó de haber sido preterida por los Borbones. El clero protestaba por los “agravios a la sensibilidad religiosa” del pueblo español hechos en la primera mitad de siglo. Nobleza y clero se quejaban de soportar a demasiados extranjeros en el Gobierno de España.

Las críticas alcanzaron a casi todo lo extranjero, a Francia, Austria, Inglaterra, Italia e incluso el Papa, por sus injerencias en la política española, y se creó un ambiente nacionalista español, que los historiadores llaman “Cuerpo Nacional” o “Partido Castizo”, el cual se hizo notar en 1766, y sería luego acaudillado por Aranda, “Partido Aragonés”, y a final de siglo se convertiría en “Partido Fernandino” (de Fernando VII) y protagonizaría los sucesos de El Escorial y de Aranjuez. Estos españolistas, sobrevaloraban la época de los Reyes Católicos y la de los Austrias, y así se quedó la historia hasta el siglo XX. Eran en general contrarios a las reformas, y quizás ellos fueron la causa del fracaso de Ensenada y su proyecto de “Única Contribución” para Castilla. El “Partido Castizo” se había agrupado en su momento con Luis I, y a su muerte, trató de atraer a sus filas a Fernando VI, pero cuando Fernando se inclinó por las reformas, y Carlos III también se había mostrado reformista en Nápoles, pensaron en ganarse al príncipe Carlos, futuro Carlos IV, pero no tuvieron ninguna oportunidad, pues éste también continuó la línea reformista. Entonces pensaron en el príncipe Fernando, Fernando VII, y constituyeron el “partido fernandino” que actuó en El Escorial 1707 y Aranjuez 1808.

La nobleza se quejaba de que la Corona quisiera recuperar señoríos, alhajas y donaciones reales (rentas y privilegios económicos), que disfrutaba desde hacía siglos. Aquello que no pudieran probar documentalmente que era suyo, debían devolverlo, no bastando la palabra de caballero.

La Iglesia tenía una gran facción de integristas católicos a quienes no gustaba nada el regalismo. Integrismo y regalismo son dos conceptos antitéticos. El primero reclama la autoridad religiosa por encima de la civil, y el segundo la autoridad del rey, en cuestiones temporales, sobre todas las personas y cosas de su reino. A los integristas les molestaba que algunos obispos y clérigos hubieran aceptado el regalismo y que predicasen una Iglesia pobre, que debía ceder sus riquezas temporales a la autoridad civil, y les calificaba de “galicanistas” o de “jansenistas”.

Todos ellos se quejaban de que los empleos de las ciudades y grandes pueblos se estuvieran dando a no originarios de esas localidades, sobre todo en Aragón donde lo tradicional era lo contrario. Además se había prometido que, al menos la mitad de los cargos serían para naturales del país, y no se venía cumpliendo.

Isabel de Farnesio logró influir para que Fernando hiciera testamento en el sentido que a ella le convenía, dejando como rey a su hijo Carlos, medio hermano de Fernando, y como Gobernadora (Regente) a ella misma.

Fernando VI murió en 10 de agosto de 1759 a los 46 años de edad de fiebres y ataques en Villaviciosa de Odón. No dejaban hijos. El heredero sería su hermano Carlos, que en ese momento era rey de Nápoles y Sicilia.

Quedó como regente de España, hasta la llegada de Carlos III desde Nápoles en 9 de diciembre de 1759, Isabel de Farnesio.

 

 

 

[1] Juan Francisco Ruiz de Gaona y Portocarrero, 1696-1760, conde de Valparaíso, había entrado en la Corte en 1728, y en 1729 fue Primer Caballerizo de la futura reina Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI. Por entonces aparecían él y la reina como amigos de Zenón de Somodevilla. En 1754, las tornas se volvieron contra Zenón de Somodevilla marqués de la Ensenada, y nadie le apoyó en la Corte. Ensenada fue expulsado, y el conde de Valparaíso ocupó la Secretaría de Despacho de Hacienda, que Ensenada dejaba vacante. Defendió que el Estado no se deshiciese de bienes de la Corona, lo cual tal vez fuera el punto de desencuentro con Ensenada, pero en el resto de su gestión su labor fue destructiva de la obra de su predecesor. En 1758 murió su protectora, la reina, y Valparaíso se encerró con el rey Fernando VI en el Castillo de Odón (Madrid), abandonando por completo sus deberes en Hacienda. Cuando en agosto de 1759 empezó a reinar Carlos III, conservó el Gobierno de Ricardo Wall, pero cambió a Valparaíso, solamente a él.

[2] Ricardo Wall y Devreux 1694-1777, un hombre de familia irlandesa, nacido en Nantes (Francia), porque su padre era un militar al servicio del exiliado Jacobo II Estuardo, y nacionalizado español. En 1716 pasó a España recomendándole a Alberoni, y éste le colocó como guardiamarina en la Real Compañía de Guardiamarinas de Cádiz creada por Patiño en 1717. Abandonó en 1718 y pasó al ejército de tierra en el regimiento irlandés Hibernia, y pasó a luchar en Sicilia. En 1721 abandonó la infantería y pasó a Dragones, donde ascendió a Capitán. Viajó a Prusia en 1727, acompañando a Francisco Fitz-James Stuart II duque de Liria, y simpatizó con él porque también era partidario de Jacobo Estuardo. Sirvió a Carlos de Borbón Farnese en 1734-1735, por lo que recibió una encomienda de la Orden de Santiago en Peausende (arribes del Duero), y en 1740 recibió el mando del Regimiento Francia. Ya en este cargo de relativa importancia, sirvió a Felipe de Borbón Farnese en Lombardía (Italia) en 1747, durante la Guerra de Sucesión de Austria, ascendió a mariscal de campo. Allí conoció a Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, duque de Huéscar (quien sería duque de Alba en 1755), que se convirtió en su protector, lo cual fue definitivo en su vida, porque le recomendó ante José Carvajal. En 1747 viajó a Londres como delegado de Carvajal para negociar una paz, y fracasó, aunque a pesar de ello en 1749 le hicieron ministro plenipotenciario y en 1752 embajador en Londres. En estos menesteres de negociación de una paz, conoció a Carvajal, a Fernando VI y a Bárbara de Braganza, y el encuentro fue definitivo para confiar en él. A la muerte de Carvajal en 8 de abril de 1754, fue Secretario de Estado desde 1754 a 1763. Wall, Huéscar y Keeen organizaron una conspiración contra Ensenada, y se libraron de él y de los colaboradores de Ensenada, como el padre Rávago y Duras. En 1757 quería librarse de la tutela del duque de Huéscar y duque de Alba, y dimitió, pero no le fue admitida su dimisión. Como político, era de la facción del Duque de Alba, pero fue manipulado por el embajador inglés Keene. Era regalista, antijesuita. Se rodeó de un grupo importante de personas de ideas avanzadas como el marqués de Grimaldi, el conde de Aranda, el conde de Campomanes, Manuel de Roda, el conde de Fuentes, el conde de Ricla, un buen puñado de irlandeses (Alejandro O`Reilly, conde de Mahony, conde de Lacy, Diego Purcell, Pedro Stuart, Ambrosio O`Higgins, Guillermo Bowles, Bernardo Ward, Carlos McCarty) y un número importante de hidalgos como Francisco Pérez Bayer, José Clavijo Fajardo, Benito Bails, Celestino Mutis, José Agustín del Llano, Bernardo de Iriarte, Bernardo del Campo, Nicolás de Azara, Juan Childunza. Permaneció en el cargo hasta octubre de 1763 y dio paso a una generación extraordinaria de renovadores como los citados. Murió en Granada en 26 de diciembre de 1777.

[3] Julián Manuel de Arriaga y Ribera, 1700-1776,era hijo de hidalgos y se hizo caballero de la Orden de Juan de Jerusalén (monjes soldado con voto de castidad y pobreza) en 1718, llegando a altos cargos de Comendador de León, Mayorga de Campos y Fuente la Peña. En 1728 ingresó en la Armada Real como alférez de fragata e hizo escoltas a Indias para las flotas de América, sirviendo a diversos jefes de flota. En 1734 se le encomendó el abastecimiento al ejército español en Nápoles y en esa labor conoció a Zenón de Somodevilla, que era Intendente General de Marina en Nápoles. En 1739 fue destinado al Caribe durante la Guerra de la Oreja de Jenkins. En 1744 fue destinado a El Ferrol, en 1748 de nuevo al Mediterráneo y en 1749 fue nombrado Gobernador de Caracas, el cual tenía a su mando 1.500 hombres con los que reprimió las sublevaciones de los criollos contra el monopolio de la Compañía Guipuzcoana de Caracas. En 1751 fue nombrado Presidente de la Casa de Contratación e Intendente General de Marina de Cádiz. En 1754, cuando conspiraron contra Ensenada Benjamin Keene, Fernando de Silva Álvarez de Toledo duque de Huéscar y Ricardo Wall, Arriaga apoyó a los acusadores. Fue nombrado Secretario de Estado en el Despacho de Marina y en 1755 ascendido a Teniente General.

[4] Alonso Muñiz Caso Osorio, 1703-1765, I marqués de Campo Villar, 1750-1765, fue Secretario de Despacho de Gracia y Justicia en 1751 y sería confirmado en ese mismo puesto por Carlos III en 1759, y nombrado además Superintendente General de Pósitos.

[5] Isidoro Gil de Jaz, 1696-1765, era licenciado en Cánones y Leyes, carrera más propiamente eclesiástica, y fue Oidor del Real Consejo de Navarra hasta que en 2 de julio de 1749 fue nombrado Regente del Principado de Asturias. En 1742 fue nombrado Presidente de la Cancillería de Granada pero renunció al cargo y siguió en Oviedo. Sólo en 1755 dio el salto a Madrid.